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Emilie sostenfa la afilada daga ceremonial con la mano izquierda. La derecha apuntaba un poco mßs abajo, a un peque±o altar del tama±o de una mesa lleno de runas y glifos. Desde la palma de la diestra salfan peque±os rayos dorados de luz, ba±ando las piedras y activando los glifos uno a uno, mientras recitaba versos en un lenguaje desconocido para la mayorfa de mortales.
Para un observador externo resultarfa chocante observarla. Era una joven realmente hermosa. Ciertamente no destacaba por su altura. Le faltaban unos centfmetros para llegar al metro sesenta. Rubia, con el cabello dorado como el mismfsimo oro. Tenfa el rostro anguloso, mßs ancho por la parte superior, pero acabado en una barbilla fina y elegante. Tenfa los labios gruesos en forma de coraz=n, bastante prolongados. La nariz ni demasiado grande ni peque±a. Los ojos hundidos y grandes eran de color azul muy claro. Las cejas ademßs de rubias eran finas, poco pobladas. Costaba verlas de lejos.
En un dfa normal su rostro era espectacular. El de un ßngel. En aquel momento lucfa incluso mejor, si es que eso era posible. Llevaba un poco de maquillaje para dar color en las mejillas. Los labios pintados de rojo claro. El pelo, con la ralla a la derecha, solfa mostrarse ligeramente rizado. Para la ocasi=n, sin embargo, lo habfa recogido a la altura de la nuca. Aunque su melena solfa ser larga, hasta mitad de espalda, en ese momento lucfa un elegante mo±o. Se habfa esforzado en apartar todos los mechones del flequillo, llevßndolos hacia atrßs o sosteniTndolos encima de unas orejas del tama±o justo, para dejar a la vista el rostro. Llevaba pendientes de diamantes y plata.
Con un cuerpo como el suyo solfa ser fßcil elegir un vestido favorecedor. Tenfa complexi=n grßcil, con curvas pero manteniendo siempre cierta armonfa natural. Sus pechos superaban por poco una ochentaicinco. El trasero, algo menos voluminoso, se marcaba a travTs de cualquier prenda gracias a su firmeza y su forma redonda. Entre medias mostraba un vientre prßcticamente plano. Ademßs, habfa que sumar una piel suave, sin apenas imperfecciones, de color claro pero saludable. Todo acompa±ado de un porte elegante pero no altivo. El cuello era largo, tal vez un poco mßs grueso de lo habitual, pero con la misma apariencia grßcil del resto del cuerpo.
Con tantos detalles a su favor, el vestido blanco la hacfa lucir radiante. Iba bien ajustado al torso, marcando las formas femeninas de Emilie con cuidado de no caer en la vulgaridad. No tenfa cuello ni tirantes. Simplemente la tela llegaba a la parte superior de los pechos. En la cadera llevaba una tira de tela, gruesa y ancha, que se cerraba con un lazo por delante a modo de cintur=n. Por debajo segufa siendo un vestido ce±ido, resaltando la esplTndida figura de su portadora, hasta mitad de muslo. Desde allf la falda adquirfa mucho vuelo y volumen. No solo llegaba al suelo, se extendfa un poco mßs a su alrededor. Cubrfa los zapatos blancos y las medias del mismo color. Podfa parecer un vestido de novia. No lo era. Era el vestido ceremonial de Emilie. Elegante como el de una princesa porque ella, con menos de treinta a±os, ya era la hechicera superior de su orden.
La orden de la nieve. Una orden de hechiceras del reino de Sharm. Dedicaban sus conocimientos mßgicos a la protecci=n del reino y sus gentes desde hacfa siglos. Solo admitfan mujeres, pues las consideraban de carßcter mßs templado que los hombres, y tan solo segufan =rdenes de la reina o de la hechicera superior de la orden. Esa era Emilie. Su talento para la magia era mucho. Ademßs se habfa preocupado de adquirir los conocimientos necesarios sobre hechicerfa, encantamientos, historia, ocultismoà Muchos la describfan como un genio. Ese fue el motivo para elegirla como nueva hechicera superior cuando su madre, la anterior en el cargo, desapareci= hacfa mßs de cinco a±os. Ninguna de las hechiceras mßs veteranas se habfa quejado. Emilie no solo tenfa talento en la hechicerfa. Era una persona agradable, de trato sencillo. Posefa dotes de liderazgo, carisma. Incluso habfa sabido conservar un toque de inocencia a pesar del n·mero de misiones en las que se habfa visto envuelta. Nadie hubiese dudado de sus capacidades de mando en tiempos de paz, pero muchos habrfan dudado de sus reacciones en momentos mßs turbios. Cuando esos momentos llegaron, pues la guerra azotaba todos los alrededores de Sharm, Emilie habfa sabido estar a la altura sin dejar de ser esa persona justa, generosa, y amigable.
