BDSM Library - Espada y brujeria 01

Espada y brujeria 01

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Synopsis: La orden de la nieve, una antigua orden de hechiceras, celebra un rito y una fiesta que pronto van a ser interrumpidos por el asalto de su peor enemigo

Emilie sostenfa la afilada daga ceremonial con la mano izquierda. La derecha apuntaba un poco mßs abajo, a un peque±o altar del tama±o de una mesa lleno de runas y glifos. Desde la palma de la diestra salfan peque±os rayos dorados de luz, ba±ando las piedras y activando los glifos uno a uno, mientras recitaba versos en un lenguaje desconocido para la mayorfa de mortales.




Para un observador externo resultarfa chocante observarla. Era una joven realmente hermosa. Ciertamente no destacaba por su altura. Le faltaban unos centfmetros para llegar al metro sesenta. Rubia, con el cabello dorado como el mismfsimo oro. Tenfa el rostro anguloso, mßs ancho por la parte superior, pero acabado en una barbilla fina y elegante. Tenfa los labios gruesos en forma de coraz=n, bastante prolongados. La nariz ni demasiado grande ni peque±a. Los ojos hundidos y grandes eran de color azul muy claro. Las cejas ademßs de rubias eran finas, poco pobladas. Costaba verlas de lejos.


En un dfa normal su rostro era espectacular. El de un ßngel. En aquel momento lucfa incluso mejor, si es que eso era posible. Llevaba un poco de maquillaje para dar color en las mejillas. Los labios pintados de rojo claro. El pelo, con la ralla a la derecha, solfa mostrarse ligeramente rizado. Para la ocasi=n, sin embargo, lo habfa recogido a la altura de la nuca. Aunque su melena solfa ser larga, hasta mitad de espalda, en ese momento lucfa un elegante mo±o. Se habfa esforzado en apartar todos los mechones del flequillo, llevßndolos hacia atrßs o sosteniTndolos encima de unas orejas del tama±o justo, para dejar a la vista el rostro. Llevaba pendientes de diamantes y plata.


Con un cuerpo como el suyo solfa ser fßcil elegir un vestido favorecedor. Tenfa complexi=n grßcil, con curvas pero manteniendo siempre cierta armonfa natural. Sus pechos superaban por poco una ochentaicinco. El trasero, algo menos voluminoso, se marcaba a travTs de cualquier prenda gracias a su firmeza y su forma redonda. Entre medias mostraba un vientre prßcticamente plano. Ademßs, habfa que sumar una piel suave, sin apenas imperfecciones, de color claro pero saludable. Todo acompa±ado de un porte elegante pero no altivo. El cuello era largo, tal vez un poco mßs grueso de lo habitual, pero con la misma apariencia grßcil del resto del cuerpo.


Con tantos detalles a su favor, el vestido blanco la hacfa lucir radiante. Iba bien ajustado al torso, marcando las formas femeninas de Emilie con cuidado de no caer en la vulgaridad. No tenfa cuello ni tirantes. Simplemente la tela llegaba a la parte superior de los pechos. En la cadera llevaba una tira de tela, gruesa y ancha, que se cerraba con un lazo por delante a modo de cintur=n. Por debajo segufa siendo un vestido ce±ido, resaltando la esplTndida figura de su portadora, hasta mitad de muslo. Desde allf la falda adquirfa mucho vuelo y volumen. No solo llegaba al suelo, se extendfa un poco mßs a su alrededor. Cubrfa los zapatos blancos y las medias del mismo color. Podfa parecer un vestido de novia. No lo era. Era el vestido ceremonial de Emilie. Elegante como el de una princesa porque ella, con menos de treinta a±os, ya era la hechicera superior de su orden.




La orden de la nieve. Una orden de hechiceras del reino de Sharm. Dedicaban sus conocimientos mßgicos a la protecci=n del reino y sus gentes desde hacfa siglos. Solo admitfan mujeres, pues las consideraban de carßcter mßs templado que los hombres, y tan solo segufan =rdenes de la reina o de la hechicera superior de la orden. Esa era Emilie. Su talento para la magia era mucho. Ademßs se habfa preocupado de adquirir los conocimientos necesarios sobre hechicerfa, encantamientos, historia, ocultismoà Muchos la describfan como un genio. Ese fue el motivo para elegirla como nueva hechicera superior cuando su madre, la anterior en el cargo, desapareci= hacfa mßs de cinco a±os. Ninguna de las hechiceras mßs veteranas se habfa quejado. Emilie no solo tenfa talento en la hechicerfa. Era una persona agradable, de trato sencillo. Posefa dotes de liderazgo, carisma. Incluso habfa sabido conservar un toque de inocencia a pesar del n·mero de misiones en las que se habfa visto envuelta. Nadie hubiese dudado de sus capacidades de mando en tiempos de paz, pero muchos habrfan dudado de sus reacciones en momentos mßs turbios. Cuando esos momentos llegaron, pues la guerra azotaba todos los alrededores de Sharm, Emilie habfa sabido estar a la altura sin dejar de ser esa persona justa, generosa, y amigable.




En frente de Emilie, un par de pasos a un lado, se encontraba Jenna. La mejor amiga de Emilie desde que ambas tenfan memoria. Era una hechicera igual de capaz. Su poder mßgico era inferior, lo cual resultaba normal ya que el de Emilie era simplemente descomunal, pero a cambio sus conocimientos sobre todas las disciplinas mßgicas eran muy vastos. Algunas hermanas bromeaban diciendo que con Jenna en la orden no hacfa falta una biblioteca, bastaba con preguntarle a ella. En combate, a pesar de detestarlo, tambiTn habfa demostrado su valfa. La mismfsima reina la habfa recompensado varias veces en el ·ltimo par de a±os. Todo a pesar de no ser una guerrera. Nada de eso. Era mßs bien una gran profesora. Las novicias aprendfan muchfsimo con ella, y ella disfrutaba enormemente ense±ando. Tan solo habrfa deseado vivir en tiempos menos revueltos. Ense±ar, investigar mßs sobre magia, y olvidarse de gestas y misiones.


TambiTn era una mujer hermosa, aunque su belleza era distinta de la de Emilie. En el caso de Jenna parecfa la clase de mujer bella sin proponTrselo. En realidad era un poco insegura en cuanto a su aspecto, pero no habfa ning·n motivo real para ello.


Medfa lo mismo que su amiga. Allf acababan las similitudes. Jenna no era tan esbelta. Su apariencia no era atlTtica, sin embargo tenfa encanto natural y unas formas muy femeninas. Sus pechos eran generosos, mßs de una talla noventa, de forma bonita aunque un poco cafdos. El trasero tambiTn era apetecible, grande y de la forma correcta, menos firme que el de Emilie, pero sin quitarle ni un ßpice de atractivo.


Su cara era sobre todo agradable. La frente estrecha. Las mejillas un tanto regordetas, dßndole cierto toque infantil. El ment=n era peque±o y alargado, cerrando el ßngulo inferior con una barbilla redondeada que le daba aspecto anguloso a todo el rostro. Las cejas tambiTn eran angulosas, de color oscuro. Sus ojos resultaban llamativos por el gran tama±o. De color marr=n muy oscuro, con forma de almendra. Tenfa la clase de mirada cßndida, alegre, que uno jamßs se cansaba de contemplar. El labio superior era menos grueso que el inferior, aunque con la forma de coraz=n bien marcada. Ambos eran alargados y casi siempre esbozaban una jovial sonrisa. La nariz era fina, chata, y respingona.


Dada la ocasi=n llevaba un poco de maquillaje. Rosa suave en los labios, un poco de color en las mejillas. Todo muy sutil. El peinado tampoco era demasiado elaborado, pero le favorecfa mucho. Nunca usaba ralla. Dejaba que la melena casta±a oscura se deslizase libremente hasta un poco por debajo de los hombros, tanto por delante como por detrßs. Tenfa el cabello lleno de ondas, algunos mechones incluso rizados. Tan solo se molestaba en peinarse un poco para apartar el flequillo del rostro.


Su vestido tambiTn era blanco tal como mandaban las tradiciones de la orden. La falda llegaba hasta al suelo. El torso no tenfa escote. De hecho el cuello del vestido tampoco era demasiado amplio. Las mangas llegaban casi a mitad de bfceps. La parte superior estaba repleta de bonitos bordados, c=mo no, blancos. Era una prenda poco ce±ida, pero realzaba bien sus senos, levantßndolos un poco para ayudarles en su lucha contra la gravedad. Aunque quedaban fuera de vista, tambiTn llevaba zapatos blancos.




Jenna sostenfa la mano derecha de una tercera mujer. La ·ltima novicia que pasarfa a ser una hechicera de pleno derecho, con todos los deberes y responsabilidades, en aquella larga ceremonia. Todas las novicias pasaban por el mismo ritual el dfa de su decimo octavo cumplea±os.


Emilie us= la daga para causar un peque±o corte en la mano de la novicia. Esta se mordi= los labios pero no grit= ni protest=. Las gotas rojas cayeron sobre el altar para, de alg·n modo, fundirse con la piedra y desaparecer. Al hacerlo el resto de glifos se iluminaron unos instantes. Tanto Emilie como Jenna miraron al rostro de la muchacha. Ambas asintieron con aprobaci=n. Aquella no era una ceremonia mßs. La novicia era Erin, la hermana menor de Emilie. Tenfa casi tanto talento como su hermana y tambiTn disponfa de gran poder mßgico, aunque le costaba mßs controlarlo. A pesar de esos peque±os fallos, pronto serfa una hechicera de primera.




Como no podfa ser de otra forma, Erin era una jovencita preciosa. A sus dieciocho a±os reciTn cumplidos, ya era algo mßs alta que su hermana Emilie. Era de complexi=n delgada. Le habrfa costado ganar peso aunque lo intentase con todas sus fuerzas. Su piel se notaba un poco mßs bronceada, a pesar de lo cual estaba llena de pecas que se dejaban ver sobretodo en el rostro.  Al ser de complexi=n delgada, sus medidas resultaban menos espectaculares que las de Emilie o Jenna. Sus pechos, aunque firmes y bien definidos, eran mßs bien peque±os. Sus gl·teos eran otra cosa. Casi tan grandes como los de Emilie, pero al encontrarse en una mujer tan esbelta parecfan mßs grandes a·n. Sobre todo su figura era muy grßcil, muy elegante. No parecfa tan delgada como para lucir poco saludable. Todo lo contrario. En su caso segufa teniendo un cuerpo muy femenino. Espectacular.


Su rostro era mßs alargado que ancho. Estaba enmarcado por una cabellera de color rubio muy claro. Lo peinaba con una ralla a la izquierda, al contrario que su hermana. Descendfa alrededor de la cara, dejando el lado izquierdo despejado, aunque tapando las orejas. El lado derecho casi estaba igual, pero algunos mechones del flequillo le pasaban por la frente y cubrfan un poco la mejilla. Como Jenna, la melena llegaba algunos centfmetros por debajo de los hombros, solo que en su caso casi no habfa ondas.


Sus cejas eran muy finas, a penas una lfnea por encima de los ojos,  y muy rubias. Tanto que prßcticamente resultaban imperceptibles. Los ojos tenfan forma alargada, similares a los de las orientales, solo que mßs grandes. Eran de color verde apagado. La nariz ligeramente ancha y corta. Los labios, sobretodo el superior, bastante finos, no demasiado alargados. Iban pintados de rosa. La cara, especialmente entre boca y ojos, se encontraba llena de pecas. Daba sensaci=n de picardfa e inocencia a partes iguales, o quizßs ganaba la inocencia por poco.


Vestfa de color rosa. Todas las novicias debfan hacerlo. Aunque al dfa siguiente ya podrfa ser llamada hechicera, la tradici=n le exigfa vestir asf una noche mßs. La ·nica diferencia entre su vestido y el de las demßs novicias era que a ella le quedaba bastante mejor. No tenfa mangas ni escote. Resultaba bastante liso hasta llegar a la cadera, donde tenfa un cintur=n negro muy ancho. Erin lo ajustaba mucho para mostrar mejor su magnffico cuerpo, marcando asf los pechos y el vientre plano, pues si bien era humilde, conocfa sus propios encantos. La falda cafa, con bastante vuelo, lo justo para dejar ver unos zapatos tambiTn rosas, de color mßs claro que el vestido. Por supuesto no era la indumentaria de trabajo. Las novicias tambiTn debfan vestirse de gala para las ceremonias. Fuera de una ceremonia, tanto hechiceras como novicias podfan vestir como prefiriesen.




Emilie y Jenna segufan recitando los versos del conjuro. Pronto algunos destellos dorados comenzaron a brotar, como ramas de una enredadera, desde el pecho de Erin hasta el altar. La joven se sinti= rara, mareada, unos segundos. DespuTs todo acab=. Ninguna de las dos hechiceras sigui= hablando. Los largos segundos de silencio solo se rompieron cuando Emilie volvi= a alzar la voz, con mucha mßs firmeza y solemnidad en aquella ocasi=n.


-De ahora en adelante, Erin, tu vida estarß consagrada a proteger el Reino de Sharm. Tu magia y tu esencia alimentarßn la Gran Barrera. Serßs una luz que gufe a los necesitados en los dfas mßs oscuros. +Comprendes estas palabras?


-Las comprendo, hermana


No la llamaba hermana por su lazo sangufneo. C=mo tantas otras cosas, formaba parte de la tradici=n. Sin embargo respondfa con sinceridad cuando decfa comprender esas palabras. La Gran Barrera era la medida de protecci=n definitiva. Creada por la Orden de la Nieve mßs de diez generaciones atrßs alrededor de todo el reino. Ning·n humano, enano, orco, elfo, demonioà en definitiva, ning·n ser racional, podfa atravesarla desde el exterior si alguna hechicera de la orden no lo habfa marcado previamente, y las marcas eran revocables. Irfan caminando, o corriendo, hasta chocar con una barrera invisible que jamßs iba a ceder. Pero semejante protecci=n requerfa mucha energfa. Toda hechicera al dejar de ser una novicia sellaba con su propia sangre el encantamiento de la barrera. Desde ese momento una peque±a fracci=n de su poder mßgico la alimentaba y mantenfa. Mientras la orden existiese la barrera existirfa.


-+Aceptas las responsabilidades de la Orden?


-Con orgullo, hermana.


El resto de las mujeres, toda la orden a excepci=n de quienes estaban realizando alguna misi=n fuera, aplaudi=. Ya no era momento de solemnidad si no de celebraci=n. Jenna abraz= a Erin desde un lado. Cuando acab=, Emilie lleg= llena de orgullo para hacer lo mismo. Erin tuvo problemas para no manchar a ninguna de las dos con su mano ensangrentada. Las abraz= como pudo con una sola extremidad. Cuando Emilie, algo nerviosa, se dio cuenta, record= tener un pa±uelo blanco preparado para esto. Le vend= la herida antes de volver a agarrarla por el hombro y dirigirse a la salida del templo.



Ya habfa entrado la noche. Estaban todas sentadas en el jardfn principal que se encontraba rodeado por los edificios del recinto. La biblioteca, la gran mansi=n con dormitorios y comedores, el templo, los establos, y algunos campos de entrenamiento. Eran unas tierras grandes. El pueblo mßs cercano estaba a un par de horas a pie.


En una noche frfa habrfan habilitado alguno de los comedores para la celebraci=n. En mitad de la primavera, en una noche agradable c=mo aquella, siempre sacaban mesas, bancos, y encendfan algunas hogueras. Era similar a la fiesta de la cosecha de un pueblo, pero solo con mujeres y jovencitas. No es que la Orden no se relacionase con hombres. Muchas tenfan pareja, algunos incluso hijos. Simplemente aquellas celebraciones eran privadas. De haber visto esa cantidad de jovencitas bailando e incluso cantando alrededor de las hogueras, habrfa sido diffcil mantener a la gente alejada.


Emilie y Jenna estaban sentadas en una de las mesas con un par de copas de vino delante. La rubia era quien estaba hablando.


-+Y t· no bailas?


-Ya sabes que no me gusta. - Respondi= Jenna tras dar otro peque±o sorbo a su copa. - Prefiero verlas. Es divertido comprobar que son al menos tan torpes como yo.


Emilie golpe= el brazo de su compa±era mientras ambas se refan.


-La idea es pasarlo bien, no superar una prueba.


-Pues tampoco te veo bailando a ti. - Dijo antes de poner cara burlona. - Claro, t· no bailas si no es con ese caballero. +Frederick?


Emilie sonri= antes de dar ella un sorbo, uno bastante largo.


-Ya que hablas como una vieja chismosa, te dirT que no nos limitamos a bailar.


Ambas volvieron a refr.


