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Lauryn nunca había encañonado a nadie de ese modo. La mano le temblaba un poco mientras intentaba parecer amenazante. Lacroix daba indicios de estar asustado. Indicios que acompañaba de calma y seguridad. Fue el primero en hablar.
-¿Y ahora qué?
La periodista se tomó unos instantes. No seguía ningún plan. Llevaba un buen rato improvisando sobre la marcha. El equipo de seguridad revisaría las salidas una vez tras otra. El único sitio seguro era el despacho de Lacroix. Por desgracia tampoco podía quedarse allí toda la vida. Tarde o temprano alguien subiría a informar.
-¿Y bien?
Repitió él. Notaba el nerviosismo en la intrusa. Él se había visto en demasiadas situaciones turbias. Algo le decía que ella también. No obstante, era evidente que debía estar más acostumbrada a correr de los tipos con pistolas, no a llevar una.
-En cuanto empieces a cansarte, puedes soltar el arma.
Lauryn maldijo. Ella tenía la pistola pero era él quien parecía estar llevando la situación a su propio terreno. No podía permitirlo. Reaccionó de forma poco elegante. Se acercó más para golpear con la culata del arma. Un golpe directo contra la mejilla. Eso definitivamente bajó los humos de su interlocutor.
-Ahora vas a dejarme llamar a la policía.
-No puede ser. Este teléfono es solo una línea interna.
Lauryn notó el miedo regresando a aquel hombre. Pensó que debía ser bueno. Las noticias eran otro cantar. Sin teléfono estaba tan incomunicada cómo antes. Se forzó a pensar rápido.
-Entonces apaga esos aparatos que interfieren mi móvil.
Lacroix recuperó algo de seguridad. De pronto se vio con una mano mejor que la de su oponente.
-Los controlan mis hombres. Si llamo para decirles que lo apaguen, no importará el resto de la conversación, vendrán aquí. Mi jefe de seguridad, el señor Johnes, los llama… protocolos básicos. Nunca he entendido una mierda de toda esa jerga, pero deben resultar bastante útiles, ¿no?
Lauryn apretó la empuñadura del arma. Sabía cuan mal pintaba la situación para ella. Contuvo los nervios. Si había una salida solo podía dar con ella manteniéndose calmada.
Rebecca asomó por la columna para mantener a raya a sus agresores. Solo disparó dos veces. Las balas comenzaban a ser un lujo que no podía permitirse desperdiciar.
Los sicarios tampoco rebosaban felicidad. Desde luego eran conscientes de sus ventajas así como eran conscientes de lo peligroso que podía resultar utilizarlas. Si se acercaban les iba a disparar. Si le dejaban tiempo para reaccionar, también dispararía. Peor aún, podría encontrar una forma de salir. Por peligroso que resultase, estaban obligados a atacar. Eran tipos duros. Mercenarios, excombatientes de los Balcanes. No iban a echarse atrás. Los dos recién llegados se posicionaron al lado derecho mientras el equipo de tres que ya se encontraba allí previamente, hizo lo propio por el flanco izquierdo. Tras una señal intentaron avanzar disparando. Primero el equipo de dos.
Rebecca intentó asomar nuevamente, para repeler a quienes avanzaban. Los otros tres comenzaron a disparar. Ya no pretendían darle, solo mantenerla a cubierto. La detective esperó. Antes o después necesitarían recargar. Ese sería su momento.
El equipo de dos se detuvo antes de llegar. Cubriéndose tan bien como pudieron, comenzaron a disparar. Como el otro equipo, no pretendían acertar, solo impedirla asomar. Por otro lado, el equipo de tres comenzó a avanzar a toda prisa. Se detuvieron justo cuando sus compañeros estaban a punto de recargar. En ese instante volvieron a cambiar los papeles.