En frente de Emilie, un par de pasos a un lado, se encontraba Jenna. La mejor amiga de Emilie desde que ambas tenfan memoria. Era una hechicera igual de capaz. Su poder mßgico era inferior, lo cual resultaba normal ya que el de Emilie era simplemente descomunal, pero a cambio sus conocimientos sobre todas las disciplinas mßgicas eran muy vastos. Algunas hermanas bromeaban diciendo que con Jenna en la orden no hacfa falta una biblioteca, bastaba con preguntarle a ella. En combate, a pesar de detestarlo, tambiTn habfa demostrado su valfa. La mismfsima reina la habfa recompensado varias veces en el ·ltimo par de a±os. Todo a pesar de no ser una guerrera. Nada de eso. Era mßs bien una gran profesora. Las novicias aprendfan muchfsimo con ella, y ella disfrutaba enormemente ense±ando. Tan solo habrfa deseado vivir en tiempos menos revueltos. Ense±ar, investigar mßs sobre magia, y olvidarse de gestas y misiones.
TambiTn era una mujer hermosa, aunque su belleza era distinta de la de Emilie. En el caso de Jenna parecfa la clase de mujer bella sin proponTrselo. En realidad era un poco insegura en cuanto a su aspecto, pero no habfa ning·n motivo real para ello.
Medfa lo mismo que su amiga. Allf acababan las similitudes. Jenna no era tan esbelta. Su apariencia no era atlTtica, sin embargo tenfa encanto natural y unas formas muy femeninas. Sus pechos eran generosos, mßs de una talla noventa, de forma bonita aunque un poco cafdos. El trasero tambiTn era apetecible, grande y de la forma correcta, menos firme que el de Emilie, pero sin quitarle ni un ßpice de atractivo.
Su cara era sobre todo agradable. La frente estrecha. Las mejillas un tanto regordetas, dßndole cierto toque infantil. El ment=n era peque±o y alargado, cerrando el ßngulo inferior con una barbilla redondeada que le daba aspecto anguloso a todo el rostro. Las cejas tambiTn eran angulosas, de color oscuro. Sus ojos resultaban llamativos por el gran tama±o. De color marr=n muy oscuro, con forma de almendra. Tenfa la clase de mirada cßndida, alegre, que uno jamßs se cansaba de contemplar. El labio superior era menos grueso que el inferior, aunque con la forma de coraz=n bien marcada. Ambos eran alargados y casi siempre esbozaban una jovial sonrisa. La nariz era fina, chata, y respingona.
Dada la ocasi=n llevaba un poco de maquillaje. Rosa suave en los labios, un poco de color en las mejillas. Todo muy sutil. El peinado tampoco era demasiado elaborado, pero le favorecfa mucho. Nunca usaba ralla. Dejaba que la melena casta±a oscura se deslizase libremente hasta un poco por debajo de los hombros, tanto por delante como por detrßs. Tenfa el cabello lleno de ondas, algunos mechones incluso rizados. Tan solo se molestaba en peinarse un poco para apartar el flequillo del rostro.
Su vestido tambiTn era blanco tal como mandaban las tradiciones de la orden. La falda llegaba hasta al suelo. El torso no tenfa escote. De hecho el cuello del vestido tampoco era demasiado amplio. Las mangas llegaban casi a mitad de bfceps. La parte superior estaba repleta de bonitos bordados, c=mo no, blancos. Era una prenda poco ce±ida, pero realzaba bien sus senos, levantßndolos un poco para ayudarles en su lucha contra la gravedad. Aunque quedaban fuera de vista, tambiTn llevaba zapatos blancos.
Jenna sostenfa la mano derecha de una tercera mujer. La ·ltima novicia que pasarfa a ser una hechicera de pleno derecho, con todos los deberes y responsabilidades, en aquella larga ceremonia. Todas las novicias pasaban por el mismo ritual el dfa de su decimo octavo cumplea±os.
Emilie us= la daga para causar un peque±o corte en la mano de la novicia. Esta se mordi= los labios pero no grit= ni protest=. Las gotas rojas cayeron sobre el altar para, de alg·n modo, fundirse con la piedra y desaparecer. Al hacerlo el resto de glifos se iluminaron unos instantes. Tanto Emilie como Jenna miraron al rostro de la muchacha. Ambas asintieron con aprobaci=n. Aquella no era una ceremonia mßs. La novicia era Erin, la hermana menor de Emilie. Tenfa casi tanto talento como su hermana y tambiTn disponfa de gran poder mßgico, aunque le costaba mßs controlarlo. A pesar de esos peque±os fallos, pronto serfa una hechicera de primera.
Como no podfa ser de otra forma, Erin era una jovencita preciosa. A sus dieciocho a±os reciTn cumplidos, ya era algo mßs alta que su hermana Emilie. Era de complexi=n delgada. Le habrfa costado ganar peso aunque lo intentase con todas sus fuerzas. Su piel se notaba un poco mßs bronceada, a pesar de lo cual estaba llena de pecas que se dejaban ver sobretodo en el rostro. Al ser de complexi=n delgada, sus medidas resultaban menos espectaculares que las de Emilie o Jenna. Sus pechos, aunque firmes y bien definidos, eran mßs bien peque±os. Sus gl·teos eran otra cosa. Casi tan grandes como los de Emilie, pero al encontrarse en una mujer tan esbelta parecfan mßs grandes a·n. Sobre todo su figura era muy grßcil, muy elegante. No parecfa tan delgada como para lucir poco saludable. Todo lo contrario. En su caso segufa teniendo un cuerpo muy femenino. Espectacular.
