UNOS DÍAS ATRÁS
Kate y sus amigas habían llegado a la pequeña mansión poco antes del medio día. Su padre le había dejado la casa para una pequeña fiesta de fin de semana. Kate llevaba pidiéndolo meses. Había esgrimido toda clase de argumentos para lograrlo. Un merecido descanso, aprovechar con sus amigas para alejarse de la universidad, la recompensa por tanto tiempo de dedicación a los estudios. Al final, en el último momento, su padre había cambiado de opinión. Kate creía que al principio había estado intentando evitar la mala imagen de cara al público. Albert, su padre, se presentaba a la alcaldía de la ciudad. Toda la familia debía dar muestras de compromiso y austeridad. No importaba, había acabado cediendo.
En realidad, la joven podía entender los motivos de su padre. Era rubia natural, al igual que su hermana y su madre, con melena por debajo de los hombros . Tenía los ojos entre azules y verdes, pícaros a la vez que risueños. Labios carnosos, un lunar por encima del superior, completaban un rostro casi angelical. Sus medidas también eran de infarto. No tenía la típica figura de quien se desvive por cuidarse. Nada más lejos. En su caso era natural. Las piernas y las caderas, sin ser su mayor atractivo, lucían casi como las de una modelo, un poco menos escuálidas. Sobretodo destacaban los pechos. Jóvenes, grandes, y firmes. El tamaño justo para destacar sin resultar vulgares.
Desde luego era una preciosidad. La prensa la había seguido desde los inicios de Albert en política. No habían encontrado ningún escándalo cómo tal vez podía esperarse de una joven de belleza tan explosiva, Kate no daba motivos. Le gustaba una buena fiesta tanto como a cualquiera, pero salvo alguna pequeña borrachera, siempre había sido una buena chica, discreta en cuanto a su vida sexual… que tampoco era tan activa. Tan solo se había acostado con su ex novio, pero este la había dejado unos meses atrás, cuando empezó el acoso de la prensa.
Para Kate esta era la ocasión ideal, el momento de dejar atrás el trasiego del día a día. Disfrutar de la playa privada, sin periodistas carroñeros cerca, pasar el tiempo con sus amigas, montar una fiesta en condiciones tras un par de noches, y tal vez invitar a unos chicos. No había ido allí pensando en conseguir un ligue o en dejarse seducir, pero tampoco se cerraba esa posibilidad.
Le resultó fácil convencer a sus amigas de toda la vida. Todas querían unos cuantos días de independencia y diversión. También se parecían en algo más, todas venían de buena familia, incluso del mismo barrio.
Alexandra, a la que todos llamaban Alex, era casi como su hermana. Llevaban toda la vida juntas. Tenía el pelo castaño claro, siempre recogido en una cola, y los ojos grandes y grises. Su rostro también era bastante jovial, aunque tenía un aire más inocente que las demás, tal vez por ser la única virgen del grupo. Aunque era un poco más bajita que Kate, tenía los pechos casi igual de grandes. Su piel era tal vez demasiado pálida, eso sí, sin afearla un ápice. Con respecto a su amiga, Alex salía ganando en el trasero. Siempre había tenido montones de pretendientes. Siempre los había rechazado. Ningún novio le duraba mucho tiempo. Tenía la firme convicción de llegar virgen al matrimonio. Algo así echaba para atrás a la mayoría.
Jaimie era la que menos llenaba el sujetador, también la más alta. Sus facciones podían ser algo más duras que las de sus amigas, pero resultaba igual de atractiva. Tenía ese aire de mujer inalcanzable y elegante, a pesar de su corta edad. La melena, negra como el ébano, llegaba a mitad de la espalda. Tendía a rizarse un poco y Jaimie ya no luchaba contra ello ni intentaba alisarlo. Había descubierto que encantaba a los hombres. Gran ventaja para una chica presumida como ella. Sus ojos, generalmente más serios e incluso un poco arrogantes, eran del color de la miel. Sus pechos eran más pequeños, aunque tampoco estaba plana, al contrario, su figura resultaba bien proporcionada, estilizada, elegante. Cómo Kate, no era virgen, pero su carácter exigente le impedía tener una pareja estable y ella se veía por encima del sexo esporádico. Tenía un gran concepto de sí misma. Quien quisiera disfrutar de sus encantos debía ganárselo a pulso.
Ya atardecía mientras las tres disfrutaban de una tarde tranquila junto a la piscina. Al día siguiente bajarían a la playa a tomar del sol antes de comenzar los preparativos de la gran fiesta. Antes, solo querían pasar un tiempo solas. La universidad ya no les dejaba tanto tiempo para hablar cómo antes.
Kate estaba sentada al borde de la piscina con las piernas dentro del agua. Llevaba la parte de debajo de un bikini verde. A parte de eso solo vestía con una camiseta blanca que marcaba sus deliciosos pechos a la perfección.
Jaimie jugueteaba con su móvil mientras permanecía recostada sobre una tumbona a pocos pasos del jacuzzi. Ninguna de las tres entendía por qué el jacuzzi no estaba a nivel de suelo, cómo la piscina. Tal vez lo habían añadido después. La joven vestía un sensual bikini morado, y también llevaba una camisa negra, ahora abierta, preparada para cuando comenzase a refrescar.
Alex se había tumbado directamente sobre el césped, boca abajo. Llevaba unos shorts vaqueros y una camiseta negra, sin mangas, también ajustada.
Las tres hablaban sobre cosas intrascendentes. Los nuevos moscones a los que Jaimie había rechazado, los progresos de Alex en la carrera de medicina, o lo atareado de la agenda de Kate desde que su vida había pasado a formar parte de la campaña de su padre.
Ninguna de las tres esperaba lo que iba a ocurrirles.
UNOS DÍAS DESPUÉS
Lauryn era una periodista de éxito. A pesar de su corta edad, se había ganado el respeto de sus compañeros por sus arriesgados reportajes. A ella no le interesaba quien se acostaba con quien, ni los desvaríos del famoso de turno. No, ella era periodista de investigación. Había destapado varios escándalos. Corrupción, desfalco, estafas a gran escala. Todo periódico serio se peleaba por tenerla. Ella los ignoraba, prefería el trabajo de freelance.
Al principio no había sido fácil. El resto del gremio la consideraba una cara bonita que, sin duda, había avanzado en la vida a base de mamadas. Habían tardado en darse cuenta, pero se equivocaban. Sí, era cierto que Lauryn poseía gran belleza. Tenía el pelo negro, dejándolo caer en una corta melena hasta los hombros. Su figura era envidiable, la de una bailarina, no en vano había dedicado varios años, incluso durante la universidad, al baile. Casi se había convertido en profesional… pero decidió seguir en el periodismo. Tal vez los pechos no eran demasiado grandes, algo más pequeños de la media. El culo compensaba con creces. Sin embargo todo palidecía en comparación a sus ojos. No era el color, marrón oscuro, nada fuera de lo normal. Era el tamaño. Tenía unos ojos grandes, expresivos, seductores y tiernos, cálidos. Muchos podían pasar horas mirándolos. Todo su rostro era simplemente hermoso, con una sonrisa preciosa, facciones dulces, delicadas… pero sin duda los ojos hacían que muchas veces la gente olvidase fijarse en lo demás.
Respecto a esos primeros rumores, totalmente infundados. No era ninguna mojigata, disfrutaba del sexo como cualquier persona, pero no era una herramienta para ella. Era incluso un tanto pudorosa y tradicional, falta de ganas de experimentar. Desde luego distaba mucho de ser la puta que algunos afirmaron cuando aún no se había labrado un nombre. Tal vez muchos simplemente querían acostarse con ella y acababan decepcionados al no conseguirlo.
Lauryn estaba en el depósito, releyendo el informe de las autopsias y a la vez el informe policial. Ambos eran clasificados, pero ella sabía qué teclas tocar para conseguirlos. Miraba fotos, bastante asqueada. Leía y leía. Aquello no tenía sentido. Kate Lacroix, hija de Albert Lacroix, uno de los más firmes candidatos a la alcaldía, había aparecido muerta en la casa de campo familiar. Junto a ella sus dos amigas de toda la vida. Los cuerpos castigados, ultrajados, con abundantes restos de semen, sobretodo el de la joven Lacroix. El forense hablaba casi de tortura para las tres chicas. Por supuesto, siendo las tres niñas ricas, una de ellas hija del posible nuevo alcalde, la policía había comenzado a investigar rápido. El propio comisario, amigo personal de la familia, llevaba las riendas del caso. Su informe hablaba de un grupo de ladrones. Allí empezaba a perder sentido todo.
Lauryn sabía que había grupos cómo esos dedicándose a robar en casas de lujo, sobretodo en fincas aisladas como esa. Algunas bandas utilizaban niveles alarmantes de violencia, pero no mataban a sus víctimas. No había motivos. De hecho, en la zona se habían denunciado varios robos pero ninguna violación en las víctimas. La versión oficial es que de algún modo las chicas habían identificado a los asaltantes y estos las habían matado. Eso podría parecer profesional. Un gesto tan profesional contrastaba con dejar los cuerpos llenos de semen.
Su instinto de periodista se había disparado. No era por ver un informe descuidado, no era el primero ni creía que fuese el último. Lo que le chocaba era que estuviese firmado por el mismísimo comisario, sin admitir pegas ni correcciones.
Aunque detestaba este tipo de crímenes, decidió investigarlo. Se olía algo interesante. Por desgracia necesitaba un poco más de información para ir empezando. En seguida llamó a su amiga Rebecca. Era policía, detective de homicidios. No pertenecía a la misma comisaría, pero podría ayudar. Lo malo sería deberle otro favor. El día que decidiese cobrárselos…
Rebecca estaba tumbada de espaldas sobre la cama, desnuda. La detective era una de esas mujeres hermosas sin proponérselo. Era rubia, de pelo corto aunque con peinado femenino. Sus ojos azules resaltaban en una cara hermosa y redondeada. En aquel instante los mantenía entrecerrados mientras se mordía el labio inferior y agitaba la cabeza de un lado a otro, llegando a morder la almohada, con el rostro torcido de placer, gimiendo despreocupadamente.
Arqueaba la espalda agitando así aún más su glorioso par de tetas. Algunos compañeros bromeaban diciendo que si se cansaba de la policía, podía trabajar cómo modelo de lencería. No les faltaba razón, sus pechos eran casi perfectos, y muy sensitivos como demostraba la mano de su amante mientras jugueteaba con el pezón izquierdo. Sus piernas, bonitas y musculosas, se encontraban entrelazadas sobre los hombros de un tipo grande y pelirrojo. Este se afanaba en utilizar la lengua con maestría, causando orgasmo tras orgasmo.
Rebecca ya no sabía cómo retorcerse. Su novio, o más bien prometido desde esa misma noche, siempre había sido hábil con el sexo oral. Una cualidad que Rebecca veía escasear entre los hombres últimamente. Ted era distinto, sabía complacerla y lo estaba demostrando. Ella había tratado de contenerse, de aguantar un rato más. No le gustaba parecer demasiado poco exigente. Ya no podía más. Simplemente se abandonó a la lujuria mientras se agitaba más aún, moviendo las caderas para incrementar aún más el placer. No estaba segura de si era amor o solo sexo, pero era un sexo por el que merecía la pena arriesgarse.
Tras el último y demoledor orgasmo, uno casi capaz de hacerla perder el sentido, comenzó a sonar el teléfono. Rebecca dudó en cogerlo. No lo habría hecho si la melodía no hubiese interrumpido la labor de Ted.
-Sigue - intentó empujar la cabeza entre las piernas otra vez. - Ya llamarán otra vez.
Ted sonrío con malicia y le acercó el teléfono a la preciosidad rubia que se derretía en oleadas de lujuria y deseo. Rebecca lo cogió entre decepcionada y frustrada. Vio el nombre de Lauryn antes de descolgar.
-Más vale que sea importante, zorra, o te voy a patear el culo. Sí, sí interrumpes algo. ¿Si era importante?, pues sí, tenía la lengua de Ted en él… oye, tú has preguntado, y me has interrumpido. - Se notaba que estaba de mal humor. Solo era tan grosera cuando estaba de mal humor.
-De acuerdo, te escucho, pero esta vez me la debes bien grande. ¿Qué?, esa ni siquiera es mi comisaría… vale, vale, es verdad, aciertas a menudo. Haré unas preguntas, pero no prometo nada, ¿vale?
Colgó a tiempo para ver a Ted buscando su ropa. La vida de un bombero tampoco era fácil… pero no estaba dispuesta a dejarle ir así.
-Eh, grandullón - dijo con voz lasciva - no quiero que te vayas así.
Se levantó, aún desnuda, y caminó despacio hacia su prometido. Le acarició el pecho con la punta de los dedos, suavemente. Necesitó ponerse de puntillas para darle un beso tierno y apasionado, saboreando sus propios jugos vaginales.
-Creo que te debo un favor, solo por ser justos.
Se arrodilló poco a poco mientras comenzaba a masturbar el pene del grandullón. Mientras este alcanzaba la erección, Rebecca lo lamía suavemente, acariciando los testículos con la mano izquierda. Cuando ya estaba completamente duro, introdujo el glande entre los labios. Comenzó poco a poco, apretando con suavidad, jugando con la lengua, y sin dejar de masturbarle con la mano derecha. Entonces fue ella quien se encontró las manos de Ted agarrándola por el pelo, y con las caderas de su amante bombeando. El ritmo de ambos, perfectamente acompasado, fue aumentando progresivamente. Ambos perdieron la noción del tiempo hasta que Ted, por sorpresa, comenzó a correrse. Rebecca no tuvo más remedio que tragar las primeras eyaculaciones. No las esperaba. Después pensó en sacar el miembro de la boca, pero Ted la mantuvo sujeta. No hizo falta forcejear mucho, Rebecca sabía ser justa. No le gustaba para nada tragárselo, sin embargo con el servicio que ella misma acababa de recibir, estaba dispuesta a ser más comprensiva por una noche.
A la mañana siguiente, Lauryn conducía su pequeño coche hacia el centro. Si tenía razón y los asesinatos no eran consecuencia de un robo, debía investigarlo como cualquier otro crimen de alto perfil. No podía ir a Albert Lacroix, acosado por una legión de otros periodistas, y preguntarle por sus enemigos. Decidió preguntar a Brenda Lacroix, hermana de Kate. La joven también debía estar afectada, era su hermana después de todo. Según sabía ambas se llevaban bien. Los Lacroix no eran el típico ejemplo de familia escandalosa que salta a los medios. Brenda, que cursaba su último año de estudios, tenía un ático propio, regalo de papá, en el centro de la ciudad. Confiaba en poder encontrarla allí.
UNOS DÍAS ATRÁS
-¿Y conseguiste tenerlo todo el día de un lado para otro? - preguntó Kate
-Bueno… necesitaba el coche para ir de compras - respondió Jaimie
-No puedo creerlo. ¿No se quejó?
-Claro que no - Jaimie sonrió - él pensaba que tendría… su recompensa, después de la fiesta.
Alex y Kate intercambiaron miradas. El relato de Jaimie les parecía sorprendente. Un chico de la universidad, un niño bien, haciendo de chófer todo el día para su amiga. No era la primera historia que les contaba. Viniendo de otra habrían pensado que se lo inventaba o que estaba exagerando, pero conocían bien a Jaimie y la habían visto haciendo cosas similares antes. Tenía talento para aprovecharse de los pobres incautos que creían tener alguna oportunidad con ella.
-Sigues siendo una zorra, Jaimie
Por supuesto Kate no intentaba ofenderla. Las dos rieron tras el comentario.
-Vamos, ¿vosotras no hacéis lo mismo? - Alex negó con la cabeza - Pues deberíais. No iba a acostarme con un tipo así. En el fondo las tres queremos lo mismo, pero hasta que llegue ese chico guapo e inteligente, que no se deje engañar con tanta facilidad, ¿por qué no utilizar a los más tontos? Se lo tienen bien merecido.
Para Alex era caer muy bajo. Creía que Jaimie era demasiado altiva, pero al fin y al cabo estaba siendo cruel. ¿No era mejor rechazarlos sin más?, así al menos nadie salía "herido".
Kate sentía algo entre la admiración y la desaprobación. Por un lado le parecía mal tratar así a la gente. Por otro lado resultaba increíble la facilidad con la que su amiga conseguía manipular a los demás.
-Bah, da igual. - Jaimie hizo un gesto con la mano derecha, quitando importancia al asunto. - Dime, Kate, ya has encontrado sustituto para el idiota de Bob.
Kate se sobresaltó un poco por la falta de tacto. Aún le dolía que Robert la hubiese dejado. Podía comprenderlo, a ella tampoco le hacía gracia sentirse observada todo el día. Sin embargo había esperado un poco más de quien fue su novio desde el instituto.
-No, no hay nadie - respondió con tristeza.
-Bueno, ya te buscaremos a alguien en la fiesta de mañana.
-Yo creía que la organizábamos para desvirgar a Alex - respondió Kate entre sonrisas, cambiando rápidamente su estado de ánimo.
-¡Hey! - Alex alzó la cabeza sobresaltada. - ¿Qué estás diciendo?
-Vamos vamos - Kate apoyó la mano en el hombro de su amiga. - Solo te tomaba el pelo.
-Si, ya, mira como me rio - Alex se levanto mientras hablaba. - Voy a por un refresco. ¿Os traigo algo?
Ninguna de las dos quería nada en ese momento.
Alex entró en la cocina de la mansión. Escuchaba a sus amigas de fondo, intercambiando bromas y anécdotas. En realidad se divertía mucho con ellas, pero se alejaba cuando comenzaban a hacer cierto tipo de bromas a su costa. Además, es cierto que tenía sed.
Cuando iba a abrir la nevera escuchó algo en el pasillo de la entrada. No recordaba si habían cerrado las ventanas. Decidió asegurarse. Lo último que quería era pasar toda la noche despertándose a cada golpe de viento. Al girar la esquina que daba al pasillo se topó de frente con un hombre alto, musculoso. Vestía pantalones y camisa negros. Llevaba botas militares. Su presencia habría sido bastante amenazante en cualquier lugar. En aquel pasillo mal iluminado por las últimas horas de sol, invadiendo el edificio, simplemente resultó aterrador. Iba a gritar del susto. No tuvo ocasión. Recibió un fuerte puñetazo en el estómago. El puñetazo habría bastado para inmovilizar a un profesional. Alex no era profesional. Jamás le habían puesto la mano encima. Durante toda la vida no había conocido más que el cariño y la amistad. Su mente no estaba preparada para enfrentarse a una agresión como esa. Cayó de rodillas al perder la respiración, con ambas manos sujetándose el vientre. Iba a intentar levantarse cuando recibió una patada en el pecho que la hizo caer de espaldas en el suelo. Aún sin poder respirar, contempló cuatro hombres más, todos vestidos de igual forma, pasar por su lado. El que la había golpeado la obligó a darse la vuelta, quedando boca abajo en el suelo, y ató sus manos rápidamente con una brida. Aunque seguía aturdida por los golpes, su agresor la levantó del suelo bruscamente, haciéndola caminar, o más bien trastabillar, de nuevo hacia el jardín interior.
Kate y Jaimie seguían hablando tranquilamente cuando escucharon el ruido de Alex al caer al suelo. Kate se giró hacia atrás intentando ver a su amiga. No estaba en la cocina
-¿Alex?
Al no obtener respuesta, Jaimie también miró hacia atrás.
-Vamos dentro. Tal vez se le haya caído algo.
Kate asintió y ambas se levantaron. Entraron por la misma puerta que su amiga un par de minutos antes. Jaimie iba delante. No pudo hacer nada cuando un hombre grande y fuerte salió desde las sombras, la agarró por el cuello, y la llevó hasta la pared. Ella intentó defenderse, golpear a su atacante. Pataleó, arañó, e intentó morder. No consiguió aflojar la presa que le cortaba la respiración. El dolor y la desesperación fueron a peor cuando, en un alarde de fuerza, el hombre la levantó un poco del suelo, cargando casi todo el peso en el cuello. Las piernas de Jaimie comenzaron a moverse frenéticamente. Sus manos agarraron el antebrazo del agresor intentando moverlo. De nada sirvió. Fue perdiendo fuerzas hasta que las piernas apenas se agitaban un poco y los brazos cayeron inertes a ambos lados del cuerpo. La lengua asomaba entre los labios. Un acto reflejo del cuerpo para intentar dejar más espacio a la entrada de aire. Los ojos, llenos de lágrimas, comenzaban a girarse hacia dentro. Un chorro de orina se deslizó entre ambos muslos. Justo entonces, cuando la oscuridad comenzaba a adueñarse de ella, el hombre la soltó. Jaimie cayó al suelo de bruces, deslizándose por la pared, hasta acabar sentada en un charco de su propia orina. Había quedado medio inconsciente.
Durante todo el asalto Kate no pudo ayudar. Había entrado justo después de su amiga, tan solo un par de pasos por detrás. En el mismo instante que cruzó el umbral se encontró con un revolver apuntándole al corazón. El cañón del arma se clavó entre ambos pechos, apretando aún más la camisa. Kate sintió tanto miedo que fue incapaz de moverse. Fue testigo de la desesperada lucha de Jaimie sin poder hacer más que suplicar.
-¡Suéltala! - por respuesta solo consiguió algunas carcajadas de los cuatro hombres. - ¡La vas a matar!
