|
Ya habfa entrado la noche. Estaban todas sentadas en el jardfn principal que se encontraba rodeado por los edificios del recinto. La biblioteca, la gran mansi=n con dormitorios y comedores, el templo, los establos, y algunos campos de entrenamiento. Eran unas tierras grandes. El pueblo mßs cercano estaba a un par de horas a pie.
En una noche frfa habrfan habilitado alguno de los comedores para la celebraci=n. En mitad de la primavera, en una noche agradable c=mo aquella, siempre sacaban mesas, bancos, y encendfan algunas hogueras. Era similar a la fiesta de la cosecha de un pueblo, pero solo con mujeres y jovencitas. No es que la Orden no se relacionase con hombres. Muchas tenfan pareja, algunos incluso hijos. Simplemente aquellas celebraciones eran privadas. De haber visto esa cantidad de jovencitas bailando e incluso cantando alrededor de las hogueras, habrfa sido diffcil mantener a la gente alejada.
Emilie y Jenna estaban sentadas en una de las mesas con un par de copas de vino delante. La rubia era quien estaba hablando.
-+Y t· no bailas?
-Ya sabes que no me gusta. - Respondi= Jenna tras dar otro peque±o sorbo a su copa. - Prefiero verlas. Es divertido comprobar que son al menos tan torpes como yo.
Emilie golpe= el brazo de su compa±era mientras ambas se refan.
-La idea es pasarlo bien, no superar una prueba.
-Pues tampoco te veo bailando a ti. - Dijo antes de poner cara burlona. - Claro, t· no bailas si no es con ese caballero. +Frederick?
Emilie sonri= antes de dar ella un sorbo, uno bastante largo.
-Ya que hablas como una vieja chismosa, te dirT que no nos limitamos a bailar.
Ambas volvieron a refr.
Mientras tanto Erin bailaba dando vueltas alrededor de una de las hogueras. Sus cabellos se agitaban al viento mientras las llamas resaltaban la esplTndida figura de la joven. Se habfa quitado los zapatos hacfa tiempo, caminando y saltando asf con los pies desnudos sobre la hierba.
-Me da un poco de miedo enviarlas allf fuera. -Dijo Emilie mientras contemplaba a su hermana. - No solo a Erin. A todas. Este a±o hemos perdido a dos.
El semblante de Jenna se ensombreci= un poco.
-A veces te preguntas si hacemos bien en defender a los reinos que nos rodean, +no? Sabemos que los ejTrcitos de Luca nunca podrßn atravesar la barrera. Pero es decisi=n de la reina. Una decisi=n justa, aunque me duela decirlo.
-Lo sT. No podemos dejar todo este continente desamparado. Es solo queà cada nueva misi=n a la que os envfo me pesa como una losa en los hombros. Detesto tomar esa clase de decisiones.
Jenna pas= su mano derecha sobre los hombros de su amiga y compa±era. Sabfa que ella era la ·nica en toda la orden con la que Emilie podfa hablar asf.
-No te preocupes. Lo estßs haciendo muy bien. Tu madre estarfa orgullosa. Y recuerda, no pides nada que no hayas hecho t· misma. +Cußntas gestas realizaste en tus primeros tres a±os como hechicera?, +cußntas realizas ahora? - sonrfo - He ofdo que en la capital estßn buscando escultores para hacerte una estatua.
Ambas rompieron a refr de nuevo.
-Es suficiente - Emilie son= tajante. - C=mo tu lfder, te ordeno que traigas otra botella de vino, que brindes conmigo, y que te diviertas durante el resto de la noche.
Jenna casi se cuadr=, parodiando el saludo militar.
-Es una misi=n que desempe±arT con todo mi arrojo, se±ora. Empezando por traer esa otra botella de vino.
Habfan pasado algunas horas. Algunas se habfan ido a dormir. Erin, a pesar de ser la homenajeada, habfa sido de las primeras. Demasiados nervios a lo largo del dfa. Emilie y Jenna segufan sentadas en la misma mesa, con las copas vacfas pero sin necesidad de rellenarlas nuevamente. Todavfa se escuchaba alg·n cßntico, aunque en general estaba todo mßs tranquilo. Jenna bostez= mientras se estiraba un poco.
-Creo que yo tambiTn me voy a dormir
Emilie asinti= pensando que ella tampoco tardarfa mucho mßs. Entonces escucharon un grito de dolor.
Una de las hechiceras habfa cafdo de bruces al suelo. Tenfa una flecha clavada en el hombro. Dos mßs se habfan acercado rßpidamente para ayudarla. La primera recibi= otras tres flechas en el pecho, muriendo casi al instante. La otra recibi= un impacto en la pierna. A continuaci=n gritos, ya no de dolor. El aullido salvaje sus atacantes.
Salieron desde todos los ßrboles cercanos. Eran hombres. altos, fuertes. Portaban grandes espadas y hachas. Sus armaduras, quienes las llevaban, eran poco mßs que cotas de malla acompa±adas de alg·n que otro escudo. Jenna los reconoci= como guerreros de las tribus del norte. Debfa haber cerca de doscientos o trescientos. +C=mo habfan atravesado la barrera?
Las hechiceras mßs cercanas a los ßrboles corrfan hacia dentro del recinto. Muchas no llegaron lejos. Las alcanzaron las flechas o los propios guerreros. Ellos no usaban vestidos o zapatos que les entorpeciesen la carrera.
El contraataque no se hizo esperar. Mientras algunas daban la alarma a gritos, otras preparaban sus conjuros. De pronto el jardfn se convirti= en un espectßculo de luces de todos los colores. Desde las manos de las hechiceras surgfan rayos, llamaradas, esferas de varias gamas cromßticas. El ambiente se llen= de cßnticos en idiomas olvidados. Atacar una escuela de magia, o una Orden entera, era una idea tan osada como est·pida.