Mientras tanto Erin bailaba dando vueltas alrededor de una de las hogueras. Sus cabellos se agitaban al viento mientras las llamas resaltaban la esplTndida figura de la joven. Se habfa quitado los zapatos hacfa tiempo, caminando y saltando asf con los pies desnudos sobre la hierba.


-Me da un poco de miedo enviarlas allf fuera. -Dijo Emilie mientras contemplaba a su hermana. - No solo a Erin. A todas. Este a±o hemos perdido a dos.


El semblante de Jenna se ensombreci= un poco.


-A veces te preguntas si hacemos bien en defender a los reinos que nos rodean, +no? Sabemos que los ejTrcitos de Luca nunca podrßn atravesar la barrera. Pero es decisi=n de la reina. Una decisi=n justa, aunque me duela decirlo.


-Lo sT. No podemos dejar todo este continente desamparado. Es solo queà cada nueva misi=n a la que os envfo me pesa como una losa en los hombros. Detesto tomar esa clase de decisiones.


Jenna pas= su mano derecha sobre los hombros de su amiga y compa±era. Sabfa que ella era la ·nica en toda la orden con la que Emilie podfa hablar asf.


-No te preocupes. Lo estßs haciendo muy bien. Tu madre estarfa orgullosa. Y recuerda, no pides nada que no hayas hecho t· misma. +Cußntas gestas realizaste en tus primeros tres a±os como hechicera?, +cußntas realizas ahora? - sonrfo - He ofdo que en la capital estßn buscando escultores para hacerte una estatua.


Ambas rompieron a refr de nuevo.


-Es suficiente - Emilie son= tajante. - C=mo tu lfder, te ordeno que traigas otra botella de vino, que brindes conmigo, y que te diviertas durante el resto de la noche.


Jenna casi se cuadr=, parodiando el saludo militar.


-Es una misi=n que desempe±arT con todo mi arrojo, se±ora. Empezando por traer esa otra botella de vino.




Habfan pasado algunas horas. Algunas se habfan ido a dormir. Erin, a pesar de ser la homenajeada, habfa sido de las primeras. Demasiados nervios a lo largo del dfa. Emilie y Jenna segufan sentadas en la misma mesa, con las copas vacfas pero sin necesidad de rellenarlas nuevamente. Todavfa se escuchaba alg·n cßntico, aunque en general estaba todo mßs tranquilo. Jenna bostez= mientras se estiraba un poco.


-Creo que yo tambiTn me voy a dormir


Emilie asinti= pensando que ella tampoco tardarfa mucho mßs. Entonces escucharon un grito de dolor.


Una de las hechiceras habfa cafdo de bruces al suelo. Tenfa una flecha clavada en el hombro. Dos mßs se habfan acercado rßpidamente para ayudarla. La primera recibi= otras tres flechas en el pecho, muriendo casi al instante. La otra recibi= un impacto en la pierna. A continuaci=n gritos, ya no de dolor. El aullido salvaje sus atacantes.


Salieron desde todos los ßrboles cercanos. Eran hombres. altos, fuertes. Portaban grandes espadas y hachas. Sus armaduras, quienes las llevaban, eran poco mßs que cotas de malla acompa±adas de alg·n que otro escudo. Jenna los reconoci= como guerreros de las tribus del norte. Debfa haber cerca de doscientos o trescientos. +C=mo habfan atravesado la barrera?


Las hechiceras mßs cercanas a los ßrboles corrfan hacia dentro del recinto. Muchas no llegaron lejos. Las alcanzaron las flechas o los propios guerreros. Ellos no usaban vestidos o zapatos que les entorpeciesen la carrera.


El contraataque no se hizo esperar. Mientras algunas daban la alarma a gritos, otras preparaban sus conjuros. De pronto el jardfn se convirti= en un espectßculo de luces de todos los colores. Desde las manos de las hechiceras surgfan rayos, llamaradas, esferas de varias gamas cromßticas. El ambiente se llen= de cßnticos en idiomas olvidados. Atacar una escuela de magia, o una Orden entera, era una idea tan osada como est·pida.


La mortal oleada de destrucci=n se deshizo como bolas de nieve al caer en el agua. Ni un solo conjuro tuvo efecto al impactar en sus blancos.


Fue entonces cuando se fijaron. Cada norte±o llevaba cierto objeto encima. Algunos colgando del cuello, otros a modo de pulsera. Una especie de tira metßlica con alg·n tipo de vfscera podrida dentro. En cuanto cualquier conjuro se acercaba, la vfscera adquirfa un brillo rojizo. En aquel mismo instante era como si la magia dejase de existir.


Los hechizos siguieren volando uno tras otro para acabar del mismo modo. Sin su magia, aquellas mujeres eran personas ordinarias. La mayorfa no sabfa luchar. Ni siquiera quienes habfan pisado un campo de batalla tenfan mucha idea sobre combatir cuerpo a cuerpo. Sharn contaba con grandes guerreras, pero desde luego ninguna de ellas estaba en la Orden de la Nieve. Por el contrario, los n=rdicos eran luchadores excelentes. Ni mucho menos podfa considerßrseles un ejTrcito. Jamßs habfan estado tan organizados. Navegaban, asaltaban puertos, o ciudades a las que pudiesen llegar a caballo, poco mßs. Pero cada uno de ellos, individualmente, era un portento ffsico y un hombre entrenado para el combate desde su mßs tierna infanciaà si es que alguna de sus infancias habfa sido tierna. El mßs peque±o de ellos era enorme en comparaci=n con cualquiera de las hechiceras, ademßs de pesar por lo menos el doble. Si la preparaci=n, el salvajismo, o el tama±o no fuesen suficientes, tambiTn tenfan armas que usaban sin ning·n miramiento.




Emilie y Jenna estaban en el centro. Vieron como los norte±os alcanzaban a mßs de sus compa±eras. Algunas fueron asesinadas en el acto. Con los espadones del enemigo incluso contemplaron horrorizadas a una de las mßs j=venes, una pelirroja con el pelo revuelto, alta y muy delgada, recibir un tajo en el hombro que acab= saliendo por la cadera contraria, cortßndola en dos. Ya habfan visto atrocidades en el campo de batalla. Habfan tenido la desgracia de ver morir a amigas o conocidas, pero nunca de esa forma. Estaban siendo derrotadas sin posibilidad de contraatacar. Parecfan indefensas. A pesar de todo los bandidos no estaban matando a todas. Las que mßs se resistfan, algunas mßs, pero a la mayorfa las estaban dejando inconscientes o incapacitadas. Mientras tanto los conjuros segufan deshaciTndose.


-Corazones de Driada - dijo Jenna. - íDispersan la magia!


Ambas pensaron que asf habfan atravesado la barrera los n=rdicos. Un solo coraz=n de Driada era diffcil de encontrar, y no mantenfan sus propiedades mucho tiempo. Esos mal nacidos debfan haber rebuscado en todos los bosques, y debfan haberlas ejecutado a todas. No encajaba con la forma de actuar de esas tribus. Requerfa demasiada preparaci=n. Jamßs habfan sido famosas por preparar golpes con antelaci=n. Poco importaba.


-íNo podemos hacerles nada!


Emilie sin embargo no estaba tan segura. Extendi= su mano derecha hacia el grupo mßs cercano de enemigos. Corrfan hacia ellas con las armas en alto. Las llamas se acumularon en la palma de la mano de la joven formando una esfera. El proyectil sali= volando a gran velocidad. No impact= en ninguno de los hombres. Impact= en el suelo unos metros por delante. Inmediatamente surgi= una explosi=n. La onda de choque tumb= a los primeros. DespuTs llegaron rocas y piedras que el conjuro habfa arrancado del suelo. Mataron a la mayorfa. Ademßs, el fuego producido por la explosi=n no era mßgico, se propag= entre el siguiente grupo.


Jenna comprendi= de inmediato. Apunt= a otro grupo con ambas manos. Surgi= un gran vendaval dirigido hacia sus enemigos. Los vientos comenzaron a deshacerse seg·n golpeaban a los hombres, pero al haber desplazado tambiTn el aire de los alrededores los arroj= hacia sus espaldas como si fuesen mu±ecos de papel. Por supuesto tambiTn habfa una gran cantidad de letales rocas levantadas del suelo. Emilie asinti= antes de gritar.


-íNo conjurTis contra ellos!, íConjurad contra sus alrededores!


Ademßs hizo gestos para organizar a las hechiceras. Los enemigos estaban suficientemente cerca para entablar combate cuerpo a cuerpo con muchas de ellas. En ese punto no habfa nada que hacer. Sin embargo al menos comenzaban a organizar una resistencia eficaz.


De todos modos, los enemigos asaltaban cada edificio, cada flanco. A muchas no les habrfa llegado la orden. Otras, sobretodo las mßs j=venes, no acabarfan llegando a la misma conclusi=n. Necesitaban organizarse a·n mßs para repeler el ataque.


-Yo irT a los dormitorios. - Grit= Jenna anticipßndose a su amiga. - IntentarT organizarlas allf.


Emilie asinti=.


-Si no podemos repelerlos, coge a las novicias y a las mßs j=venes y os marchßis.


Jenna neg= con la cabeza.


-íHazlo!


Fue toda respuesta por parte de Emilie. Ninguna de las dos quiso decirlo, pero ambas comprendfan el motivo. En el peor de los casos no podfan dejar caer a toda la orden.



Emilie, con semblante furioso, alzo ambas manos hacia delante. La mayorfa de usuarios de la magia podfa realizar un solo conjuro a la vez. Emilie se inclufa en el reducidfsimo grupo de quienes eran capaces de superar esa limitaci=n. Ya sabfa que no debfa conjurar directamente contra los enemigos. Es cuanta informaci=n necesitaba. Frente a ella desat= una autTntica marea de destrucci=n. Despreciaba los conjuros de combate. La magia debfa servir a fines mßs elevados. Eso no le habfa impedido aprenderlos ni ser tan buena con ellos como con cualquier otro. En frente volaban rocas, fuego, ßcido. Su arsenal era tan variado que los enemigos no tenfan oportunidad de prepararse para el siguiente golpe. Al mismo tiempo daba a sus subordinadas la ocasi=n de organizarse a su alrededor. Costaba creerlo. Una mujer tan hermosa, un ßngel, desatando semejante infierno.




Jenna corrfa. Cuando encontraba alguna hechicera rezagada la ponfa en marcha. O la enviaba al centro para ayudar con la defensa o la hacfa acompa±arla para llegar hasta los dormitorios. Ya le acompa±aban otras cinco. Sin embargo era ella quien hacfa la mayorfa del trabajo. Giraba a un lado u otro para quitar enemigos de en medio. A·n asf los dormitorios quedaban muy lejos. En un dfa normal apenas habrfan tardado dos minutos. Moverse por un campo de batalla resultaba muy distinto. Allß donde mirase habfa n=rdicos destrozando a las suyas. Se vefa obligada a pararse para corregirlo. Quizßs su alarde de poder era mucho mßs comedido, pero se estaba convirtiendo en una autTntica pesadilla para los enemigos de la zona.




Erin despert= s·bitamente. Se habfa tumbado encima de la cama a·n vestida. Solo se proponfa cerrar los ojos un instante. Cansada como estaba qued= dormida sin darse cuenta. Los gritos la hicieron despertar. Abri= la puerta de su habitaci=n. No imaginaba ir a encontrarse el pasillo en pleno ataque. Habfa hombres muy grandes allf. Al principio del pasillo vio el cuerpo decapitado de una de sus compa±eras. Unos metros mßs hacia delante uno de esos hombres habfa pegado contra la pared a otra compa±era, una muchacha llamada Mead, morena y bajita, pero con buenas curvas. Le habfa levantado el vestido y estaba penetrßndola desde atrßs. La chica gritaba y lloraba. Ese hombre era demasiado fuerte para ella. Ademßs, no era el ·nico que empezaba a disfrutar del botfn antes de acabar el ataque. Vefa a otros entrar en habitaciones anteriores a la suya. Estaban tan confiados de haber ganado que solo unos pocos se dedicaban a combatir de verdad.


Erin, ajena a todo lo ocurrido, alz= la mano. Una peque±a esfera de luz roja se proyect= directa al violador. Se deshizo incluso antes de llegar. Su falta de efecto no evit= que llamase la atenci=n de aquellos salvajes. Se giraron en direcci=n a Erin desenvainando diversas armas, todas de aspecto alarmante. La joven escuch= mßs gritos a su espalda. Otras compa±eras estaban llegando al pasillo, como ella, y se toparon con el cruento espectßculo. Vol= alg·n proyectil mßgico mßs. Todos con el mismo efecto. Erin grit=


-íCorred!


Levant= a·n mßs la mano. Dispar= una serie de proyectiles contra el techo que acab= por derrumbarse en mitad del pasillo. Al otro lado a·n se ofa a esos indeseables. Debfan salir de allf cuanto antes. Todas las chicas empezaron a correr en direcci=n contraria. Esperaban poder encontrar una salida.




Aunque algunas de sus compa±eras habfan cafdo, Emilie consegufa aguantar bien la posici=n por sf misma. De ese modo las demßs podfan cubrir mßs terreno. A·n asf era muy complicado aguantar. Debfan lanzar sus poderosos hechizos alrededor de los enemigos en lugar de contra ellos, perdiendo potencia en el intento. Los n=rdicos una vez llegaban al cuerpo a cuerpo eran imbatibles. Necesitaban mantenerlos lejos. Debfan moverse constantemente mientras segufan apuntando en todas direcciones a la vez. Tanta acci=n significaba un sobreesfuerzo considerable. No estaban preparadas. Llevaban horas de celebraci=n encima, algo de alcohol en el cuerpo, y vestidos nada adecuados para el combate. A·n asf segufan aguantando.


Emilie levant= varias rocas del suelo, dejando agujeros considerables en el jardfn, para arrojarlas sobre sus enemigos. Funcion= bien. Sabfa que podfa repetir continuamente el mismo hechizo, pero lo evitaba. Siempre le habfa parecido una mala prßctica. Asf daba la oportunidad de aprender a defenderse. Se sentfa mucho mßs segura variando el patr=n de ataque cada vez. Lo importante era, sobretodo, que los enemigos se sentfan mucho mßs inseguros. Los peque±os grupos trataban de rodear su posici=n, dßndole asf cierta ventaja. El precio era alto. Significaba que serfan sus compa±eras quienes sufriesen el ataque enemigo. Ademßs, habfa otra cosa que no encajaba. Los n=rdicos hacfan demasiados esfuerzos por evitarla.




Jenna dej= a tres de sus compa±eras adelantarse mientras daba la vuelta. Les segufan casi quince enemigos. Se agach= apoyando ambas manos en el suelo. Bajo los pies de los norte±os la roca se convirti= en arenas movedizas. Los pobres desgraciados se hundieron hasta el pecho antes de comprender nada. Jenna los dej= asf. Incluso con bßrbaros de esa cala±a ella preferfa no matar mientras pudiese evitarlo. Jamßs saldrfan de allf por sus propios medios. Ni siquiera saldrfan remolcados por otros. +QuT necesidad tenfa de ejecutarlos?


Al darse la vuelta para seguir corriendo qued= petrificada. Una de sus compa±eras yacfa en el suelo decapitada. Otra habfa sido partida en dos por la cadera y agonizaba en el suelo. La tercera estaba ensartada por una espada negra, vieja, llena de =xido. A·n estaba en pie cuando su asesino, tras atravesarle el coraz=n, sac= la espada del pecho apoyßndole el pie.


Aquel hombre no era un n=rdico, aunque medfa casi dos metros. Su piel estaba muy bronceada por el sol. Llevaba el pelo negro recogido en una cola. Ocultaba sus rasgos faciales con una mßscara de cuero desde encima de la boca hasta mismo cuero cabelludo. Llevaba el torso desnudo, mostrando asf muchfsimos tatuajes con marcas tribales. Vestfa ·nicamente unos pantalones de cuero negros. Portaba varias armas, casi todas viejas. Jenna habfa ofdo hablar de Tl. Un autTntico demonio. Tan solo lo llamaban Nox. Un mercenario que trabajaba por autTnticas miserias, casi gratis, mientras se le dejase desatarse en el campo de batalla. Tenfa cierta fama de asesino de magos. TambiTn tenfa fama de ser uno de los mejores luchadores del mundo. Se habfa llegado a decir que era fruto de la violaci=n de un demonio. Desde luego, cuando habl= su voz son= como el mal mßs absoluto.


-Eres la ·nica rival digna por aquf.


Con esas palabras se arranc= el amuleto del cuello, el que le permitfa evitar cualquier conjuro.