No sirvió de nada. Mientras gritaba vio al cuarto hombre obligando a caminar a Alex. La pobre parecía aturdida, incapaz de mantenerse en pie si no la sujetasen. Al final Jaimie también cayó al suelo.
No pasaron ni cinco segundos antes de encontrarse las tres juntas en el centro del jardín. Kate había gritado pidiendo ayuda. No iba a escucharla nadie. La finca estaba demasiado alejada de la civilización. Tanto Alex como Jaimie tenían las manos atadas a la espalda.
Los hombres no se habían quedado quietos. Habían montado una serie de cámaras sobre trípodes, cubriendo casi todo el jardín. Cuando acabaron comenzaron a desnudarse.
-¡Esperad!, ¡¿Qué estáis haciendo?!
En el fondo Kate lo sabía. No había muchos motivos posibles para colocar cámaras y desnudarse. Simplemente se aferraba a la negación. No podía aceptar lo que estaba apunto de ocurrirle.
UNOS DÍAS DESPUÉS
Lauryn bajó del pequeño coche justo al impresionante edificio. Vestía con una combinación de ropa elegante y sexy. Una camisa marrón muy oscuro, casi negra, no demasiado ceñida. Una falda por encima de la rodilla, de color beige. Completaba el conjunto con unos pantis negros y zapatos también negros de tacón no demasiado alto.
El bloque de apartamentos quitaba el hipo. No quería imaginarse cuanto costaba cada apartamento allí, mucho menos el ático.
-Supongo que no son malos tiempos para todos
Otros periodistas ya habían intentado hablar con Brenda Lacroix. La joven no les había dicho nada relevante. Lo cierto es que parecía traumatizada por la noticia, cómo era de esperar.
Más sorprendentes resultaban las noticias que Rebecca le había enviado minutos atrás. No había ningún detective de homicidios asignado al caso. Oficialmente la investigación corría por cuenta del propio comisario. Rebecca creía que estaba haciendo un trabajo horrible. Había dado por buena la versión del robo desde un primer momento. Ni interrogatorios, ni un trabajo serio. Aquello había hecho que Rebecca comenzase a sospechar. No podía acusar de incompetente a un superior, no así como así, necesitaba más pruebas. Tampoco podía estar siempre cerca, levantaría sospechas sobre su persona. Por suerte había encontrado otro método. Una agente joven, recién ascendida a inspectora, de nombre Emma. De hecho por ahora hacía poco más que el papeleo de los detectives más veteranos. El padre de Emma había sido el instructor de Rebecca, su primer compañero, así que podía fiarse de ella. Además, no había pedido nada demasiado peligroso, solo que indagase un poco.
Lauryn llamó al timbre. No habría sido la primera vez que forzaba una puerta para entrar, pero solo lo hacía para conseguir pruebas, no para hablar con los familiares de una pobre muchacha violada y asesinada. Aún así, la paciencia no era su mejor virtud. Le enervaba esperar durante mucho tiempo sin hacer nada. Cuando la puerta se abrió reconoció inmediatamente a Brenda Lacroix. Nunca se habían visto en persona antes, pero no hacía falta. Ante ella se encontraba una de las mujeres más hermosas que pudiese recordar. El cabello era largo hasta la cintura, liso, de color rubio. Sus ojos verdes como esmeraldas. El rostro, aunque algo hinchado por el llanto, era hermoso. Redondeado como el de su amiga Rebecca, pero a la vez anguloso y más refinado. Los pechos del tamaño justo, ni muy grandes ni muy pequeños. Lauryn la esperaba más baja. Se equivocaba, sin tacones debía medir cerca de un metro setenta y cinco. Vestía de negro, falda larga y camisa. Su rostro reflejaba tanto dolor que Lauryn sintió lástima al instante. Necesito reunir fuerzas para comenzar a preguntar.
-Me llamo Lauryn y soy…
-Ya lo sé - Cortó Brenda. - He seguido tu trabajo.
Brenda, además de guapa, era muy lista. Su padre le había ofrecido un puesto en la organización de la campaña, pero lo había rechazado. La política le desagradaba profundamente.
-Sé que es mal momento, pero vengo a preguntar por
No pudo acabar la frase. El bello rostro de Brenda se llenó de irá en unos instantes.
-¡Claro!, unas cuantas fotos para vender más revistas. Y yo pensando que eras una periodista seria.
Lauryn alzó los brazos casi en posición defensiva. Durante unos instantes temió un bofetón. Tampoco habría sido el primero.
-No. Nada de eso. Pero creo que deberías escuchar algo.
Aunque reticente, Brenda accedió. Lauryn no supo si era porque parecía lo bastante sincera o porque la pobre estaba demasiado triste para "pelear".
Durante los siguientes minutos, ya dentro del ático, Lauryn le explicó las incoherencias. Evitó los detalles escabrosos. Los periodistas como ella podían tener fama de insensibles, pero en su caso no era así. Le contó las contradicciones entre el informe del forense y la versión de la policía. No le habló de la inacción del comisario. No quería que la joven utilizase sus recursos para remover un avispero. Estas cosas debían hacerse bien.
Durante el relato, la periodista notó muchos matices en las reacciones de Brenda, casi todos previsibles. Dolor, asco, más ira. Sin embargo le llamó la atención algo. Fue solo un segundo. Es como si Brenda hubiese caído en algo de golpe, encajado un par de piezas.
-Dímelo
Brenda miró algo sobresaltada a Lauryn
-Has pensado algo, pero quieres ignorarlo.
-No… no es nada.
-Escucha… la policía está muy perdida en esto. Da igual si vas tú, si voy yo, o si vamos las dos. No cambiará nada. Yo puedo ayudar, pero necesito alguna pista para salir del callejón sin salida. Cualquier cosa me puede servir.
Brenda siguió pensando un poco antes de hablar.
-Es una tontería. Cuando se lo dijeron a mi padre, yo estaba con él. Todos nos hundimos. Fue tan repentino. Pero él… su reacción no pareció tan espontánea. ¿Y si fue para herirle a él? No se puede llegar tan alto sin enemigos. - Se levantó de golpe. - Voy a preguntarle.
Lauryn casi tuvo que quitarle el teléfono de las manos.
-No. Si tiene enemigos, no te metas. Ya me has ayudado a mí - Estrechó las dos manos de Brenda. - Ya tengo un camino que seguir, la primera migaja de pan.
Poco tiempo después, Lauryn estaba de nuevo en el coche ordenando las ideas. Albert Lacroix había sido investigado en profundidad los últimos meses. Si alguien quería hacerle daño hasta ese punto, los indicios no estaban a plena vista. Tendría que utilizar medios más directos. Al parecer acabaría forzando alguna puerta de todos modos.
En el ático, Brenda seguía pensando en ello. Aún recordaba la descripción de los hechos. Kate violada, ultrajada, y asesinada. No podía dejarlo estar.
UNOS DÍAS ATRÁS
Las tres jóvenes estaban en mitad del jardín, arrodilladas una junto a otra. Sus agresores habían acabado de preparar las cámaras. Las rodearon. Durante unos segundos que se hicieron eternos para las chicas, ninguno dijo nada. Mientras tanto Alex sollozaba aún dolorida por los golpes. Kate, la única cuyas manos no habían atado, trataba de consolar a su amiga abrazándola y susurrando palabras tranquilizadoras al oído. Apenas conseguía disimular su propio miedo.
Jaimie, con la voz ronca tras casi ser estrangulada, protestaba y exigía que las soltasen en aquel mismo instante. Los agresores seguían guardando silencio. Dejaban a las cámaras capturar el momento. Hasta entonces ellos se habían limitado a mirar sonrientes, pero sus erecciones ya habían alcanzado niveles considerables. Decir que cualquiera de ellos estaba bien dotado habría sido un eufemismo. Ninguna de las tres había visto jamás penes de semejante tamaño. Quizás en alguna película, en persona desde luego no.
-Cabrones - trataba de gritar Jaimie. - Si nos ponéis las manos encima mi padre os va a…
No llegó a acabar la frase. El más cercano le propinó un bofetón que la hizo caer al suelo de espaldas. Un fino hilillo de sangre comenzó a deslizarse por la mejilla izquierda.
-Esta tiene la boca sucia - comentó quien la había golpeado. - Voy a tener que lavársela.
Los demás rieron. El agarró a Jaimie de su negra melena, poniéndola en pie mientras ella gritaba de dolor. Era el mismo hombre que casi la había estrangulado antes. Todavía sosteniéndola por la melena, la separó forzándola a caminar para evitar aún más dolor. Llegaron hasta al lado del jacuzzi. Allí la soltó y Jaimie no pudo evitar caer de nuevo al suelo, volviendo a quedar de rodillas.
-Abre la boca
El hombre acercó su falo al rostro de Jaimie. Ella intentó apartarse, echar la cabeza primero hacia atrás y luego hacia los lados. El acabó sujetándole la cabeza, de nuevo por la melena, para volver a acercar su miembro. Esta vez se encontró con la oposición de unos labios bien cerrados. Intentó metérsela en la boca unas cuantas veces, consiguiendo únicamente restregarla por las mejillas, la barbilla, e incluso alrededor de los ojos. Por el momento le resultaba divertido. La mirada de odio de Jaimie indicaba que a ella no.
-Quítale la camiseta a tu amiga.
Kate se sobresaltó al escuchar la orden. Se quedó parada sin saber qué hacer. Alex ya parecía aterrada, era incapaz de hacerla sufrir más. Ya no veía a Jaimie, solo sabía que estaba a sus espaldas, quizás cerca del Jacuzzi, pero había visto cómo la golpeaban al desobedecer. Tembló tan solo con pensarlo. Uno de los hombres se acercaba a ellas.
-No - pensó Kate. - No le haré eso.
Cerró los ojos esperando el primer golpe. Sonó fuerte. No sintió ningún dolor. Cuando abrió los ojos se echó deseó haber hecho caso. La patada al estómago se la había llevado Alex, que estaba tendida en el suelo. Dos de los hombres estaban al lado de su amiga, uno en cada costado. Golpeaban con fuerza medida los riñones, el hígado, y pisoteaban el estómago.
-¡No!, ¡AHHHH!, ¡Kate!, ¡Kaate!
Kate observaba horrorizada e impotente. Suplicó que se detuviesen sin recibir respuesta. Al final pararon por iniciativa propia. Tan solo habían sido unos segundos de castigo.
-Quítale la camiseta a tu amiga.
Kate no dudó esta vez. Se acercó a su amiga de inmediato. Sin levantarla del suelo, Alex se quejaba con cada movimiento, comenzó a subirle la camisa hasta los pechos. Allí dudó un segundo. Siguió poco a poco, revelando los senos de la joven cubiertos por un sujetador negro. Como Alex tenía las manos atadas a la espalda, Kate no pudo quitarle la camisa completamente. La dejó en las muñecas.
-Sácale las tetas del sujetador.
Kate miró a los ojos a quien parecía el líder. Iba a suplicarle. No se atrevió. Bajó las copas del sujetador hasta dejar los pechos al aire. Alex siempre había tenido la piel algo pálida, pero sus pechos estaban casi blancos, destacando tan solo los dos pezones rosados. La chica temblaba de miedo.
-Los pantalones y las Bragas.
Kate no quiso obedecer. Pensó en interponerse entre aquellos animales y su amiga. Sabía que no podría protegerla. Aguantaría un golpe como mucho.
-Kate… tengo miedo - Al final Alex había conseguido volver a hablar. - Haz… haz lo que digan. No dejes que me peguen otra vez. - Y repitió entre lloros. - Duele. No dejes que me peguen.
Kate, dubitativa, desabrochó botón y cremallera. Alex ayudó un poco levantando las caderas del suelo. Kate tiró hasta sacar primero el pantalón. Luego repitió el proceso con las braguitas también negras. Así Alex quedó desnuda, mostrando su virginal vagina a esos indeseables. Solo se depilaba el pelo que sobresaldría de las bragas, dejando el resto del vello púbico, de color castaño, al descubierto. A pesar de los hematomas, el cuerpo desnudo de Alex era una visión muy apetecible para cualquier espectador.
Uno de los hombres se acercó, separó las piernas bruscamente, y comenzó a tumbarse sobre ella. Kate ya sabía lo que iba a ocurrir.
-Alex. Te va a doler un poco. No le mires. Mírame a mí, ¿vale?, mírame a mí
Alex asentía cuando el violador la penetró de un solo golpe. Ella gritó con fuerza. Abrió los ojos como platos, llenos de lágrimas, y negó con la cabeza. El bruto no le dio ningún respiro. Comenzó a bombear con fuerza provocando nuevos gritos cada vez. No intentaba dar ningún placer a su víctima. Más bien parecía disfrutar cuando ella gritaba. Los pechos de Alex se balanceaban rápidamente hasta que la mano derecha del hombre comenzó a manosearlos. Entre los muslos escurrían las primeras gotas de sangre.
Kate intentó volver a consolarla. Los demás hombres la agarraron, haciéndola separarse un poco de su amiga.
-No, tú no te vas a quedar mirando.
Jaimie seguía resistiéndose a la agresión. El agresor, que se había divertido al principio, comenzaba a cansarse. Agarró la parte superior del bikini para arrancarla a continuación de un fuerte tirón. Jaimie soltó un pequeño grito al sentir los pequeños arañazos que la prenda le había hecho en la espalda al rasgarse. Sus pechos, no demasiado grandes pero sí firmes y bonitos, se mostraron en todo su esplendor ante el indeseable que la estaba atacando.
-¡Cerdo!, ¿Esta es la única forma que tienes de conseguir una mujer?
El hombre no perdió tiempo ni se paró a escuchar. Enrolló la prenda en el cuello de su propietaria. Cuando Jaimie se quiso dar cuenta, maniatada como estaba, no pudo hacer nada. El hombre tiró de ambos extremos, cortando la respiración por segunda vez. Jaimie abrió los ojos mientras sacudía la cabeza. No conseguía meter aire en los pulmones. De forma natural e involuntaria, abrió la boca. La lengua comenzaba a asomar.
-Si muerdes o intentas algo, no volveré a aflojar.
Con esas palabras, el hombre metió su miembro en la pequeña boca de Jaimie. Volvió a agarrar la cabeza de su forzosa amante, soltando los extremos del bikini. Comenzó a mover las caderas, ya que ella no iba a hacer nada, poco a poco al principio para ir ganando velocidad después. Miró al rostro de la joven. Esperaba encontrarla lloriqueando desconsolada. Desde luego vio algunas rabias, pero también volvió a encontrar el odio en los ojos color miel de Jaimie. Eso le excitó aún más.
Kate ya se había desnudado por orden de sus captores. Cuando pensaba en protestar, cuando dudaba, el líder siempre amenazaba con castigar más a Alex y a Jaimie. Seguía sin ver a su amiga morena. Alex estaba a su lado, ahora de medio lado con una pierna en el hombro de su violador. Tenía los ojos cerrados con fuerza mientras seguía gritando, llorando, y pidiendo que las dejasen en paz.
Los demás hombres se concentraban en Kate. Tenían ante sí a un auténtico bellezón. Les gustaba el pequeño triángulo invertido de vello púbico, rubio oscuro como era de esperar. Les gustaban los ojos verdes azulados, ahora empañados de lágrimas. Los labios carnosos. La piel ligeramente bronceada. El culo, tal vez poco carnoso aunque bien redondeado. Les gustaban muchas cosas, pero sobretodo, sus pechos perfectos. Grandes sin parecer vulgares. Redondeados y firmes. Un poco más blancos que el resto de la piel. Pezones entre rosados y rojizos, con las aureolas del tamaño justo, ni grandes ni pequeñas. Habrían despertado los más bajos instintos de cualquier hombre. Para su desgracia, estos hombres ya eran bastante crueles sin ser "incitados".
Uno de ellos se tumbó de espaldas en el suelo.
-Móntale.
Kate miró al líder, asqueada. Había aceptado que también iban a violarla, pero hacerlo ella misma era demasiado. No se movió.
-Como quieras. Imagino que prefieres vernos arrancarle los ojos a tu amiga.
Alex no les escuchó. Era incapaz de prestar atención a nada más que su propia violación. Kate miró a su amiga. No tenía elección. Se arrodilló con una pierna a cada costado del hombre cuya erección ya la estaba esperando. Usó su delicada mano para guiar el glande hacia la entrada de la vagina mientras descendía poco a poco. A pesar de ir despacio no había lubricado nada. Sentía dolor a cada milímetro que descendía.
El hombre tumbado en el suelo la agarró por las caderas, tiró hacia abajo con fuerza, e hizo que su miembro entrase hasta los testículos en una sola vez.
Kate abrió la boca gritando en silencio. Parecía un pez boqueando fuera del agua. Se abrazó a sí misma, reafirmando aún más sus pechos de forma totalmente inconsciente. Era incapaz de comenzar a moverse incluso sabiendo que eso era lo que esperaban. Notó la mano del líder entre los omoplatos. Este la empujó con fuerza hacia delante, haciendo que el torso y sus espectaculares pechos cayesen sobre el tronco del que estaba tumbado en el suelo. Comprendió demasiado tarde.
El líder llevó el pene hasta la entrada del ano.
-¡No!, ¡Por ahí no!¡Nooo… AHHHHHHHH!
Su chillido habría helado la sangre del más valiente. Jamás había practicado el sexo anal, y mucho menos una doble penetración. Sentía el interior del cuerpo desgarrarse. Era como tener un puñal entrando y saliendo de su zona más íntima. Lloró y gritó. Tan solo pudo aliviarse buscando algo que apretar con fuerza. El césped, los hombros de su primer violador. Cualquier cosa le habría servido.
El tercer hombre la agarró por la mandíbula, forzándola a levantar la cabeza. Con semejantes gritos no necesitó abrirle la boca. Simplemente metió el falo en la boca, obligándola a proporcionarle sexo oral.
Kate deseó desmayarse, despertar tumbada en el jardín junto a Alex y Jaimie. Reírse comentando la extraña pesadilla que acababa de tener. No tuvo tanta suerte.
Jaimie notó el ritmo cada vez más rápido de aquel cerdo. Se había planteado poner un poco de su parte para hacerle acabar más rápido. No llegó a hacerlo. Se negaba a ceder un ápice. Solo lamentaba no tener más valor para arrancarle el pene de un bocado. Temía las consecuencias. Al final llegó la eyaculación. El semen comenzó a escaparse por la comisura de los labios. El hombre la sujetaba con fuerza, pretendía obligarla a tragárselo. Ella aguantó. Se llenó la boca, dejó que se escapase cuanto pudo entre los labios. Estuvo cerca de atragantarse. Al final la soltó.
Jaimie se inclinó hacia delante. Abrió la boca para dejar caer esa porquería.
-Zorra, tienes que tragártelo.
No aguantó más. Levantó el rostro y escupió el resto a su violador. Se asustó después. Esperaba algún golpe o algún castigo. No llegó nada de eso. Vio entonces lo que hacían con sus dos amigas.
-Cabrones - le espetó entre lágrimas. - ¿Por qué les hacéis esto? Alex era virgen, cabrón, ¡era virgen!-
El hombre sonrió. Nada había asustado tanto a Jaimie hasta ese momento. Volvió a levantarla por el pelo. La hizo caminar hasta el Jacuzzi, pegándola a este. No estaba encendido aunque sí lleno de agua. A pesar de los forcejeos la reclinó encima como si se tratase de una mesa. Los pies apenas tocaban el suelo con la punta de los dedos. Sujetaba la cabeza de Jaimie, una vez más por el pelo, para que no se hundiese en el agua. Apartó la parte inferior del bikini hacia un lado, mostrando su preciosa vagina perfectamente depilada.
Jaimie sabía lo que venía ahora. No era una sorpresa. La erección no había desaparecido tras correrse en su boca. Debían haber tomado pastillas antes de empezar. Evitó temblar o suplicar. Sí, iban a violarla. Decidió seguir tan altiva como siempre. Intentó mantener la dignidad. No consiguió contener unas pocas lágrimas, pero sí aguantó el impulso de gritar cuando sintió el miembro invasor entrando en su vagina. Tan solo un pequeño gemido lastimero.
Cada embestida la movía un poco hacia delante, clavándole el borde del jacuzzi en la parte baja del vientre o en los muslos. La melena caía a ambos lados de la cabeza, flotando en el agua como si formase un pequeño halo negro. Los pezones también se sumergían un poco, causando pequeñas olas en la superficie. Apretaba los dientes en un gesto de dolor desesperado. Sus ojos mostraban cada vez menos odio y más angustia. No quiso imaginarse cómo se sentirían sus amigas. Debían estar sufriendo aún más. Deseó estar cerca para poder tranquilizarlas. Siempre habían sido muy ingenuas e inocentes. Mientras tanto el miembro de ese cerdo seguía irritando su sexo mientras la penetraba salvajemente. También la azotaba con la mano libre, enrojeciendo las nalgas, arrancando gemidos de dolor más potentes. No aguantaba más. Necesitaba pedirle que parase. Podía tomarla de otro modo, causando menos dolor. Estaba dispuesta a colaborar si conseguía dejar de clavarse el maldito jacuzzi. Aguantó. Pensó equivocadamente que eso buscaba su violador. Entonces le escuchó hablar.
-Tú serás la primera. Adiós
-¿Qu... qué?