Rebecca estaba bien formada como policía. No solo era una estupenda detective, de las mejores, sino también una gran tiradora. Hasta allí llegaba su preparación. No la habían entrenado para enfrentarse a tácticas militares. Se quedó cubierta en la columna, nerviosa. Tan solo reaccionó agazapándose. Respiraba agitadamente. Miraba a uno y otro lado sin saber qué hacer. Sacó el arma por el lado que no recibía los tiros. Disparó ciegamente. Los tiros cambiaron de lado y ella escondió la mano cuando un par casi se la voló. Justo en ese instante apareció el primer matón por la esquina. Se giró hacia él pero recibió una patada en el costado. Mientras caía consiguió orientarse, mirando al agresor, y disparó dos veces al pecho matándolo en el acto. Era el equipo de dos. El segundo saltó sobre ella agarrando el arma. Era un hombre grande. Forcejearon en el suelo hasta que llegaron los otros tres. Uno pisó con fuerza las manos de Rebecca. Algunos dedos crujieron. El del gatillo llegó a romperse, no sin antes disparar por última vez, aunque el tiro se estrelló inútilmente contra la pared más cercana.
Rebecca gritó de dolor, pero siguió pataleando. Con unos cuantos puntapiés y rodillazos derribó al primer agresor. Aún desde el suelo, este agarró la pierna derecha. Otro hizo lo mismo con la izquierda. Rebecca utilizó ambos antebrazos para hacer palanca en la corva de quien le había pisado, postrándolo de rodillas. El cuarto, el líder, lanzó una patada contra los riñones. Dos. Tres. Luego pisó el estómago con fuerza. La detective gritó de dolor con los primeros golpes, después quedó aturdida cuando el pisotón la obligó a expulsar casi todo el aire. Así aprovecharon para agarrarla también por los brazos. El líder habló. A gritos. Enfadado.
-¡Esta zorra ha matado a Konrad y Steve! - Hizo gestos con la cabeza. - ¡Vamos al calabozo!
Aunque ella recuperaba fuerzas y volvía a sacudirse, no pudo hacer mucho mientras la cargaban entre los cuatro. Abrieron una puerta pegada a la pared que llevaba al piso inferior.
Lauryn seguía sintiéndose atrapada. Entonces miró al ordenador. Debía tener acceso a internet. Sacó del bolso el DVD que había cogido previamente.
-Mételo en el lector. Vamos a hacer pública toda esta mierda.
Lacroix obedeció mientras sonreía.
-Es un poco grande para enviarlo por correo, ¿sabes?
Lauryn hizo una mueca de sonrisa en respuesta.
-Tengo un servidor FTP para subir estas cosas.
Obligó al rehén a abrir la dirección del servidor, pero se aseguró de ingresar ella la clave. No quería que pudiesen borrar nada después. Aunque la subida iba para muy largo, no perdió tiempo en enviar el enlace por correo electrónico. Decidió fiarse de su amiga. Al no saber de quién fiarse, escogió al policía de asuntos internos que Rebecca le había recomendado. Aún así, le sobraba muchísimo tiempo.
-¿Qué está pasando aquí?- acabó por preguntar. -¿Qué clase de loco se masturba con un vídeo del asesinato de su propia hija?
Lacroix ya sonreía menos. Dudaba si responder, pero un segundo culatazo, además de enojarle, le hizo sentir más comunicativo.
-No tienes ni idea de dónde te has metido.
Lauryn golpeó por tercera vez. En general, había escuchado esa frase tantas veces que había aprendido a odiarla. Por supuesto, no golpeaba a la gente así como así. En este caso le bastaba con recordar el vídeo de la violación, tortura, y asesinato, de las tres muchachas.
-¡Muy bien puta! - sacudió la cabeza. - Te lo contaré, pero vas a morir por esto.
La historia se movió entre lo surrealista, lo despreciable, y lo asqueroso. Lacroix le habló de un club, uno con casi dos siglos de antigüedad. Debieron empezar como un grupo de aristócratas aburridos. Un día decidieron reunirse y experimentar con el último tabú, asesinar. Tenían poder para esconderlo. Con el tiempo fueron evolucionando. Ahora ya no se reunían, al menos normalmente. Había varias ramas del "club" por todo el planeta. Lacroix dirigía la de la ciudad.