Jenna no se par= a preguntar nada. No le importaban los motivos por los que aquel hombre pudiese haber renunciado a su protecci=n contra la magia. Tampoco se dej= dominar por la ira. Simplemente debfa aprovechar la situaci=n. Lanz= varios rayos directamente al asesino. Este los esquiv=. No podfa moverse mßs rßpido que la luz, claro. Sencillamente vio donde apuntaban las manos justo a tiempo. Corri= hacia delante intentando deshacer la distancia entre ambos. Ya lanzaba un tajo contra la hechicera cuando esta desapareci=, apareciendo unos metros mßs atrßs. A los pies de Nox surgieron hiedras, rama tras rama, intentando atraparle. Un rßpido tajo le devolvi= a la carrera hacia su objetivo. Jenna volvi= a desaparecer, reapareciendo a la espalda del mercenario. Lanz= una llamarada que el hombre solo pudo esquivar rodando a un lado. Se levant= sonriendo. Ambos quedaron a unos diez metros el uno del otro, mirßndose a los ojos.


-+Sabes cußl ha sido tu error? - Dijo Nox mientras sus ojos negros contemplaban de forma lasciva a Jenna. - Las hiedras. Me habfas sorprendido. Podrfas haberme matado en lugar de intentar apresarme.


Jenna respiraba hondo. No consideraba un error perdonarle la vida a alguien. A·n asf sabfa que solo podrfa vencer si mataba a aquel hombre.


-Puedo remediarlo.


No intentaba hacerse la lista ni amenazar. Detestaba pronunciar palabras semejantes. Tan solo habfa expuesto los hechos. Nox se relami= los labios.


-Mfrate - respondi= mientras apretaba la espada con fuerza. - Compasiva, bonita, con las tetas grandes. - Consigui= que Jenna se sonrojase un poco de puro enfado y pudor. - Y ademßs me das una buena pelea. Quiero que sepas - a±adi= sonriendo. - Que voy a disfrutar matßndote.




Jenna describi= un arco cruzando ambas manos frente al pecho. Surgi= un peque±o tornado que rßpidamente se encamin= rumbo a Nox. El mercenario corri= al lado derecho intentando rodear el nuevo conjuro para poder atacar. Al hacerlo se top= de frente con una nueva llamarada cortßndole el paso. Fren= mientras el tornado se cernfa sobre Tl, obligßndolo a retroceder. Justo la distancia en la que la hechicera tenfa ventaja.


La hechicera tenfa problemas manteniendo el tornado y conjurando algo mßs a la vez. A·n asf se concentr= en barrer la zona con una lluvia de rayos. El propio tornado le impedfa ver al enemigo. Fue un golpe a ciegas. Acab= algo exhausta.


Nox asom= por la izquierda corriendo a toda velocidad. Jenna no lo esperaba. Apenas tuvo tiempo de ver la espada alzarse para descender sobre su cabeza. El mercenario crey= haberla cazado, incluso algunos finos cabellos quedaron suspendidos en el aire.


Jenna volvi= a aparecer a su espalda lanzando flechas formadas por ßcido. Nox se agach= sin conseguir esquivar completamente el ataque. Una flecha le roz= el hombro dejando una fea quemadura. El ßcido penetr= mßs en la carne. Debfa doler horrores, pero Nox simplemente se dio la vuelta sin mostrar signo alguno de sufrimiento. Su ·nica reacci=n fue desenvainar uno de los cuchillos mientras volvfa a encarar a la mujer, sosteniendo la espada en la diestra y el cuchillo en la derecha.


Jenna sacudi= ambas manos creando cinco flechas mßs. En esa segunda ocasi=n las reparti= mejor. No querfa que volviese a esquivarlas apartßndose. Nox rod= a un lado. Del suelo surgi= una estalagmita que apunto estuvo de atravesar la cabeza del mercenario. Este consigui= apoyar ambas manos para impulsarse en direcci=n a la hechicera una vez mßs. El movimiento fue tan frenTtico que casi consigui= alcanzarla con un golpe circular. La joven volvi= a desaparecer para aparecer a la espalda.


-íTe tengo!


Nox grit= mientras arrojaba el cuchillo. No necesit= girarse. La habfa visto desaparecer varias veces. Cuando la hechicera podfa, siempre volvfa a materializarse a espaldas del mercenario. +l esperaba justo eso.


Jenna apenas estaba materializßndose. Vio el cuchillo e intent= echarse a un lado. No habfa tiempo para conjurar. Solo podfa intentar apartarse. Sus reflejos eran peores que los del guerrero. El cuchillo no le acert= en plena garganta, donde iba dirigido. Sin embargo se clav= en el lado izquierdo del cuello. La hechicera sinti= el dolor mßs agudo de su vida. La sangre empezaba a asomar alrededor del arma, fluyendo de forma abundante. Su reacci=n natural fue llevar ambas manos a la herida. Aunque el dolor era atroz, luch= contra el impulso de sacar el cuchillo. Sabfa que sangrarfa a·n mßs rßpido. Las piernas le temblaban por la pTrdida de sangre y la impresi=n.


Nox lleg= sin darle tiempo a reaccionar. Golpe= las corvas de su vfctima con la tibia, postrßndola de espaldas en el suelo tras un aterrizaje poco grßcil. DespuTs se puso sobre ella apoyando la rodilla contra el est=mago, impidiTndola levantarse mientras dificultaba a·n mßs la respiraci=n.




Jenna empez= a dar patadas al aire mientras aumentaba su desesperaci=n. Intent= usar la mano izquierda para apartar al mercenario mientras segufa agarrando la herida con la derecha. Carecfa de la fuerza necesaria para mover a alguien tan pesado. A·n asf le dio varias palmadas en el pecho.


Nox llev= ambas manos al cuello del vestido. Tir= con fuerza en direcciones opuestas. La tela ofreci= poca resistencia. Cuando acab= habfa rasgado la prenda por completo hasta la cadera, dejßndola abierta como si fuese una chaqueta.


Jenna not= el frfo en los pechos. Intent= agarrar el vestido con la mano izquierda, pero el mercenario simplemente tir= mßs hasta desgarrar toda la parte frontal. Los grandes senos de la hechicera quedaron al aire. Estaban algo aplastados contra el torso, pero segufan mostrßndose hermosos y apetecibles. Los coronaban dos pezones color oscuro de tama±o medio.


Nox agarr= uno de los pechos con fuerza, estrujßndolo. Como respuesta Jenna volvi= a intentar soltarse, aunque ya tenfa muy pocas fuerzas. El mercenario acerc= la cabeza a la de Jenna. La pobre tenfa parte del pelo te±ido de rojo por su propia sangre. Estaba tumbada sobre un peque±o charco con el rostro lleno de lßgrimas. El mercenario le susurr= al ofdo.


-No puedes morir sin saber esto. Voy a follarte.




Jenna se estremeci= al ver a Nox agarrando la empu±adura del cuchillo. La mujer llev= ambas manos al arma intentando mantenerla en la herida. Tir= con todas sus fuerzas, que ya eran muy pocas. Nox solo tiraba con la derecha mientras usaba la izquierda para sujetar el cuello de la vfctima en su sitio. Jenna hizo tanto como pudo, pero la fortaleza ffsica nunca fue una de sus virtudes. Tan solo pudo ralentizar un poco el proceso.


-No. No. No. No. No.


Repetfa continuamente mientras todo su cuerpo se agitaba. No solo intentaba quitarse al asesino de encima, tambiTn eran espasmos causados por el dolor. El miedo ya se habfa apoderado de ella privßndola asf de su mejor arma, la raz=n. Era incapaz de pensar en conjuros o estrategias. En el fondo sabfa c=mo iba a acabar, sin embargo sigui= intentando oponerse a la descomunal potencia ffsica del mercenario.


El cuchillo acab= saliendo por completo. Fue como descorchar una botella. La sangre sali= a borbotones. La asustada mujer intent= taparla con las manos. Arque= un poco la espalda cuando Nox le quit= la rodilla de encima. El mercenario agarr= la parte baja del vestido, arrancßndola de unos cuantos tirones para luego hacer lo mismo con la ropa interior. Asf Jenna qued= casi completamente desnuda. Solo le quedaban las mangas del vestido, los zapatos, y algunos girones de ropa. Por lo demßs el cuerpo se mostraba en todo su esplendor. Ella no era la mßs esbelta de las mujeres, pero tenfa una figura agradable con magnfficas curvas. Lucfa una mata de pelo negro, rizado, en el monte de Venus. La piel estaba muy pßlida, casi blanca, por la pTrdida de sangre.


El mercenario aprovecho para pasar las manos por los pechos, las caderas, y los muslos. Se estaba excitando al ver el cuerpo agitarse tfmidamente por el dolor acompa±ado del miedo. Tenfa tiempo para deleitarse. Aunque Jenna habfa reunido un peque±o grupo de hechiceras en la carrera hacia los dormitorios, los n=rdicos habfan estado combatiendo contra ellas mientras Nox se enfrentaba a la lfder. La mayorfa ya estaban inconscientes o atadas. Las demßs muertas. Por eso se quit= los pantalones rßpidamente, mostrando una erecci=n de tama±o considerable. DespuTs se plant= entre las piernas de la hechicera, separßndolas de varios manotazos. Iba a penetrarla cuando not= algo. Vio un peque±o resplandor dorado en la mano derecha de su vfctima.


-Un conjuro de curaci=n - se dijo


Jenna apoy= la palma de la mano en la herida. Le habfa costado horrores concentrarse en el peque±o conjuro. Estaba a punto de cerrar la herida cuando su rival la agarr= por la mu±eca. Ella intent= soltarse, solo que sus fuerzas eran escasas, ni siquiera dio la impresi=n de estar resistiendo. Tenfa los ojos abiertos, mirando al cielo. Escuch= al hombre decir "muTrete de una vez". Levant= la mano izquierda como si intentase agarrar algo que no consegufa alcanzar.


-Porà faàvor


El cuerpo sufri= un par de espasmos mßs y luego dej= de moverse. La mano izquierda se desplom= lentamente hacia el exterior. Los ojos sin vida quedaron mirando a alg·n punto en concreto del firmamento. La boca entreabierta. El cadßver tenfa manchada la mejilla izquierda, el hombro, y el pelo por el mismo lado, de sangre. De hecho habfa un charco bastante grande del lfquido rojo justo al lado. Las hermanas que lo vieron estaban horrorizadas. Jenna, una de las dos grandes hechiceras de la orden. La maestra jovial aunque algo tfmida. La que siempre encontraba un hueco en su coraz=n para mostrar compasi=n por el enemigo. La idealista que siempre habl= de la magia como un medio para ayudar a los demßs, no un poder para doblegarlos. Jenna, habfa muerto a manos de un bruto. Lo mßs inhumano estaba a punto de llegar.




Nox tenfa otros planes al principio, pero contemplar el cuerpo desnudo de Jenna le habfa dado una idea distinta al mercenario. Se coloc= sobre el torso de la joven, apoyando una rodilla a cada lado del cuerpo. De ese modo su pene qued= justo entre los generosos pechos de Jenna. Utiliz= las manos para apretarlos contra su miembro, creando un canal por el que restregarlo. Comenz= a mover las caderas follßndose las tetas de su vfctima. El cuerpo de Jenna apenas se movfa, aunque la cabeza se agitaba un poco hasta acabar con la mejilla derecha sobre el suelo, dejando a·n mßs a la vista la mortal herida del cuello. El mercenario no se lo tom= con calma. Comenz= rßpido y fue acelerando cada vez mßs. Se encontraba tan excitado que pronto estuvo al borde de la eyaculaci=n. Realizando un esfuerzo titßnico consigui= detenerse justo antes. Solt= ambos pechos para despuTs moverse hacia delante. Agarr= la melena de Jenna, levantßndole la cabeza en el proceso. Como la boca se encontraba abierta le cost= poco penetrarla oralmente. Desde luego no iba a encontrar ninguna colaboraci=n de su vfctima, ya estaba muerta. A·n asf utiliz= sus labios e incluso su lengua para seguir dßndose placer. Por unos segundos se concentr= en el rostro de la mujer. Observ= los labios dejando paso al miembro invasor. Observ= la melena agitarse por completo mientras Tl movfa la cabeza de Jenna adelante y atrßs. Fij= la vista en los grandes ojos de la hechicera, ahora con mirada perdida, sin vida. En apenas un segundo lleg= al orgasmo. El semen llen= la boca de Jenna que, evidentemente, no iba a tragar nada. Al final la boca rebos= dejando caer parte del semen por ambos lados. Cuando eyacul= hasta la ·ltima gota sac= el pene y solt= la melena, dejando al cuerpo reposar en el suelo otra vez. La parte superior del torso golpe= el suelo haciendo girar la cabeza de nuevo a la derecha. A·n mßs semen comenz= a escurrirse desde la comisura de los labios, deslizßndose por la mejilla, y llegando al suelo.




El mercenario se sent= en el suelo para descansar. Dedic= unos instantes a mirar los alrededores. Los n=rdicos tenfan la zona completamente bajo control. El ·nico foco de resistencia real se encontraba cerca del centro del complejo, en mitad del jardfn, pero quien le pagaba le habfa ordenado no acercarse allf. Por lo demßs las hermanas de la orden estaban prßcticamente reducidas. Algunas incluso estaban siendo violadas por sus captores. Otras simplemente atadas y amordazadas. Los guerreros prßcticamente celebraban la victoria. Incluso estaban ayudando a salir de las arenas movedizas al grupo que Jenna habfa atrapado. Sus compa±eros se refan de ellos. Habfan cafdo en batalla sin tener siquiera la decencia de morir luchando. Apresados todos por un mismo enemigo.


Para Nox ya no habfa incentivos. Luchar contra enemigos derrotados o inferiores le parecfa insultante. Jenna habfa sido una gran oponente. Sabfa que podfa haberle matado de ser mßs despiadada. Del resto solo la lfder, Emilie, podfa suponer un desaffo inmenso. Si tan solo le permitiesen ir a por ellaà


No era asf. Por tanto volvi= a centrar su atenci=n en el cadßver de Jenna.




Se acerc= al cuerpo. Apart= las piernas, una a cada lado, y se arrodill= entre ambas. Escuch= los gritos, la mayorfa ahogados por mordazas, de las hechiceras a·n conscientes. No querfan volver a ver como profanaba el cuerpo de su compa±era. Como respuesta solo esboz= una sonrisa de maniaco. Quienes vencfan tenfan derecho a todo. Quienes perdfan merecfan ser castigados, en vida o tras la muerte.


En lugar de tumbarse sobre Jenna para penetrarla, la agarr= por las caderas. Era suficientemente fuerte para levantarla sin mucho esfuerzo. Le cost= un poco mßs llevar el pene hasta la entrada de la vagina. Resultaba complicado al necesitar ambas manos para mantener la cadera en alto. Ademßs, penetrarla fue diffcil. Los labios estaban bien apretados. Nox no podfa saber que Jenna apenas habfa mantenido relaciones una o dos veces en su vida. Cuando lo consigui= fue una autTntica delicia. Casi como desvirgar a una jovencita. Comenz= a bombear de inmediato, empujando con las caderas mientras tiraba hacia sf mismo con los brazos.


Las piernas de Jenna colgaban desde la altura de la cadera de Nox, con ambos zapatos apoyados en el suelo. Se flexionaban adelante y atrßs respondiendo al vigor de las penetraciones. Del torso solo los hombros reposaban en el suelo. Tenfa los brazos mßs o menos abiertos en cruz. Los generosos pechos cafan hacia la barbilla, pero botaban fuertemente con cada sacudida. Cada hombre de los alrededores se preguntaba como una mujer de senos tan espectaculares podfa vestir de forma tan conservadora. Un vestido con escote le habrfa sentado de maravilla. Claro que ahora la estaban viendo desnuda, poco les importaba. El rostro, evidentemente, no se habfa alterado, aunque se movfa un poco, como si asintiese con cada embestida, ayudando asf a extender el semen un poco mßs por la mejilla.


Nox se cans= de la postura. Sostener el cuerpo de Jenna no era problema para un hombre fuerte como Tl, pero habfa posiciones mßs c=modas. Sin mßs, solt= las caderas dejando el cadßver caer al suelo de espaldas. Levant= ambas piernas hasta apoyarlas en sus hombros. De este modo tuvo fßcil acceso para volver a penetrarla con fuerza. Al hacerlo se inclin= hacia delante. Las rodillas de Jenna llegaron a tocar sus preciosos pechos. De haber estado viva, la presi=n en las articulaciones unida a la fuerza de las embestidas habrfan resultado muy dolorosas.


Aunque el mercenario se habfa corrido hace poco, no hizo ning·n esfuerzo por aguantar. Tom= a la hechicera con fuerza, cual animal en celo, forzando a agitarse todo el cuerpo. Acab= con una serie de gru±idos que precedieron a la segunda eyaculaci=n. DespuTs, tras unos segundos de pausa, se reincorpor=, dejando las piernas desplomarse hasta el suelo, y se subi= los pantalones. Era hora de buscar otra presa, aunque allf no iba a encontrar nada interesante si no podfa acercarse a Emilie.