Sin más, el hombre empujó la cabeza bajo el agua. Jaimie no tuvo la ocasión de tomar aire. No lo esperaba. De pronto se encontraba con medio cuerpo sumergido. Veía las burbujas escapar de la boca. Se dio cuenta, tarde, e intentó controlarse. Comenzó a patalear, a revolverse. Era inútil. Carecía de un buen punto de apoyo. Tenía las manos atadas a la espalda. A veces sentía el cuerpo de su agresor, su asesino, en la punta de los dedos, y se encontraba arañándole. De nada servía. En esa postura le era imposible liberarse. Todos los esfuerzos solo la llevaban a necesitar aire más rápido. Trató de aguantar la respiración. Aquel hombre no podía querer matarla, no a ella. Al final la naturaleza acabó imponiéndose. El cuerpo de Jaimie intentó respirar, pero no había aire, solo agua. La tragó por el conducto respiratorio. Intentó expulsarla, pero solo entraba más agua. Los pulmones le quemaban, estaba aterrada. Ni siquiera notaba ya la salvaje violación. Lo que sí empezó a sentir fueron espasmos incontrolables por toda su anatomía. De haber quedado algo de aire en ella, habría gritado con fuerza. Solo pudo abrir la boca sin expulsar una sola burbuja. Tal vez de no haber estado tan llena de dolor, de sufrimiento, se habría alegrado de no tener más orina para volver a mearse encima.
El hombre sonrió. Esta era la mejor parte. Los últimos y frenéticos estertores del cuerpo. En algún momento se convirtieron en las convulsiones de un cadáver. Le dio igual. Siguió follándosela después de muerta. Cuando acabó la contempló. Las piernas colgando mientras la mitad superior del cuerpo flotaba en el agua. El efecto de las pastillas aún duraba y se preguntó cómo debía ser el ano de una niña rica. Sin ninguna resistencia se pudo concentrar en agarrarla por las caderas y penetrarla lentamente. Aquello le supo a gloria.
-Ya no eres tan chulita, ¿eh puta? Esta mañana eras una niña rica que lo tenía todo. Ahora eres un trozo de carne para que yo me masturbe. Nada más que un culo y un coño.-
Lamentó que no estuviese viva para escucharlo. Volvió a agarrarla por el pelo, ahora mojado y alborotado. Levanto la cabeza, buscando que una de las cámaras grabase el rostro del cadáver, un rostro congelado para siempre en una mueca de dolor. Reflejaba el pánico y sufrimiento de sus últimos segundos. La mantuvo así durante un par de duras penetraciones más. El movimiento hacía que el pelo se agitase, salpicando de agua los alrededores. Levantó un poco más, permitiendo a la cámara captar también los deliciosos pechitos de su víctima mientras se sacudían reflejando cada embestida. Después simplemente soltó para dejarla caer de nuevo al agua
UNOS DÍAS DESPUÉS
Emma había aceptado ilusionada la petición de Rebecca. Desde que ascendió a detective no le habían asignado ningún trabajo serio. Sus compañeros decían que era la protegida del comisario. Su padre había sido el mejor detective del departamento durante años y tenían muchas esperanzas puestas en ella. Por eso parecían querer formarla poco a poco, que comprendiese los entresijos de una investigación antes de soltarla en la calle. Ella lo veía de otra forma. Le parecía que llevaba un par de meses siendo la secretaria del comisario, incluso de sus compañeros. Ponía en orden los informes, revisaba que fuesen correctos. Esa clase de cosas. Los demás estaban encantados con el trabajo que realizaba. Ya había unos pocos voluntarios para tenerla de compañera cuando finalmente la dejasen salir a patear las calles. Sería falso decir que se debía tan solo a sus excelentes calificaciones en el examen, o a la eficiencia que mostraba en cada pequeña tarea. La mitad de la comisaría daría un brazo por acostarse con ella. A la otra mitad no le atraían las mujeres. Era joven, con la altura justa para poder ser policía. Su padre bromeaba diciendo que, de haber ido sin tacones el día que la midieron, no la habrían dejado entrar en el cuerpo. De complexión delgada, con las curvas justas, desde luego no ganaría un concurso de camisas mojadas con unos pechos más bien pequeños, pero su anatomía tenía las curvas justas. Su figura era muy femenina, con clase. Su cabello, liso y largo hasta mitad de la espalda, era pelirrojo natural, aunque ella lo oscurecía solo un poco. Sus ojos, a pesar de no tener ninguna ascendencia asiática, eran más bien alargados, ligeramente más grandes de lo normal, de color azul claro, cercano al gris. Los labios, aunque poco carnosos, eran muy sensuales. Tenía algunas pecas en el rostro, normal dada su piel clara. De mirada y rostro pícaro. Pocos hombres podían pasar sin dedicarle alguna que otra mirada lasciva. A ella en parte le gustaba. Vestía de forma sexy pero formal. Aquel día llevaba una camisa blanca, sin mangas y unos pantalones negros lo bastante ceñidos para marcar bien el culo sin resultarle incómodos. Llevaba la placa en el cinturón, por delante, aunque desde que dejó de ser patrullera tenía pocas ocasiones de mostrarla. Para completar la indumentaria, llevaba unos zapatos marrón oscuro, con poco tacón, tanto como le permitían las normas.
Había recibido la llamada de Rebecca hacía pocas horas. Conocía a la detective, una de las mejores de la ciudad, desde la adolescencia, cuando su padre la invitaba a cenar junto al resto de la familia. Habían trabado cierta amistad, aunque por parte de Emma había sobretodo admiración. Por eso se había alegrado doblemente al escuchar la petición de ayuda. "No te metas en líos", le había advertido, pero Emma tenía la inconsciencia de la juventud.
De inmediato había comenzado a revisar los informes del comisario. Acostumbrada como estaba a leer tantos, encontró fallos importantes de inmediato. La hipótesis inicial había sido un robo que se complicó. El comisario la había dado por buena de inmediato. No era lo habitual en un hombre tan metódico. William O'Brian, Bill para los detectives, tenía fama de no dejar pasar un solo detalle a sus inspectores. Con ese caso, sobre todo teniendo en cuenta que la víctima era hija de un antiguo amigo de Bill. Tampoco era normal haberse asignado el caso a sí mismo, ni haber llegado tan rápido a la escena del crimen. Casi había ganado a la policía científica.
Todo aquello había levantado sospechas en Emma, y así se lo había transmitido a Rebecca quien coincidía con su opinión. Envió copias de los informes a la detective y después preguntó cuál era el siguiente paso. "Ninguno", había respondido Rebecca. "Lo has hecho bien, ahora llamaré a un amigo de asuntos internos".
Emma había dado a regañadientes su palabra de dejarlo. Sabía que su amiga no quería dejarla fuera de esto, solo quería evitarle problemas. Rebecca tenía fama de hacer el caso justo, generalmente poco, a las reglas. Estaba claro que prefería dejar a Emma al margen de la ira de sus superiores. Sí, Emma lo entendía, pero ya no podía dejarlo estar. Además, su turno ya terminaba. Sabía que esa periodista, Lauryn, era quien había empezado la investigación, y que lo había hecho desde el instituto forense. Pensó que los ojos de una policía tal vez vieran algo más. No podía dejarlo así. Su padre siempre le había inculcado acabar lo que empezaba.
Cogió su coche, una antigualla de segunda mano, y puso rumbo al forense. Su sonrisa picarona podía sacarle unas respuestas a cualquiera, confiaba en ello.
No se dio cuenta del coche negro que comenzó a seguirla en el mismo instante en que abandonó el parking de la comisaría. Ya no era como antaño. Los informes se revisaban mediante el ordenador, y un informe podía estar marcado para enviar un aviso en cuanto alguien lo consultase.
Emma llegó al instituto forense. Ya era bien pasada la media noche, así que no tuvo problemas para dejar el coche en el aparcamiento para el personal. Se quedó en el automóvil unos instantes. Estaba emocionada, nerviosa. Su primera investigación. Revisó que la placa siguiese en el cinturón. Cogió la pistola reglamentaria, la contempló. No le iba a hacer falta. Abrió la guantera del coche y la dejó allí. Cuando ordenó las ideas salió del coche y se internó en el instituto. Vio otro coche, este negro, aparcando unos metros por detrás. No le dio importancia. Tenía cosas más importantes en las que pensar.
Rebecca estaba sentada en la biblioteca. Vestía una chaqueta marrón y una camisa gris oscuro debajo. Pantalones vaqueros, zapatos marrones sin tacón. Daba igual, ni siquiera vestir profesionalmente ocultaba sus explosivos contornos, claro que ella no le daba importancia. Ojeaba la pantalla, hastiada, sosteniendo la cabeza en la mano izquierda. Buscaba crímenes similares en los últimos años. No es que no los encontrase, al contrario, es que detestaba leer tanta información. Luego era la clase de persona que usaba a la perfección cada dato, pero prefería métodos más rápidos para conseguirlos. Sin embargo debía ser cauta. Sabía perfectamente que no se investiga a un superior por los cauces habituales. Cuando quisiese darse cuenta ya tendría a tres o cuatro tenientes interrogándola. Eso si no había nada sucio, pero lo había. La conversación con Emma así se lo indicaba. Esperaba en haber disuadido a la muchacha de seguir investigando. Había mentido al decir que tenía amigos en asuntos internos, pero enviarles la información seguía siendo su mejor baza. Claro que para eso necesitaba recopilarla primero. Miró el reloj. Las dos de la madrugada. Por suerte se había acostumbrado a dormir poco.
-Maldita Lauryn, siempre me mete en líos.
Maldijo un poco para sí misma. En el fondo el instinto de su amiga era digno de admiración, pero a las dos de la madrugada, tras un día investigando otros asesinatos, se encontraba cansada. Sin embargo Rebecca nunca dejaba un caso sin resolver. Así se habían conocido ambas, investigando el mismo caso. Les había costado poco hacerse amigas, sobre todo al coincidir habitualmente en las mismas investigaciones. Después de todo a Rebecca siempre le asignaban casos importantes, y Lauryn siempre investigaba precisamente esos casos. El intercambio de información había ayudado en las carreras de ambas, pero sobretodo, había metido a muchos criminales entre rejas.
Brenda tenía acceso a la agenda de su padre. Le habían ofrecido unirse a la campaña, así que tenía tantos privilegios como quería. Ahora revisaba los últimos compromisos. Si habían matado a Kate para ir a por su padre, seguro que le habían amenazado antes. Encontró curiosos huecos en la agenda durante los últimos días. Espacios en blanco que no estaban previstos. No era suficiente ni para una periodista ni para la policía. A Brenda le bastaba para tener algo que preguntar. No iba a dejar a su padre solo ahora. Quizás si no hubiese rechazado ayudarle… quizás, podía haber hecho algo para evitar que fuesen a por Kate.
Lauryn había tardado un poco más de lo normal en abrir la puerta del despacho de Albert Lacroix. No el despacho de campaña, ni el de su bufete de abogados. Ni siquiera el de su enorme mansión. No, un lujoso ático en las afueras registrado con un nombre falso. Lacroix sabía ocultar bien sus pasos. Encontrar el sitio no había sido fácil. Un contacto le dijo que Albert, desde años atrás, venía a este Ático un par de veces por semana. Al principio pensaron que lo usaba como picadero. Era un hombre respetable, sí, felizmente casado, con dos hijas. Lauryn sabía bien que incluso quienes parecían más honestos podían tener un lado oscuro. Sin embargo jamás le habían visto con otras mujeres. La impresión, confirmada tras abrir la puerta, era que se llevaba trabajo al ático, apartado de las bulliciosas oficinas, lejos de casa. Imaginaba que debía ser un sitio donde concentrarse.
Había pocos muebles. Casi todos archivadores. Los registró cuidadosamente. Cuentas de gastos, información de casos del bufete. Era ilegal tenerlos fuera de la empresa, pero tampoco se salía de lo normal. En el resto del apartamento solo había un cuarto de baño con ducha, un armario con un par de mudas de ropa, y el escritorio. La periodista imaginó que debía ser allí, sentado en esa silla confortable, casi un sofá, frente al ordenador, donde más tiempo invirtiese.
Encendió el ordenador. Pedía clave. No encontró ninguna al azar. En las películas parecía sencillo, pero Lauryn sabía que jamás iba a acertar por casualidad. Acabo apagándolo. Caminó de un lado a otro entre decepcionada y abatida. Ese hombre estaba limpio, pero su instinto le gritaba lo contrario. Si su propia hija había visto algo raro, ¿qué más indicaciones necesitaba? Claro que Brenda solo había pensado en chantajes o amenazas. Lauryn tenía menos reparos al pensar en ajustes de cuentas, corrupción, y toda clase de escándalos. Por el momento nada de nada. No solo era una buena historia echándose a perder. Sobre todo era una atrocidad que quedaría sin castigo.
Caminando de un lado para otro, escuchando el eco de sus propios tacones sobre el piso, notó un ruido extraño. Una baldosa del suelo estaba algo más suelta. Se agachó para, con cierto esfuerzo, arrancarla de su sitio. Se encontró con una caja fuerte en el suelo. Por suerte no era como un ordenador. La caja fuerte era vieja, anticuada. Aunque le llevó un rato, consiguió abrirla.
-¡Qué gran genio perdió el mal cuando decidí dedicarme al periodismo!
Lauryn sonrió ante su propia broma. Siempre sentía un poco de euforia cuando las cosas comenzaban a ir bien.
Encontró un montón de DVD bien conservados en fundas sin etiquetar. Era toda una colección, al menos treinta o cuarenta. Cogió un par. Tal vez se tratase de escuchas, videos de vigilancia, pruebas para chantajear rivales. Dejó volar un poco la imaginación. Habían cientos de motivos para que alguien en cierta posición diese semejante escarmiento. En algunas mafias era muy normal arremeter contra la familia primero. Cogió un par de esos DVD y cerró para dejarlo todo casi como lo había encontrado. No hallaría nada más en el ático. Se dirigió a la salida cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta. Eran casi las tres de la madrugada, no esperaba que viniese nadie. Se alejó en dirección contraria. Sin mucho para elegir, tratando de controlar el pánico, se escondió en el armario con las mudas de ropa. Escondió los DVD bajo la falda, se agachó allí dentro, y rezó para que no viniese a cambiarse.
Escuchó pasos. Tras abrir la puerta, se dirigieron directamente al ordenador. Escuchó la máquina encendiéndose y a alguien insertar un disco en el lector. No era de los de la caja fuerte. Tal vez una nueva adquisición. Costaba creer tanta dedicación al trabajo, incluso al trabajo ilícito, por parte de un hombre que acababa de perder a la menor de sus hijas.
Durante unos minutos Lauryn no escuchó nada más a parte de jadeos. Reuniendo valor, o estupidez según se decía a sí misma de vez en cuando, entreabrió un poco la puerta del armario. Lo justo para que uno de sus grandes y preciosos ojos pudiese ver a Albert Lacroix. No veía el monitor, solo a Albert. Tenía unos cascos puestos, así que Lauryn tampoco podía escuchar nada del disco. Sin embargo le disgustó lo que sí podía ver.
Albert miraba atentamente al monitor. Se había bajado los pantalones. Tenía un rollo de papel higiénico a su lado. Se masturbaba lentamente mientras no perdía detalle del monitor.
-¿Porno?
Lauryn no podía creerlo. ¿Qué clase de hombre se ponía a ver porno tras perder una hija? Una pregunta que tardaría en responder. No queriendo ver el espectáculo, volvió a cerrar la puerta despacio, sin hacer ruido. Tampoco creyó que hubiese podido llamar la atención del señor Lacroix en esos momentos, pero prefirió no arriesgar.
No le quedó más remedio que permanecer allí, encerrada en el armario, mientras Lacroix se masturbaba. Confió en que acabase rápido, pero tras correrse la primera vez, lo que notó por la intensidad de los jadeos y algún gruñido, esperó unos instantes antes de volver nuevamente a la faena.
-Perfecto. Encerrada con un pervertido. - Se dijo así misma, ahora más enfadada que asustada. - No es mi trabajo más glamuroso.
Emma mostraba su mejor sonrisa al ayudante del forense. Un tipo joven, bien parecido. Resultaba extraño que hubiese elegido una disciplina cómo esa. La inspectora tan solo pensó en ello un par de veces. Después dirigió su concentración a convencerle para cooperar un poco. No fue difícil. Un par de sonrisas, una extensa conversación sobre las miserias que ambos padecían como ayudantes, unas cosas que llevaban a las otras… Al final casi parecían amigos de toda la vida. Era otra de las habilidades de Emma, le costaba poco llevarse bien con los demás independientemente de su sexo.
A pesar de todo se vio obligada a leer los expedientes allí mismo. Su padre siempre le había dicho que si quería ganar algún contacto, lo más importante era no dejarse percibir como un problema. Pedir una ojeada como favor personal era sencillo. Llevárselos fuera, incluso sacar una copia, podía meter en un lío a su nuevo "amigo".
Aún así, el vistazo furtivo le vino muy bien, o al menos eso pensó Emma. El forense había hecho un trabajo mucho más meticuloso que el comisario O'Brian. Sin importar las suposiciones de los detectives, siempre seguía el mismo procedimiento con sus "pacientes". Evidentemente lo primero había sido tomar muestras de ADN, trabajo fácil dado el asalto que habían sufrido las tres muchachas.
El informe de O'Brian decía que las muestras de semen no coincidían con las de ningún sospechoso habitual, ni con las de ningún caso previo. El forense contaba una historia completamente distinta. El mismo ADN había sido encontrado en al menos una veintena de crímenes violentos. Todos asesinatos con agresión sexual. La mayoría los había investigado el propio comisario. Los pocos que no habían sido casos del detective Lester, un veterano que con los años se había convertido en la mano derecha de O'Brian.
Emma utilizó uno de los ordenadores del instituto forense para revisar los archivos policiales de esos casos. Todos habían sido resueltos con la misma desidia. Ni una sola detención. Emma supo de inmediato que había dado con algo grande, muy grande. A pesar de la hora, casi las cuatro de la madrugada, no tenía sueño, y dedujo que Rebecca también estaría fresca como una rosa. La llamó inmediatamente. Se equivocaba. Su amiga tenía la voz de alguien que se mantiene despierto a duras penas. Tras pedir disculpas varias veces, le habló de sus descubrimientos.
-Ya sé que dije que no me metería más en esto, ¡pero hemos dado con algo grande!
Ignoraba los motivos por los que Rebecca se mostraba menos entusiasta. Incluso estaba preocupada.
-¿Asuntos internos?, no, este caso es nuestro.
Al otro lado del teléfono, Rebecca debió comprender finalmente los motivos de euforia para Emma. Tal vez eso la llevó a capitular un poco. Claro que Emma también cedió en cierta medida. Cayó en la cuenta de estar apunto de ir a por todo un comisario. Debían proceder con cautela, reunir más pruebas. Además, todos estaban en el mismo equipo. No debía importar quien realizase la detención.
-De acuerdo. Te veo en tu casa y te cuento todo, ¿vale?
Colgó con una sonrisa de oreja a oreja tras haber llegado a un acuerdo. Estaba tan contenta que, al cruzarse con el ayudante del forense, le besó enérgicamente en la mejilla.
Lauryn seguía escondida en el armario. No sabía si Lacroix había tomado pastillas para aguantar durante horas, pero se le empezaba a hacer eterno. Había acabado sentándose en el suelo. Ya solo luchaba contra la incomodidad y el aburrimiento.
Escuchó el timbre de un teléfono móvil. No era el suyo, lo había puesto en silencio casi desde el primer momento. Asomó un poco por la rendija para ver a aquel hombre coger el teléfono y saludar a su hija Brenda. El rosto de Lacroix reflejaba sorpresa, no esperaba una llamada a esas horas.
Brenda había pasado una tarde poco ociosa. Tras encontrar esos curiosos huecos en la agenda se decidió a revisar los gastos de la campaña. Lo que encontró habría pasado desapercibido para la mayoría, pero Brenda no había sido la primera de su clase en balde. Desde prácticamente el principio, las cuentas mostraban pequeños gastos sin justificar. Gastos varios, decían los libros. Poca cosa. Cien aquí, doscientos allá, cincuenta más… todo muy sutil. Sin embargo cada mes sumaban exactamente treinta de los grandes. Mirando las cuentas anteriores de bufete de abogados de su padre, encontró los mismos gastos antes incluso de la campaña. Solo se le ocurrió una respuesta, chantaje. No acertaba a encontrar algún motivo por el que pudiesen chantajear a su padre. Era viudo, así que encontrar una amante no habría sido perjudicial, al menos no antes de entrar en campaña. Claro que también sabía de la dureza que empleaba contra diversos grupos del crimen organizado. Podían haberle tendido alguna trampa. Si era eso, si esos bastardos habían matado a su hermana, los llevaría ante la justicia.
Aunque era tarde, llamó a su padre para preguntar. La conversación fue breve. Le hablo de sus indagaciones, de los huecos en la agenda y de los "gastos varios". Brenda no esperaba que la voz de su padre se volviese tan grave al responderle. Debía haber dado con un tema serio, por eso no se sorprendió cuando le dijo que mejor debían hablarlo a la mañana siguiente. Cuando colgó decidió enviar un mensaje a la periodista. No conocía a Lauryn desde hacía más de veinticuatro horas, pero creía que era de fiar.