Cada miembro debía escoger una víctima al año. Normalmente no se guiaban por intereses profesionales. No iban eliminando rivales sin más. Tan solo se guiaban por sus gustos personales. La camarera que les atendía todas las mañanas, la azafata del último vuelo, la novia de sus hijos, la hija del vecino, la doctora del último hospital que habían visitado. Una vez cada miembro había escogido la víctima del año, movilizaban un equipo de mercenarios. El director de cada ciudad tenía vía libre para elegirlos y reclutarlos. Además de indicaciones sobre la última víctima, en ocasiones daban instrucciones sobre el método de asesinato. Después había que ocultarlo. Lacroix había comprado uno de los jefes de policía de la ciudad. Dejaban las víctimas en su distrito cuando no podían hacerlas desaparecer. Los casos se cerraban con falsos culpables o simplemente se dejaban sin resolver. Por último, los vídeos de cada ciudad eran enviados al club. Cada director regional se encargaba de repartirlos entre los miembros locales. Y los miembros, según Lacroix, eran gente muy poderosa. No se daban a conocer a simples sádicos o psicópatas. Por supuesto, Lacroix solo conocía los datos de socios locales. Además del intercambio de vídeos, se hacían favores entre sí, acaparando más poder cada vez.
Lauryn no sabía si vomitar o, por primera vez en su vida, pegarle un tiro a ese cerdo. Hablaba de asesinar como si fuese un simple juego sexual. Como si fuesen actrices porno que luego regresaban a casa con la cartera llena.
-¿Cómo te atreves? - La realidad del asunto la golpeó de golpe aún con más fuerza. -Tu propia hija y sus amigas. ¡Ordenaste que violasen a tu propia hija!
Había visto de primera mano la miseria del mundo. Trata de blancas, asesinos en serie, dictadores psicóticos. Ni siquiera podía empezar a compararse.
-Mi hija. No lo entiendes. No sabes lo que ha sido verla crecer. Escoger modelitos cada vez más ajustados. Llevar bikinis que apenas le cubren las tetas. Ella era preciosa, cómo su madre cuando ordené matarla. ¿Dónde iba a encontrar una víctima mejor? Y sus dos amigas, prácticamente habían crecido juntas. Las tres provocándome día a día, como si yo no pudiese verlas. No había elección mejor.
Lauryn ya no sabía si estaba mirando un hombre, o un monstruo salido de relatos de terror.
-Por supuesto me interesa mantener mi legado. Kate se esforzaba. Era agradable, buena con todo el mundo, pero nunca destacaría en nada aparte de su aspecto. Brenda es cuanto necesitaba. Una digna heredera. Ahora, gracias a ti, habrá que empezar de nuevo. Por suerte tenía planeado casarme con mi secretaria en Verano.
Lauryn pensó en las implicaciones de esas palabras. Brenda había investigado por su culpa. ¿Iban a quitarla de en medio? Tenía que avisarla
-¡Levanta!
Le usaría de rehén para salir de allí. Un sicario no suele dejar que muera quien le paga.
A pesar de los esfuerzos por soltarse, Rebecca había acabado completamente desnuda. Primero la habían sujetado boca abajo en el suelo. Le habían abierto los brazos en cruz y los habían atado a un hierro, forzándola a mantenerlos extendidos. Habían enganchado el hierro al techo mediante un par de ganchos. Estaba solo un poco demasiado alta para llegar al suelo con la punta de los dedos de los pies, pero ya no podía estirar las piernas. La habían obligado a doblaras y abrirlas, dejando su sexo expuesto. Luego habían atado las corvas al hierro, más o menos a la altura de los codos. No tenía forma de cerrar las piernas para cubrirse. Tan solo podía agitarlas de rodilla hacia abajo.
Estaba rodeada de cámaras que los matones iban encendiendo. Ella no podía hacer nada a parte de insultar y amenazar. Algunas lágrimas se escapaban de sus ojos, pero en general seguía pareciendo aguerrida, incluso desafiante.
En el otro extremo de la habitación había una chica joven atada a una silla. Estaba desnuda excepto por las medias y los zapatos. No respiraba. El cuerpo estaba retorcido de forma antinatural. Fue en ese instante cuando Rebecca supo que iba a morir allí. Se asustó. No quería morir. No encontró simpatía alguna en los rostros de aquellos hombres. Ellos querían verla gritar, temblar de miedo, suplicar. Pues quizás fuesen a hacerla gritar, y desde luego no iba a poder evitar temblar de miedo, pero no escucharían una sola súplica de sus labios. Estaba allí, colgada, mostrando sus grandes senos, firmes y redondos, de pezones color carne, no demasiado grandes en proporción al tamaño de los pechos.
