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UNA HORA ATRÁS
La joven atada a la silla bien podría haber pasado por adolescente. No llegaba al metro sesenta por poco. Por complexión tampoco parecía una adulta. Tenía pocas curvas. De pecho usaría una talla setenta y cinco, con algo más de trasero. Aún así, esa falta de voluptuosidad le confería sensualidad, pues poseía un cuerpo firme, esbelto, de proporciones armónicas. Los pechos no resultaban menos apetecibles por su reducido tamaño, al contrario. Abultaban lo justo para dejarse notar.
El rostro de Ellen, que así se llamaba, era aniñado. No podía ser de otro modo. La cara más bien redondeada, con los mofletes amplios. Los labios tampoco eran muy carnosos, aunque sí apetecibles, maquillados ligeramente de color carne rosado. También llevaba una fina capa de maquillaje para esconder alguna que otra peca. Todo aplicado de forma sutil, elegante. Llevaba el pelo, de color castaño oscuro, recogido en un moño a la altura de la coronilla. De lo contrario la melena habría llegado por debajo de los omoplatos. De esta forma evitaba cualquier mechón rebelde cayendo sobre el rostro. Una decisión sabia, porque sin duda Ellen podía presumir de cara bonita. También dejaba ver dos orejas, un poco pequeñas en proporción al resto del cuerpo, adornadas con pendientes en forma de perlas blancas. Los ojos constituían otro de esos rasgos que le otorgaban una belleza tan particular. De color marrón muy claro, pequeños a la par que expresivos, coronados por finísimas cejas casi rubias.
Iba vestida de forma profesional, lo cual contrastaba con su apariencia prácticamente de instituto. Este era uno de esos casos donde las apariencias engañaban. Ellen era muy joven, sí, pero ya estaba acabando su último año de universidad. Pocos podían acertar sus veintitrés años de edad. Llevaba un conjunto gris de falda y chaqueta, adecuado para trabajar en una oficina. La chaqueta llevaba abrochados los botones hasta el esternón, después se abría en forma triangular dejando ver una camisa blanca que le cubría hasta el cuello. La falda llegaba ligeramente por debajo de las rodillas. Todo bastante ceñido para dejar fantasear con su cuerpo mientras buscaba un aura de profesionalidad. Calzaba zapatos negros de tacón que dejaban descubierto el empeine. Aunque las piernas eran bonitas, poco permitía ver de ellas, eso a pesar de llevar medias de color carne.
En aquel momento miraba inquieta alrededor. Sus pies estaban atados a las patas delanteras de la silla. Las muñecas a los reposabrazos. La silla no se balanceaba a pesar de algún tirón esporádico de Ellen. Debía estar anclada al suelo, aunque no llegaba a ver cómo. Lo que si veía era a tres hombres grandes, musculosos, desnudándose en frente. Estaba rodeada de cámaras que enfocaban directamente hacia la silla, hacia ella.
No hacía mucho había salido de su trabajo nocturno. Un trabajo ganado con dificultad. Conseguir empezar de ayudante en el buffet más grande de la ciudad era complicado. Lo cumplimentaba con horas y más horas de estudio tratando de ser la primera en su promoción. Apenas ganaba suficiente para pagar los trajes formales que debía llevar, pero pensaba que acabaría mereciendo la pena. Por supuesto no imaginaba que alguien se había fijado en ella semanas atrás. Después había dado el nombre, algunos datos más, y había sellado así su destino. Por el momento Ellen ni siquiera podía imaginarlo. Sabía que caminaba a la parada del autobús, bien entrada la noche, cuando una furgoneta había parado frente a ella y tres encapuchados la habían subido por la fuerza.. Cualquier idea de resistencia había desaparecido al ver las pistolas. No era la persona más valiente del mundo. Jamás imaginó verse encañonada por desconocidos. Asustada incluso para gritar, había acabado por obedecer sin más. Les había explicado que no tenía dinero, que su familia era de clase trabajadora. No conseguirían rescate alguno, ni tampoco podían sacar mucho asaltando su casa. Eso no importaba a los tres desconocidos. Estaba a punto de comprobarlo.
Los hombres, aún encapuchados, habían puesto las cámaras a grabar justo antes de empezar a desnudarse, pero un poco después de tomar ciertas pastillitas que les ayudarían a rendir mejor. De este modo habían podido captar los gestos de terror en el rostro de Ellen. Los micrófonos también estaban en marcha para grabar gritos y súplicas.