Lauryn llegó a escuchar a Lacroix quedando con alguien. No fue hasta el final de la llamada cuando oyó el nombre de Brenda. Aunque era tarde se trataba de su hija, así que no le dio demasiada importancia. Unos segundos después recibió el mensaje de Brenda hablándole de gastos sospechosos, y le avisaba de su intención de hablarlo cara a cara con el propio Lacroix. Lauryn envió inmediatamente un mensaje para intentar hacer cambiar de opinión a Brenda. No debía meterse en algo así. Ni siquiera recibió confirmación de lectura. La mayor de las hermanas Lacroix debía haberse ido a dormir. Lauryn no podría llamarla mientras Albert siguiese allí.
A pesar de la hora, Rebecca envió un correo electrónico a la oficina de asuntos internos. No tenía amigos allí, pero había oído hablar de un agente con fama de incorruptible, Christopher Valley. Envió cuanto tenía. Copias de noticias de los crímenes que Emma también había encontrado por su cuenta. También mencionó que el instituto forense podría aportar más pruebas, aunque no rebeló cómo conocía ese último punto. Después se apresuró a recoger todo y partir a casa. Emma llegaría un poco antes. La muchacha se había mostrado muy competente, pero tendría que explicarle lo importante que resultaba la cautela en situaciones como esta.
Emma caminaba todavía eufórica hacia su coche. Le sorprendió un poco ver un coche negro aparcado aún. Recordaba vagamente haberlo visto llegar tras ella, pero dentro no había visto a nadie. Era raro, aunque en el instituto había sitio suficiente para albergar a varios detectives sin que se cruzasen. De todos modos aquello era raro. Sin saber muy bien por qué, aceleró el paso para llegar antes a su viejo coche.
No se fijó que las cámaras estaban rotas. En otros lugares eso habría provocado la alarma general, pero en el instituto forense no le daban tanta importancia, al menos no en el parking. Era un sitio húmedo donde tendrían a cortocircuitarse, eso cuando no sufrían alguna gamberrada. El procedimiento habitual era mandar a repararlas el día siguiente. Tal vez de haberse dado cuenta habría sido más cauta. Aún así memorizó la matrícula del otro coche, por si acaso.
Abrió la puerta y tomó asiento para cerrar rápidamente. Se sintió más tranquila de inmediato.
-Tonta, mira que asustarte de un parking oscuro.
Negó con la cabeza mientras se rió de si misma. Iba a introducir las llaves en el contacto cuando se fijó en el salpicadero. Había tres objetos extraños allí. Eran similares a cámaras de vigilancia, o más bien, a webcams. Un poco más grandes, con una especie de batería debajo. Estaban encendidas, orientadas hacia el asiento del conductor, el lugar donde se encontraba ella. Evidentemente no las había colocado Emma.
-¿Qué…?
No llegó a terminar la frase. Ocupada cómo estaba mirando las cámaras, no vio al entrar que había un hombre escondido en los asientos de atrás. No se fijó en la figura oscura levantándose silenciosa pero rápidamente mientras ella prestaba atención al salpicadero. No se dio cuenta de cómo agarraba una cuerda negra, una especie de hilo de pescar, con una mano en cada extremo. No fue capaz de evitarlo cuando el garrote descendió frente a su rostro para llegar al cuello.
Emma se sorprendió. No supo reaccionar. Las llaves cayeron al suelo mientras llevaba ambas manos al cuello para intentar agarrar el cordel. No consiguió pasar los dedos entre el cuello y el hilo a pesar de arañarse con sus propias uñas en el intento. Pensó en arrancar el coche y hacerlo chocar contra la pared, pero ni siquiera sabía donde habían ido a parar las llaves. El garrote impedía que mirase hacia abajo y la falta de aire evitaba que gritase. Tampoco pensaba con claridad. Todo había sido demasiado repentino. Se asustó, aunque intentó mantener la calma. Debía haber una forma de salir de allí, aunque con el respaldo entre su agresor y ella, poco podía forcejear.
-Voy a aflojar un poco para que hables, pero si gritas apretaré y no volveré a soltar. ¿Comprendido?
Emma asintió antes de pensárselo siquiera. Habría hecho lo mismo aún con más tiempo para decidir. Notó la presión alrededor de su cuello reducirse. No era suficiente para meter los dedos bajo el cable, pero comenzó a entrar el preciado aire.
-¿Quién…?
El garrote volvió a apretar cortándole el aire por completo, sin dejarle acabar la frase.
-No. Yo pregunto. Tu respondes. Si me gustan tus respuestas y prometes dejar de meter las narices en los asuntos de los demás, vivirás para recordar que debes mirar atrás antes de sentarte. ¿Comprendido?
Emma asintió con más urgencia. Necesitaba respirar. La presión volvió a amainar un poco. Ella volvió a respirar, aunque guardó silencio.
-Eso es. Como una niña buena.
Emma se limitó a asentir de nuevo. Posó los ojos en la guantera. Si entretenía a este tipo hasta conseguir distraerle, podría alcanzar la pistola.
-Has olisqueado casos que no te convienen. ¿Por qué?
- Quería un gran caso para….
De nuevo se quedó sin aire. Pataleó en el limitado espacio que tenía. Llegó a alcanzar las manos de su agresor con las suyas propias. No tenía fuerza para detenerle.
-He dicho que me tienen que gustar tus respuestas. Ahora otra vez
Emma no podía pensar. El garrote se había hundido esta vez en la piel haciéndola sangrar, Tenía miedo, pero no quería traicionar a Rebecca. Eso pensaba mientras no podía respirar, al menos al principio. Después comenzó a pensar que podía avisar a Rebecca a tiempo si la soltaban. O podía alcanzar la pistola. Mucha incertidumbre. Claro que en los últimos segundos de asfixia pensó simplemente en lo lista que era la detective. A ella no podrían atraparla por sorpresa, ¿Verdad?
-La detective Rebecca Johnes me lo pidió. - No dijo que era amiga de su padre. Quería sentirse mejor pensando que no les daba facilidades. - Y ya ha enviado todo a asuntos internos.
El hombre sonrió. No necesitó disimular, su víctima no podía verle. Ya había conseguido la información, ahora le quedaba el resto del encargo.
-Muy bien. Era sencillo, ¿Verdad?
Con lágrimas en los ojos, la pelirroja volvió a asentir.
-Ahora ábrete la camisa y quítate el sujetador. Quiero verte las tetas. Después bájate los pantalones y las bragas por debajo de las rodillas.
-¿Qué?
El hombre de nuevo empezó a apretar. Esta vez acompañó la presión de un par de tirones bruscos. No paró hasta que Emma comenzó a desabrochar torpemente los primeros botones de la camisa. Uno a uno fueron abriéndose, dejando ver la piel clara de Emma, salpicada de algunos lunares, junto a su sujetador negro de encaje. La lencería le costó un poco más, obligándola a arquear la espalda sin mover el cuello del sitio, para llegar al broche de atrás. Mereció la pena para el asaltante. Los pechos, más bien pequeños pero firmes, coronados con dos pequeños pezones rojizos, quedaron al aire, saludando a las cámaras. La joven se habría sonrojado, pero la estrangulación ya había hecho que su rostro estuviese rojo casi por completo.
-Eso es. Abre más la camisa. Sí, perfecto. Mira a las cámaras.
Emma ya no protestaba. Solo seguía instrucciones.
-Ahora los pantalones. A ver si eres pelirroja de verdad.
El llanto ya estaba arruinando el maquilla de la joven inspectora, pero no podía hacer nada a parte de avergonzarse. Lentamente, más por indecisión que por intentar agradar a su agresor, desabrochó el pantalón. Necesitó volver a arquear la espalda en el asiento para bajarlos hasta rebasar las rodillas. Las braguitas, ajustadas, hacían juego con el sujetador. A Emma le gustaba sentirse sexy en todo momento. Las fue quitando con cuidado para mostrar un pequeño triangulo de pelo corto y anaranjado.
-Oh, me encantan las pelirrojas. - Se relamió los labios. - Ahora, sin dejar de mirar a la cámara, mastúrbate.
Sin esperar respuesta o nuevas protestas, tiró fuertemente del garrote dos veces. Por si no estaba claro.
Emma comenzó a moverse tímidamente. Llevó la zurda al pecho izquierdo, masajeándolo con calma. Apretando el pezón, suavemente, entre el pulgar y el índice. Con la diestra se acarició primero los labios externos. Despacio, como siempre le había gustado hacerlo, fue recorriendo el exterior de la vagina. La respiración se aceleró, en la medida de lo posible, mientras introdujo un dedo en su sexo. Jugueteó un poco hasta abandonar para dedicarle un poco de atención al clítoris.
Había pensado en fingir. Simplemente meter un par de dedos y moverlos hasta simular un orgasmo. No se atrevió. No quería que aquel hombre tuviese motivos para dudar.
Llevó la mano izquierda al antebrazo de su agresor, apretando con fuerza. Con la derecha movía los dedos cada vez más rápido. Empujaba la cadera hacia delante rítmicamente. Aunque trataba de controlarse, agitaba cada vez más fuerte la cabeza de lado a lado. Gemía con voz ronca, pero sexy. Era un auténtico espectáculo. La vagina estaba totalmente húmeda, lo cual facilitaba que se penetrase a sí misma más rápidamente. Era un auténtico espectáculo erótico.
-Si… ahhh… ahhh…. ¡siiiii!
El orgasmo tardó en llegar, pero fue muy intenso. La falta de aire la había hecho sentirlo todo con más potencia de la normal. De haber podido, estaría jadeando. No podía. De hecho, de pronto no podía respirar.
-Muy bien, pequeña, muy bien. Es una pena que no pueda follarte.
Emma dio un par de palmadas en las manos de su agresor, cómo si él no se diese cuenta de lo que estaba haciendo.
-Ahora vas a morir. ¿Lo entiendes?, vas a morir, y voy a grabarlo.
La joven, desesperada, negó con la cabeza.
-Vamos a verte morir y vamos a cascárnosla con el vídeo. Ese será tu recuerdo.
Empezó a sacudirse, a arquear la espalda. Los pantalones por las rodillas le impedían patalear mucho, aunque intentaba levantar las piernas y sacarlas del sitio del conductor.
-Llevaré tu cuerpecito a nuestro pequeño desguace. Te trocearemos y nuestros perros se comerán tus restos. Nunca van a encontrarte, pero cuando le haga lo mismo a tu amiguita Rebecca, le diré que tú nos llevaste hasta ella.
Emma alargó la mano derecha mientras intentaba tirar del garrote con la izquierda. La guantera. El cable le causaba un dolor tremendo al rasgarle la piel. Los pulmones y el pecho le ardían. Las palabras del asesino la asustaban todavía más. No entendía que alguien pudiese tratar a otra persona así. Intentó sobreponerse. Necesitaba abrir la guantera.
Estaba cerca cuando sufrió un tirón más, estampándose de nuevo contra el respaldo. La vista ya era borrosa. Abrió la boca permitiendo que la lengua fuese asomando entre sus sensuales labios, hoy pintados de rojo claro. Volvió a intentarlo. Tenía que abrir la guantera. Se estiró cuanto pudo, hundiéndose más el garrote ella misma. Consiguió tocar el cierre de la guantera con la yema de los dedos. Un último estirón le bastó para abrirla. Allí estaba la pistola. La cara comenzaba a ponerse morada mientras derramaba saliva descontroladamente por la boca, uniéndose al caudal de lágrimas.
Puso un par de dedos sobre la empuñadura de la pistola. Tan solo necesitaba cinco centímetros más para agarrarla. El pánico se apoderaba de ella rápidamente. Requería de un gran esfuerzo para recordar lo que estaba haciendo. Se estiró un poco más, casi lo justo para agarrar el arma y poder tirar de ella. Aún no había llegado.
Sucumbió al pánico y al dolor. No pudo soportar más la presión en el cuello. Llevó ambas manos a las manos de su agresor. Las golpeó sin fuerzas, arañó sus guantes. Trató de agarrar el hilo una vez más. Tenía la espalda tan arqueada que parecía ir a romperse en dos. La lengua ya estaba completamente fuera. Notó un líquido caliente entre los muslos, manchando el asiento bajo ella.
Las manos cayeron a ambos lados. Intentó levantarlas de nuevo. No tenía fuerzas. El cuerpo había quedado recostado sobre el respaldo. No se escurría porque el garrote mantenía el cuello en alto. El pataleo era esporádico, al igual que algunas convulsiones del torso. Por última vez trató de subir la mano derecha hacia el hilo. No lo consiguió. Cuando estaba a medio camino volvió a caer al costado. Ya solo veía sombras y siluetas, pero reconoció su propia imagen en el espejo retrovisor. Sintió pena por esa chica joven, pelirroja, que contemplaba. Parecía asustada, desfigurada por el dolor. Medio desnuda para que quien quisiera mirar pudiera ver su hermoso cuerpo. Después dejó de ver, dejó de oír, y al final, dejó de sentir dolor.
El asesino dejó de apretar. Tenía algo de prisa. Salió de la puerta de atrás, abrió la del conductor, y contempló su obra. De haber quedado algo de compasión en él, habría sentido algo de lástima. La chica habría tenido un futuro brillante. Para asegurarse posó su mano sobre la coronilla y agarró la mandíbula con la otra. Tiró con fuerza, rompiendo el cuello. La sacó del coche y la metió en el maletero. Miró hacia su propio coche. Otro tipo en el interior tenía un ordenador portátil, abierto, en el salpicadero. Le hizo una señal de aprobación con el pulgar. Había grabado todo.
El asesino se sentó en el asiento del conductor. No le hacía gracia sentarse en la orina de otra persona, pero le pagaban bastante bien para ignorar esas pequeñeces. Además, tenía muchas cosas por hacer esa noche. La operación estaba en riesgo de ser descubierta. Solo esperaba que la tal Rebecca fuese tan deliciosa como Emma.
-Emma…
Volvió a relamerse los labios. Definitivamente iba a disfrutar re visionando el vídeo. Si tan solo hubiese podido follársela…
Rebbeca aparcó el coche delante de casa. Ya estaba bien entrada la madrugada. El día de trabajo había sido tan desagradable como siempre y, después, sus indagaciones a petición de Lauryn. Tenía ganas de subir a su piso, quitarse unos pantalones vaqueros ajustados pero cómodos. Arrojar las botas marrones, casi sin tacón, al suelo para dar un pequeño descanso a los pies. Colgar la chaqueta de cuero color piel de la silla, y deshacerse del jersey verde oscuro. No tenía demasiado claro si prepararse un largo baño de espuma, ya que apenas iba a dormir, o intentar conciliar el sueño durante unas pocas horas.
Sabía que olvidaba algo. Había enviado sus pruebas a Christopher Valley, de asuntos internos. Había leído los mensajes de Lauryn. La muy lista se había quedado encerrada en un armario mientras investigaba a Lacroix. No era su peor situación. Además, la propia periodista había dicho que saldría por sus medios, así no metía en líos a nadie. En realidad debía haber escrito solo para matar el tiempo. Definitivamente el repaso mental no fue nada fructífero. Solo cuando salió de vehículo, un challenger, hizo memoria. Vio aparcada la vieja chatarra de Emma. La chiquilla estaba tan emocionada de participar en un caso que ni siquiera habría dormido. No estaba dentro del coche. Habría subido a esperarla en el piso. Con pocas ganas se encaminó hacia las escaleras. Al parecer la noche aún iba a ser más larga.
Emma no estaba en el portal del edificio ni en la propia puerta del piso de Rebecca.
-¿Quién sabe? - pensó - llevará horas aquí y habrá ido a dar una vuelta.
A diferencia de muchos insensatos, ella no guardaba la llave bajo el felpudo, así que la joven no podía haber entrado. Rebecca, sin embargo, si podía hacerlo, y no espero más. Tampoco notó que la puerta estaba forzada, pues no lo estaba. Quien la esperaba dentro era un profesional y sabía cómo podía y cómo no podía engañar a un policía, hombre o mujer. Ninguno entraría con la guardia baja en un piso con la puerta forzada. En lugar de eso habían dejado fuera de combate al casero y le habían robado las llaves a él. Mucho más sencillo.
Rebecca entró sin percibir el peligro. Dejó las llaves, junto al móvil, en la mesilla de la entrada. Encendió la luz del salón. Entonces vio un juego de cámaras apuntando justo hacia la entrada. No eran suyas. Jamás las había visto antes. Notó un hilo, tal vez de pesca, enrollarse en su cuello. Apretaba hasta cortarle la respiración. La detective no tuvo reflejos para agarrar el cable a tiempo. Un segundo hombre se colocó frente a ella, sonriendo.
-Muy bien, rubita. A esto se juega así. Nosotros te hacemos preguntas y, si nos gusta lo que…
No terminó la frase. Rebecca lanzó una patada directa al estómago de aquel mal nacido. Quien la sujetaba desde atrás apretó más el garrote, pero se encontró con el codo hundiéndose en las costillas. Una debió romperse. El dolor fue suficiente para hacerle aflojar un poco y permitir a la detective agacharse, sosteniendo con ambas manos uno de los antebrazos. Consiguió proyectarlo por encima de su cabeza. A continuación intentó desenfundar la pistola. El agresor que intentaba interrogarla se reponía. Agarró la pistola intentando quitársela de las manos. Rebecca barrió la pierna con la suya propia, tirándolo de nuevo de espaldas al suelo. El segundo se levantaba buscando desenfundar su pistola. La detective tuvo el tiempo justo para arrebatarle su arma al primero e intentar disparar. Un impacto en el hombro. Había faltado tiempo para más. El interrogador consiguió dar una patada desde el suelo, también en el estómago, que hizo a Rebecca trastabillar hasta chocar con la mesilla y volcarla. Los dos individuos se incorporaron como pudieron a tiempo para salir corriendo por la puerta.
Rebecca no dudó. Se levantó enfadada. Salió corriendo tras ellos tan aprisa que no recordó coger las llaves o el móvil. Solo sabía que no debía dejarles escapar.
La detective llegó a bajo a la carrera. Le faltaba el aire. A sus atacantes también debía faltarles. Uno de ellos estaba abriendo la puerta del coche de Emma mientras el otro se subía a un todo terreno negro conducido por un tercero. Disparó contra el que intentaba robar el vehículo de su amiga. El primer disparo rompió la ventanilla. El hombre desistió, saltando por encima del capó, y alcanzando el todoterreno de sus compañeros. Rebecca siguió disparando sin conseguir otro blanco certero. No era tan fácil como en las películas.
Debía perseguirlos. Buscó las llaves en el bolsillo de su chaqueta. No estaban allí. Si subía los perdería de vista. Vio que el indeseable había dejado puestas las llaves del coche de Emma. Para ella, eso solo podía significar que la estaban reteniendo. El vehículo era una auténtica cafetera con ruedas. Distaba mucho de ser el ideal para un persecución. Claro que esos tipos huían en un todo terreno resultaba igual de inútil para huír, al menos en una carretera bien asfaltada. Sin importar la potencia, necesitarían frenar mucho antes de cada curva o volcarían. Subió al coche sin saber que el cadáver de su joven amiga se encontraba en el maletero. Notó el asiento mojado, aunque tenía demasiadas cosas en mente para darle importancia. No iba a dejarles ir. Nada de eso.
Brenda aún estaba levantada. El dolor de la pérdida le dificultaba conciliar el sueño. Haber encontrado anomalías en la agenda de su padre tampoco ayudaba demasiado. Estaba nerviosa. Inquieta. Pensar que su hermana pequeña podía haber sido asesinada solo para dañar las aspiraciones políticas de alguien… carecía de sentido.
Ni siquiera se había cambiado aún. Llevaba la misma camisa negra conjuntada con una falda que llegaba hasta debajo de las rodillas. En las piernas, además de los zapatos negros de rigor, con unos centímetros de tacón, llevaba medias de color oscuro. En realidad vestía de luto, pero una mujer tan hermosa como ella habría estado sexi con cualquier ropa, y esa, sin ser ajustada, marcaba bien sus generosos pechos, algo más pequeños que los de Kate, y un espléndido trasero.
Alguien llamó a la puerta del ático. Era extraño, ¿Quién iba a llamar a esas horas? Se acercó para mirar por la mirilla. Reconoció al hombre. Era el jefe de seguridad de su padre. No recordaba si se llamaba James, Johnes, o algo así. Su padre debía haberlo enviado. Si es cierto que lo chantajeaban, no querría correr riesgos.
Brenda quitó la cadena de la puerta. Abrió dispuesta a decirle que no necesitaba escolta. Cuando sus labios se separaron para hablar, el hombre le puso un pañuelo en el rostro cubriendo nariz y boca a la vez. La empujó hacia atrás hasta retenerla contra una pared. En todo ese tiempo Brenda forcejeó. Intentó quitar el pañuelo de la cara. Intentó empujar o golpear a su agresor. Todo eran esfuerzos erráticos. No estaba preparada para defenderse. Además, el cloroformo empezaba a hacer efecto. Intentó mantener los ojos abiertos, sostenerse en pie. Fue resbalando por la pared hasta caer sentada al suelo. Transcurrieron pocos segundos hasta dejarla inconsciente.