Emilie habfa conseguido hacer retroceder al contingente principal de los n=rdicos. Incluso si eran valientes de forma casi est·pida, todos estaban viendo lo absurdo de seguir atacßndola. Aquella joven era peor que una estampida. A su alrededor solo habfa destrucci=n. Muchos se preguntaban c=mo era posible mantener alejado a Nox de esa zona. Claro que era el plan del jefe.


Una vez despejada la zona, la hechicera respir= hondo un par de veces. A pesar de su enorme poder mßgico se cansaba como todo el mundo. El sudor comenzaba a perlar su frente. Necesitaba hacer unos cuantos esfuerzos mßs. Dio la vuelta para observar el campo de batalla. Algunos flancos, los cercanos a ella, se mantenfan bien. Los demßs no. La mayorfa de las hechiceras no era capaz de combatir sin conjurar directamente contra el enemigo. Ademßs, buena parte de ellas tampoco debfa haber recibido advertencia alguna. Mir= la mansi=n, donde estaban los dormitorios. Salfa humo de algunas ventanas. Los n=rdicos habfan llegado. Jenna habfa ido en esa direcci=n pero en el lugar no se vefa ning·n indicio de batalla seria. Debfa haber ocurrido algo. Recorri= visualmente todo el camino desde el punto donde se habfan separado hasta los dormitorios. Tal vez su amiga hubiese encontrado alg·n foco de resistencia u otro problema inesperado. Acab= viendo el cuerpo de Jenna, prßcticamente desnudo, en el suelo. Aunque no lo sabfa, tuvo la fortuna de no mirar unos minutos antes, cuando Nox estaba abusando del cadßver. Tenfa ganas de llorar. Sus compa±eras estaban siendo apresadas o asesinadas. Debfa volver. No importaba si era una batalla que debfa ganar ella en solitario. Acababa de perder a Jenna, su mejor amiga desde siempre, y ni siquiera disponfa tiempo de lamentarlo. Apretando los pu±os, con lßgrimas en los ojos, dio la vuelta.


El vendaval de destrucci=n desencadenado por Emilie fue incluso superior al anterior. Descarg= conjuros con tanta potencia que el flanco norte del perfmetro qued= completamente libre de enemigos. La joven volvi= a darse una peque±a pausa. Necesitaba recobrar el aliento. Cuando lo consigui= se encamin= a los dormitorios. Las novicias y su propia hermana estaban allf. Salvarlas debfa seguir siendo la prioridad absoluta. Comenz= a andar cuando una esfera de medio metro de dißmetro, compuesta completamente por fuego, explot= en su costado. Las llamas devoraron casi diez metros en los alrededores. Cuando se consumieron, cuando el humo de los escombros se asent=, pudo verse la destrucci=n. Hierba y arbustos habfan quedado reducidos a cenizas. El suelo se habfa revuelto. Todo excepto la zona inmediatamente alrededor de Emilie. Habfa tenido el tiempo justo para alzar un escudo. No esperaba un mago entre los agresores. En el norte tenfan mßs bien pocos. Busco rßpidamente hasta dar con el nuevo enemigo. El hallazgo le resulto de lo mßs desagradable.


-íSiric!




El hombre, poco mßs alto que Emilie, a·n estaba apuntßndole con la mano derecha. Era completamente calvo, sin pelo siquiera en las cejas. Vestfa una t·nica negra con hombreras doradas. TambiTn llevaba colgando el maldito amuleto que protegfa a los atacantes de la magia. Aparentaba tener alrededor de cincuenta a±os, pero habfa prolongado su vida de forma antinatural. Se sabfa que contaba al menos con doscientos inviernos. No era desde luego un desconocido. Emilie se lo habfa encontrado en su primera misi=n para la orden. En aquella Tpoca a·n era Michelle, su madre, quien la dirigfa. En principio debfa haber sido una misi=n sencilla, de aprendizaje. Michelle debfa evaluar cierto artefacto recientemente descubierto en las ruinas junto a un peque±o pueblo. Una vez allf se encontraron con Siric, uno de los hechiceros mßs buscados del mundo. El artefacto result= ser una especie de varita que abrfa un portal al inframundo. Un portal que, dadas las oscuras artes de Siric, le habrfa permitido organizar una invasi=n a gran escala. Un autTntico megal=mano. La batalla habfa empezado bien para Tl. Su peque±a mirfada de ac=litos habfa conseguido dejar sin sentido a Michelle, aunque no sin antes caer hasta el ·ltimo de ellos. Emilie habfa quedado sola para combatir contra Siric. Una chiquilla. Una novata. Un autTntico prodigio. Habfa conseguido poner a Siric en retirada tras un largo combate. Ahora debfa repelerlo otra vez.




-+Me echabas de menos?


Tras esas palabras volaron decenas de flechas ßcidas en direcci=n a Emilie. La hechicera desvi= todas con un golpe de viento que proyect= a Siric hacia atrßs. El amuleto habfa deshecho el conjuro, pero sus efectos habfan sido lo bastante fuertes para tumbarle.


-+T· has organizado esto? - Emilie apret= los pu±os -+T· le has hecho eso a Jenna?


Siric se levant= de forma ßgil para su edad.


-+No te gusta mi peque±a fiesta? He tardado a±os en prepararla. Primero buscar una tribu de driadas entera. Necesitaba sus corazones para hacer pasar la barrera a mis hombres, y no me bastaban con un par. Claro estß, primero debfa contratar gente capaz de hacer el trabajo, porque gracias a ti ya no consigo ning·n aprendiz. Mi reputaci=n no es lo que era. Cuando conseguf a los hombres necesitaba una mano derecha para evitar problemas. Convencer a Nox fue bastante diffcil.


Emilie habfa ofdo hablar de Nox. Si no habfa sido Siric el encargado de luchar con Jenna, debfa haber sido ese otro malnacido.


-+Y todo por venganza?


-No. Quiero reclamar Sharm para mf. Sois una pieza clave para invadir el resto de este continente. Resultßis molestos, enviando refuerzos a otros reinos, bloqueando pasos, organizando alianzas. Eso sin contar que t· escondiste el cetro que me permitirfa obtener un peque±o ejTrcito de demonios. Asf que voy a vengarme de la humillaci=n, no te quepa la menor duda, pero lo mßs importante es destruir la maldita barrera.




Erin corrfa por el pasillo. Bloquear la entrada con escombros les habfa dado a ella y a sus compa±eras una oportunidad de escapar, pero segufa sin ser un camino de rosas. Los invasores entraban por las ventanas. El grupo habfa empezado siendo una treintena, pero ya habfan perdido a diez. Esos n=rdicos aparecfan de pronto y las atrapaban. El grupo habfa tratado de reaccionar las primeras veces lanzando sus conjuros contra aquellos bßrbaros. De nada servfa. Cada hechizo se disolvfa en el aire sin llegar a funcionar.


Erin conocfa bien los pasillos. Abrfa la marcha. Habfa decidido evitar las paredes que daban al exterior. En lugar de eso recorrfan el interior en direcci=n a la salida trasera. Al doblar una esquina encontraron a otros cinco n=rdicos. Se abalanzaron sobre ellas de inmediato. Las j=venes intentaron escapar desordenadamente. Chocaron entre ellas mientras se cortaban la retirada unas a otras. Cuando quisieron darse cuenta ya habfan cafdo prisioneras cinco mßs. Una sexta intent= golpear al primero de los agresores. Ocurri= lo que suele ocurrir cuando una persona normal ataca a un profesional. Una espada la atraves= a la altura del est=mago. No se molestaron en rematarla, dejaron que se retorciese de dolor en el suelo mientras las demßs corrfan.


Llegaron a la cocina. A·n habfa bandejas de comida en las mesas. Por desgracia tambiTn habfa un par de guerreros allf. Cuando vieron a las chicas desenvainaron las armas. Erin lanz= una llamarada contra ellos. Como siempre el fuego se deshizo en el aire. Uno de los guerreros plac= a la novicia mßs cercana. El siguiente se puso en la puerta de salida. Erin pens= rßpido. Apunt= con las manos a la cuberterfa. Utiliz= uno de sus conjuros para levantar cuchillos y cucharas y arrojarlos contra el enemigo. El hechizo tambiTn se disip=, pero los improvisados proyectiles ya llevaban todo el impulso necesario. El hombret=n acab= con cerca de una veintena de objetos clavados en el torso. Las chicas echaron a correr. Erin dio la vuelta para intentar liberar a la que habfa sido atrapada por el otro guerrero. No tuvo tiempo, otros asaltantes ya las persegufan. Con lßgrimas en los ojos necesit= decidir. Sigui= a sus compa±eras derribando nuevamente el techo tras ella.


Mientras corrfan escuchaban gritos de batalla en el exterior. Todas las novicias estaban aterradas. Incluso Erin, ya una miembro de pleno derecho de la orden, tenfa miedo. Carecfan de experiencia en combate. Tan solo sabfan utilizar sus hechizos, muchos de ellos in·tiles en combate. De haber sido las cosas distintas, a partir de los pr=ximos dfas Erin habrfa comenzado a realizar peque±as misiones acompa±ada de alguna veterana. Asf poco a poco se habrfa ido curtiendo. Ya no tenfa esa ocasi=n. Debfan encontrar la forma de salir de ese infierno.


Finalmente llegaron a la puerta de atrßs. Estaba mßs o menos despejada, pero a unos veinte metros en el exterior habfan varias patrullas n=rdicas. En los alrededores la mayorfa de hechiceras habfa sido apresada. Otras cuantas yacfan muertas atravesadas por flechas o con cortes de espada o hacha. Cada vez eran menos las que segufan combatiendo.


-Sin magia estamos perdidas.


Erin habfa procurado susurrar solo para sf misma, aunque la escucharon todas. Daba igual dejarse capturar en el interior del edificio o fuera en campo abierto. Necesitaban hacer algo rßpido. Antes o despuTs los asaltantes encontrarfan otro camino a travTs del edificio, o quitarfan los escombros, o alguna de esas patrullas se acercarfa tambiTn a la puerta trasera. No podfan salir y combatir, supondrfan un estorbo para sus ya desbordadas compa±eras. Tampoco podfan escapar. En cuanto las viesen se les echarfan encima.


-En cuanto nos vean se nos echaran encimaà


Erin hablaba para sf misma. Podfa hacerse invisible. Sus compa±eras no. Era un conjuro propio de ilusionistas, un estilo bastante distinto al de la orden. Ella solo lo conocfa por la pasi=n con la que siempre se habfa dedicado a la magia. Se sinti= tentada de desaparecer, escapar del horror. Hacerlo significaba abandonar a las demßs a su suerte. Debfa recordar que ahora ella debfa cuidar a las novicias. Era su responsabilidad aunque algunas fuesen incluso unos meses mayores que ella. Su responsabilidad.


-En cuanto me sigan, corred hacia el bosque.


Las chicas iban a intentar protestar, pero Erin no les dio tiempo. Sali= corriendo a mitad del jardfn. Extendi= ambas manos hacia grupos de n=rdicos distintos. De las palmas surgieron esferas de fuego que volaron hasta impactar en el suelo a pocos metros de los hombres. La joven habfa aprendido algo en el interior del edificio. Los conjuros se deshacfan al impactar en aquellos hombres, pero podfa utilizar algunos efectos secundarios como escombros u objetos que saliesen volando. El grupo mßs cercano cay= derribado por la violencia de la explosi=n. El otro grupo tuvo tiempo para protegerse con sus peque±os escudos. Hubo heridos a ambos lados. Desde luego habfa llamado la atenci=n de los invasores.


Erin les vio se±alarla. No paraban de gritar instrucciones. Se asust=. Comenz= a correr bordeando el edificio principal hacia el jardfn donde hace poco habfan estado celebrando su fiesta. Parecfan haber pasado a±os desde entonces. Cuando quiso darse cuenta tenfa varias docenas de perseguidores, todos mßs rßpidos y mßs fuertes que ella. Se daba la vuelta para arrojarles golpes de viento. Convertfa el suelo en arenas movedizas. Invocaba enredaderas para atraparlos. Con gran esfuerzo consegufa mantenerlos a cierta distancia. No era suficiente para despistarlos. A·n asf consigui= darle una oportunidad al grupo de novicias que le habfa seguido. Con suerte llegarfan a los ßrboles para luego conseguir escapar. Ella buscarfa alg·n foco de resistencia para unirse al combate.




Emilie y Siric ya estaban enzarzados en un combate demasiado peligroso para que nadie osase siquiera acercarse. Siric no dejaba de apuntar con las manos hacia la joven lanzando rayo tras rayo. Era el conjuro mßs rßpido que conocfa. Emilie mantenfa la mano izquierda alzada, creando escudos mßgicos que absorbfan los ataques de su enemigo. Asf tenfa tiempo para preparar su contragolpe. Ya habfa probado a lanzar proyectiles de energfa. Eran in·tiles. Siric ni siquiera hacfa por defenderse. El amuleto que llevaba al cuello los volvfa inofensivos juegos de luces. Prob= un enfoque mßs destructivo. Alz= la mano derecha cerrando el pu±o de golpe. Alrededor de Siric las rocas se levantaron en dos grandes bloques dirigidos el uno contra el otro. Ambas rocas iban a golpear aplastando al hechicero. Este reaccion= alzando ambas manos hacia los lados. Las rocas explotaron mandando escombros por todos los alrededores.


Emilie hizo un gesto circular con el dedo fndice. Desde el suelo salieron multitud de enredaderas que se enrollaron primero en las piernas de Siric para seguir ascendiendo como si quisieran envolverle por completo. El hechicero chasqueo los dedos prendiendo en llamas las plantas. Sufri= algunas quemaduras menores al hacerlo, pero Tl tambiTn estaba acostumbrado a combatir. Apunto ambas manos hacia Emilie mientras no dejaba de chasquear.


Emilie alz= un escudo rodeßndose por completo. Fue justo a tiempo porque las llamas llegaron a ella en todas direcciones. La envolvieron. El escudo aguantaba pero no impedfa que la temperatura subiese. No podfa quedarse allf.


Siric presinti= que algo fallaba. Detuvo las llamas. Dentro no habfa nada. Se dio la vuelta. Las hechiceras de la orden de la nieve solfan desmaterializarse para aparecer a la espalda y atacar. Allf tampoco habfa nadie.


Emilie se materializ= encima de Siric. Cre= una lanza de piedra que simplemente dej= caer sobre la cabeza de su enemigo. Siric lo percibi= en el ·ltimo momento. Levant= las dos manos creando un escudo invisible. La lanza result= mßs grande de lo esperado, requiri= de mucha energfa para no aplastarse contra el suelo. Emilie se materializ= entonces delante. Con la mano izquierda hizo un gesto ascendente levantando otra gran roca a unos dos metros. Con la mano derecha dio una especie de pu±etazo al aire. Consigui= crear un golpe de viento de enorme potencia que, a pesar de disiparse, golpe= de lleno a Siric. El hechicero sali= volando disparado contra la roca que la joven habfa creado a su espalda. Fue un impacto doloroso que habrfa resultado mortal de no conseguir Siric crear su propio golpe de viento para frenar el golpe. A·n asf se estamp= de espaldas escupiendo algo de sangre por la violencia del impacto.


Siric empez= a gesticular con ambas manos de forma decidida y furiosa. Emilie vio la tierra revolverse hasta que apareci= un sin fin de cadenas oscuras desde todas direcciones. Cada cadena sali= disparada hacia ella. La joven conjur= varios escudos intentando defenderse. Las cadenas se movfan como serpientes de forma rßpida y ca=tica. Costaba mucho seguir sus trayectorias. Apenas daba abasto para protegerse. Los escudos recibfan tantos impactos que acababan por resquebrajarse. Necesit= volver a desmaterializarse una vez tras otra. Cuando aparecfa Siric aprovechaba para lanzarle un rayo. En ese momento requerfa conjurar nuevos escudos contra los que las cadenas se estrellaban continuamente y necesitaba volver a desaparecer para repetir el ciclo otra vez.


Siric estaba tan impresionado como molesto. La reserva de magia de su oponente parecfa no tener fin. Cada desmaterializaci=n, cada escudo, cada conjuro realizado anteriormente, cada n=rdico abatidoà todo requerfa magia. A·n asf segufa luchando sin descanso.