Su rostro era mßs alargado que ancho. Estaba enmarcado por una cabellera de color rubio muy claro. Lo peinaba con una ralla a la izquierda, al contrario que su hermana. Descendfa alrededor de la cara, dejando el lado izquierdo despejado, aunque tapando las orejas. El lado derecho casi estaba igual, pero algunos mechones del flequillo le pasaban por la frente y cubrfan un poco la mejilla. Como Jenna, la melena llegaba algunos centfmetros por debajo de los hombros, solo que en su caso casi no habfa ondas.
Sus cejas eran muy finas, a penas una lfnea por encima de los ojos, y muy rubias. Tanto que prßcticamente resultaban imperceptibles. Los ojos tenfan forma alargada, similares a los de las orientales, solo que mßs grandes. Eran de color verde apagado. La nariz ligeramente ancha y corta. Los labios, sobretodo el superior, bastante finos, no demasiado alargados. Iban pintados de rosa. La cara, especialmente entre boca y ojos, se encontraba llena de pecas. Daba sensaci=n de picardfa e inocencia a partes iguales, o quizßs ganaba la inocencia por poco.
Vestfa de color rosa. Todas las novicias debfan hacerlo. Aunque al dfa siguiente ya podrfa ser llamada hechicera, la tradici=n le exigfa vestir asf una noche mßs. La ·nica diferencia entre su vestido y el de las demßs novicias era que a ella le quedaba bastante mejor. No tenfa mangas ni escote. Resultaba bastante liso hasta llegar a la cadera, donde tenfa un cintur=n negro muy ancho. Erin lo ajustaba mucho para mostrar mejor su magnffico cuerpo, marcando asf los pechos y el vientre plano, pues si bien era humilde, conocfa sus propios encantos. La falda cafa, con bastante vuelo, lo justo para dejar ver unos zapatos tambiTn rosas, de color mßs claro que el vestido. Por supuesto no era la indumentaria de trabajo. Las novicias tambiTn debfan vestirse de gala para las ceremonias. Fuera de una ceremonia, tanto hechiceras como novicias podfan vestir como prefiriesen.
Emilie y Jenna segufan recitando los versos del conjuro. Pronto algunos destellos dorados comenzaron a brotar, como ramas de una enredadera, desde el pecho de Erin hasta el altar. La joven se sinti= rara, mareada, unos segundos. DespuTs todo acab=. Ninguna de las dos hechiceras sigui= hablando. Los largos segundos de silencio solo se rompieron cuando Emilie volvi= a alzar la voz, con mucha mßs firmeza y solemnidad en aquella ocasi=n.
-De ahora en adelante, Erin, tu vida estarß consagrada a proteger el Reino de Sharm. Tu magia y tu esencia alimentarßn la Gran Barrera. Serßs una luz que gufe a los necesitados en los dfas mßs oscuros. +Comprendes estas palabras?
-Las comprendo, hermana
No la llamaba hermana por su lazo sangufneo. C=mo tantas otras cosas, formaba parte de la tradici=n. Sin embargo respondfa con sinceridad cuando decfa comprender esas palabras. La Gran Barrera era la medida de protecci=n definitiva. Creada por la Orden de la Nieve mßs de diez generaciones atrßs alrededor de todo el reino. Ning·n humano, enano, orco, elfo, demonioà en definitiva, ning·n ser racional, podfa atravesarla desde el exterior si alguna hechicera de la orden no lo habfa marcado previamente, y las marcas eran revocables. Irfan caminando, o corriendo, hasta chocar con una barrera invisible que jamßs iba a ceder. Pero semejante protecci=n requerfa mucha energfa. Toda hechicera al dejar de ser una novicia sellaba con su propia sangre el encantamiento de la barrera. Desde ese momento una peque±a fracci=n de su poder mßgico la alimentaba y mantenfa. Mientras la orden existiese la barrera existirfa.
-+Aceptas las responsabilidades de la Orden?
-Con orgullo, hermana.
El resto de las mujeres, toda la orden a excepci=n de quienes estaban realizando alguna misi=n fuera, aplaudi=. Ya no era momento de solemnidad si no de celebraci=n. Jenna abraz= a Erin desde un lado. Cuando acab=, Emilie lleg= llena de orgullo para hacer lo mismo. Erin tuvo problemas para no manchar a ninguna de las dos con su mano ensangrentada. Las abraz= como pudo con una sola extremidad. Cuando Emilie, algo nerviosa, se dio cuenta, record= tener un pa±uelo blanco preparado para esto. Le vend= la herida antes de volver a agarrarla por el hombro y dirigirse a la salida del templo.