Lauryn observó a Lacroix, por fin levantarse de la cómoda silla frente al ordenador. Fue directo al servicio. Comenzó a escucharse el agua de la ducha. Esta era su ocasión para escapar. Salió despacio del armario. Se quitó los zapatos para no hacer ruido. Solo necesitaba recorrer unos pasos hacia la puerta. Se detuvo a mirar el ordenador. Aquello no podía ser solo porno, nadie lo ocultaría así. Tenía que ser más comprometedor. Ya llevaba uno de los DVDs en el bolsillo, pero allí tenía uno puesto. Se acercó hasta el monitor. Pulso el botón de "play" en el programa de reproducción. El video no tenía créditos. Tampoco era porno amateur, la imagen era de alta calidad, nítida, cómo la de varias cámaras profesionales. La película empezaba con tres chicas jóvenes arrodilladas en un césped. Las reconoció. Eran Kate y sus dos amigas, Jamie y Alex. Jamás hubiera imaginado lo que estaba a punto de ver.
UNOS DÍAS ATRÁS
Kate y Alex no sabían que Jaimie ya había muerto. Tenían sus propios problemas. Kate yacía sobre uno de los hombres, cabalgándolo contra su voluntad, mientras otro la penetraba salvajemente por el ano. Un tercero le hacía chupársela. Sus grandes senos se estrujaban contra el pecho del primer agresor. Desbordaban por ambos lados. Ya era bastante doloroso ser violada, y bastante humillante que la obligasen a hacer el trabajo. Cualquiera de las dos cosas habría bastado para hacerla llorar. Y lloraba, claro que lloraba, pero además sentía como estaban destrozando su culo. Gritaba cada vez que el pene en la boca le dejaba espacio. No se atrevía a morder. Sentía demasiado miedo. Solo quería que todo acabase pronto.
Al lado, Alex ya no protestaba. Estaba tumbada en el suelo, de costado, apoyando una pierna en el césped mientras la otra se encontraba casi sobre el hombro de su violador, que seguía follándosela a pesar de haber eyaculado algunas veces. Se agitaba de adelante a atrás, con las manos atadas a la espalda. Tenía una mueca de dolor constante, pero la mirada perdida. De vez en cuando se escuchaba algún rezo por su parte, pero eso era todo. Se dejaba hacer. No reparó en la llegada de otro hombre, quien había ido hacia el jacuzzi arrastrando a Jamie con él.
-Esta puta se va a dormir- Dijo el recién llegado.
-Pues tengo una idea para despertarla- Respondió el otro tras correrse una vez más - Ayúdame a ponerla a cuatro patas.
Alex lo escuchó. Forcejeó un poco sin demasiado entusiasmo. Creía que ya no podían dañarla más. Se sentía sucia, dolorida. Por supuesto no podía ponerse a cuatro patas, no con las manos atadas a la espalda. Apoyó las rodillas en el suelo. El rostro, aún de medio lado, soportó el resto del peso. Sus pechos, también grandes y firmes, tocaban el césped hasta reposar parte del peso en él.
Kate sintió un vacío en el trasero. Pensaba que dejaría de dolerle cuando le sacaran el miembro del ano, pero fue tan rápido que incluso su violador debió sufrir un poco. Había sido el último en correrse. Tenía la vagina y el ano llenas del semen de esos indeseables. El que forzó su linda boquita le había obligado a tragar sin dejar caer ni gota. Sentía arcadas. Esperaba un descanso que nunca llegó. Intentaba gatear lejos cuando uno de ellos apoyó el pie en el costado y empujó con fuerza, haciéndola caer al suelo. Entre todos la giraron para quedar boca arriba. Durante un momento la contemplaron. Un ángel rubio de pechos casi perfectos, de mirada inocente, de rostro amable. Tardó unos segundos en reparar en su propia desnudez. Era un poco absurdo a esas alturas, pero agarró una teta con cada mano, intentando cubrirlas, y cruzó las piernas para no dejar a la vista la vagina. Un pequeño charco de semen bajo ella la delataba.
Incluso en su estado, llorosa, sin fuerzas, pedía que las dejasen ir. Pedía que dejasen en paz a Alex. Preguntaba donde habían llevado a Jaimie. Solo conseguía hacer sonreír de forma maliciosa. Por toda respuesta, los violadores acercaron una de las cámaras para capturarla bien. Después se posicionaron alrededor. Comenzaron a masturbarse apuntando sus pollas hacia ella.
Alex gritó súbitamente. Intentó alejarse empujando con ambas piernas, pero uno de aquellos dos hombretones la sujetaba. El otro forzaba la mano entera en la vagina. La chica jamás había imaginado que tanto dolor fuese posible. Gritaba con fuerza hasta hacerse daño en la garganta.
La mano, una vez dentro, fue tomando la forma de puño. El violador comenzó a moverla adelante y atrás, con poco recorrido, pero haciendo tanta fuerza en la embestida que parecía estar intentando golpearla.
Alex ni siquiera parpadeaba. Estaba allí, con la boca abierta, derramando saliva y lágrimas, No se veía capaz de aguantar ese suplicio un segundo más, pero seguía y seguía.
Kate se incorporó al escuchar los gritos de su amiga.
-¡Alex!
Uno de los hombres apoyó el pie en el hombro obligándola a tumbarse de nuevo. Ya estaban comenzando a correrse. Le salpicaban en todo el torso y en el rostro. Intento cubrirse la cara por reflejo, dejando libres así los senos. También comenzaron a recibir lo suyo.
Alex levantó la vista. ¿Por qué no podía al menos desmayarse? Miró entonces hacia el jacuzzi. Vio las piernas de Jaimie colgando del bordillo, pero tenía el torso sumergido. No se movía.
-¡Jaimie!- Giró el rostro hacia donde ultrajaban a Kate. -¡Kate!
Sintió algo frío y afilado en el cuello. Un gran dolor de un lado a otro. Miró hacia el suelo. Un líquido rojizo empezaba a encharcar el césped. Notó un sabor extraño en la boca. Al escupir cayó más de ese líquido rojo. Escuchó a Kate gritando su nombre. El dolor del cuello creció hasta hacer olvidar el fisting al que aún la sometían. Ya no había nada más en el mundo. Volvió a desplomarse en el suelo, boqueando como un pez. Tras unos espasmos sus ojos se apagaron. Seguían abiertos, pero ya no mirarían nada más.
-¡Alex!, ¡Cabrones!, ¡Alex!
Kate gritaba sin dar crédito a sus ojos. Su amiga se estaba desangrando como un cerdo en el matadero. ¿Por qué? Entonces se dio cuenta de la prolongada ausencia de Jaimie. No la encontró por ningún lado. Supo que era la última. Iban a matarla allí. Dejarían su cuerpo, mancillado y lleno de semen, allí tirado. Como basura en la acera. Intentó revolverse. La agarraron por los brazos, abriéndolos en cruz. Ella temblaba de miedo. Daba patadas al aire
-No. ¡Por favor!, ¡no me matéis!, ¡No, no, no, no!
Uno de los hombres se arrodilló frente a ella y clavó un cuchillo en el estómago. Lo retorció antes de sacarlo. No arrebató las fuerzas de Kate, pero los tres siguientes la dejaron tan dolorida que ya no podía moverse. Por fin le soltaron los brazos. Intentó agarrarse las heridas, mantener la sangre y las tripas dentro. Mientras tanto los cinco la rodearon. Algunos siguieron masturbándose, los más saciados incluso comenzaron a orinar en el rostro y las tetas. Kate negaba con la cabeza. Pocos segundos después dejó de hacerlo, dejó de temblar. Fue el momento en que acabó el vídeo.
UNOS DÍAS DESPUÉS
Lauryn estaba conmocionada. Solo debía haber echado un vistazo e irse, pero se encontró tan sorprendida que no pudo moverse. No podía creer lo que acababa de ver. Iba a llamar a la policía en ese mismo instante. Escuchó pasos salir del baño. Lacroix estaba desnudo. La miró sorprendido.
-¿Quien?
Lauryn no esperó más. Salió corriendo hacia la puerta. Lacroix corrió hacia el teléfono.
-Una intrusa. No puede salir de aquí.
UNA HORA ATRÁS
La joven atada a la silla bien podría haber pasado por adolescente. No llegaba al metro sesenta por poco. Por complexión tampoco parecía una adulta. Tenía pocas curvas. De pecho usaría una talla setenta y cinco, con algo más de trasero. Aún así, esa falta de voluptuosidad le confería sensualidad, pues poseía un cuerpo firme, esbelto, de proporciones armónicas. Los pechos no resultaban menos apetecibles por su reducido tamaño, al contrario. Abultaban lo justo para dejarse notar.
El rostro de Ellen, que así se llamaba, era aniñado. No podía ser de otro modo. La cara más bien redondeada, con los mofletes amplios. Los labios tampoco eran muy carnosos, aunque sí apetecibles, maquillados ligeramente de color carne rosado. También llevaba una fina capa de maquillaje para esconder alguna que otra peca. Todo aplicado de forma sutil, elegante. Llevaba el pelo, de color castaño oscuro, recogido en un moño a la altura de la coronilla. De lo contrario la melena habría llegado por debajo de los omoplatos. De esta forma evitaba cualquier mechón rebelde cayendo sobre el rostro. Una decisión sabia, porque sin duda Ellen podía presumir de cara bonita. También dejaba ver dos orejas, un poco pequeñas en proporción al resto del cuerpo, adornadas con pendientes en forma de perlas blancas. Los ojos constituían otro de esos rasgos que le otorgaban una belleza tan particular. De color marrón muy claro, pequeños a la par que expresivos, coronados por finísimas cejas casi rubias.
Iba vestida de forma profesional, lo cual contrastaba con su apariencia prácticamente de instituto. Este era uno de esos casos donde las apariencias engañaban. Ellen era muy joven, sí, pero ya estaba acabando su último año de universidad. Pocos podían acertar sus veintitrés años de edad. Llevaba un conjunto gris de falda y chaqueta, adecuado para trabajar en una oficina. La chaqueta llevaba abrochados los botones hasta el esternón, después se abría en forma triangular dejando ver una camisa blanca que le cubría hasta el cuello. La falda llegaba ligeramente por debajo de las rodillas. Todo bastante ceñido para dejar fantasear con su cuerpo mientras buscaba un aura de profesionalidad. Calzaba zapatos negros de tacón que dejaban descubierto el empeine. Aunque las piernas eran bonitas, poco permitía ver de ellas, eso a pesar de llevar medias de color carne.
En aquel momento miraba inquieta alrededor. Sus pies estaban atados a las patas delanteras de la silla. Las muñecas a los reposabrazos. La silla no se balanceaba a pesar de algún tirón esporádico de Ellen. Debía estar anclada al suelo, aunque no llegaba a ver cómo. Lo que si veía era a tres hombres grandes, musculosos, desnudándose en frente. Estaba rodeada de cámaras que enfocaban directamente hacia la silla, hacia ella.
No hacía mucho había salido de su trabajo nocturno. Un trabajo ganado con dificultad. Conseguir empezar de ayudante en el buffet más grande de la ciudad era complicado. Lo cumplimentaba con horas y más horas de estudio tratando de ser la primera en su promoción. Apenas ganaba suficiente para pagar los trajes formales que debía llevar, pero pensaba que acabaría mereciendo la pena. Por supuesto no imaginaba que alguien se había fijado en ella semanas atrás. Después había dado el nombre, algunos datos más, y había sellado así su destino. Por el momento Ellen ni siquiera podía imaginarlo. Sabía que caminaba a la parada del autobús, bien entrada la noche, cuando una furgoneta había parado frente a ella y tres encapuchados la habían subido por la fuerza.. Cualquier idea de resistencia había desaparecido al ver las pistolas. No era la persona más valiente del mundo. Jamás imaginó verse encañonada por desconocidos. Asustada incluso para gritar, había acabado por obedecer sin más. Les había explicado que no tenía dinero, que su familia era de clase trabajadora. No conseguirían rescate alguno, ni tampoco podían sacar mucho asaltando su casa. Eso no importaba a los tres desconocidos. Estaba a punto de comprobarlo.
Los hombres, aún encapuchados, habían puesto las cámaras a grabar justo antes de empezar a desnudarse, pero un poco después de tomar ciertas pastillitas que les ayudarían a rendir mejor. De este modo habían podido captar los gestos de terror en el rostro de Ellen. Los micrófonos también estaban en marcha para grabar gritos y súplicas.
Quien parecía el líder se acercó hasta una mesilla llena de herramientas. Agarró los alicates. Después se acercó despacio, ya completamente erecto, a la chica.
Ellen reaccionó mirando en otra dirección.
-Por favor, dejadme ir.
Se esperaban mejores capacidades de negociación por parte de Ellen. Ella había tratado de encontrar un discurso mejor. En clase, en su casa, en los ratos libres, había practicado alegatos decenas de veces. Siempre había destacado en la materia. Ahora estaba perdida. En su mundo no cabía una situación similar. Jamás se había preparado para esto.
El líder la agarró por la mandíbula, forzándola a mirarle de nuevo. Puso los alicates justo a la altura de los ojos.
-Vas a chupármela, y vas a hacerlo bien.
Ellen negó con la cabeza e intentó apartar el rostro una vez más. El encapuchado volvió a obligarla a mirarle.
-Si no quieres cumplir con tu parte, te pego dos tiros. ¿Comprendes?
Silencio. La agarró por el moño y le echó la cabeza hacia atrás, haciéndola mirar al techo.
-¿Comprendes?
-Si
El encapuchado sonrió tras su pasamontañas. Luego volvió a mostrarle los alicates.
-Puedo usar estos amiguitos para ahorrarme problemas con los dientes, pero no me van a hacer falta, ¿verdad? No se te va a ocurrir ninguna tontería, ¿verdad?
-Si, ¡quiero decir no!, ¡no haré nada de eso!
Sin más preámbulos, dejó caer los alicates al suelo, agarró la cabeza por ambos lados, y le introdujo el miembro en la boca.
Ellen no era nueva en el sexo, pero apenas había tenido dos parejas en su vida. Ninguno de ellos la había penetrado de ese modo. Durante los primeros instantes tuvo problemas para respirar. Los ojos, aunque cerrados, se llenaron de lágrimas, dejando un surco de maquillaje corrido por donde iban deslizándose a lo largo del rostro. Al principio estaba algo desorientada. No sabía si le estaban moviendo la cabeza o si el violador era quien movía las caderas. Más adelante pudo discernir que se trataba de ambas cosas a la vez.
Las cámaras capturaron todo. La cabeza moviéndose de atrás adelante con fuerza, como si el encapuchado se estuviese masturbando con ella. Los brazos y piernas en tensión, tratando de escapar de las ataduras.
Aunque intenso, fue relativamente breve. El hombre la mantuvo inmóvil mientras se corría dentro. Parte del semen escapó entre las comisuras de los labios. Ellen no tuvo más remedio que tragar el resto.
El violador apartó la cabeza de la joven hacia atrás, con desprecio. Ella tosió un par de veces tratando de expulsar el resto del semen.
Los otros dos encapuchados cargaron un colchón que dejaron justo frente a la silla. El otro volvió a la mesilla de herramientas para cambiar los alicates por una navaja. Regresó pronto.
-Ahora vamos a desatarte. Si intentas correr o pelear, te cortamos como a un cerdo.
Ellen asintió. No osó moverse mientras deshacían los nudos de brazos y piernas. Tan solo después, aún sentada, masajeó un poco las muñecas. La calma duró poco. Agarrándola por las axilas, la levantaron bruscamente, esperando a que se sostuviese por sí misma antes de soltarla. Se mantuvo quieta, en pie, mirando con ansiedad a los tres hombres frente a ella.
-Por favor. Dejadme ir
El líder, que estaba en frente, le dio un bofetón que la calló al instante, a parte de asustarla aún más. Aprovecharon para abrir la chaqueta de golpe rompiendo los botones en el proceso. Cuando quiso darse cuenta ya no tenía la prenda encima, y ya estaban abriendo la camisa del mismo modo. Iba a cubrirse con los brazos hasta que un segundo bofetón la hizo cambiar de opinión. De ese modo nada cubrió un bonito sujetador blanco, de encaje pero sin ser ostentoso. Mantenía los pechos en su sitio sin mucha dificultad. El líder acercó el cuchillo al rostro de Ellen que lo miró aterrorizada. La situación no cambió cuando lo paseo por su rostro, bajando poco a poco hacia el cuello, el esternón. Tras unos segundos más de juego, cortó ambos tirantes del sujetador para arrancarlo después de un tirón.
-¿Quién había dicho que tenía los pezones rosados?
Uno de los otros dos agresores levantó la mano.
-¡Que cabrón!, has ganado la apuesta.
Ellen sollozaba cuando le arrancaron también la camiseta, dejándola desnuda de cintura para arriba. Antes de proseguir, los tres hombres se apartaron para que las cámaras pudieran capturar aquellos pechos pequeños, jóvenes, y firmes. El líder volvió a hablar.
-De rodillas.
Ellen dudó. También recordó el dolor de las bofetadas, las pistolas, el cuchillo. Acabó arrodillándose sobre el colchón.
-Ahora vas a usar las manos para alegrarles la noche a mis amigos. Una polla en cada mano. No vas a parar hasta que se corran encima de ti. Y durante todo ese tiempo, vas a estar mirando hacia las cámaras. Me da igual si lloras o sonríes. Si finges disfrutar o sientes asco. Tan solo debes mirar a la cámara. ¿Entendido?
Ellen no dijo nada. Le repugnaba la idea. A punto estuvo de negarse. Al final le pudo el recordatorio del cuchillo, por algún motivo le asustaba más que las pistolas. Ya entre llantos, asintió lentamente. Se arrodilló. Agarró un falo en cada mano y empezó su tarea. No tenía ni idea de si lo estaba haciendo demasiado rápido o demasiado lento. Jamás había hecho esto con nadie. Por los gruñidos de placer, no debía ir desencaminada.
El primero en correrse fue el de la derecha. Ninguna sorpresa, después de todo era diestra. El hombre la dejó hacer hasta el final. Parte del semen fue a parar al hombro, el brazo, o el suelo. La mayoría sin embargo acabó en el pecho más cercano.
Un par de minutos después, el otro se acercaba al climas. Agarró a Ellen por el moño, la hizo acercar la cara hasta apoyar el glande en la mejilla. Desde ese momento siguió él solo, masturbándose enérgicamente. Eyaculó allí mismo, dejando manchas por todo el rostro.
El primero la levantó tirando del pelo. El moño estaba en parte desecho, dejando caer unos pocos mechones por debajo de la nuca. La mantuvo cinco o seis segundos mirando a la cámara frontal. Arrancó la falda con un tirón fuerte. Las bragas, también blancas, de encaje, tardaron solo un poco más. Al final quedó vestida solo con las medias y los zapatos. A los encapuchados no les estorbaba ni lo uno ni lo otro.
Ellen tenía poco pelo de forma natural. Tan solo una pequeña mata rizada. Solo tenía que depilar un poco cuanto pudiese sobresalir del bañador. Contribuyendo más aún al aspecto juvenil que muchas otras envidiaban.
El primer agresor, a pesar de las protestas, llevo los dedos a la vagina. Separó un poco los labios exteriores. De nuevo un gesto para la cámara. Se escucharon gemidos de protesta. Ellen agarró el brazo con las dos manos, intentando alejarlo. El valor duró solo hasta el momento que uno de los otros dos volvió a encañonarla.
El líder retiró la mano para llevarla a la espalda. Despacio pero con fuerza, empujó para inclinarla adelante. Ellen apoyó ambos brazos en el suelo intentando no caerse.
-Recuerda mirar a la cámara.
Ellen hizo su mejor esfuerzo para mirar la cámara mientras la penetraban desde atrás. De este modo se grabó su gesto de angustia mezclado con dolor. No fue una violación lenta. El encapuchado empezó a bombear con fuerza, con violencia. Ellen estuvo cerca de perder el equilibrio y caer de boca. Sus pechos eran pequeños como para balancearse, pero se agitaban deliciosamente.
La eyaculación esta vez fue en el interior. Ella no estaba en uno de esos días, sin embargo tampoco le hacía ninguna gracia saberse mancillada por un bruto como aquel.
La dejó caer en el colchón, apoyándose sobre las manos y las rodillas. Ellen creía haber acabado de una vez, pero sus ideas no encajaban con las de los otros encapuchados. Dio igual si les dijo que le dolía, que no podía más. Simplemente la tomaron. Pasaron un buen rato turnándose. Siempre a cuatro patas. A veces la vagina, a veces se ponían delante para otra mamada. Perdió la noción del tiempo o de cuanto pasaba a su alrededor.
Recobró el sentido donde había empezado la odisea. Atada a la silla exactamente en la misma posición de antes. Tenía una goma atada al brazo, como cuando un médico busca la vena antes de sacar sangre. Vio al líder acercarse con una jeringuilla en la mano.
-¿Qué vas a hacerme?
El hombre clavó la aguja directamente en la vena.
-Voy a drogarte. Vas a recibir una dosis demasiado grande para tu cuerpecito, así que morirás.
Ellen no supo responder. Miró directamente a los ojos del agresor. Intentó apartar el brazo, olvidando totalmente las ataduras. Gritó pidiendo auxilio.
-No, ¿por qué? No. No tenéis que hacer esto. - Miro a los otros dos, nerviosa- Dejadme ir. No diré nada.
Uno de ellos le tapó la boca mientras otro sujetó aún mejor el brazo. El líder aprovechó para seguir hablando. Tenían instrucciones de decir siempre estas cosas a sus víctimas
-Cuando te encuentren, en algún contenedor de basura, creerán que no pudiste con todo. El trabajo, los estudios, la presión… Cediste. Quienes te conozcan pensarán que al final recurriste a la droga, pero no tenías dinero. Una yonki sin dinero. Pagabas a polvos, peor que una puta barata. El último chute fue demasiado. Una bonita historia, ¿no crees?