Emilie habfa estado acumulando mßs magia desde el principio. Poco a poco. Tenfa que aprovechar cada ßpice para seguir conjurando. Sus reservas estaban lejos de agotarse, pero acumularlas para realizar sus hechizos requerfa precisi=n. Si querfa acumular un poco mßs de la cuenta para contraatacar necesitaba calcular a la perfecci=n cada peque±o esfuerzo. Al final se sinti= preparada. Apareci= de nuevo abriendo de golpe ambos brazos en cruz. Todos los alrededores se inundaron de fuego lo suficientemente caliente para fundir todas las cadenas a la vez. Ademßs Siric era incapaz de ver nada a travTs del fuego, no sabfa d=nde se encontraba su enemiga. No lo supo hasta ver una lluvia de piedras y escombros cayendo sobre su cabeza. No podfa creerlo. Una joven con apariencia de princesita le estaba ganando. La chica ni siquiera podfa conjurar directamente contra Tl y a·n asf le estaba derrotando con cierta claridad. En aquella ocasi=n fue Tl quien se desvaneci=.


Emilie par= para retomar el aliento. Miro alrededor. Era imposible saber donde debfa haber ido aquel bastardo. No podfa hacer nada a parte de esperar y permanecer alerta. Antes o despuTs recibirfa un ataque. Entonces tendrfa la ocasi=n de contraatacar. Mientras tanto permanecerfa alerta y seguirfa despachando al resto de asaltantes. Busc= con la mirada el sitio donde mßs podfan necesitarla. Se sobresalt= de inmediato.


-íErin!




Erin habfa seguido corriendo hasta aparecer en la fachada frontal del edificio. Una vez allf se habfa visto rodeada. Tenfa enemigos en todas direcciones. Corriese hacia donde corriese darfa de frente contra ellos. Se asust=. Retrocedi= hasta apoyar la pared contra el edificio. Mir= de un lado a otro nerviosamente. Aterrorizada levant= ambos brazos. Comenz= a lanzar mßs bolas de fuego en todas direcciones. Desencaden= un peque±o infierno en los alrededores. Algunos de los proyectiles explosivos iban directos contra sus agresores, deshaciTndose antes de impactar. Otros muchos se estrellaban en el suelo, en los ßrboles, incluso en las paredes. Los escombros resultantes se convertfan en metralla que herfa a varios enemigos. Guerreros curtidos como ellos no eran capaces de acercarse con ciertas garantfas a una muchachita.


-íDejadme a mf!


Nox se abri= paso entre la multitud. Erin mir= al desconocido. No sabfa quiTn era. Solo sabfa que era el mßs amenazante del grupo. TambiTn se fij= en algo mßs. Era el ·nico que no llevaba ninguna clase de amuleto encima. Se le ocurri= pensar


-+Y si la magia funciona con Tl?


Le lanz= un peque±o proyectil mßgico con forma de pelotita roja. El guerrero lo esquiv= como si realmente fuese peligroso. Eso le dio algo de esperanza. Lanz= otra bola de fuego. Nox corri= hacia Erin. Con la carrerilla le fue sencillo saltar el proyectil por encima. Erin se puso mßs nerviosa al verlo cerca. Quiso conjurar algo mßs. Una bola de fuego. Un proyectil. Una flecha. -cido. Fuego. Tenfa tantos hechizos en mente que no sabfa cual escoger. Al final decidi= crear una gran llamarada delante. Para entonces Nox ya estaba cerca. Apart= los dos brazos de la muchacha con un solo manotazo. Estando tan cerca le dio un rodillazo en el est=mago. Erin jamßs habfa recibido un golpe en su vida. No sabfa que debfa expulsar el aire antes de recibirlo. Como resultado, ademßs de un dolor tremendo que se extendi= por todo el vientre, se qued= sin respiraci=n. Cay= de rodillas al suelo con una mano en el est=mago y la otra ayudßndole a mantener el equilibrio. Tenfa los ojos como platos con las primeras lßgrimas empezando a caer. Abri= la boca tratando de respirar.


Nox le dio una segunda patada en el est=mago. Fue tal la fuerza que durante un momento la chica estuvo a punto de levantarse del suelo lo suficiente para quedar en pie.


Erin se dej= caer del todo. Dio la vuelta para quedar boca arriba. Vio el rostro de Nox. Levant= la mano pidiendo que se detuviese. Aunque era incapaz de hablar movfa la cabeza de un lado a otro en claro signo de negaci=n.


El mercenario sinti= irß. Al escuchar los gritos de sus compa±eros habfa pensado que a·n quedaba una rival digna. Ahora vefa su error. Aquella muchacha tenfa un poder inmenso pero carecfa de formaci=n en combate.


-íMaldita zorra!


Levant= la espada para atravesar el coraz=n de la chica. Entonces todos escucharon el grito de Emilie.




Emilie habfa visto a su hermana rodeada y golpeada. No habfa forma en que Erin saliese de esa por sus medios. íEra tan joven!, jamßs habfa tomado parte en batalla alguna. Sin embargo quien la habfa derribado estaba a punto de rematarla. Emilie perdi= la objetividad en aquel mismo instante. Debfa salvar a su hermana. Alzo ambas manos en direcci=n a ella.


Alrededor de Erin surgi= un peque±o tornado que lanz= a Nox contra la pared. Luego fue creciendo para alejar tambiTn a todos los demßs. Aunque los amuletos deshacfan el conjuro cuando lo tenfan cerca, Emilie lo rehacfa como si no hubiese ocurrido nada. Mientras tanto corrfa hacia ellos.


Siric apareci= delante de Emilie con los dedos apuntßndola. La hechicera no tuvo tiempo de detenerse o de conjurar. Siric lanz= un rayo directo contra ella.


Emilie recibi= el conjuro de lleno. Sin escudos, sin defensas. Sinti= la electricidad recorrer todo el cuerpo. Los brazos se agitaron descontroladamente mientras el resto de su anatomfa tambiTn temblaba. Arque= la espalda a la vez que empezaba a gritar. Ella si habfa participado en otras batallas, pero jamßs la habfan electrocutado. Jamßs habfa registrado dolor en cada uno de sus nervios a la vez. Jamßs habfa perdido el control de todos sus m·sculos a la vez.


Siric control= bien la intensidad. No querfa detener el coraz=n ni causar quemaduras serias, pero si una gran agonfa. Mantuvo el rayo constantemente durante un interminable minuto. Era el mejor mTtodo para reducir a Emilie. Por un lado el dolor la impedfa pensar. Si no podfa pensar no podfa conjurar. Por otro lado la descarga tampoco la dejaba moverse en modo alguno. El hecho de hacerla sufrir era solo un afortunado extra.


La descarga par=. Emilie se tambaleaba en pie. La ropa echaba algo de humo. Sus m·sculos segufan sufriendo espasmos de forma errßtica. Tenfa la boca abierta con saliva escurriTndose por ambos lados. De pronto comenz= a aparecer una mancha de orina en la falda del vestido. El lfquido se desliz= hacia abajo manchando tambiTn las medias hasta acabar en el suelo. La joven sufri= un par de fuertes espasmos mßs antes de caer al suelo. Primero de rodillas, luego se inclin= atrßs hasta quedar encima de sus propios talones. Intent= mover las manos pero le temblaban demasiado.


-Ahhhhh


Gir= la cabeza de un lado a otro mientras no dejaba de agitarse en el suelo. Siric lleg= a su lado y se agazap=. Extendi= la mano para cubrir el rostro de la joven.


-Duerme.


Ella no querfa dormirse, pero tampoco pudo resistir el hechizo.



Emilie despert=. Estaba en una habitaci=n oscura, amplia, y con paredes de piedra. La reconoci= enseguida. Era la bodega donde guardaban el vino ademßs de otros licores. No quedaba un solo barril o botella. Los n=rdicos habfan estado celebrando su victoria. Victoria. El coraz=n de Emilie se descompuso solo al pensarlo. Todas las hermanas debfan haber cafdo. Serfan prisioneras o estarfan muertas, como la pobre Jenna. Entonces pens= en Erin. +La habfan matado tambiTn? Intent= moverse. Fue cuando descubri= que tenfa las manos atadas al techo. Eso explicaba porque le dolfan los hombros. A penas llegaba con los pies al suelo, eso sin contar que debfa haber estado colgando durante los dioses sabfan cuantas horas. Para remediarlo intent= apoyar los zapatos por completo. Solo consigui= sostenerse con las puntas. Hasta ese momento no se habfa dado cuenta. Segufa llevando los pendientes y los zapatos. Nada mßs. Se encontraba completamente desnuda. Los pechos, coronados por dos peque±os pezones rosados, quedaban a la vista para quien quisiese mirar. No habfa forma de cubrirlos. TambiTn era claramente visible el vello p·bico, rizado y de color rubio oscuro. Su preciosa anatomfa estaba expuesta como un trofeo. La piel suave y tersa, la melena a·n recogida en el mo±o tras la coronilla, los senos, los gl·teos, las piernas. Absolutamente todo. Consigui= reprimir las ganas de llorar.


-Ya estßs despierta.


Era la voz de Siric. Estaba allf mismo a unos metros tras su espalda. Ella intent= soltarse. Reuni= energfa mßgica dispuesta a quemar a ese malnacido. No ocurri= nada. La magia no acudi= a ella.


-Oh, intentas conjurar. - se ech= a refr. - No puedes. +No te has fijado en tu nueva joya?


Emilie miro hacia arriba, a las manos. En la mu±eca izquierda llevaba una pulsera de algo parecido al Tbano.


-Toda tu magia va directamente desde tu pulsera a la mfa.


Ella no podfa verlo, pero Siric se±al= una pulsera de color rojo sangre.


-La magia de todas las hechiceras de la orden, las que no han muerto, me estß nutriendo. +No es maravilloso? Solo con tu energfa o la de tu hermana podrfa aguantar luchando durante meses, pero tengo las vuestras y las de todas las demßs.


Emilie se puso a·n mßs nerviosa, aunque al menos sabfa que Erin segufa viva. Decidi= ocultar el miedo o el nerviosismo


-íSuTltame ahora mismo!


Siric comenz= a refr mientras rodeaba a la joven. Pronto apareci= por la derecha. Emilie necesit= verle para recordar que Tl tambiTn la vefa a ella. Estaba desnuda. No podfa hacer nada para cubrir los pechos. Lo ·nico que podfa hacer era intentar cubrir la vagina. Cruz= una pierna por delante de la otra. A·n podfa verse buena parte del monte de Venus, pero en esas circunstancias era incapaz de cubrirse mejor.


Siric al final qued= frente a ella. Contempl= cada centfmetro de cuerpo. Desde luego le gustaba lo que vefa. Emilie no tard= en sonrojarse.


-íCerdo!


El  hechicero volvi= a reirse.


-Pero si no es culpa mfa. Tenfas el vestido manchado de barro. Ademßs - tap= un lado de la boca como si quisiera que solo Emilie escuchase - te habfas meado encima.


Emilie no recordaba mucho despuTs del rayo. Dolor, calor, luz. A pesar de todo se sinti= avergonzada. Imagin= a todos los asaltantes riTndose de ella. No era solo eso. Todas las hechiceras a·n vivas tambiTn la habrfan visto. Incluso Erin la habrfa visto. Intent= mantener la compostura.


-+QuT quieres de nosotras?


Siric se acerc= unos pasos mßs. Estaba evidentemente excitado. Dedic= unos segundos a explicarse. +Por quT no? Ya habfa vencido. Toda victoria era mejor cuando iba acompa±ada de alguna explicaci=n. No le bastaba con da±ar el cuerpo o con vencer. Querfa hacer da±o a sus vfctimas mßs allß de lo meramente ffsico.


-Ya te lo dije. Quiero destruir la barrera.


Emilie neg= con la cabeza.


-No puedes hacer eso. No caerß con ning·n conjuro. No hay un ritual para romperla.


-Oh, pero hay otro mTtodo, +verdad?


Emilie abri= mßs a·n los ojos. Mir= asustada, horrorizada, al hechicero.


-+QuT sabes t· de eso?


-Todo, peque±a, lo sT todo. ST tanto de la barrera como t· misma.


-No. Mientes.


Siric se acerc= a Emilie.


-+Recuerdas que pocos meses despuTs de nuestro primer encuentro tu madre desapareci= realizando una de sus misiones? Yo la capturT. Era una gran hechicera, como t·. No habrfa podido vencerlaà pero drogar su cena result= sencillo. DespuTs la torturT hasta hacerla hablar. Siento ser yo quien te diga que hasta ella disfrut= esa parte. Luego la matT.


-íMientes! Madre nunca te contarfa nada.


Siric se coloc= justo junto a ella. Agarr= uno de sus senos aunque Emilie se revolviese con todas sus fuerzas. Estaba completamente indefensa.


-T· eres a·n mßs hermosa que ella. +Quieres saber lo que le ocurri=?




Siric comenz= a relatar su historia sobre la madre de Emilie. La joven hechicera recordaba bien a Michelle. TambiTn era rubia con los ojos azules, aunque tenfa el pelo muy rizado, casi siempre con la raya en medio, largo hasta debajo de los omoplatos a excepci=n de un mech=n largufsimo que llegaba a la cadera por el lado derecho. Habfa desaparecido teniendo poco mßs de cuarenta a±os, asf que su rubio ya no era tan brillante pero tampoco mostraba canas. Era mßs alta que Emilie, de complexi=n delgada. Quizßs no tenfa tantas curvas como sus hijas, pero su porte tambiTn era muy grßcil y elegante. El rostro de rasgos finos. Los labios generalmente pintados de rojo apagado. Lo que Emilie no podfa saber, aunque si intuir, era el atuendo que vestfa Michelle cuando desapareci=. Era un vestido sencillo. La parte de arriba era una especie de estampado de flores de distintas tonalidades de verdes oscuros con algo de escoge en forma de U. Un poco por encima de la cadera empezaba la falda de color vainilla, con mucho vuelo, que llegaba hasta dejar ver unas botas de viaje verdes oscuras con el tac=n justo para no resultar inc=modas. Cubriendo los hombros y los brazos llevaba una capa gruesa de color rojo muy oscuro, casi marr=n.


Emilie tenfa muy gratos recuerdos de una madre severa pero cari±osa y comprensiva. Los recuerdos de Siric eran bien distintos. Hablaba disfrutando de cada palabra, burlßndose.


-Allf estaba ella. DespuTs de sellar unas ruinas peligrosas habfa emprendido el camino de vuelta. Par= a hacer noche en una posada. Solo me cost= un par de monedas de oro hacer que el posadero drogase la cena. Tenfas que haberla visto cuando se desplom= en la mesa. Un poco mßs y la cabeza le cae en el plato. Me ofrecf a llevarla al curandero mßs cercano. Hasta me ayudaron a cargarla en un carro de paja que acababa de robar. Buenoà no lo robT, matT a su propietario.


Emilie imagin= a la gente tratando de ayudar a una persona que perdfa el conocimiento s·bitamente. Siric parecfa disfrutar degradando cada acto de bondad con el que se topaba.


-Yo tenfa un peque±o escondrijo cerca. Nada grande. Algunos libros, comida, y una cßmara de tortura. La atT en un altar de piedra, tumbada encima, con manos y piernas bien amarrados en forma de cruz. Oh - se llev= la mano a la frente - olvidaba decirte que ya la habfa desnudado. He de decir que tenfa mßs pelo que t· en el co±o. Eso sf, un cuerpo de primera para su edad.


Emilie no querfa seguir escuchando. No necesitaba saber del sufrimiento de su madre.


-íCalla! Eres un bastardo y conocerßs el infierno por esto.


Siric agit= la mano derecha quitßndole importancia a las palabras de la joven. Desde luego estaba consiguiendo justo la reacci=n que esperaba. Para seguir consiguiTndolo debfa mostrar a·n menos empatfa, menos respeto. Si respondfa a las rabietas de su prisionera podrfa increparla menos.




-Me juzgas demasiado perversamente. Me portT como un caballero con tu madre. Verßs, la despertT con la delicadeza que merecfa. Un buen latigazo en las tetas. Al principio no grit=. Despert= sobresaltada. Mir= ambos lados. Creo que no entendfa muy bien lo que estaba ocurriendo. Para aclararle las ideas seguf dßndole latigazos. Entonces sf que empez= a gritar. Ojala la hubieses escuchado. Cada golpe, cada nuevo corte en su delicada piel, la hacfa gritar. Todo el cuerpo era sensible, pero cuando la golpeaba en las tetas o en los muslos se agitaba mßs. Luego probT a darle en el co±o. Se desmay= con solo tres latigazos allf. +Es igual de blanda toda tu familia?


Emilie ya tenfa lßgrimas en los ojos. Pasar de la imagen mental que guardaba de su madre, la de una mujer angelical, a pensar en una pobre mujer indefensa recibiendo latigazos era demasiado.