Quien parecía el líder se acercó hasta una mesilla llena de herramientas. Agarró los alicates. Después se acercó despacio, ya completamente erecto, a la chica.
Ellen reaccionó mirando en otra dirección.
-Por favor, dejadme ir.
Se esperaban mejores capacidades de negociación por parte de Ellen. Ella había tratado de encontrar un discurso mejor. En clase, en su casa, en los ratos libres, había practicado alegatos decenas de veces. Siempre había destacado en la materia. Ahora estaba perdida. En su mundo no cabía una situación similar. Jamás se había preparado para esto.
El líder la agarró por la mandíbula, forzándola a mirarle de nuevo. Puso los alicates justo a la altura de los ojos.
-Vas a chupármela, y vas a hacerlo bien.
Ellen negó con la cabeza e intentó apartar el rostro una vez más. El encapuchado volvió a obligarla a mirarle.
-Si no quieres cumplir con tu parte, te pego dos tiros. ¿Comprendes?
Silencio. La agarró por el moño y le echó la cabeza hacia atrás, haciéndola mirar al techo.
-¿Comprendes?
-Si
El encapuchado sonrió tras su pasamontañas. Luego volvió a mostrarle los alicates.
-Puedo usar estos amiguitos para ahorrarme problemas con los dientes, pero no me van a hacer falta, ¿verdad? No se te va a ocurrir ninguna tontería, ¿verdad?
-Si, ¡quiero decir no!, ¡no haré nada de eso!
Sin más preámbulos, dejó caer los alicates al suelo, agarró la cabeza por ambos lados, y le introdujo el miembro en la boca.
Ellen no era nueva en el sexo, pero apenas había tenido dos parejas en su vida. Ninguno de ellos la había penetrado de ese modo. Durante los primeros instantes tuvo problemas para respirar. Los ojos, aunque cerrados, se llenaron de lágrimas, dejando un surco de maquillaje corrido por donde iban deslizándose a lo largo del rostro. Al principio estaba algo desorientada. No sabía si le estaban moviendo la cabeza o si el violador era quien movía las caderas. Más adelante pudo discernir que se trataba de ambas cosas a la vez.
Las cámaras capturaron todo. La cabeza moviéndose de atrás adelante con fuerza, como si el encapuchado se estuviese masturbando con ella. Los brazos y piernas en tensión, tratando de escapar de las ataduras.
Aunque intenso, fue relativamente breve. El hombre la mantuvo inmóvil mientras se corría dentro. Parte del semen escapó entre las comisuras de los labios. Ellen no tuvo más remedio que tragar el resto.
El violador apartó la cabeza de la joven hacia atrás, con desprecio. Ella tosió un par de veces tratando de expulsar el resto del semen.
Los otros dos encapuchados cargaron un colchón que dejaron justo frente a la silla. El otro volvió a la mesilla de herramientas para cambiar los alicates por una navaja. Regresó pronto.
-Ahora vamos a desatarte. Si intentas correr o pelear, te cortamos como a un cerdo.
Ellen asintió. No osó moverse mientras deshacían los nudos de brazos y piernas. Tan solo después, aún sentada, masajeó un poco las muñecas. La calma duró poco. Agarrándola por las axilas, la levantaron bruscamente, esperando a que se sostuviese por sí misma antes de soltarla. Se mantuvo quieta, en pie, mirando con ansiedad a los tres hombres frente a ella.
-Por favor. Dejadme ir
El líder, que estaba en frente, le dio un bofetón que la calló al instante, a parte de asustarla aún más. Aprovecharon para abrir la chaqueta de golpe rompiendo los botones en el proceso. Cuando quiso darse cuenta ya no tenía la prenda encima, y ya estaban abriendo la camisa del mismo modo. Iba a cubrirse con los brazos hasta que un segundo bofetón la hizo cambiar de opinión. De ese modo nada cubrió un bonito sujetador blanco, de encaje pero sin ser ostentoso. Mantenía los pechos en su sitio sin mucha dificultad. El líder acercó el cuchillo al rostro de Ellen que lo miró aterrorizada. La situación no cambió cuando lo paseo por su rostro, bajando poco a poco hacia el cuello, el esternón. Tras unos segundos más de juego, cortó ambos tirantes del sujetador para arrancarlo después de un tirón.
-¿Quién había dicho que tenía los pezones rosados?
Uno de los otros dos agresores levantó la mano.
-¡Que cabrón!, has ganado la apuesta.