La mortal oleada de destrucci=n se deshizo como bolas de nieve al caer en el agua. Ni un solo conjuro tuvo efecto al impactar en sus blancos.
Fue entonces cuando se fijaron. Cada norte±o llevaba cierto objeto encima. Algunos colgando del cuello, otros a modo de pulsera. Una especie de tira metßlica con alg·n tipo de vfscera podrida dentro. En cuanto cualquier conjuro se acercaba, la vfscera adquirfa un brillo rojizo. En aquel mismo instante era como si la magia dejase de existir.
Los hechizos siguieren volando uno tras otro para acabar del mismo modo. Sin su magia, aquellas mujeres eran personas ordinarias. La mayorfa no sabfa luchar. Ni siquiera quienes habfan pisado un campo de batalla tenfan mucha idea sobre combatir cuerpo a cuerpo. Sharn contaba con grandes guerreras, pero desde luego ninguna de ellas estaba en la Orden de la Nieve. Por el contrario, los n=rdicos eran luchadores excelentes. Ni mucho menos podfa considerßrseles un ejTrcito. Jamßs habfan estado tan organizados. Navegaban, asaltaban puertos, o ciudades a las que pudiesen llegar a caballo, poco mßs. Pero cada uno de ellos, individualmente, era un portento ffsico y un hombre entrenado para el combate desde su mßs tierna infanciaà si es que alguna de sus infancias habfa sido tierna. El mßs peque±o de ellos era enorme en comparaci=n con cualquiera de las hechiceras, ademßs de pesar por lo menos el doble. Si la preparaci=n, el salvajismo, o el tama±o no fuesen suficientes, tambiTn tenfan armas que usaban sin ning·n miramiento.
Emilie y Jenna estaban en el centro. Vieron como los norte±os alcanzaban a mßs de sus compa±eras. Algunas fueron asesinadas en el acto. Con los espadones del enemigo incluso contemplaron horrorizadas a una de las mßs j=venes, una pelirroja con el pelo revuelto, alta y muy delgada, recibir un tajo en el hombro que acab= saliendo por la cadera contraria, cortßndola en dos. Ya habfan visto atrocidades en el campo de batalla. Habfan tenido la desgracia de ver morir a amigas o conocidas, pero nunca de esa forma. Estaban siendo derrotadas sin posibilidad de contraatacar. Parecfan indefensas. A pesar de todo los bandidos no estaban matando a todas. Las que mßs se resistfan, algunas mßs, pero a la mayorfa las estaban dejando inconscientes o incapacitadas. Mientras tanto los conjuros segufan deshaciTndose.
-Corazones de Driada - dijo Jenna. - íDispersan la magia!
Ambas pensaron que asf habfan atravesado la barrera los n=rdicos. Un solo coraz=n de Driada era diffcil de encontrar, y no mantenfan sus propiedades mucho tiempo. Esos mal nacidos debfan haber rebuscado en todos los bosques, y debfan haberlas ejecutado a todas. No encajaba con la forma de actuar de esas tribus. Requerfa demasiada preparaci=n. Jamßs habfan sido famosas por preparar golpes con antelaci=n. Poco importaba.
-íNo podemos hacerles nada!
Emilie sin embargo no estaba tan segura. Extendi= su mano derecha hacia el grupo mßs cercano de enemigos. Corrfan hacia ellas con las armas en alto. Las llamas se acumularon en la palma de la mano de la joven formando una esfera. El proyectil sali= volando a gran velocidad. No impact= en ninguno de los hombres. Impact= en el suelo unos metros por delante. Inmediatamente surgi= una explosi=n. La onda de choque tumb= a los primeros. DespuTs llegaron rocas y piedras que el conjuro habfa arrancado del suelo. Mataron a la mayorfa. Ademßs, el fuego producido por la explosi=n no era mßgico, se propag= entre el siguiente grupo.
Jenna comprendi= de inmediato. Apunt= a otro grupo con ambas manos. Surgi= un gran vendaval dirigido hacia sus enemigos. Los vientos comenzaron a deshacerse seg·n golpeaban a los hombres, pero al haber desplazado tambiTn el aire de los alrededores los arroj= hacia sus espaldas como si fuesen mu±ecos de papel. Por supuesto tambiTn habfa una gran cantidad de letales rocas levantadas del suelo. Emilie asinti= antes de gritar.
-íNo conjurTis contra ellos!, íConjurad contra sus alrededores!
Ademßs hizo gestos para organizar a las hechiceras. Los enemigos estaban suficientemente cerca para entablar combate cuerpo a cuerpo con muchas de ellas. En ese punto no habfa nada que hacer. Sin embargo al menos comenzaban a organizar una resistencia eficaz.
De todos modos, los enemigos asaltaban cada edificio, cada flanco. A muchas no les habrfa llegado la orden. Otras, sobretodo las mßs j=venes, no acabarfan llegando a la misma conclusi=n. Necesitaban organizarse a·n mßs para repeler el ataque.
-Yo irT a los dormitorios. - Grit= Jenna anticipßndose a su amiga. - IntentarT organizarlas allf.
Emilie asinti=.
-Si no podemos repelerlos, coge a las novicias y a las mßs j=venes y os marchßis.
Jenna neg= con la cabeza.
-íHazlo!
Fue toda respuesta por parte de Emilie. Ninguna de las dos quiso decirlo, pero ambas comprendfan el motivo. En el peor de los casos no podfan dejar caer a toda la orden.