-La despertT con un cubo de agua helada. Eso sent= bien a sus pezones. Al resto del cuerpo no tanto. Parece que fui descuidado y echT algo de sal dentro. Dicen que escuece mucho en las heridas. A juzgar por los nuevos gritos y por como intentaba soltarse de las ataduras, debe ser cierto. Fue cuando le preguntT quT habfa hecho con mi varita. Respondi= porque, como sabes, la informaci=n me era in·til. Te la habfa dado a ti para que la dividieses en pedazos. A·n asf lo tomT como una buena se±al. Si habfa cedido tan rßpido quizßs fuese a darme un interrogatorio sencillo. Le preguntT por la barrera.


Siric neg= con la cabeza entonces. Segufa disfrutando de la historia. Jamßs pens= que fuese tan gratificante contßrsela a la hija de la vfctima, pero las reacciones faciales de la joven eran exquisitas.


-No hubo manera. Tu madre era terca como una mula. Le llenT el cuerpo de latigazos. DespuTs usT una daga muy fina. Le arranquT trozos de piel de la espalda, le hice cortes en los muslos. Nada. La estrangulT con las manos hasta dejarla casi inconsciente. Muy divertido, pero no soltaba prenda. ProbT a lanzarle rayos como he hecho contigo. Ella lloraba y lloraba, gritaba. Lleg= un momento en que conseguf quebrarla hasta el punto que me suplic= detenerme. Le ofrecf hacerlo. Tan solo debfa hablarme sobre la barrera. En lugar de hacerlo volvi= a guardar silencio.


Siric se encogi= de hombros. Su espectadora mientras tanto ya lloraba libremente.


-Calla de una vez.


Fue cuanto acert= a decir entre lßgrimas. Quizßs sabfa que Siric esperaba justo eso, pero el relato era demasiado desgarrador para ella. Siric sonri= antes de seguir.




-Imagino que comprenderßs mi tesitura. La familia real me expuls= de este reino hace generaciones. Yo quiero volver, usarlo  como punto de inicio para tomar este mundo. La varita me es necesaria, pero ahora tendrT que combatir para conquistar el reino antes. +C=mo iba a hacerlo con la barrera? A·n asf tu madre no cedfa. Entonces pensT, +Y si me estaba equivocando de mTtodo? Tal vez existfa otro camino mejor. RebusquT entre mis cosas. Tenfa una botella entera de nTctar de ninfa. Verßs, t· no lo conoces, tu magia es demasiado blanca para estas cosas. Es muy diffcil de conseguir. Necesitas capturar una ninfa y desangrarla. Cuando muere debes quemar su cadßver, triturarlo, y mezclarlo con la sangre. Un solo trago hace que cualquier persona tenga ganas de follar durante horas. Como tu madre era una mujer de gran fuerza de voluntad, le hice beber la botella entera. Imagino que de haber tenido su magia habrfa hecho algo, pero tambiTn llevaba puesta una de mis pulseras.


Agarr= a Emilie por la mandfbula forzßndola a mirarle a los ojos.


-Ojalß tuviese mßs para ti. Las cosas que ibas a suplicarme hacerte. Me encantarfa ver tu rostro desquiciado por el placer y el deseo.


Emilie aprovech= para escupirle. Siric se limpi= con la otra mano antes de soltar la mandfbula.


-No seas mal educada.


Suspir= mientras intentaba recordar por donde habfa dejado el relato.


-Al principio tu madre no se movi=. No sT si pretendfa mantener la dignidad, pero sus pezones se pusieron tan duros que temfa cortarme si los tocaba. Ah, y su co±o se moj= mßs rßpido de lo que jamßs he visto hacerlo nunca. Ella segufa allf callada. Se sonroj=. Empez= a morderse el labio inferior. Luego las piernas. Movfa las dos intentando estimularse el co±o, pero atada como  estaba no podfa. Tembl= ansiosa. Como me dio pena decidf ayudarla un poco. EmpecT a meterle la mano en el co±o. Quise empezar suave, pero ella movfa las caderas como una loca. No sT si yo le hice un dedo o si ella se foll= mi mano. No dejaba de gemir y gritar "Si, si, si, si". ParT cuando me pareci= que iba a correrse, y crTeme, apenas fueron unos segundos. Le dio igual. Sigui= moviendo las caderas en el aire intentando encontrar una satisfacci=n que yo no iba a darle. Me mir= desesperada. +Te lo imaginas?, +te imaginas a tu madre como una puta en celo? Yo le acaricie los pechos. Me encaramT al altar y me bajT los pantalones. Cuando le llevT la polla a la boca no lo dud=. Empez= a chuparla como una profesional. Lloraba, imagino que avergonzada, pero debfa creer que si me complacfa a mf, yo harfa lo mismo con ella. Me hizo correrme en seguida, y se lo trag= todo.


Emilie no podfa concebirlo. Su madre rebajada a sus mßs bajos instintos. No la culpaba ni se avergonzaba de ella. Imaginaba lo humillada que debfa haberse sentido.


-Empez= a pedirme que se la metiera. Que la dejase correrse. Yo volvf a hacerle un dedo. Me dio pena y la deje correrse un par de veces. Ella no sabfa que con cada orgasmo los efectos del nTctar son mßs fuertes. Necesitaba correrse mßs y mßs, pero no seguf tocßndola. Ella suplicaba mi polla dentro de su co±o. Yo me encaramT en el altar otra vez. Le puse la punta en la entrada. Intent= que la penetrase, pero no la dejT. Si querfa follar tenfa que darme informaci=n. En su estado me sorprendi= que resistiese. Trat= de convencerse. Se dijo que la informaci=n no me ayudarfa porque de todos modos no podrfa atravesar la barrera nunca. Segufa sin ceder. La masturbT otra vez con mucho cuidado. La dejT apunto. Entonces habl=. Llorando, maldiciTndose a sf misma, pero habl=.


La informaci=n que Siric repiti= era cierta. Cada novicia, al convertirse en hermana de pleno derecho, realizaba el mismo ritual de Erin la noche anterior. Alimentaban la barrera con su magia durante toda la vida. No habfa un mTtodo para romperla pero algo era evidente. Si nadie alimentaba la barrera esta se desharfa sin mßs. Quizßs para eso eran las pulseras que drenaban el poder mßgico.


-Cuando acab= se la metf. Imagino que su co±o no estaba mal para haber tenido dos hijas. Ella empujaba con las caderas. Se corrfa una vez tras otra. Arqueaba la espalda como si quisiera ense±arme mßs las tetas. Entre gemidos no dejaba de preguntarse "+quT he hecho?" y pedfa perd=n. Ah, y tambiTn lloraba. Un tanto patTtico mientras estaba exprimiTndome la polla con todas sus ganas. Supongo que no se puede esperar mucha dignidad de quien vende a su gente por un polvo. Cuando yo me corrf ella casi habfa perdido el sentido. Con tantos orgasmos no sabfa si le quedaba algo dentro de los sesos. Se despert= pasada una hora. Ya no estaba tan excitada pero segufa llorando y pidiendo perd=n. Me cansT de sus quejas. EncantT las ataduras para que tirasen con fuerza de sus extremidades. Los gritos volvieron a ser de dolor. La verdad, yo esperaba que le arrancasen un brazo o una pierna primero, pero no, acabaron partiTndola en dos. Tal vez mi encantamiento tuvo que ver. Deberfa probarlo de nuevo alguna vez. En cualquier caso, sus tripas se desparramaron en el altar. Creo que tampoco lleg= a comprender aquello. Mir= incrTdula al siti= por donde se habfa partido. Parecfa intentar mover las piernas o algo asf. Ya no dur= mucho mßs. Intent= decirme algo, unas ·ltimas palabras, pero le tapT la boca con la mano. No me apetecfa ofrla. Solo querfa mirarle a los ojos, ver su miedo. Oh, su mirada fue tan desgarradora, reflej= tanto dolor, tanto terror, que me empalmT de nuevo. Imagfnalo. Ella allf tratando de hablar, con la boca bajo mi mano, mirando a los ojos a su asesino, sabiendo que habfa traicionado a sus seres mßs queridos. Tengo magnfficos recuerdos de aquel dfa. En fin. El pasado, pasado estß. Ahora es contigo con quien quiero negociar.



Emilie intent= dar una patada al hechicero. Tenfa poca prßctica, pero consigui= hundir el zapato en plena entrepierna. Siric agarr= rßpidamente sus partes mientras cafa de rodillas al suelo. Mientras tanto Emilie grit=.


-íCerdo!


Le dio otra patada mßs en pleno rostro. Lament= carecer de entrenamiento para hacerlo bien. De lo contrario tal vez le habrfa arrancado algunos dientes. El hombre se dej= caer atrßs para no quedar cerca de las piernas. Ella sigui= pataleando un poco, intentando llegar a darle. Siric extendi= el brazo hacia delante. Un rayo vol= directo hacia la joven hechicera. Se agit= mientras la electricidad volvfa a recorrer todo el cuerpo. Apret= las ataduras con ambos pu±os. Sinti= como de nuevo perdfa el control de cada m·sculo. Fue una descarga muy corta. Cuando termin= Emilie miraba hacia arriba. Tenfa la boca abierta. A·n tenfa peque±as convulsiones. Siric tambiTn necesit= unos instantes antes de levantarse. Se agarraba los testfculos mientras pataleaba un poco en el suelo. Al recuperarse no habl= de inmediato. Conserv= la calma un poco mßs. Habfa pensado en aquel momento durante demasiado tiempo. No querfa echarlo a perder por un ataque de rabia. Espero hasta tranquilizarse por completo. Mientras tanto Emilie no se habfa vuelto a mover. Le dolfa todo. Lo ·ltimo que querfa era recibir un nuevo rayo. Debfa aguardar, escuchar las palabras del hechicero hasta el final.




-Como decfa - retom= el hilo. - Ahora voy a negociar contigo, y tu vas a aceptar


-íVete al infierno!


Emilie tenfa lßgrimas en los ojos, pero segufa con la firme idea de no colaborar en nada.


-Para ir al infierno tendrfa que morir, y eso no va a ocurrir. Ahora, me agradarfa que dejes de interrumpir.


Acab= sus palabras con otro peque±o rayo, menos intens= que el anterior, dirigido nuevamente hacia Emilie. La joven grit= de dolor mientras volvfa a convulsionarse descontroladamente. Tan solo fueron un par de segundos.


-+Vas a dejarme hablar ya?


Emilie no respondi=. Simplemente agach= la cabeza.


-Ocurra lo que ocurra, vas a morir.


Emilie levant= la cabeza de golpe. Iba a morir. Crefa estar preparada para ofrlo, pero reaccion= intentando romper nuevamente las ataduras. Intent= reunir poder mßgico. Jamßs iba a soltarse.


-Justo antes del anochecer te sacaremos al exterior y te ahorcaremos. Da igual lo que digas o hagas, eso va a ocurrir. Es mi peque±a venganza personal.


-Noà


Emilie ni siquiera se dio cuenta de decirlo en voz alta. Cuando lo hizo, volvi= a guardar silencio. Estaba aterrada, pero segufa decidida a no hablar, ni siquiera en ese momento que ya no podfa contener lßgrimas de miedo brotando desde sus preciosos ojos azules.


-+Y quT quieres de mi?, +quieres que suplique? No voy a hacerlo.


Siric neg= con la cabeza mientras sonrefa.


-Eso me da igual. Te humillarT de un modo u otro. No, he dicho que quiero negociar contigo, +recuerdas? Quiero que me digas donde encontrar la varita que me robasteis. Quiero saber donde estß cada pedazo.


Emilie respondi= negando con la cabeza. La varita permitirfa a Siric abrir un portal al reino de los demonios. No debfa caer en semejantes manos.


-Sf, me lo vas a decir. Y no va a ser porque pienses que no puedo recuperarla, ni porque vaya a quebrarte a golpes. Tampoco tengo mßs de ese afrodisfaco que usT con tu madre. En tu caso va a ser mucho mßs sencillo. +Recuerdas que quiero romper la barrera? Puedo hacerlo dejando esas pulseras en las mu±ecas de todas las demßs. Es una idea llena de ventajas. Me llevo a las hechiceras como prisioneras, mis soldados tienen con quien divertirse mientras invado este reino vuestro, y yo tengo un gran suministro de magia durante la campa±a. Todo ventajas. Por otro lado, aunque sea menos ventajoso, puedo matarlas a todas. Romperfa la barrera igual. Las colgarfamos a todas esta misma tarde y te harfa mirar cada ejecuci=n antes de matarte a ti. Tienes tres segundos para decidir. +QuT va a ser?


Emilie sabfa que lo correcto habrfa sido negarse. Sacrificarfa a toda la orden, pero era un sacrificio necesario. Sin embargo no pudo. Comenz= a hablar casi de inmediato. Le cont= c=mo habfa roto la varita. Le cont= c=mo habfa llevado cada pedazo a las familias importantes de los alrededores. La reina, las casas reales de los pafses aliados, otras hechiceras. Le habl= de cada localizaci=n. Asf salv= a su orden aunque tal vez conden= el mundo.



Siric estaba satisfecho. Habfa conseguido casi todo cuanto habfa ido a buscar. Romperfa la barrera permitiendo al resto de su ejTrcito n=rdico, y alguna que otra sorpresa mßs, entrar en el reino de Sharm. Ademßs tenfa atada a la bellfsima hechicera que lo derrot= a±os atrßs. Derrotada e indefensa. Un dfa redondo. Todavfa podfa mejorar mßs.


Se desnud= rßpidamente ante la atenta mirada de Emilie. Siric no resultaba un hombre imponente ffsicamente, pero tampoco se conservaba mal. Habrfa pasado por un cuarent=n normal y corriente. Su pene ya estaba completamente erecto cuando comenz= a caminar hacia la hechicera.


Emilie patale= para mantenerlo lejos. Siric se vio obligado a detener el avance si querfa evitar una nueva patada en sus partes.


-T· no aprendes.


Con esas palabras alzo la mano una vez mßs conjurando otro peque±o rayo. La electricidad recorri= nuevamente el cuerpo de Emilie. Apenas fueron un par de segundos. Sin embargo las sacudidas la dejaron indefensa. No fue capaz de reponerse antes de que Siric agarrase la pierna izquierda por la rodilla, la obligase a levantarla dejando asf a la vista una vagina prieta, de labios rosados. La joven volvi= en si demasiado tarde. Apoyada en el suelo con una sola pierna, con los brazos atados al techo, estaba indefensa.


-íNo!


Grit= una ·ltima vez antes de ser penetrada por el hechicero. Sinti= el miembro invasor entrando de forma brusca y dolorosa. Fue como si la desgarrase por dentro. Siric comenz= a moverse de inmediato. La tom= cual animal lujurioso. Embestfa una vez tras otra con tanta velocidad como era capaz de conseguir. Los pechos de Emilie rebotaban de arriba abajo. De hecho, la propia Emilie subfa y bajaba, llegando a dejar de tocar el suelo con el pie de apoyo en algunos momentos. El hechicero segufa sujetando una pierna con el brazo derecho. Con la izquierda agarr= el pez=n que tenfa mßs a mano. No sobresalfa pues la joven no estaba nada excitada ni hacfa frfo suficiente. A·n asf Tl lo agarr= con fuerza y retorci= arrancando nuevos gritos de dolor.


La joven lloraba mientras gritaba "para" o "fuera". Intent= tirar con fuerza de ambos brazos hacia abajo. TambiTn dio varios tirones con la pierna apresada para intentar soltarse. Cuando fracas=, inclin= la cabeza atrßs. Qued= mirando al techo con sus ojos azules cubiertos de lßgrimas que se deslizaban a travTs de las mejillas arruinando un poco el maquillaje. No podfa creerlo, la estaban violando. A ella, capaz de dominar los vientos de magia con un par de palabras o pases de manos. A ella, quien tenfa control sobre los elementos, sobre la luz y la oscuridad. A ella, la lfder de una de las mßs importantes =rdenes de hechicerfa del mundo. La estaban violando sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Tenfa que aguantar allf mientras la penetraban salvajemente, mientras la mano de Siric descendfa hacia el gl·teo para conseguir empujarla hacia sf mismo mientras Tl segufa metiendo su miembro viril en la delicada vagina de ella. Dolfa mucho. Ver la cara de placer y satisfacci=n de su violador tan solo lo hacfa a·n peor.


Siric aceleraba cada vez mßs. Emilie deseaba que acabase de una vez. No sabfa si llevaban segundos u horas, pero no lo soportaba mßs.


El hechicero agarr= a su vfctima por la mandfbula. La oblig= a mirarle a los ojos. Querfa disfrutar de la humillaci=n en la mirada de su vfctima. No le defraud=. Bast= con contemplarla unos segundos para acabar eyaculando en el interior. Empuj= la cabeza de Emilie hacia atrßs mientras Tl retrocedfa un par de pasos. Busc= una silla donde sentarse mientras recuperaba el aliento.