Ellen sollozaba cuando le arrancaron también la camiseta, dejándola desnuda de cintura para arriba. Antes de proseguir, los tres hombres se apartaron para que las cámaras pudieran capturar aquellos pechos pequeños, jóvenes, y firmes. El líder volvió a hablar.
-De rodillas.
Ellen dudó. También recordó el dolor de las bofetadas, las pistolas, el cuchillo. Acabó arrodillándose sobre el colchón.
-Ahora vas a usar las manos para alegrarles la noche a mis amigos. Una polla en cada mano. No vas a parar hasta que se corran encima de ti. Y durante todo ese tiempo, vas a estar mirando hacia las cámaras. Me da igual si lloras o sonríes. Si finges disfrutar o sientes asco. Tan solo debes mirar a la cámara. ¿Entendido?
Ellen no dijo nada. Le repugnaba la idea. A punto estuvo de negarse. Al final le pudo el recordatorio del cuchillo, por algún motivo le asustaba más que las pistolas. Ya entre llantos, asintió lentamente. Se arrodilló. Agarró un falo en cada mano y empezó su tarea. No tenía ni idea de si lo estaba haciendo demasiado rápido o demasiado lento. Jamás había hecho esto con nadie. Por los gruñidos de placer, no debía ir desencaminada.
El primero en correrse fue el de la derecha. Ninguna sorpresa, después de todo era diestra. El hombre la dejó hacer hasta el final. Parte del semen fue a parar al hombro, el brazo, o el suelo. La mayoría sin embargo acabó en el pecho más cercano.
Un par de minutos después, el otro se acercaba al climas. Agarró a Ellen por el moño, la hizo acercar la cara hasta apoyar el glande en la mejilla. Desde ese momento siguió él solo, masturbándose enérgicamente. Eyaculó allí mismo, dejando manchas por todo el rostro.
El primero la levantó tirando del pelo. El moño estaba en parte desecho, dejando caer unos pocos mechones por debajo de la nuca. La mantuvo cinco o seis segundos mirando a la cámara frontal. Arrancó la falda con un tirón fuerte. Las bragas, también blancas, de encaje, tardaron solo un poco más. Al final quedó vestida solo con las medias y los zapatos. A los encapuchados no les estorbaba ni lo uno ni lo otro.
Ellen tenía poco pelo de forma natural. Tan solo una pequeña mata rizada. Solo tenía que depilar un poco cuanto pudiese sobresalir del bañador. Contribuyendo más aún al aspecto juvenil que muchas otras envidiaban.
El primer agresor, a pesar de las protestas, llevo los dedos a la vagina. Separó un poco los labios exteriores. De nuevo un gesto para la cámara. Se escucharon gemidos de protesta. Ellen agarró el brazo con las dos manos, intentando alejarlo. El valor duró solo hasta el momento que uno de los otros dos volvió a encañonarla.
El líder retiró la mano para llevarla a la espalda. Despacio pero con fuerza, empujó para inclinarla adelante. Ellen apoyó ambos brazos en el suelo intentando no caerse.
-Recuerda mirar a la cámara.
Ellen hizo su mejor esfuerzo para mirar la cámara mientras la penetraban desde atrás. De este modo se grabó su gesto de angustia mezclado con dolor. No fue una violación lenta. El encapuchado empezó a bombear con fuerza, con violencia. Ellen estuvo cerca de perder el equilibrio y caer de boca. Sus pechos eran pequeños como para balancearse, pero se agitaban deliciosamente.
La eyaculación esta vez fue en el interior. Ella no estaba en uno de esos días, sin embargo tampoco le hacía ninguna gracia saberse mancillada por un bruto como aquel.
La dejó caer en el colchón, apoyándose sobre las manos y las rodillas. Ellen creía haber acabado de una vez, pero sus ideas no encajaban con las de los otros encapuchados. Dio igual si les dijo que le dolía, que no podía más. Simplemente la tomaron. Pasaron un buen rato turnándose. Siempre a cuatro patas. A veces la vagina, a veces se ponían delante para otra mamada. Perdió la noción del tiempo o de cuanto pasaba a su alrededor.
Recobró el sentido donde había empezado la odisea. Atada a la silla exactamente en la misma posición de antes. Tenía una goma atada al brazo, como cuando un médico busca la vena antes de sacar sangre. Vio al líder acercarse con una jeringuilla en la mano.
-¿Qué vas a hacerme?
El hombre clavó la aguja directamente en la vena.