Los ojos de Ellen casi se volvieron hacia dentro cuando la droga le empezaba a hacer efecto. Se sintió mareada, somnolienta, y extrañamente bien. Pensaba con lentitud, pero en la tormenta que se había convertido su cerebro aún había sitio para el miedo.
Tenía problemas para respirar. El diafragma se movía bien, nada obstruía la garganta, y aún así el aire no la saciaba. El cuerpo reaccionó intentando acelerar el proceso de expiración e inspiración. Sirvió de poco. De nada. Los pulmones iban dejando de funcionar. Miraba hacia arriba, con la vista perdida y la boca medio abierta. Los músculos de todo el cuerpo se contraían y estiraban sin orden alguno, haciéndola agitarse en la silla como si la estuviesen electrocutando.
-No… pu… - pensaba erráticamente. El miedo y las drogas se habían encargado de ello. -No... res… no puedo respirar.
Volvía a llorar. Escuchó bromas sobre sus convulsiones. ¡Podía haberse movido así antes!, decían. Abrió la boca en un último intento de respirar. Los espasmos musculares fueron reduciéndose hasta dejarla completamente inmóvil. Muerta.
Los tres encapuchados creían haber terminado aquel día. Solo quedaba recoger, dejar el cuerpo en alguna zona conflictiva de la ciudad, e ir a casa a descansar. En lugar de eso, el líder recibió una llamada.
-¡¿qué?, ¡Tienes que estar bromeando!
Por sus gestos no fue así. Colgó de golpe, visiblemente enfadado. Detestaba las chapuzas y acababan de comunicarle una de las grandes.
-Muy bien muchachos. El otro equipo la ha cagado. Han ido a matar a una detective que metía las narices en el negocio, y de algún modo ahora les está persiguiendo. No creen que traiga refuerzos, pero ya ha herido a uno de esos gilipollas en el brazo y le ha dado una paliza a los otros dos. Vamos a tener que ayudarles si no queremos acabar con el culo entre rejas o el pecho lleno de plomo.
UNOS MINUTOS DESPUÉS
Lauryn corría escaleras abajo con los zapatos en una mano y el móvil en la otra. Sabía que el ascensor no era buena idea, pero también sabía que el equipo de seguridad de Lacroix subiría por las escaleras y el ascensor a la vez. Echó un vistazo abajo. Efectivamente un par de tipos trajeados subían corriendo desde el primer piso. Ella tan solo bajó uno antes de volver a salir al pasillo lleno de puertas. Ninguno de los otros apartamentos, ni en ese ni en otros pisos, estaba ocupado. Lacroix los había ido comprando uno a uno de forma que, incluso si el edificio no era suyo, todo el interior sí.
La periodista se apresuró en forzar la última puerta. Resultó más fácil, las cerraduras eran mucho peores que la del ático. Fue rápido. El apartamento aún tenía los muebles de los últimos propietarios. Corrió a las ventanas para llegar a la escalera de incendios. Tenían rejas. Buscó algún sitio donde esconderse. Acabó otra vez en un armario del dormitorio.
Sacó el móvil del bolso. Este era uno de esos momentos en los que llamar a la policía parecía buena idea. No tenía cobertura. Antes sí la tenía. El equipo de seguridad debía contar con inhibidores. El teléfono fijo debía llevar años sin señal, así que tampoco tenía sentido ir a buscarlo. Por otro lado, en el móvil tenía los últimos mensajes de Rebecca. Información sobre más casos sin resolver y el nombre de un agente de asuntos internos. Estaría bien si ahora pudiese responderlos.
Rebecca no tenía ningún problema al seguirlos. Podían ser buenos conductores, pero además de ser mejor, contaba con un coche más adecuado para una persecución urbana. Aún así se iba recriminando sus errores. Había dejado el teléfono atrás y no tenía ninguna radio en este vehículo. Perseguía a al menos tres hombres, armados. Habría sido más apropiado dejarlo, pero eso significaba abandonar la única pista. Aceptable en otras circunstancias. En estas… por lo que sabía ellos tenían a Emma en algún sitio, Debía arriesgarse.
No consiguieron quitársela de encima en ningún momento. Incluso intentó alguna maniobra para frenarlos. La diferencia de peso entre ambos vehículos la hizo inútil. Acabaron llegando a un almacén de las afueras rodeado de almacenes abandonados. Los tipos salieron del coche mientras Rebecca hacía lo mismo.
-¡Alto!
No contaba con que le hicieran caso, lo cual le dio tiempo para cubrirse con el coche cuando se giraron disparando. Asomó para disparar justo antes de que entrasen por una pequeña puerta lateral. Los dos primeros lo consiguieron. El tercero, que ya estaba herido en el hombro, cayó abatido por un certero disparo de la detective.
Rebecca siguió a los demás al interior.
Lauryn escuchó la puerta del piso abriéndose. Debían tener todas las llaves. No pensó que las llevasen encima a cada instante, serían demasiado incómodas, pero no tenía tiempo para plantearse algo tan trivial.
El hombre entró con la pistola por delante. No había nada fuera de lugar, pero debía asegurarse. Revisó habitación por habitación hasta llegar al dormitorio. El único sitio para esconderse allí dentro era el armario. Lo abrió de golpe. Al hacerlo recibió una rociada de espray de pimienta directamente en los ojos. Lo siguiente que notó fue una patada en la entrepierna y, finalmente algo duro golpeándole por detrás de la cabeza.
Lauryn soltó los restos de la lámpara y recogió la pistola. No era ni mucho menos una gran tiradora, detestaba las armas, pero sabía cómo usarlas a un nivel bastante básico.
Sabía que no podía bajar. Habría más seguridad en las salidas y los demás seguirían registrando piso a piso. Podía volver a subir. Lacroix no se quedaría incomunicado. Si podía llamar a la policía tal vez tendría alguna oportunidad de salir de allí.
Rebecca entró en el almacén apuntando. La recibieron con unos cuantos disparos que la obligaron a rodar hacia delante para cubrirse en una columna. Asomó para disparar un par de veces más. Justo entonces escuchó pasos a su derecha. Otros tres tipos llegaban desde allí, y no perdieron tiempo antes de abrir fuego. Rebecca disparó antes de moverse a otra columna. Esta vez no abatió ninguno. Ya era consciente de la situación en la que se había metido. No iba a recibir refuerzos. El camino a la única salida que conocía estaba bloqueado.
Lauryn entró sin preámbulos en el despacho de Lacroix. Apuntaba con una sola mano. El abogado no se lo esperaba. Tan solo reaccionó clavando más aún la espalda en el asiento.
-No me hagas disparar.
Lauryn nunca había encañonado a nadie de ese modo. La mano le temblaba un poco mientras intentaba parecer amenazante. Lacroix daba indicios de estar asustado. Indicios que acompañaba de calma y seguridad. Fue el primero en hablar.
-¿Y ahora qué?
La periodista se tomó unos instantes. No seguía ningún plan. Llevaba un buen rato improvisando sobre la marcha. El equipo de seguridad revisaría las salidas una vez tras otra. El único sitio seguro era el despacho de Lacroix. Por desgracia tampoco podía quedarse allí toda la vida. Tarde o temprano alguien subiría a informar.
-¿Y bien?
Repitió él. Notaba el nerviosismo en la intrusa. Él se había visto en demasiadas situaciones turbias. Algo le decía que ella también. No obstante, era evidente que debía estar más acostumbrada a correr de los tipos con pistolas, no a llevar una.
-En cuanto empieces a cansarte, puedes soltar el arma.
Lauryn maldijo. Ella tenía la pistola pero era él quien parecía estar llevando la situación a su propio terreno. No podía permitirlo. Reaccionó de forma poco elegante. Se acercó más para golpear con la culata del arma. Un golpe directo contra la mejilla. Eso definitivamente bajó los humos de su interlocutor.
-Ahora vas a dejarme llamar a la policía.
-No puede ser. Este teléfono es solo una línea interna.
Lauryn notó el miedo regresando a aquel hombre. Pensó que debía ser bueno. Las noticias eran otro cantar. Sin teléfono estaba tan incomunicada cómo antes. Se forzó a pensar rápido.
-Entonces apaga esos aparatos que interfieren mi móvil.
Lacroix recuperó algo de seguridad. De pronto se vio con una mano mejor que la de su oponente.
-Los controlan mis hombres. Si llamo para decirles que lo apaguen, no importará el resto de la conversación, vendrán aquí. Mi jefe de seguridad, el señor Johnes, los llama… protocolos básicos. Nunca he entendido una mierda de toda esa jerga, pero deben resultar bastante útiles, ¿no?
Lauryn apretó la empuñadura del arma. Sabía cuan mal pintaba la situación para ella. Contuvo los nervios. Si había una salida solo podía dar con ella manteniéndose calmada.
Rebecca asomó por la columna para mantener a raya a sus agresores. Solo disparó dos veces. Las balas comenzaban a ser un lujo que no podía permitirse desperdiciar.
Los sicarios tampoco rebosaban felicidad. Desde luego eran conscientes de sus ventajas así como eran conscientes de lo peligroso que podía resultar utilizarlas. Si se acercaban les iba a disparar. Si le dejaban tiempo para reaccionar, también dispararía. Peor aún, podría encontrar una forma de salir. Por peligroso que resultase, estaban obligados a atacar. Eran tipos duros. Mercenarios, excombatientes de los Balcanes. No iban a echarse atrás. Los dos recién llegados se posicionaron al lado derecho mientras el equipo de tres que ya se encontraba allí previamente, hizo lo propio por el flanco izquierdo. Tras una señal intentaron avanzar disparando. Primero el equipo de dos.
Rebecca intentó asomar nuevamente, para repeler a quienes avanzaban. Los otros tres comenzaron a disparar. Ya no pretendían darle, solo mantenerla a cubierto. La detective esperó. Antes o después necesitarían recargar. Ese sería su momento.
El equipo de dos se detuvo antes de llegar. Cubriéndose tan bien como pudieron, comenzaron a disparar. Como el otro equipo, no pretendían acertar, solo impedirla asomar. Por otro lado, el equipo de tres comenzó a avanzar a toda prisa. Se detuvieron justo cuando sus compañeros estaban a punto de recargar. En ese instante volvieron a cambiar los papeles.
Rebecca estaba bien formada como policía. No solo era una estupenda detective, de las mejores, sino también una gran tiradora. Hasta allí llegaba su preparación. No la habían entrenado para enfrentarse a tácticas militares. Se quedó cubierta en la columna, nerviosa. Tan solo reaccionó agazapándose. Respiraba agitadamente. Miraba a uno y otro lado sin saber qué hacer. Sacó el arma por el lado que no recibía los tiros. Disparó ciegamente. Los tiros cambiaron de lado y ella escondió la mano cuando un par casi se la voló. Justo en ese instante apareció el primer matón por la esquina. Se giró hacia él pero recibió una patada en el costado. Mientras caía consiguió orientarse, mirando al agresor, y disparó dos veces al pecho matándolo en el acto. Era el equipo de dos. El segundo saltó sobre ella agarrando el arma. Era un hombre grande. Forcejearon en el suelo hasta que llegaron los otros tres. Uno pisó con fuerza las manos de Rebecca. Algunos dedos crujieron. El del gatillo llegó a romperse, no sin antes disparar por última vez, aunque el tiro se estrelló inútilmente contra la pared más cercana.
Rebecca gritó de dolor, pero siguió pataleando. Con unos cuantos puntapiés y rodillazos derribó al primer agresor. Aún desde el suelo, este agarró la pierna derecha. Otro hizo lo mismo con la izquierda. Rebecca utilizó ambos antebrazos para hacer palanca en la corva de quien le había pisado, postrándolo de rodillas. El cuarto, el líder, lanzó una patada contra los riñones. Dos. Tres. Luego pisó el estómago con fuerza. La detective gritó de dolor con los primeros golpes, después quedó aturdida cuando el pisotón la obligó a expulsar casi todo el aire. Así aprovecharon para agarrarla también por los brazos. El líder habló. A gritos. Enfadado.
-¡Esta zorra ha matado a Konrad y Steve! - Hizo gestos con la cabeza. - ¡Vamos al calabozo!
Aunque ella recuperaba fuerzas y volvía a sacudirse, no pudo hacer mucho mientras la cargaban entre los cuatro. Abrieron una puerta pegada a la pared que llevaba al piso inferior.
Lauryn seguía sintiéndose atrapada. Entonces miró al ordenador. Debía tener acceso a internet. Sacó del bolso el DVD que había cogido previamente.
-Mételo en el lector. Vamos a hacer pública toda esta mierda.
Lacroix obedeció mientras sonreía.
-Es un poco grande para enviarlo por correo, ¿sabes?
Lauryn hizo una mueca de sonrisa en respuesta.
-Tengo un servidor FTP para subir estas cosas.
Obligó al rehén a abrir la dirección del servidor, pero se aseguró de ingresar ella la clave. No quería que pudiesen borrar nada después. Aunque la subida iba para muy largo, no perdió tiempo en enviar el enlace por correo electrónico. Decidió fiarse de su amiga. Al no saber de quién fiarse, escogió al policía de asuntos internos que Rebecca le había recomendado. Aún así, le sobraba muchísimo tiempo.
-¿Qué está pasando aquí?- acabó por preguntar. -¿Qué clase de loco se masturba con un vídeo del asesinato de su propia hija?
Lacroix ya sonreía menos. Dudaba si responder, pero un segundo culatazo, además de enojarle, le hizo sentir más comunicativo.
-No tienes ni idea de dónde te has metido.
Lauryn golpeó por tercera vez. En general, había escuchado esa frase tantas veces que había aprendido a odiarla. Por supuesto, no golpeaba a la gente así como así. En este caso le bastaba con recordar el vídeo de la violación, tortura, y asesinato, de las tres muchachas.
-¡Muy bien puta! - sacudió la cabeza. - Te lo contaré, pero vas a morir por esto.
La historia se movió entre lo surrealista, lo despreciable, y lo asqueroso. Lacroix le habló de un club, uno con casi dos siglos de antigüedad. Debieron empezar como un grupo de aristócratas aburridos. Un día decidieron reunirse y experimentar con el último tabú, asesinar. Tenían poder para esconderlo. Con el tiempo fueron evolucionando. Ahora ya no se reunían, al menos normalmente. Había varias ramas del "club" por todo el planeta. Lacroix dirigía la de la ciudad.
Cada miembro debía escoger una víctima al año. Normalmente no se guiaban por intereses profesionales. No iban eliminando rivales sin más. Tan solo se guiaban por sus gustos personales. La camarera que les atendía todas las mañanas, la azafata del último vuelo, la novia de sus hijos, la hija del vecino, la doctora del último hospital que habían visitado. Una vez cada miembro había escogido la víctima del año, movilizaban un equipo de mercenarios. El director de cada ciudad tenía vía libre para elegirlos y reclutarlos. Además de indicaciones sobre la última víctima, en ocasiones daban instrucciones sobre el método de asesinato. Después había que ocultarlo. Lacroix había comprado uno de los jefes de policía de la ciudad. Dejaban las víctimas en su distrito cuando no podían hacerlas desaparecer. Los casos se cerraban con falsos culpables o simplemente se dejaban sin resolver. Por último, los vídeos de cada ciudad eran enviados al club. Cada director regional se encargaba de repartirlos entre los miembros locales. Y los miembros, según Lacroix, eran gente muy poderosa. No se daban a conocer a simples sádicos o psicópatas. Por supuesto, Lacroix solo conocía los datos de socios locales. Además del intercambio de vídeos, se hacían favores entre sí, acaparando más poder cada vez.
Lauryn no sabía si vomitar o, por primera vez en su vida, pegarle un tiro a ese cerdo. Hablaba de asesinar como si fuese un simple juego sexual. Como si fuesen actrices porno que luego regresaban a casa con la cartera llena.
-¿Cómo te atreves? - La realidad del asunto la golpeó de golpe aún con más fuerza. -Tu propia hija y sus amigas. ¡Ordenaste que violasen a tu propia hija!
Había visto de primera mano la miseria del mundo. Trata de blancas, asesinos en serie, dictadores psicóticos. Ni siquiera podía empezar a compararse.
-Mi hija. No lo entiendes. No sabes lo que ha sido verla crecer. Escoger modelitos cada vez más ajustados. Llevar bikinis que apenas le cubren las tetas. Ella era preciosa, cómo su madre cuando ordené matarla. ¿Dónde iba a encontrar una víctima mejor? Y sus dos amigas, prácticamente habían crecido juntas. Las tres provocándome día a día, como si yo no pudiese verlas. No había elección mejor.
Lauryn ya no sabía si estaba mirando un hombre, o un monstruo salido de relatos de terror.
-Por supuesto me interesa mantener mi legado. Kate se esforzaba. Era agradable, buena con todo el mundo, pero nunca destacaría en nada aparte de su aspecto. Brenda es cuanto necesitaba. Una digna heredera. Ahora, gracias a ti, habrá que empezar de nuevo. Por suerte tenía planeado casarme con mi secretaria en Verano.
Lauryn pensó en las implicaciones de esas palabras. Brenda había investigado por su culpa. ¿Iban a quitarla de en medio? Tenía que avisarla
-¡Levanta!
Le usaría de rehén para salir de allí. Un sicario no suele dejar que muera quien le paga.
A pesar de los esfuerzos por soltarse, Rebecca había acabado completamente desnuda. Primero la habían sujetado boca abajo en el suelo. Le habían abierto los brazos en cruz y los habían atado a un hierro, forzándola a mantenerlos extendidos. Habían enganchado el hierro al techo mediante un par de ganchos. Estaba solo un poco demasiado alta para llegar al suelo con la punta de los dedos de los pies, pero ya no podía estirar las piernas. La habían obligado a doblaras y abrirlas, dejando su sexo expuesto. Luego habían atado las corvas al hierro, más o menos a la altura de los codos. No tenía forma de cerrar las piernas para cubrirse. Tan solo podía agitarlas de rodilla hacia abajo.
Estaba rodeada de cámaras que los matones iban encendiendo. Ella no podía hacer nada a parte de insultar y amenazar. Algunas lágrimas se escapaban de sus ojos, pero en general seguía pareciendo aguerrida, incluso desafiante.
En el otro extremo de la habitación había una chica joven atada a una silla. Estaba desnuda excepto por las medias y los zapatos. No respiraba. El cuerpo estaba retorcido de forma antinatural. Fue en ese instante cuando Rebecca supo que iba a morir allí. Se asustó. No quería morir. No encontró simpatía alguna en los rostros de aquellos hombres. Ellos querían verla gritar, temblar de miedo, suplicar. Pues quizás fuesen a hacerla gritar, y desde luego no iba a poder evitar temblar de miedo, pero no escucharían una sola súplica de sus labios. Estaba allí, colgada, mostrando sus grandes senos, firmes y redondos, de pezones color carne, no demasiado grandes en proporción al tamaño de los pechos.
El líder se acercó a ella. Recibió muchos insultos y un escupitajo, pero le dio igual.
-¿Qué tenemos aquí?
Comenzó a acariciar con delicadeza la vagina de su futura víctima. La masturbó lentamente hasta conseguir lubricarla. Desde luego no la había excitado, y tampoco lo pretendía. Tan solo se trataba de una reacción natural al estímulo.
-Rubia natural - dijo al acariciar la pequeña mata de pelo rubio, rizado que Rebecca tenía en el monte de Venus. - Me encantan las mujeres naturales, como tú, pero un poco de depilación no te haría ningún daño. O quizás sí.
Agarró el pelo y tiró hasta arrancar parte. Rebecca reaccionó gritando mientras miraba hacia el techo. Luego se llevó un par de patadas en el estómago. No podía defenderse, solo aguantar allí como un saco de boxeo. El hombre no siguió golpeando más.
-¿Entiendes que vamos a turnarnos violándote y luego vamos a matarte?
Rebecca no respondió. Primero cerró los ojos. Luego los abrió, mostrando así las preciosas iris azules, ahora envueltas en algunas lágrimas.
-¡Que os jodan!
No hubieron más golpes. El líder se limitó a quitarse los pantalones, y masturbarse hasta tener una nueva erección. Las pastillitas que habían tomado para el encargo anterior ayudaban bastante. Agarró a Rebecca por las piernas, para levantarla un poco, y luego la dejó caer sobre su miembro. La penetró de golpe.
La detective apretó los dientes para no gritar. Intentó morder el cuello o el hombro del violador, pero este la agarró por la mandíbula para inmovilizarla. Había hecho esto antes. Con la otra estrujó uno de los grandes senos, arrancando nuevos gemidos de dolor. La penetración era rápida y vigorosa. El hombre no buscaba aguantar mucho, aunque estaba disfrutando. Le encantaba ver las sensuales curvas de Rebecca balancearse, especialmente el pecho libre botando arriba y abajo con cada nueva embestida. Le gustaba ver a su víctima aterrorizada y desafiante a la vez. Debía ser una de las mejores que recordaba. De este vídeo pediría una copia, seguro. Soltó el pecho, permitiendo que ambos botasen a la vez. Usó la mano para agarrar la cabellera de la detective, forzándola a mirarle a él mientras se corría dentro. Espero a que el pene quedase flácido antes de sacarlo.
-Espero que no fuese uno de esos días. - Bromeó al alejarse. - Aunque va a dar igual. Los cadáveres no tienen hijos.