Pasaron unos minutos en silencio. Emilie sollozaba mirando al suelo. Siric portaba una sonrisa de oreja a oreja.


-Tu co±o es mucho mejor que el de tu madre.


Emilie intent= escupir, pero no llegaba tan lejos.


-Creo que es el mejor que me he follado nunca. Imagino que para ti no ha sido tan divertido, pero eso lo hace a·n mejor. Lo malo es que a·n nos queda demasiado tiempo hasta tu ejecuci=n. Serß mejor encontrar algo que hacer hasta entonces.


Con la violaci=n, Emilie casi habfa olvidado que iban a ejecutarla. Nuevas lßgrimas escaparon de sus ojos. Apenas escuch= los pasos de Siric o la puerta abrirse. Tampoco fue consciente del tiempo que pas= sola allf. Probablemente unos minutos que se le hicieron una eternidad. Entonces, de pronto, escuch= gritos de mujer al otro lado de la puerta. Pasos, alguien forcejeando. La puerta se abri=. Erin, su hermana peque±a, cay= al suelo de frente. Tras ella entraron dos n=rdicos y Siric.


-íErin! - grit= Emilie. -íErin!


Erin mir= para ver a su hermana desnuda y maltratada. Ella se encontraba mejor hasta el momento. Tras la batalla la habfan retenido junto a las otras hechiceras. Las habfan retenido en cfrculos vigilados por varios de esos hombretones. De vez en cuando alguno de ellos llegaba, elegfa a una de las mujeres, le arrancaba la ropa y la violaba mientras las demßs gritaban y suplicaban que parase. Momentßneamente lo olvid=. Se levant= rßpidamente para correr hasta su hermana mayor.


-íEmilie! - Se abraz= a ella. -í+QuT te han hecho?!


-Me la he follado - respondi= Siric. - Y ha sido magnffico.


Erin se gir= hacia el hechicero. Siendo joven e impulsiva no se lo pens= dos veces. Corri= hacia Tl.


-íNo!, íErin no!


La joven desoy= los gritos de Emilie. Apenas recorri= dos metros. Los n=rdicos la agarraron, uno por cada brazo, y le golpearon las corvas para hacerla quedar de rodillas en el suelo. Siric se acerc= hasta ella.


-Desn·date.


Erin le mir= incrTdula, sin moverse.


-íDejadla en paz bastardos! - Grit= Emilie mientras trataba de soltarse una vez mßs


Entonces Erin neg= con la cabeza e intent= levantarse. Siric sonri=. Hizo un gesto con la cabeza a sus dos secuaces. Uno de ellos se puso a la espalda de la muchacha. La agarr= por las axilas obligßndola a levantarse. Erin forcejeaba sin mucho tiento hasta que el otro hombret=n le dio un pu±etazo en el est=mago. Ya no era el primero que recibfa, pero segufa sin acostumbrarse al dolor. Estuvo a punto de desmayarse. No fue capaz de inclinarse hacia delante tal como su instinto le pedfa porque segufan sujetßndola, obligßndola a mantenerse en pie. El castigo no par= allf. Llegaron tres pu±etazos mßs en pleno est=mago. Con el ·ltimo Erin acab= escupiendo sangre. La soltaron y ella volvi= a caer de rodillas al suelo. Durante todo ese tiempo Emilie no habfa dejado de gritar.


-Desn·date.


Siric repiti= la orden con firmeza. Erin alz= la vista. Mir= a los dos n=rdicos aterrada. Podfa ser impulsiva, pero el dolor, la amenaza de volver a sentirlo, era demasiado para ella. Aunque no dio ning·n espectßculo a sus captores, obedeci= la orden. Empez= por el cintur=n, luego los zapatos y finalmente el vestido. No se quit= la ropa interior ni las medias. Siric hizo un nuevo gesto a sus hombres. Cuando el primero empez= a moverse Erin grit=.


-íNo! , íNo! , íNo! , íNo! , íNo! , íNo!


Rßpidamente continu= con las medias, tropezando al quitßrselas. Prosigui= poco a poco hasta quedar completamente desnuda. Lloraba mientras cubrfa ambos senos con una mano y la vagina con la otra. Sus pechos eran mßs peque±os que los de Emilie, sin embargo eran muy bonitos, firmes, redondeados, con pezones de color caramelo y areolas un poco mßs grandes de lo que cabrfa esperar. Apenas tenfa algo de vello p·bico en el monte de Venus.


-Eso estß mejor. Ahora ve con tu hermana. Lo ha pasado mal. Necesita que la consuelen.


Erin, con la mirada clavada en el suelo, dio la vuelta y camin= poco a poco hasta Emilie. Intent= hacer caso omiso a los silbidos que emitieron sus captores al ver sus posaderas.


-Ahora dale un beso.


Erin se inclin= un poco hacia delante y bes= la mejilla de su hermana. Los tres hombres se echaron a refr.


-Uno de verdad. En los labios.


Erin se dio la vuelta negando con la cabeza. Emilie volvi= a gritar.


-íDejadla en paz!


Siric alz= ambos brazos lanzando un rayo a cada una. El de Erin apenas fue un instante, suficiente para hacerla caer al suelo gritando de dolor. El de Emilie dur= mßs rato, haciendo a la joven que gritase mientras su hermana miraba horrorizada.


-íNo!, íPara!, harT lo que quieras.


Siric no par= a·n.


-Si vuelves a desobedecer una de mis =rdenes, lanzarT rayos a tu hermana hasta que se le queme el cabello y se le derritan los ojos. +Entiendes?


Erin asinti= desesperada.


-Pues no vuelvas a ponerme a prueba.


Detuvo el rayo. Erin se levant=. Emilie negaba con la cabeza.


-No les hagas caso - dijo entre susurros. - dTjales que me hagan lo que quieran. No importa, Erin. No importa.


Erin volvi= a negar con la cabeza. Con cierto esfuerzo y muy despacio, acerc= los labios a los de su hermana. Primero solo los roz=. Luego comenz= a besarlos tfmidamente. Era el primer beso de su vida, y se lo estaba dando a su propia hermana. Ninguna de las dos disfrut= lo mßs mfnimo con aquello.


-Ahora pega tus pezones a los suyos. RestriTgalos de arriba abajo.


Erin se sonroj= mientras mir= atrßs suplicante. Siric hizo el amago de levantar la mano de nuevo. Fue suficiente para Erin. Agarr= sus senos por debajo, uno con cada mano, y comenz= a restregarlos con los de Emilie. La hermana mayor apart= la vista. Ninguna de las dos se atrevi= a mirar la cara de la otra. Ambas sentfan los senos apretarse contra los de su propia hermana, los pezones restregarse unos contra otros. Ni rastro de placer. Los dos n=rdicos ya habfan empezado a tocarse sus partes a travTs de los pantalones.


-Erin, +Te llamas asf, verdad? - dijo Siric sonando casi paternal. - Antes he hecho da±o a tu hermana en el co±ito. TambiTn la he dejado manchada de semen. Creo que deberfas limpiarla un poco.


Erin mir= furtivamente la vagina de su hermana. Luego mir= para otro lado mientras llevaba la mano izquierda a los labios exteriores para intentar limpiarla como pudiese.


-No Erin - replic= Siric. - Sin usar las manos.


Erin le mir= con los preciosos ojos verdes cubiertos de lßgrimas y las mejillas completamente sonrojadas.


-+Y c=mo voy a hacerlo?


Siric sonri=.


-Con la lengua.


Emilie neg= con la cabeza. La idea le asqueaba. Sabfa que a Erin tambiTn.


-No lo hagas Erin.


-Te harßn da±o - respondi= la hermana menor. - Yoà lo siento.


Sin hablar mßs se agach= quedando de cuclillas. Comenz= a lamer los muslos. Jamßs habfa estado con un hombre. El sabor del semen le era desconocido hasta aquel instante. Desde luego no le gust=. A·n asf no se atrevi= a desobedecer. Lami=, conteniendo las arcadas, y confiando en que aquello bastase al hechicero. No fue asf.


-Ya tiene los muslos limpios. Ahora el co±o.


Con cierta reticencia fue acercando la lengua a los labios exteriores de Emilie. Lamio suavemente, con cuidado. No sabfa lo que estaba haciendo. Por su parte, Emilie no disfrutaba. Sf, sentfa alg·n que otro atisbo de placer cuando Erin acertaba, fortuitamente, en los puntos correctos. Sin embargo la humillaci=n, el asco al saber que se trataba de su propia hermanaà y nunca le habfan atrafdo las mujeres. Era una experiencia de lo mßs desagradable.


Erin tampoco lo estaba pasando mejor. Cuanto estaba haciendo la avergonzaba. Se odiaba a sf misma. Ella estaba suelta, a diferencia de Emilie. Tampoco podfa hacer magia, pero se preguntaba si no debfa al menos intentar resistirse. En lugar de eso sigui= hasta que Siric la orden= parar.




El hechicero neg= con la cabeza.


-Que decepci=n. No has llegado a hacer que se corra.


Hizo una se±a a los dos hombretones. Estos se acercaron a Erin agarrßndola de nuevo por las axilas. La cogieron por sorpresa, asf que forceje=. Emilie volvi= a gritar.


-íSoltadla!


Entre los dos la llevaron hasta una mesa cercana. Le apoyaron el torso contra la mesa, boca abajo, dejando las piernas colgando, con el culo al aire. Sus pechos se aplastaban contra la madera. Ademßs, cuando intentaba moverse resultaba doloroso por la propia textura de la mesa.


-Si hubieses puesto de tu parte, tal vez no tendrfas que ver esto.


Siric se puso detrßs. Ya tenfa una nueva erecci=n. +C=mo no tenerla con el espectßculo que acababa de ver? Con sus dos hombres sujetßndola con fuerza no le cost= mucho penetrarla desde atrßs. Erin chill= con muchfsima fuerza. Sinti= un miembro invasor entrando en sus partes mßs fntimas. El pene encontr= resistencia cuando lleg= al himen de la joven. El hechicero la agarr= con ambas manos por las caderas. Tom= impulso. Tir= de Erin hacia sf mismo mientras empujaba con todas sus fuerzas. Acab= con la virginidad de Erin de la forma mßs dolorosa que pudo. La chica volvi= a chillar a la vez que lloraba.


-íDuele! - consigui= decir. -íPara!


Siric solt= la cadera por un lado para agarrar la melena de su vfctima. Tiro hacia atrßs con fuerza. Erin sinti= como si le estuviesen intentando arrancar la cabeza. Un dolor peque±o en comparaci=n con la agonfa que la violaci=n le estaba haciendo pasar. Sin embargo el hechicero tenfa otro motivo para levantarle la cabeza. De ese modo Emilie podfa ver el rostro de su hermana. Podfa ver sus lßgrimas, sus gestos de dolor y desesperaci=n.


-íDTjala! - gritaba mientras tampoco paraba de llorar. - Por todos los dioses, ídTjala!, íErin!


Erin escuch= a su hermana. Abri= los ojos para verla a·n atada en el mismo punto.


-íEmilie!, íDuele!. íDuele mucho!


Emilie poco podfa hacer por su hermana. Maldecfa, gritaba, y miraba. Vefa como cada embestida la hacfa clavarse la mesa contra los muslos. Vefa como cada penetraci=n la hacfa retorcerse de dolor. Su hermosfsimo rostro cambiaba de mueca de agonfa a mueca de agonfa. La muchacha ni siquiera debfa haber visto un hombre desnudo antes. En aquel momento la estaban violando salvajemente.


Siric fue aumentando el ritmo. Estaba en la gloria. Disfrutaba no solo del sexo forzado. TambiTn disfrutaba de las reacciones entre las dos hermanas. La peque±a esperaba que la mayor pudiese ayudarla. La mayor no dejaba de pedir que parasen. Ambas estaban pasando por un calvario. +l no aguantarfa mucho mßs. Volvi= a agarrar las caderas con ambas manos. Continu= bombeando hasta comenzar a correrse. Al acabar retrocedi= trastabillando.


-Ha sido magnffico. Incluso mejor que t·, Emilie. - Ninguna de las dos respondi=. - He tenido una idea magnffica.


Contemplaba a Erin. Todavfa sangraba. La sangre manchaba el interior de los muslos mientras el semen tambiTn goteaba un poco. Debfa haberle dolido una barbaridad. Sin embargo Siric habfa disfrutado a·n mßs al violar a una joven virgen. El hechicero conjur=. Nada complicado, un conjuro de sanaci=n. Apoy= la mano en la vagina de Erin que, obviamente, intent= apartarse. El conjuro funcion= de todos modos.


-+No estßs contenta?. Acabo de sanar tus heridas. Te he devuelto la virginidad. - Dio la vuelta para quedar frente al rostro de la chica. Se asegur= de mirarla a los ojos. - Cada vez que te folle voy a devolverte la virginidad, asf me asegurarT que siempre te duela igual que hoy, que siempre sufras igual que hoy. +No es genial?



A·n quedaba mucho tiempo para el anochecer. Los tres hombres salieron de la habitaci=n tras atar las manos de Erin a la espalda. La dejaron en el suelo. Ella no se movi=. Tan solo se encogi= hasta quedar en posici=n fetal. Emilie trataba de hablarle. Al principio no consigui= ninguna respuesta. Pas= tal vez una hora hasta que la joven comenz= a responder. Primero rompi= a llorar. Luego se acerc= hasta Emilie y se sent= a su lado en el suelo. Las dos trataron de consolarse la una a la otra.


De pronto volvieron a ofr pasos. Se abri= la puerta dejando entrar a casi una treintena de n=rdicos, a Siric, y a Nox. Fue el hechicero quien habl=.


-Como os prometf, los capitanes podTis disfrutar de la hermana peque±a. Nada del co±o o el culo. Por lo demßs, es toda vuestra.


Los hombres empezaron a desnudarse de inmediato. Erin mir= desesperada a Emilie. No podfa pasar por eso. Simplemente no podfa. Emilie mir= con la misma desesperaci=n a su hermana. Debfa hacer algo.


-íNo! Yo lo harT, +de acuerdo?, yo lo harT.


Erin mir= a su hermana y dijo "no" entre susurros. Siric la interrumpi=.


-+Y por quT iba a hacerte caso? Ella es mßs joven, seguro que todos disfrutan del botfn.


-Pero yo lo harT voluntariamente. Dejadla en paz y yoà harT lo que querßis. No tendrTis que obligarme.


Siric se mostr= dubitativo.


-Eso dices ahora, pero luego podrfas quedarte parada sin hacer nada.


-No. HarT que les guste, ya lo verßs.


-De acuerdo, haremos un trato. Todos ellos tienen que correrse al menos una vez. Si no lo hacen antes del anochecer, tambiTn ejecutaremos a tu hermana. Mßs te vale esforzarte. -Se gir= y habl= para sus hombres. - Ya sabTis. Las mismas condiciones. Ni el co±o ni el culo.


El hechicero sonri=. No tenfa intenci=n de compartir a Erin. Solo querfa que Emilie se ofreciese voluntaria.


Dos hombres desataron a Emilie. Al principio le cost= mantenerse en pie. Tenfa el cuerpo entumecido y dolorido por mantener semejante postura durante tanto tiempo. Necesitaba un respiro antes de empezar. Le asqueaba solo pensarlo.


Nox se movi= el primero. Lleg= hasta Emilie, la empuj= por los hombros, y la dej= de rodillas. Se sac= la polla de los pantalones. No esper= a que la joven hiciera nada. Le plant= el miembro en los labios, agarr= la cabeza con ambas manos, y la oblig= a metTrsela en la boca. Emilie abri= los ojos como platos. Habfa hecho eso alguna vez, pero no de aquel modo. Nox no estaba practicando sexo oral con ella, estaba follßndole la boca. Pens= en intentar detenerle con los brazos. Entonces record= el trato. Tenfa que colaborar. Comenz= a mover la lengua. Trat= de apretarle un poco con los labios. Con otros podrfa haber funcionado mejor, pero Nox no se dejaba hacer. Simplemente segufa follando. A ratos Emilie apenas podfa respirar. Tenfa arcadas. Nox sonrefa con malicia.


-No estß mal. Te resistes un poco mßs que tu amiga de las tetas grandes, pero no estß mal.


Emilie tard= en comprender. Se referfa a Jenna. Aquel bastardo habfa matado a Jenna. Habfa matado a su mejor amiga y ahora ella se la estaba chupando. Comenz= a llorar de nuevo. Debi= excitar a Nox porque se corri= casi de inmediato. El mercenario sujet= con fuerza la cabeza de Emilie y no la solt= hasta haber vaciado todo en su boca y garganta. Cuando por fin el pene sali= de sus labios, Emilie comenz= a toser expulsando parte del semen. Siric se acerc= a su lado.