El líder se acercó a ella. Recibió muchos insultos y un escupitajo, pero le dio igual.
-¿Qué tenemos aquí?
Comenzó a acariciar con delicadeza la vagina de su futura víctima. La masturbó lentamente hasta conseguir lubricarla. Desde luego no la había excitado, y tampoco lo pretendía. Tan solo se trataba de una reacción natural al estímulo.
-Rubia natural - dijo al acariciar la pequeña mata de pelo rubio, rizado que Rebecca tenía en el monte de Venus. - Me encantan las mujeres naturales, como tú, pero un poco de depilación no te haría ningún daño. O quizás sí.
Agarró el pelo y tiró hasta arrancar parte. Rebecca reaccionó gritando mientras miraba hacia el techo. Luego se llevó un par de patadas en el estómago. No podía defenderse, solo aguantar allí como un saco de boxeo. El hombre no siguió golpeando más.
-¿Entiendes que vamos a turnarnos violándote y luego vamos a matarte?
Rebecca no respondió. Primero cerró los ojos. Luego los abrió, mostrando así las preciosas iris azules, ahora envueltas en algunas lágrimas.
-¡Que os jodan!
No hubieron más golpes. El líder se limitó a quitarse los pantalones, y masturbarse hasta tener una nueva erección. Las pastillitas que habían tomado para el encargo anterior ayudaban bastante. Agarró a Rebecca por las piernas, para levantarla un poco, y luego la dejó caer sobre su miembro. La penetró de golpe.
La detective apretó los dientes para no gritar. Intentó morder el cuello o el hombro del violador, pero este la agarró por la mandíbula para inmovilizarla. Había hecho esto antes. Con la otra estrujó uno de los grandes senos, arrancando nuevos gemidos de dolor. La penetración era rápida y vigorosa. El hombre no buscaba aguantar mucho, aunque estaba disfrutando. Le encantaba ver las sensuales curvas de Rebecca balancearse, especialmente el pecho libre botando arriba y abajo con cada nueva embestida. Le gustaba ver a su víctima aterrorizada y desafiante a la vez. Debía ser una de las mejores que recordaba. De este vídeo pediría una copia, seguro. Soltó el pecho, permitiendo que ambos botasen a la vez. Usó la mano para agarrar la cabellera de la detective, forzándola a mirarle a él mientras se corría dentro. Espero a que el pene quedase flácido antes de sacarlo.
-Espero que no fuese uno de esos días. - Bromeó al alejarse. - Aunque va a dar igual. Los cadáveres no tienen hijos.
Rebecca se estremeció. Estuvo apunto de derrumbarse en aquel mismo instante. No lo permitió. Las lágrimas seguían brotando, cada vez con más fuerza, pero ella miró con desprecio y odio al siguiente agresor. El número dos habría querido forzarla al sexo oral, pero no se atrevió a meter el miembro en aquella boca. Aún así, mediante un juego de palancas y poleas, la hizo descender hasta que los pechos quedaron justo a la altura de su falo. No era la postura más cómoda del mundo, pero por meter la polla entre aquellos magníficos montículos de carne, merecía la pena. Movió las caderas delante y atrás, follándole las tetas, mientras las apretaba con ambas manos. Rebecca giró la cara para no verse obligada a mirar. Al hacerlo vio que el tercero, seguramente impaciente por llegar a su turno, había desatado el cadáver de la otra chica, lo había tirado boca abajo a un colchón en el suelo, y la penetraba salvajemente por detrás. La detective casi vomitó al ver el rostro sin vida agitarse adelante y atrás. Por un momento olvidó que ella también estaba siendo violada. Su propio asaltante acabó eyaculando. No dejó de bombear hasta haberlo expulsado todo. La mayoría del Semen acabó en el pecho y el cuello. Aunque un poco llegó a la mejilla izquierda.