Rebecca se estremeció. Estuvo apunto de derrumbarse en aquel mismo instante. No lo permitió. Las lágrimas seguían brotando, cada vez con más fuerza, pero ella miró con desprecio y odio al siguiente agresor. El número dos habría querido forzarla al sexo oral, pero no se atrevió a meter el miembro en aquella boca. Aún así, mediante un juego de palancas y poleas, la hizo descender hasta que los pechos quedaron justo a la altura de su falo. No era la postura más cómoda del mundo, pero por meter la polla entre aquellos magníficos montículos de carne, merecía la pena. Movió las caderas delante y atrás, follándole las tetas, mientras las apretaba con ambas manos. Rebecca giró la cara para no verse obligada a mirar. Al hacerlo vio que el tercero, seguramente impaciente por llegar a su turno, había desatado el cadáver de la otra chica, lo había tirado boca abajo a un colchón en el suelo, y la penetraba salvajemente por detrás. La detective casi vomitó al ver el rostro sin vida agitarse adelante y atrás. Por un momento olvidó que ella también estaba siendo violada. Su propio asaltante acabó eyaculando. No dejó de bombear hasta haberlo expulsado todo. La mayoría del Semen acabó en el pecho y el cuello. Aunque un poco llegó a la mejilla izquierda.
El último, más temerario, intentó que Rebecca se la chupara. Primero le apoyó el pene en la mejilla, tratando de llegar hasta la boca. Cuando la detective no encontró forma de apartarse, lanzó una dentellada que apunto estuvo de tener éxito. El hombre simplemente se encogió de hombros. Lo había intentado. Volvió a usar el juego de poleas para ponerla de nuevo a la altura correcta para penetrarla vaginalmente. No fue más suave que su jefe. Igualó la potencia, añadiendo además pellizcos a los pezones. Nada que dejase marcas. Quería oírla gritar, lo consiguió. La mayoría maldiciones, el resto insultos.
Cuando el tercero acabó, todos sabían que no iban a conseguir quebrarla. No en una noche. Claro que no estaban allí para convertirla en una esclava o una furcia. El líder se acercó a la mesa de herramientas. Cogió un bisturí. Se acercó a Rebecca, acariciando la piel con la cuchilla. No llego a hacer ningún corte. Otro de los sicarios le inyectaba estimulantes directamente en el cuello. No querían que se desmayase.
-Ahora es cuando vas a morir. Va a ser doloroso, ¿sabes?
Ella no respondió. Permaneció mirando el bisturí con los ojos abiertos como platos. Siguiéndolo con la mirada cuando bajaba a través del torso.
-Esto no va a ser del agrado de todos nuestros clientes. Algunos son un poco remilgados en cuanto a ver sangre o vísceras.
La detective se agitó. Intentó romper las ataduras, alejarse como fuese. Lo cierto es que estaba indefensa como jamás imaginó poder estarlo.
-Pero recuerda, te lo has buscado tú sola.
Sin más hizo un corte justo desde abajo del esternón a la cadera. Manó sangre de inmediato. Rebecca abrió los ojos y gritó como un animal herido. El corte había atravesado piel y músculos. Había roto suficientes vasos sanguíneos para ser mortal, pero tardaría en ocurrir. El líquido vital escurría por el abdomen hasta gotear desde toda la parte frontal de la cadera. Entre las piernas se deslizaba, rodeando la vagina. El dolor le parecía atroz. Aún no había terminado.
Tras darle el bisturí a uno de los otros, el líder tiró con las manos de ambos lados del corte. Se escuchó algo similar a la tela rasgándose, y después los gritos ya casi inhumanos de Rebecca.
-¡Nooo!, ¡Para!, ¡Paaaaraaa! ¡Diooos noooooo!
La incisión se hizo más amplia. El hombre se llenó la cara de sangre que le salpicaba con fuerza. Separó la cabeza un poco. Volvió a meter las manos para agarrar las vísceras. Tiró de ellas mientras La joven gritaba sonidos ya completamente ininteligibles. No las esparció por el suelo. Las dejó asomando en la herida.
Rebecca, aunque sin dejar de sufrir en ningún momento, notó un leve instante de respiro. El líder se estaba moviendo a su espalda. Ella se atrevió a mirar la herida por primera vez. Había visto algunas espantosas antes. Nunca en su propio cuerpo. Le quedaba poca cordura por perder. Sintió su ano abriéndose ante una nueva penetración. Normalmente habría gritado ante algo así. Solo una vez había probado el sexo anal, y lo detestaba. En aquel momento, el dolor fue pequeño en comparación a lo demás, o eso pensaba. Cuando empezaron las embestidas, las tripas comenzaron a desparramarse. Los intestinos quedaron pronto colgando de la herida. Abría y cerraba los puños. Apretaba con los dedos de los pies. De haber tenido la capacidad de formar palabras comprensibles, habría pedido que la matasen. No tuvo tanta suerte. Esta vez todos se turnaron para sodomizarla. Les dio igual que fuese perdiendo color, o que sus reacciones fuesen cada vez menos enérgicas. Rebecca murió en algún momento mientras la violaba el cuarto sicario, lo cual no le impidió acabar la faena.
La dejaron allí, colgada, con las tripas colgando del torso, los ojos congelados en una mirada de terror.
Creían haber acabado por una noche, pero recibieron otro mensaje. Aún quedaba el último encargo que, cosa realmente extraña, iban a traerles. La hija mayor de Lacroix. El líder sonrió, parecía ir a tener suficientes rubias para un mes.
Lauryn no sabía bien si debía poner el arma pegada al cuerpo o darle una distancia. Por algún motivo se sentía más segura pegándole la pistola. Lo agarró por el hombro, desde atrás, y le clavó el cañón un poco por encima de la cadera.
-Nunca saldrás viva de aquí. Lo sabes, ¿verdad?
La periodista hundió un poco más el arma, apretando para hacer algo más de daño. En otras ocasiones lo había sentido en sus propias carnes, sabía el dolor y el miedo que causaba.
-Te conviene que no sea así. Tu también lo sabes, ¿verdad?
Avanzaron juntos sin volver a dirigirse la palabra. Ella no quería hablar y él prefería no enfadarla. Al llegar al pasillo Lauryn descubrió que los ascensores seguían sin funcionar. Nada nuevo. Sin embargo sabía que Lacroix no iba a quedarse encerrado en caso de emergencia.
-Actívalo
El rehén cooperó tras sufrir un par de empujones más. Habría sido absurdo para ambos negar la existencia de una llave para reactivar la maquinaria. Bajaron nuevamente sumidos en el silencio. La tensión crecía progresivamente no solo en el ambiente, sino entre los dos. Descendieron pocos pisos y, con todo, el descenso se les hizo eterno. La reportera casi pensó estar pasando horas allí dentro.
Finalmente sonó el timbre. Las puertas se abrieron poco a poco, incluso dieron la sensación de chirriar. Una vez completamente abiertas, dejaron ver el recibidor. No estaba tan vacío como antes. Había dos hombres armados que en principio miraban al exterior. Se dieron la vuelta al escuchar el timbre del ascensor. Inmediatamente desenfundaron las armas.
Christopher ya estaba en la oficina. Salía tarde y llegaba pronto, al menos en días especiales. Ese día era especial. A última hora de la noche había recibido información preocupante. Una detective de otra comisaría le había enviado datos sobre el mismísimo comisario. Al principio ni los habían tomado en serio. Después, al contrastarlos, habían llegado a asustarse. Todo el equipo llevaba trabajando desde aquel mismo instante. Tan solo se habían tomado un descanso, por turnos, para dormir un par de horas antes de continuar. Los dosieres se habían acumulado tan rápido que tardarían meses en revisarlos todos. Aún así, no tenían ninguna prueba firme. Tan solo evidencias de mal trabajo policial. Si se hubiese tratado de un simple detective lo tomarían con más calma. Todo un jefe de policía requería más urgencia. Antes o después caería, pero necesitaban que fuese antes.
Nada más encender el ordenador recibió el aviso de un nuevo correo. No conocía la dirección, aunque le bastó para comprobar a quien pertenecía. Tenía costumbre de hacerlo con todas las direcciones nuevas. La mayoría de policías, cuando denunciaban a sus compañeros, creaban cuentas que no coincidiesen con las anteriores. Comprobarlas solía ser poco útil. En ese caso fue distinto. Pertenecía a una periodista. Recordó que la detective, Rebecca, había mencionado empezar a investigar siguiendo las indicaciones de una periodista. Tuvo la impresión de estar ante algo importante antes siquiera de abrir el enlace.
El video comenzaba con una puerta cerrada y tres encapuchados esperando a ambos lados. Parecía la puerta de una casa. Se veían setos a los lados, aunque era de noche. La calidad del video resultaba insultantemente buena. Debía ser una cámara prácticamente profesional.
La puerta se abrió tras unos segundos. Era probable que llevasen más tiempo esperando, pero debían haberlo editado.
Asomó una mujer que debía tener unos treinta y cinco años. Iba arreglada, tal vez para una fiesta o una cita. Aunque era difícil medir su altura sin más referencias, Christopher habría apostado por un metro setenta, centímetro arriba o abajo. Era negra, no con la piel muy oscura. De figura grácil, esbelta. Quizás unos pocos kilos más le habrían sentado bien, aunque sus medidas ya eran magníficas. Ochenta de pecho, ochenta y cinco de cadera, y un vientre casi plano. No lucía musculosa, aunque debía cuidarse. Tenía el pelo largo, liso en la parte superior, pero iba rizándose progresivamente hasta llegar a las puntas. La raya estaba ladeada a la derecha, aunque la melena era igual de larga por ambos lados. Descendía a ambos lados del rostro, dejando la frente descubierta.
Iba maquillada. Sombra de ojos gris oscura, muy suave, y los labios marcados de color un poco más oscuro que su propia piel. Nada ostentoso, al contrario, lo utilizaba para remarcar su propia belleza natural. Los ojos almendrados, negros, destacaban en un rostro anguloso de rasgos elegantes, aunque la nariz resultaba algo "chata".
Llevaba un vestido azul turquesa, de tirantes con el escote, generoso sin llegar a ser vulgar, con falda amplia y vaporosa, hasta la altura de las rodillas. Para la ocasión se había puesto medias negras junto a un ligero, que todavía no podía verse en el vídeo, del mismo color, y zapatos de tacón también negros.
Abrió la puerta despreocupadamente, pero se encontró con los desconocidos en la puerta. Iba a gritar cuando el que tenía a su derecha lanzó un fuerte puñetazo contra el estómago. Ella se dobló hacia delante e intentó gritar, aunque no salió aire. No cayó de rodillas porque el puño seguía sujetándola. La hicieron levantar tirando del pelo, teniendo así el estómago a la vista para dos fuertes puñetazos más. Con otro fuerte tirón la arrojaron al suelo, de espaldas, y la arrastraron al interior.
En el siguiente plano, la chica estaba sentada en el suelo del salón. Había perdido los zapatos, probablemente al arrastrarla. La falda se había subido un poco dejando ver la práctica totalidad de los muslos. Las medias, de encaje, llegaban casi a mitad, sujetas por el liguero.
Miraba nerviosa a los tres agresores, sin atreverse a hablar. También miraba a lo que debían ser puertas y ventanas. Se escuchó la voz de uno de los encapuchados. El sonido también era muy nítido.
-Di tu nombre a la cámara.
Ella no habló. Respiraba agitadamente y comenzaba a temblar. Le pusieron una pistola en la cabeza para aclararle las ideas. Su respiración se agitó más aún, y tardó en mirar directamente a la cámara.
-Zoe
Fue casi un susurro, aunque perfectamente audible. Uno de los matones se puso detrás, agarró el vestido con fuerza y tiró hacia abajo. El torso de Zoe quedó desnudo antes de darse cuenta ella, quedando la prenda enganchada únicamente a la cintura, pero rasgada por la parte de atrás. La chica se apresuró a agarrar la tela para cubrir los pechos. La cámara ya los había captado. Un poco más claros que el resto de la piel, con los pezones de color chocolate.
El mismo matón que había rasgado el vestido volvió a agarrarla del pelo. Ella se levantó intentando evitar el dolor. La recostó un pequeño armario. Zoe se apoyó con las manos para no soportar el peso con los senos o el rostro.
-No…
Cerró los ojos y apretó los dientes. No miró cuando le arrancaron las bragas, solo frunció el ceño preparándose para lo peor. Sin más, sin intentar estimularla primero, la penetró. Zoe buscó algo que agarrar para aliviarse. No lo encontró, así que se aferró con fuerza al borde del armario. Las tetas parecían algo más grandes al quedar colgando, expuestas ya que no seguía sujetando el vestido en su sitio. Tenía los pies casi de puntillas en el suelo, intentando igualar la altura de su agresor. Salvo algún gemido lastimero, no emitió ningún ruido. Mantenía los ojos cerrados y tan solo algunas lágrimas escapaban de ellos. En el rostro reflejaba más disgusto, más asco, que dolor, aunque de vez en cuando torcía el gesto coincidiendo con las embestidas más duras. Al notar al asaltante apunto de correrse, negó con la cabeza un par de veces. El tipo acabó dentro y, tras empujarla contra el mueble, se alejó trastabillando. Zoe se deslizó, cayendo de rodillas al suelo. Intentó subirse una vez más el vestido.
El segundo agresor la agarró nuevamente del pelo. Parecían disfrutar haciéndolo. Tiro un poco hasta dejarla más o menos en el centro del salón. Utilizando bastante fuerza, separó las piernas para arrodillarse en medio.
Zoe había permanecido resignada hasta el momento, pero algo cambió. Comenzó a lanzar manotazos, puñetazos mal guiados, y arañazos. Eran completamente inútiles para dañar seriamente a un tipo tan grande, pero bastaban para impedirle guiar su miembro a la vagina de la joven. Ella golpeaba ciegamente sin distinguir entre rostro o torso.
-¡Sujeta a esta zorra o voy a tener que darle de hostias!
El que aún estaba reponiéndose de su propio orgasmo, algo molesto, volvió a acercarse para agarrar ambos brazos.
-¡No no no no!
Repitió ella histérica
-¿Qué le pasa a esta zorra?, ¡si ya te la has follado!
Aunque la chica no dejaba de revolverse, acabaron penetrándola de nueva. En esta ocasión si gritó, y su violador tuvo que taparle la boca. Cuando Zoe se vio incapaz de evitarlo, volvió a calmarse. Cerró los ojos una vez más y esperó a que todo terminase. De nuevo eyacularon dentro.
Zoe respondió a su instinto intentando acurrucarse en posición fetal. Siguiendo la costumbre, la agarraron por el pelo. Acabó sentada como al principio, en mitad del salón. Agarró cuanto quedaba del vestido con la mano derecha. Lo levantó por encima de la altura de los pechos. La parte trasera ya estaba completamente rota, aunque le servía para taparse por delante.
El primer violador intercambió posiciones con quien estaba en la cámara. Fue este último quien se puso a espaldas de Zoe. También fue quien empezó a hablar.
-¿Quieres que nos vayamos, Zoe?
Ella asintió despacio.
-Está bien, pero antes quiero que hables un poco para la cámara. ¿Podrás hacerlo, cariño?
Aunque el "cariño" no le hizo ninguna gracia, asintió de nuevo.
-Dinos, Zoe. ¿Qué ha pasado esta noche?
Zoe miró confusa a la cámara.
-Quiero que lo resumas para la cámara.
-Yo… - respiró hondo. Usó la mano izquierda para limpiar nuevas lágrimas. -Yo iba a la fiesta de mis amigas. He… he abierto la puerta. Me habéis pegado. No podía respirar. - Sollozó un par de veces. - Me habéis violado. Dos veces. Y… tengo miedo.
-¿Te ha gustado?
Zoe abrió los ojos, incrédula.
-No… no. Ha sido horrible. Asqueroso. No teníais derecho. Él me ha hecho daño. Solo quería que acabase, pero luego él me ha…
Quien estaba detrás, haciendo preguntas, la agarró por la barbilla y la coronilla a la vez. Tiró en direcciones opuestas además de forzar la barbilla hacia arriba y la coronilla hacia abajo. El micrófono apenas captó sonido alguno, pero los huesos crujieron, seccionando también la médula.
Zoe se desplomó en el suelo con un par de espasmos. Los pechos volvieron a quedar descubiertos. Estaba paralizada de cabeza hacia abajo. A pesar de la creencia popular, romper el cuello, incluso haciéndolo bien como había sido el caso, no mataba instantáneamente. Ya no tenía control sobre ninguno de sus músculos. Las vías de aire estaban obstruidas. No podía respirar. Movía los ojos de un lado a otro, histérica. Boqueaba como un pez. Emitía una especie de silbido, como una flauta rota y desafinada.
Su asesino la ladeó. Hizo a un lado la falda del vestido. Por primera vez la cámara captó la zona vaginal, perfectamente depilada, manchada de semen e irritada. El hombre levantó la pierna desde la rodilla, se tumbó detrás. La penetró. Ella ni siquiera debió notarlo. No sentía los pechos balancearse. Boqueaba más rápido cada vez.
En algún momento pasaron de estar violando una mujer moribunda a follar con un cadáver. Cuando acabó, se corrió dentro, como los demás. Tras levantarse dejó caer la pierna. Zoe terminó con el cuerpo boca abajo sobre el suelo, pero la cabeza torcida innaturalmente, aún mirando a la cámara. La escena acabó con un primer plano del rostro desesperado, confuso, aterrorizado, y sin vida.
Ni Christopher ni sus hombres podían creer lo que habían visto. Algunos miembros del equipo, para su vergüenza, habían llegado a excitarse con la violación. El asesinato les había tomado tan por sorpresa como a la propia Zoe. Ni siquiera habían tenido tiempo para apartar la vista. Christopher había guardado el archivo, iban a necesitarlo, pero lo cerró inmediatamente.
-Joder. Joder.
Siguió repitiéndolo cada vez más rápido. Sacudió la cabeza antes de serenarse.
-De acuerdo. Tenemos a ese hijo de puta. Roberts, despierta a alguien para conseguir una puta orden. Connor, llama a la división para tener un equipo táctico listo. Los demás, dejad cuanto estéis haciendo. Quiero que localicéis a nuestras dos informadoras de inmediato. No hay ningún otro caso, ninguna otra tarea. Vamos a detenerlos a todos esta misma noche. ¿Por qué no estáis moviéndoos aún? ¡Vamos joder!
Lauryn miró a los hombres armados. Esta era la parte complicada del asunto. Sabía que iba a llegar en la misma medida que esperaba haberla evitado. Intentó evitar el temblor de piernas. Si notaban cualquier duda estaba perdida. Empujó un par de veces a Lacroix para ponerlo a andar.
-Está bien. Si hacéis cualquier cosa, yo me pongo a disparar. ¿Entendido?
Todos asintieron, especialmente cuando Lauryn obligó a Lacroix a pedírselo amablemente.
-Echaros los dos a la derecha.
No quería darle la espalda a ninguno de ellos. Cuando les pasó por delante usó al rehén de escudo humano. Abrió con la pierna la puerta al exterior. Ya solo necesitaba caminar hasta el coche.
No vio que había otro hombre fuera. Este esperó hasta tener a su alcance la pistola, cuando Lauryn iba a pasar por su lado. La periodista solo vio movimiento por el rabillo del ojo. Quiso reaccionar, aunque fue tarde. Una patada lanzó el arma arriba. Lauryn lanzó un puñetazo al guardaespaldas. Este lo desvió con una mano, moviéndose a la vez para ganar la espalda. Rodeó el cuello de la mujer con su antebrazo derecho mientras usaba la mano izquierda para apretar la parte trasera de la cabeza, cortando circulación y respiración a la vez.
Ella intentó separar el brazo tirando con ambas manos a la vez. Hacía falta más fuerza. Buscó a ciegas la cabeza. Arañó el rostro, arrancando gritos de dolor, e intentó volver a retirar el brazo. Cuando falló, lanzó codazos, puñetazos. Todo era errático. Empezaba a sentir la cabeza ligera, viéndose incapaz de reunir un mínimo de concentración. Ni siquiera se había dado cuenta que las piernas llevaban ratos sin sostenerla. Tan solo seguía incorporada porque el agresor la mantenía así. Los ojos comenzaron a volverse hacia arriba. Intentó estirar la mano derecha adelante, buscando ayuda. Tras pocos segundos la bajó. Ambos brazos quedaron colgando de los costados. Luego todo se volvió oscuro.
El guardaespaldas apretó un poco más. Miró a sus compañeros y a su jefe.
-¿Le parto el cuello?
Lacroix se arregló la corbata mientras sonreía.
-No. Es periodista. Una buena periodista. Ha seguido las pistas de su historia hasta nosotros. Dejémosla participar en nuestro final de temporada.
Los guardaespaldas sonrieron como su jefe. Ataron pies y manos de la chica antes de meterla en el maletero de su propio coche. La noche estaba llegando a su fin.
Sacaron a Lauryn del maletero cuando aún estaba aturdida. Llevaba las manos atadas a la espalda. Medida cautelar por el momento. El cerebro de la joven aún trataba de despertar. Medio intuía que la estaban llevando en brazos, pero veía todo como a través de una espesa niebla. El oído tampoco funcionaba mucho mejor.