-Pierdes demasiado tiempo. De uno en uno no lo vas a conseguir. Mßs te vale darte prisa si no quieres que preparemos dos sogas.


Emilie levant= la cabeza con rabia. Querrfa haber tenido su magia para matar al hechicero en el acto. Sin mßs opciones, gate= hasta el grupo mßs cercano de n=rdicos. Se meti= la polla del primero en la boca y agarr= las de otros dos con una mano cada una. Comenz= a chupar y a masturbarles con desesperaci=n. El primero tambiTn se corri= en su boca. El segundo eyacul= por sorpresa sobre el rostro de Emilie. El tercero tambiTn eyacul=, pero no acert= sobre la hechicera.


Emilie volvi= a escupir el semen. Querfa moverse hacia el siguiente grupo. Ellos lo hicieron antes. Uno agarr= a la hechicera por la espalda. Ella intent= protestar y forceje= para soltarse. No tenfa tiempo que perder. El hombret=n hizo caso omiso. La llev= casi a rastras hasta la mesa donde habfan violado a su hermana. La tumb= boca arriba con el cuello y la cabeza sobresaliendo del mueble. Otro de los n=rdicos se sent= encima de ella, puso el pene entre sus pechos, apret= con ambas manos para que los senos apretasen contra su falo, y comenz= a masturbarse con ellos. Emilie sabfa que no podfa "atender" a uno solo, por eso intent= quitßrselo de encima. Le faltaba fuerza. Mientras tanto lleg= otro mßs que le agarr= la cabeza y la hizo bajar de forma que la cara mirase directamente hacia Tl. En esa postura la hizo abrir la boca y empez= a follßrsela. Ella se asust=. Le costaba respirar por el peso sobre el torso, no vefa mßs que los testfculos de su nuevo asaltante, y por si fuera poco volvfa a tener arcadas. A·n asf not= como guiaban su mano derecha hasta otro pene. Lo agarr= suavemente antes de empezar a masturbarlo. Casi al instante not= lo mismo en la izquierda. Cuando quiso darse cuenta tenfa un n=rdico follßndose sus tetas, otro la boca, y dos mßs a los que estaba masturbando.


Progresivamente fueron acabando mientras otros iban remplazßndolos. Algunos se corrfan dentro de la boca, pero la mayorfa intentaba apuntar al rostro o el torso. Emilie consigui= bajar de la mesa para quedar de rodillas de nuevo, volviendo a masturbar a dos mientras se la chupaba a otro mßs. Uno tras otro iba satisfaciendo a todos. Cuando acab= tenfa manchas de semen en los pechos, en la caraà en general por casi todo el torso. Su mo±o se habfa medio deshecho, dejando algunos mechones de pelo caer por la espalda. Pas= los siguientes momentos tosiendo y llorando, arrodillada en el suelo. Hacfa rato que habfan sacado a Erin de allf. Tantos gritos les molestaban.




Transcurridos unos largos minutos, la mayorfa de n=rdicos habfa abandonado la habitaci=n. Los dos ·ltimos, tras vestirse, se acercaron a Emilie. La hicieron ponerse en pie. Le ataron las manos a la espalda. Siric volvi= a ponerse en frente. La agarr= por la barbilla para forzarla a mirarle a los ojos.


-Es la hora.


Emilie se estremeci= al ofrlo. Habrfa salido corriendo si sus dos guardianes no hubiesen tenido los reflejos suficientes para agarrarla de inmediato, uno por cada lado. Luch= un poco mßs intentando soltarse. No empezaron a moverse hasta que ella se cans= lo suficiente para ejercer menos resistencia.


Entre los dos la llevaron hasta la salida de la bodega. El sol ya estaba cerca del horizonte, aunque debfa quedar al menos una hora para el anochecer. El cielo estaba rojizo. Una vez superada la puerta habfa un pasillo formado por los n=rdicos. Todas las hechiceras supervivientes tambiTn estaban allf, a la fuerza, obligadas a ver su lfder caminar. El pasillo conducfa directo hacia uno de los pocos ßrboles que a·n estaban en pie en mitad del jardfn. Desde una de sus ramas descendfa una soga con una especie de lazo. El otro extremo de la soga llegaba hasta el suelo, aunque habfa dos hombres allf sosteniTndola.


Emilie no empez= a andar hasta que la empujaron desde atrßs. Todas sus compa±eras y amigas, todos los invasores, podfan verla completamente desnuda y mancillada. Se limit= a mirar al suelo. No crefa ser capaz de soportar cruzar la mirada con nadie. Camin= pasando entre todos, ante las obscenidades de los hombres y los sollozos de las mujeres, hasta que la hicieron detenerse.


A ambos lados, intercalados con la gente, estaban los cadßveres de las hechiceras cafdas en combate. Los cuerpos estaban encerrados en una especie de bloques de alg·n material creado mediante magia. Era trasparente como el cristal, sin embargo mantenfa los cuerpos en perfecto estado como si los conservasen en hielo. Asf sus gestos de terror al morir, sus muecas de sufrimiento, quedarfan a la vista durante varios siglos. Emilie dej= escapar mßs lßgrimas al ver a sus antiguas compa±eras muertas. Seg·n se acercaban al ßrbol se iban encontrando los cadßveres de las hechiceras con mßs rango. Siric debfa haber obligado a las supervivientes a identificarlas. El ·ltimo cuerpo era el de Jenna. Emilie volvi= a parar al ver a su vieja amiga. Quedaban pocos retales de ropa en el cuerpo. Tenfa una fefsima herida en el cuello. Las comisuras de los labios y la barbilla, al igual que la vagina, manchados de semen. La mirada perdida.


-Jennaà


Emilie no habfa tenido tiempo de despedirse, ni iba a tenerlo. Volvieron a obligarla a andar. Ella volvi= a detenerse cuando estaba a veinte pasos de la soga. Intent= retroceder. Los n=rdicos volvieron a agarrarla uno por cada lado para llevarla hasta debajo de la cuerda. Requirieron mßs fuerza de la que esperaban. Alrededor se habfa congregado toda la multitud, creando un cfrculo de personas que iba a ver la ejecuci=n ya fuese por gusto, como los n=rdicos, o por obligaci=n, como las hechiceras.


Mientras los dos "escoltas la mantenfan en su sitio, un tercer hombre se acerc=. Acab= de bajar la soga hasta la altura de Emilie. Oblig= a la mujer a meter la cabeza en el lazo. Luego apret= hasta hundir un poco la cuerda en la piel del cuello, el nudo qued= en el lado derecho. Con las manos atadas a la espalda jamßs conseguirfa soltarse. Entonces la dejaron sola. Emilie comenz= a respirar rßpidamente. Sus pechos se agitaban de forma deliciosa. Ella miraba de un lado a otro. Vefa las caras de horror de sus compa±eras, sobre todo la de Erin. Su joven hermana, a la cual habfan permitido vestirse, gritaba con fuerza. Intentaba llegar hasta Emilie. Algunos hombres tuvieron que sujetarla e incluso atarla allf mismo. Emilie cerr= los ojos mientras lloraba desconsoladamente.


La soga comenz= a tensarse. Dos hombres tiraron del otro extremo, haciendo palanca en una rama del ßrbol. Emilie not= la presi=n en el cuello. Fue estirßndose hacia arriba. Los tacones de los zapatos dejaron de apoyarse en el suelo. Tan solo se mantenfa en pie con las puntas de los dedos. Su respiraci=n se volvi= frenTtica. Temblaba de miedo. Volvieron a dejarla unos minutos de ese modo. Tuvo tiempo para que el miedo se apoderase de ella. Sacudi= las manos en un vano intento por soltarse. Lo ·nico que no hizo fue suplicar. Quizßs Siric prolong= aquella fase de la ejecuci=n esperando ofrla suplicar por su propia vida. Si la idea era esa no lo consigui=.




Nox sali= de entre el p·blico. Camin= hasta ponerse a la espalda de Emilie. Iba completamente desnudo. Siric habfa pensado en tomar Tl mismo su lugar, pero al final decidi= cedTrselo a Nox. El primer motivo era mantenerlo contento. Le iba a necesitar para el resto de la guerra. El segundo, y mßs importante, era que Siric querfa mirar. Por mucho que supiese que le habrfa gustado tomar el lugar del mercenario, sabfa que preferfa guardar el recuerdo de la ejecuci=n en sus retinas. Ademßs, tendrfa muchas noches para desahogarse con Erin, que tambiTn recordarfa aquello durante el resto de sus dfas.


Emilie respiraba tan rßpido que se iba a marear. No escuch= los pasos a su espalda. Sin embarg= sinti= una mano agarrßndole la cadera. Otra mano comenz= a introducirle un par de dedos en el ano. Realiz= movimientos circulares. Emilie no podfa apartarse porque si hubiese dado un paso adelante, o atrßs, habrfa quedado colgando solo por el cuello. Los dedos salieron. Escuch= a alguien escupir detrßs. Los dedos volvieron a entrar algo humedecidos. Extendieron saliva alrededor del ano y en el interior.


Nox se asegur= de prepararse bien. Era evidente que nadie se habfa follado ese culo. Mientras segufa sujetando la cadera, utiliz= la mano libre para guiar el pene hasta el ano. Requiri= de un buen esfuerzo para irla penetrando poco a poco. No habrfa podido hacerlo de un golpe. Incluso a Tl le estaba doliendo. A·n asf era un dolor gratificante. Su polla estaba en la gloria, apretada como jamßs la habfan apretado.


Emilie emiti= varios gemidos lastimeros mientras empezaban a sodomizarla. Jamßs habfa osado a probar el sexo anal. Grit= cuando, tras un par de movimientos lentos para meterla y sacarla, su violador sac= el miembro casi del todo para meterlo en un solo golpe. Asf comenz= la parte salvaje de la violaci=n. Desde el p·blico se escuchaban los llantos del resto de hechiceras. Las s·plicas de Erin. Carecfan de efecto en Emilie. No era que no apreciase el amor que sentfan por ella, simplemente no las ofa. El dolor era demasiado intenso. Ademßs, si se descuidaba, las embestidas la hacfan moverse y asfixiarse hasta que volvfa a hacer pie.


Los verdugos volvieron a tirar de la cuerda. Finalmente los pies de Emilie se despegaron por completo del suelo. Ambos hombres ataron la cuerda al tronco de otro ßrbol.


Emilie comenz= a patalear en el aire. Ya no podfa respirar de ning·n modo. La soga se hundfa en su piel hasta ara±arla. No dejaba pasar nada de oxfgeno. Vefa el horizonte inclinado a un lado pues la cuerda, al tener el nudo a la derecha, la obligaba a torcer la cabeza al lado contrario. Los movimientos de piernas eran tan enTrgicos que pronto perdi= ambos zapatos. La joven sentfa tal agonfa en el cuello que lleg= a olvidar la violaci=n a la que estaban sometiTndola. Los pulmones comenzaban a arderle. Descubri=, fortuitamente, que cada vez que su violador le hundfa el pene en el ano, la tensi=n de la soga en el cuello se aliviaba fugazmente. Durante un breve instante era el mercenario quien cargaba con casi todo su peso. Fruto de la desesperaci=n intent= rodearle con las piernas. Era muy diffcil teniTndolo a la espalda. Cuando lo consegufa e intentaba tirar hacia arriba, se resbalaba.


Los hombres en el p·blico se rieron de los torpes intentos de Emilie. Nox no. Estaba disfrutando enormemente. La falta de oxfgeno, el movimiento de piernas, hacfan que los m·sculos de los gl·teos se tensasen. Era como si ademßs de estßrsela follando ella le intentase masturbar con el culo. Desde luego no era intencionado, lo cual excitaba a·n mßs a Nox. Querfa que aquello durase. Embestfa con fuerza, pero lo hacfa despacio. Sabfa que permitfa algo ligeramente parecido a la respiraci=n cuando mantenfa a la hechicera en el aire. Le encantaba. No era un gesto de compasi=n. Prolongaba mßs la agonfa.


Emilie segufa intentando sostenerse de alg·n modo. Tenfa los ojos abiertos como platos. La boca tambiTn. Trataba de meter tanto aire en el cuerpo como fuese posible. Vefa algunos puntos blancos, cada vez mßs. Lloraba intensamente, juntando las lßgrimas con la saliva que comenzaba a escaparse entre los labios. Ya no le importaba que sus pechos rebotasen de abajo arriba frente a todo el mundo. Solo podfa pensar en la agonfa, en el miedo. El dolor en el ano tambiTn era tremendo, pero no querfa dejar de sentirlo. Por ir=nico que resultase querfa una violaci=n larga. En cuanto acabase ya no habrfa mßs oxfgeno. Por desgracia comenz= a notar el ritmo cada vez mßs rßpido. En parte fue bueno, pudo respirar con mßs frecuencia. En parte fue malo porque al final lleg= el momento que temfa. Not= el semen inundarle las entra±as. Not= el pene salir completamente de su orificio anal. Trat= de volver a agarrar a su violador con las piernas. Este se acab= alejando. Emilie colgaba ya ·nicamente por el cuello. Ya no habfa ning·n momento en que entrase aire.


Volvi= a patalear. Primero movfa las piernas, descoordinadamente,  de adelante atrßs. Luego las abri= y cerr= un par de veces para volver al patr=n anterior. Por detrßs, los pu±os se abrfan y cerraban. Sin darse cuenta la lengua comenz= a asomar entre los labios. Pronto los movimientos fueron volviTndose menos enTrgicos. No solo habfa extenuado los m·sculos, tambiTn habfa agotado las reservas de aire. Un minuto mßs y apenas pataleaba. Movfa alguna pierna errßticamente, nada mßs. Entonces Nox volvi= a acercarse espada en mano. De forma rßpida y precisa, en un solo tajo, cort= la cuerda que ataba las manos de Emilie.


Emilie not= las manos libres. Las subi= poco a poco, despacio, hasta el cuello. Intent= meter los dedos bajo la soga. Era imposible. Movi= el derecho mßs arriba. Trataba de llegar por encima de la cabeza, agarrar la cuerda, y tirar para sostenerse con las manos. Sin embargo no acert= a encontrar la cuerda. Manote= de forma lenta e imprecisa varias veces. En alguna ocasi=n los dedos llegaron a chocar con la soga, pero no tuvo reflejos para agarrarla. Tampoco habrfa tenido fuerzas para levantarse en peso. Poco tiempo despuTs dej= caer los dos brazos. Pasaban los segundos y ya apenas se movfa. Solo una sacudida de vez en cuando, luego quedaba inerte y, tras unos segundos, otra sacudida mßs. Estas sacudidas se distanciaban cada vez mßs en el tiempo hasta que dejaron de producirse. De pronto comenz= a caer un chorrillo de orina desde la vagina, formando un peque±o arco frente a ella. El chorrillo fue menguando, perdiendo fuerza, hasta acabar deslizßndose por los muslos de la hechicera. Finalmente muri=.




Bajaron el cadßver del ßrbol unos minutos despuTs. Querfan asegurarse. Siric dio permiso a quienes quisieran para follßrsela durante el siguiente par de horas. De nada sirvieron los gritos de horror de las mujeres. Erin fue la que mßs protest= ante aquella atrocidad, pero Siric la agarr= del pelo y la llev= a la fuerza al interior de la mansi=n. Querfa volver a follßrsela, pero en una cama.


Cuando Siric volvi= a salir, tras sanar a Erin y dejarla atada a la cama, el cuerpo de Emilie estaba recubierto de semen. Vagina, ano, rostro, boca, pelo. Todo. Algunos de los hombres habfan elegido otras mujeres para seguir saciando sus bajos instintos. Era una especie de ritual de la victoria para los n=rdicos. Era verdad que un grupo de novicias se habfa escapado, pero en general habfa sido una victoria casi absoluta. La barrera se romperfa en unas horas. Sabfa d=nde encontrar su varita mßgica. Tenfa el poder mßgico de las supervivientes para "alimentarse" durante las pr=ximas batallas. Estaba metiendo el cuerpo de Emilie en uno de esos bloques helados. Iba a dejar el cuerpo allf, coronando los demßs cadßveres, pero cuando acabase harfa que fuesen a buscarlo para tenerlo como trofeo. Por si todo aquello fuese poco, tenfa a Erin. El poder mßgico de la joven era descomunal, y ademßs podfa disfrutar de una "virgen" cada noche. Con su venganza consumada, su enemiga muerta, la hermana peque±a de esta esclavizada, parecfa haber empezado la guerra con muy buen pie. Si todo segufa desarrollßndose asf, el mundo serfa suyo en poco tiempo.



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