El último, más temerario, intentó que Rebecca se la chupara. Primero le apoyó el pene en la mejilla, tratando de llegar hasta la boca. Cuando la detective no encontró forma de apartarse, lanzó una dentellada que apunto estuvo de tener éxito. El hombre simplemente se encogió de hombros. Lo había intentado. Volvió a usar el juego de poleas para ponerla de nuevo a la altura correcta para penetrarla vaginalmente. No fue más suave que su jefe. Igualó la potencia, añadiendo además pellizcos a los pezones. Nada que dejase marcas. Quería oírla gritar, lo consiguió. La mayoría maldiciones, el resto insultos.
Cuando el tercero acabó, todos sabían que no iban a conseguir quebrarla. No en una noche. Claro que no estaban allí para convertirla en una esclava o una furcia. El líder se acercó a la mesa de herramientas. Cogió un bisturí. Se acercó a Rebecca, acariciando la piel con la cuchilla. No llego a hacer ningún corte. Otro de los sicarios le inyectaba estimulantes directamente en el cuello. No querían que se desmayase.
-Ahora es cuando vas a morir. Va a ser doloroso, ¿sabes?
Ella no respondió. Permaneció mirando el bisturí con los ojos abiertos como platos. Siguiéndolo con la mirada cuando bajaba a través del torso.
-Esto no va a ser del agrado de todos nuestros clientes. Algunos son un poco remilgados en cuanto a ver sangre o vísceras.
La detective se agitó. Intentó romper las ataduras, alejarse como fuese. Lo cierto es que estaba indefensa como jamás imaginó poder estarlo.
-Pero recuerda, te lo has buscado tú sola.
Sin más hizo un corte justo desde abajo del esternón a la cadera. Manó sangre de inmediato. Rebecca abrió los ojos y gritó como un animal herido. El corte había atravesado piel y músculos. Había roto suficientes vasos sanguíneos para ser mortal, pero tardaría en ocurrir. El líquido vital escurría por el abdomen hasta gotear desde toda la parte frontal de la cadera. Entre las piernas se deslizaba, rodeando la vagina. El dolor le parecía atroz. Aún no había terminado.
Tras darle el bisturí a uno de los otros, el líder tiró con las manos de ambos lados del corte. Se escuchó algo similar a la tela rasgándose, y después los gritos ya casi inhumanos de Rebecca.
-¡Nooo!, ¡Para!, ¡Paaaaraaa! ¡Diooos noooooo!
La incisión se hizo más amplia. El hombre se llenó la cara de sangre que le salpicaba con fuerza. Separó la cabeza un poco. Volvió a meter las manos para agarrar las vísceras. Tiró de ellas mientras La joven gritaba sonidos ya completamente ininteligibles. No las esparció por el suelo. Las dejó asomando en la herida.
Rebecca, aunque sin dejar de sufrir en ningún momento, notó un leve instante de respiro. El líder se estaba moviendo a su espalda. Ella se atrevió a mirar la herida por primera vez. Había visto algunas espantosas antes. Nunca en su propio cuerpo. Le quedaba poca cordura por perder. Sintió su ano abriéndose ante una nueva penetración. Normalmente habría gritado ante algo así. Solo una vez había probado el sexo anal, y lo detestaba. En aquel momento, el dolor fue pequeño en comparación a lo demás, o eso pensaba. Cuando empezaron las embestidas, las tripas comenzaron a desparramarse. Los intestinos quedaron pronto colgando de la herida. Abría y cerraba los puños. Apretaba con los dedos de los pies. De haber tenido la capacidad de formar palabras comprensibles, habría pedido que la matasen. No tuvo tanta suerte. Esta vez todos se turnaron para sodomizarla. Les dio igual que fuese perdiendo color, o que sus reacciones fuesen cada vez menos enérgicas. Rebecca murió en algún momento mientras la violaba el cuarto sicario, lo cual no le impidió acabar la faena.
La dejaron allí, colgada, con las tripas colgando del torso, los ojos congelados en una mirada de terror.
Creían haber acabado por una noche, pero recibieron otro mensaje. Aún quedaba el último encargo que, cosa realmente extraña, iban a traerles. La hija mayor de Lacroix. El líder sonrió, parecía ir a tener suficientes rubias para un mes.