La entraron dentro del almacén. Ya no había ningún cuerpo en la entrada, ni siquiera manchas de sangre. Alguno de los sicarios se había encargado de esconder también los coches. Perdieron poco tiempo antes de entrar al piso inferior, al calabozo. Pasaron por delante de Rebecca. En su estado de desorientación, Lauryn no supo con certeza si estaba sufriendo una pesadilla o se estaba viendo de verdad el cuerpo destrozado de su amiga. Gimió un "no".
Ignoraba el tiempo transcurrido, pero finalmente comenzó a sentirse con fuerzas. Estaba tumbada en el suelo. La habitación era pequeña y simple. Un colchón sobre el que se encontraba, unas cuantas cuerdas en el techo, y poco más. Sin embargo había un montón de monitores además del sillón donde se sentaba Lacroix. Los monitores estaban conectados a las cámaras de la estancia principal. Similar a un salón enorme, pero dividido en secciones. Había de todo, desde zonas más mundanas con una cama o una silla, hasta aparatos de tortura de los que ella tan solo había leído en clases de historia. En aquel momento las cámaras se centraban en una que no había visto nunca.
Parecía el banco de un gimnasio, aunque muy corto. Apenas cabía el torso de alguien encima. Levantaba del suelo hasta la altura de la cadera de alguien. Tenía dos sitios a cada lado para atar manos y piernas.
Encima, totalmente desnuda y boca arriba, se encontraba una preciosa rubia. Escultural. Poseía el mítico noventa, sesenta, noventa. Apenas podía apreciarse grasa en todo el cuerpo. Tenía la piel ligeramente bronceada por el sol, aunque se notaban las marcas de minúsculos bikinis tanto en los pechos como en la zona baja. Los pezones, redondos y del tamaño justo, eran rosados. Tenía los tobillos atados a los muslos, de forma que no podía estirar las rodillas ni lo más mínimo. Los tobillos, además, estaban atados al banco, forzándola a separar las rodillas. De este modo podía verse la vagina, depilada, con los labios prietos, muy apetecibles. Quedaba completamente expuesta, al aire. Encima del ombligo había la marca de un agujero. Debía haber llevado piercing en el pasado, aunque ya no. Las muñecas también estaban atadas al banco. En lugar de ponerlas simplemente a la espalda, las habían pasado por encima de los hombros para luego esposarlas justo debajo, quedando los codos mirando hacia arriba. Así los pechos se reafirmaban aún más, y eso que no les hacía ninguna falta. En realidad podían verse pocos cuerpos así. Podía haber sido actriz, o mejor aún, modelo.
En el rostro lucía algunas pecas, sobre todo entre los ojos y la boca. Precisamente los ojos, ligeramente hundidos en el rostro, pequeños pero alargados, eran de color esmeralda. Los labios tenían forma de corazón. El inferior ligeramente más carnoso que el superior. Estaban pintados de color rojo oscuro. El pelo rubio, de tonalidad dorada, se habría extendido hasta mitad de la espalda. Dada la postura, caía directamente al suelo. De hecho a la chica le costaba mirar al techo. El banco tampoco llegaba al cuello, acababa un poco antes de los hombros. Por tanto se veía casi obligada a mirar la pared del fondo, tensando así los músculos del precioso cuello de cisne.
Lauryn supo desde el principio que Brenda, la hija mayor de Lacroix, era de las mujeres más hermosas que podía llegar a conocer. Nunca esperó verla así. Inmovilizada, desnuda, nerviosa y aterrada.
-¿Brenda?
Lacroix se giró. De hecho se levantó del cómodo sillón. Miró a Lauryn antes de hablar. La periodista también era una mujer preciosa. Tal vez sus medidas eran menos escandalosas, poco más de ochenta de pecho, tal vez ochenta y cinco de trasero. Al medir casi lo mismo que Brenda, su apariencia no resultaba tan explosiva. Aún así, tenía el cuerpo bien formado por años practicando varios tipos de baile. Todo su cuerpo era firme, armonioso, sin resultar demasiado musculosa, pero ganando a cambio una figura envidiable. La tez era más morena por naturaleza, y ella se encargaba de mantenerla así.
Antes llevaba la melena, corta y negra, recogida en una pequeña cola. Los eventos del día le habían hecho perderla, dejando que cayese libremente hasta los hombros, bordeando un cuello menos largo pero fino y grácil. Tan solo conservaba el flequillo, que tapaba toda la frente hasta un poco por encima de las cejas, que eran finas y angulosas. De hecho, todo el rostro era anguloso, sensual y dulce a la vez. Los labios, no demasiado carnosos, también tenían forma de corazón. Los había pintado de color rosa muy suave. En las mejillas solo un poco de colorete, apenas perceptible. Sabía maquillarse para resaltar sus puntos fuertes sin resultar excesiva ni obvia. El conjunto podía calificarse de notable, incluso sobresaliente. Era al llegar a los ojos cuando dejaba de haber calificativos adecuados. Si bien el color no tenía nada de especial, marrón oscuro, resultaban igualmente espectaculares. Por la forma recordaban a los ojos de una mujer asiática. Alargados, ocultando casi por completo el pliegue de los párpados. Sin embargo eran grandes, eclipsando casi por completo el resto de sus hermosas facciones. Una mezcla casi imposible.
Lacroix necesito recordarse la situación para dejar de mirarla fijamente.
-Si, Brenda. Está aquí porque la has incitado a meter las narices donde no debía.
-¡Es tu hija! Suéltala
Lacroix respiró resignado
-Ojalá pudiera. Qué gran heredera voy a perder. Espero tener más hijos con mi futura esposa. Tal vez algún varón. Pero no me engaño, ¿Cuántas probabilidades hay de uno tan brillante como ella?
Durante un momento sonó apenado. Es más, estaba apenado. Desgraciadamente la lástima iba dirigida a sí mismo.
-Pero ya es tarde. La sagrada ley del azar.
-La gente se preguntará si no es mucho azar. Dos hijas en menos de un mes.
-La gente, las metomentodo como tú, no se preguntarán nada. Mañana varias personas dirán que cogió un vuelo a alguna pocilga del tercer mundo. Ayuda humanitaria, le pega mucho. Dentro de unos años, quizás cuando me presente a la reelección, porque esta la voy a ganar, una guerrilla local dirá haberla secuestrado. Pagaré el rescate, pero solo encontraremos pruebas de su asesinato. Lloraré en público, y la gente llorará conmigo.
-Pero no puedes. Ella es… es tu hija.
-Sí. Es mi hija. Kate también lo era. Ahora voy a hacer lo que no pude hacer con la otra hermana. Yo las he criado, las he alimentado, y les he concedido sus caprichos. Creo que me he ganado el derecho a saborearla antes que mis hombres.
Lauryn protestó, gritó, y escupió. Incluso se levantó, con las manos a la espalda, para intentar placar a semejante monstruo. Fue sencillo quitársela de encima.
-No te preocupes - dijo tras haberla vuelto a tirar al suelo. - Tampoco vamos a olvidarnos de ti.
Entró en la habitación uno de los matones. Al mismo tiempo comenzó a descender cuerda desde el techo. No hacía falta ser un experto para reconocer el nudo de una orca. Resultó extremadamente difícil levantar a Lauryn. Tuvieron que entrar dos sicarios más para agarrarla, ponerle la cuerda al cuello, y apretar el nudo impidiendo que se la quitará. Luego la cuerda volvió a ascender. Se detuvo cuando la periodista casi estaba de puntillas en el suelo.
Los hombres salieron de la habitación dejándola así. Estirada para intentar aliviar la presión del cuello. El nudo quedaba al lado derecho, por tanto se veía obligada a inclinar la cabeza ligeramente a la izquierda. Con todo, miraba de frente el juego de monitores. La mayoría mostraba a Brenda. Otro la mostraba a ella. Seguía llevando puesta la misma ropa. La misma camisa marrón oscuro, prácticamente negra, que debido a la posición estirada se adhería como una segunda piel a Lauryn, marcando sus formas femeninas. La misma falda con muy poco vuelo, color beige, por encima de la rodilla. Los mismos pantis negros, ahora con alguna que otra carrera. Los mismos zapatos de tacón negros, sosteniendo todavía todo el peso de la prisionera, aunque estuviese prácticamente de puntillas.
Brenda llevaba un rato despierta. En su postura tenía poca movilidad. Al principio había intentado dar tirones con las manos y los pies. Había arqueado la espalda. Nada, soltarse era completamente imposible. De vez en cuando escuchaba pasos. En ocasiones conseguía ver hombres andando. Les gritaba pidiendo que la soltasen. Al principio habían sido exigencias que se transformaron lentamente en súplicas. Nadie le hizo caso.
De pronto se encendieron varios focos iluminando la zona donde ella estaba. Giró la cabeza tanto cómo pudo al escuchar nuevos pasos. Jamás habría esperado ver a su padre allí.
-¡Padre! ¡sácame de aquí!
Sonaba esperanzada. Lacroix no dijo nada. Se acercó a la cabeza de Brenda para quedar de rodillas junto a ella. Acarició la mejilla de su hija.
-Lo siento
La disculpa fue, en parte, sincera. Besó la frente de forma cariñosa. El último acto de decencia que aquel hombre iba a realizar.
-¡Suéltame, padre!
Lacroix volvió a levantarse. Dio un par de vueltas alrededor de la joven mientras esta no paraba de pedir que la ayudase. Acarició suavemente uno de los pechos.
-¡¿Qué haces!?
Agarró el pezón con los dedos pulgar e índice. Jugueteó un poco antes de soltarlo. Caminó hasta quedar entre las piernas de Brenda. La joven ya imaginaba lo que iba a ocurrir. Escuchar el ruido de la cremallera tan solo confirmó sus sospechas.
-¡Para!, ¡Para!
Suplicar fue inútil. Lacroix penetró a su propia hija con un fuerte golpe. Jamás había estado mejor. Las paredes vaginales apretaban. Al no estar lubricada, el mismo violador sufría cierto dolor, pero el placer compensaba con creces. Le ofendió un poco comprobar que Brenda no era virgen. Enfadado, llevó cada mano a uno de los pechos. Volvió a agarrarlos, esta vez con fuerza. Apretó y retorció buscando hacer daño. A juzgar por los gritos de dolor, lo estaba consiguiendo. Utilizó el agarre para embestir con más fuerza. Una vez tras otra. Para Brenda fue eterno. Para Lacroix fue magnífico. Duró muy poco. Estaba sobreexcitado y no era ningún portento físico, a diferencia de sus hombres. Aún tras correrse, mantuvo el pene dentro algunos segundos. Acabó retirándose sin una palabra más.
Brenda sintió a su padre salir. Consiguió estirarse para verlo caminando hacia una puerta contigua.
-¡Padre!
No formó más palabras. Sin duda quería decir mucho. La mayoría malo. Sin embargó notó a otro hombre colocándose entre las piernas.
-¡¿Qué?!, ¡Por ahí no!
Jamás la habían sodomizado, pero su postura daba el mismo buen acceso al ano que a la vagina. Sintió la piel desgarrándose en el interior. Pequeños arañazos que, al sangrar un poco, hicieron las veces de lubricante. El efecto apenas podía notarse. Dolía, y dolía más al saber que su violador estaba disfrutando.
-¿Has disfrutado del espectáculo?
Lauryn miró a Lacroix con odio. Mediante los monitores había podido ver todo. No había palabras para describir cuanta rabia sentía. Los gritos de dolor podían escucharse nítidamente. A pesar de todo, olvidó durante unos segundos. Cuando vio entrar a otro de los sicarios no pudo dejar de mirarle. Llevaba un control remoto en las manos. Cuando pulsó un botón, Lauryn sintió el cable vibrando. Pensó que le había llegado la hora. Nada de eso. La presión en el cuello se redujo permitiéndola apoyar los tacones en el suelo. La alegría duró poco. Notó un golpe en la corva, obligándola a quedar de rodillas en el suelo. El matón la sostuvo allí empujando por los hombros.
Lacroix se había quitado los pantalones. Mostraba una nueva erección.
-Mis hombres usan ciertas pastillas. No son como las que venden. Estas… bueno, digamos que mejoran mucho el rendimiento. Claro que los pequeños detalles no te importan. Verás, follarme a Brenda ha sido fantástico. Podría seguir durante horas. El caso es que tengo aún más ganas de ver como se la follan otros. Normalmente me ocuparía yo mismo de mi pequeño amigo, pero ya que estás aquí, sería un gesto muy feo por tu parte el no participar. Abre la boca.
Lauryn habría querido sorprenderse. Ya no podía. Toda esa gente estaba tan enferma que no imaginaba una forma en la que pudiesen sorprenderla.
-Claro - respondió reuniendo fuerzas para sonreír. - Acércamela a la boca. Te la voy a arrancar de un mordisco.
En el monitor podía verse al violador sacar la polla antes de correrse. Eyaculó en el abdomen de Brenda. El siguiente se acercó a la cabeza. Obligó a la rubia a abrir la boca y la penetró de golpe. Seguro que también habría querido morder, pero el sicario llevaba un machete en la mano derecha y lo había colocado en el cuello. No necesitó mucha más colaboración por parte de la joven. Comenzó a mover las caderas como si estuviese penetrándola por la vagina o el ano.
-Hazlo y te matamos. Es mejor que cooperes
-Me vais a matar de todas formas - respondió Lauryn entre lágrimas. - Así que jódete.
No iban a convencerla de lo contrario. Lacroix volvió a sentarse en el sillón. Le urgía no perderse el espectáculo. Tendría que atender sus necesidades él mismo.
-Mira si consigues que la señorita cambie de opinión.
El sicario asintió. Se bajo los pantalones para revelar su propia erección. Lauryn apartó la vista. Así no vio venir el primer bofetón. Los tres siguientes sí. Consiguieron que gritase de dolor. El matón volvió a acercarle el pene. Lauryn intentó cumplir la amenaza. Casi consiguió morderlo, aunque el hombre tuvo reflejos suficientes para evitarlo. Llovieron unos cuantos bofetones más. Ninguno la hizo cooperar.
-¡Da igual! - dijo Lacroix entre gruñidos. - No quiero que se pierda esto. Ya te la follarás cuando esté muerta. Ahora prepárala. Métele un par de consoladores y cuélgala.
Lauryn se quedó helada al oírlo. Tampoco así la iban a hacer chupársela a nadie, pero no tenía ningún motivo para esconder que estaba asustada. El cable volvió a tensarse. La obligó a levantarse rápido quedando una vez más de puntillas.
En el monitor, el segundo violador sostenía la cabeza de su víctima mientras la hacía tragarse toda la eyaculación. Cuando se separó, Brenda comenzó a toser. Se había atragantado. Fue un milagro que no vomitase también. El primer violador volvió con una nueva erección. Tomó la misma posición que su compañero. Brenda tuvo muchos más problemas que la primera vez para introducirse el pene en la boca. Sabía donde acababa de estar, en su propio culo. El olor era desagradable. Tuvo un par de arcadas, aunque al final lo consiguió.
El segundo violador, "víctima" de las pastillas, se sentó en el estómago de la rubia, consiguiendo que respirar se convirtiese en un auténtico desafío. Colocó su miembro entre ambos pechos antes incluso de estar completamente erecto. Tardó poco. Apretó con ambas manos para que los pechos formasen un canal donde él pudiese desfogarse aún más. Estaba convencido que a una chica elegante como esta nunca le habrían follado las tetas.
El sicario volvió frente a Lauryn y dejó un par de consoladores, ambos del mismo tamaño, en el suelo. Lo primero que hizo fue abrirle la camisa de un tirón. El sujetador era negro. No de encaje, pero sí bastante bonito. Dio tirones hasta conseguir romperlo por el centro. Las copas quedaron colgando de los tirantes, exponiendo así ambos pechos. Aunque eran un poco más pequeños de la media, eran bonitos, con pezones de color marrón muy claro. Los manoseó un poco mientras la periodista gimoteaba y se quejaba. Seguramente no lanzaba patadas por miedo a cortar aún más el suministro de aire.
El matón siguió a lo suyo. Arrancó la falda sin mucha dificultad. Rasgó los pantis para dejar toda la entrepierna al descubierto. Las braguitas también eran negras. Estas no las arrancó. Las echó a un lado para insertar bruscamente uno de los consoladores en la vagina. Lauryn aulló de dolor. El hombre volvió a colocar las braguitas en su sitio para evitar que el consolador cayese. Moviéndose a la espalda, repitió la misma operación en el ano. Los gritos fueron aún más grandes.
Lauryn se estremeció al ver al sicario activando de nuevo el mando. Los pies dejaron de tocar el suelo. Ella empezó a patalear en el aire. Parecía estar corriendo. Buscaba algún punto de apoyo que no estaba allí. Todo el cuerpo se retorcía. Pensar que ese sería su final, con los pechos al aire para quien quisiera mirar, con un par de consoladores en el cuerpo, lo hacía aún peor. Era incapaz de gritar, aunque abría la boca para intentarlo. Tan solo emitía algunos sonidos guturales. Sabía que pronto perdería el control sobre los esfínteres. Se mearía y se cagaría encima. Lloraba tanto que apenas podía ver, y sin embargo aún distinguía cuanto ocurría en el monitor frente a ella.
El violador que utilizaba la boca de Brenda fue el primero en acabar. También la obligó a tragarse todo. El otro tardó un poco más. Se aseguró de concentrar todo el "fuego" sobre los pechos. Algo salpicó en el cuello y la parte superior del abdomen, pero mayormente tuvo bastante buena puntería. Después el tipo desapareció del plano.
El otro tiró del pelo de Brenda usando la zurda. La obligó a mirar hacia el techo mientras la hacía estirar aún más el cuello. Levantó el machete con la derecha. Lo mantuvo en alto para que la rubia tuviese la ocasión de comprender. Gritó. Suplicó. Llamó a su padre. Ofreció su cuerpo, convertirse en una esclava para ellos. Nada detuvo el primer golpe del machete. Estaba poco afilado así que, a pesar de la fuerza, no la decapitó con un solo golpe. La hoja se hundió hasta chocar con la columna, partiéndola más que cortándola. Cuando el verdugo levantó nuevamente el machete, la sangre saltó en todas direcciones. Brenda ya no podía gritar. El segundo golpe consiguió cortarle la cabeza.
Mientras la levantaba por el pelo, Brenda pudo ver su propio cuerpo convulsionándose. Sabía que tenía la boca abierta, pero no conseguía cerrarla. Parpadeó un par de veces mientras la hacían mirar a la cámara. Luego todo se volvió negro.
Lauryn pudo ver al verdugo exhibiendo la cabeza de Brenda cual trofeo. Ella apenas se agitaba ya. Alguna patada al aire de vez en cuando, eso era todo. La lengua ya asomaba entre los labios. Sabía que había mojado las braguitas y los pantis, aunque no veía el pequeño charco que se estaba formando mientras las gotas de orina caían desde los pies. Solo tenía el zapato derecho. El izquierdo había salido volando hace rato. Volvía a no pensar con claridad. La oscuridad empezaba a reclamarla.
Escuchó ruido. Alguien había derribado la puerta. Gritos. Disparos.
-¡Ayudadme a sujetarla!
Alguien la agarró por las piernas. No sabía quién, así que intentó darle una patada, sin fuerzas. De pronto notó aire bajando por el cuello. Dolía mucho.
-¡Corta la cuerda!, ¡Vamos!
Recobraba un poco la visión. No sabía que era Christopher, el agente de asuntos internos, quien la estaba dejando en el suelo. No le había visto antes. Tan solo sabía que era un hombre grande, de unos cuarenta años, rubio y con placa. El tipo le estaba abrochando los botones de la camisa. Ella intentó hablar, pero no la dejo.
-Descansa. Ya estás a salvo.
Lauryn despertó de nuevo en el hospital. Sus artículos recibieron varios premios, pero sobretodo, ayudaron a acabar con toda la rama de la organización que actuaba en su ciudad. Lacroix se suicidó en prisión, y sus hombres habían muerto en el tiroteo, así que no se consiguió hacer nada con la organización a nivel global, aunque al menos se abrió la investigación. En la ciudad hubo muchos detenidos las siguientes semanas. Policías, forenses, políticos, empresarios. Una auténtica purga.
Rebecca y Emma recibieron condecoraciones póstumas. Lauryn recibió bastantes miradas de desprecio en sus funerales. Por el contrario, recibió muchas cartas de agradecimiento de familiares y amigos de otras víctimas. Más de doscientas y seguían investigando.
La periodista, pasados unos meses en los que la obligaron a hablar con la policía varias veces, comenzó a salir con su salvador. Nada serio en principio, pero solo estaban empezando.
Sufrió pesadillas constantemente. Soñaba que la ahorcaban, que la violaban, la destripaban como a Rebecca, y la decapitaban como a Brenda. Durante unos meses tuvo miedo de quedarse dormida, hasta que remitieron y solo la asaltaban algunas noches. También sufrió cierta paranoia. Creía que iban a estar esperándola en cualquier esquina, o en su casa, por venganza. La mente le decía que eso no iba a ocurrir. Si quedaba algo de la organización, nunca la atacarían a ella. Habría sido una forma ridícula de volver a salir a la luz. Aún así, le costó casi un año deshacerse de esa fobia que, ocasionalmente, aún la acechaba de vez en cuando. Por eso pensó en dejar el periodismo de investigación, dedicarse a algo más seguro. Decisión que tomó y mantuvo durante casi una semana y media. Después volvió a las andadas.
FIN
Review This Story || Email Author: sman2000