-Voy a drogarte. Vas a recibir una dosis demasiado grande para tu cuerpecito, así que morirás.
Ellen no supo responder. Miró directamente a los ojos del agresor. Intentó apartar el brazo, olvidando totalmente las ataduras. Gritó pidiendo auxilio.
-No, ¿por qué? No. No tenéis que hacer esto. - Miro a los otros dos, nerviosa- Dejadme ir. No diré nada.
Uno de ellos le tapó la boca mientras otro sujetó aún mejor el brazo. El líder aprovechó para seguir hablando. Tenían instrucciones de decir siempre estas cosas a sus víctimas
-Cuando te encuentren, en algún contenedor de basura, creerán que no pudiste con todo. El trabajo, los estudios, la presión… Cediste. Quienes te conozcan pensarán que al final recurriste a la droga, pero no tenías dinero. Una yonki sin dinero. Pagabas a polvos, peor que una puta barata. El último chute fue demasiado. Una bonita historia, ¿no crees?
Los ojos de Ellen casi se volvieron hacia dentro cuando la droga le empezaba a hacer efecto. Se sintió mareada, somnolienta, y extrañamente bien. Pensaba con lentitud, pero en la tormenta que se había convertido su cerebro aún había sitio para el miedo.
Tenía problemas para respirar. El diafragma se movía bien, nada obstruía la garganta, y aún así el aire no la saciaba. El cuerpo reaccionó intentando acelerar el proceso de expiración e inspiración. Sirvió de poco. De nada. Los pulmones iban dejando de funcionar. Miraba hacia arriba, con la vista perdida y la boca medio abierta. Los músculos de todo el cuerpo se contraían y estiraban sin orden alguno, haciéndola agitarse en la silla como si la estuviesen electrocutando.
-No… pu… - pensaba erráticamente. El miedo y las drogas se habían encargado de ello. -No... res… no puedo respirar.
Volvía a llorar. Escuchó bromas sobre sus convulsiones. ¡Podía haberse movido así antes!, decían. Abrió la boca en un último intento de respirar. Los espasmos musculares fueron reduciéndose hasta dejarla completamente inmóvil. Muerta.
Los tres encapuchados creían haber terminado aquel día. Solo quedaba recoger, dejar el cuerpo en alguna zona conflictiva de la ciudad, e ir a casa a descansar. En lugar de eso, el líder recibió una llamada.
-¡¿qué?, ¡Tienes que estar bromeando!
Por sus gestos no fue así. Colgó de golpe, visiblemente enfadado. Detestaba las chapuzas y acababan de comunicarle una de las grandes.
-Muy bien muchachos. El otro equipo la ha cagado. Han ido a matar a una detective que metía las narices en el negocio, y de algún modo ahora les está persiguiendo. No creen que traiga refuerzos, pero ya ha herido a uno de esos gilipollas en el brazo y le ha dado una paliza a los otros dos. Vamos a tener que ayudarles si no queremos acabar con el culo entre rejas o el pecho lleno de plomo.
UNOS MINUTOS DESPUÉS
Lauryn corría escaleras abajo con los zapatos en una mano y el móvil en la otra. Sabía que el ascensor no era buena idea, pero también sabía que el equipo de seguridad de Lacroix subiría por las escaleras y el ascensor a la vez. Echó un vistazo abajo. Efectivamente un par de tipos trajeados subían corriendo desde el primer piso. Ella tan solo bajó uno antes de volver a salir al pasillo lleno de puertas. Ninguno de los otros apartamentos, ni en ese ni en otros pisos, estaba ocupado. Lacroix los había ido comprando uno a uno de forma que, incluso si el edificio no era suyo, todo el interior sí.
La periodista se apresuró en forzar la última puerta. Resultó más fácil, las cerraduras eran mucho peores que la del ático. Fue rápido. El apartamento aún tenía los muebles de los últimos propietarios. Corrió a las ventanas para llegar a la escalera de incendios. Tenían rejas. Buscó algún sitio donde esconderse. Acabó otra vez en un armario del dormitorio.
Sacó el móvil del bolso. Este era uno de esos momentos en los que llamar a la policía parecía buena idea. No tenía cobertura. Antes sí la tenía. El equipo de seguridad debía contar con inhibidores. El teléfono fijo debía llevar años sin señal, así que tampoco tenía sentido ir a buscarlo. Por otro lado, en el móvil tenía los últimos mensajes de Rebecca. Información sobre más casos sin resolver y el nombre de un agente de asuntos internos. Estaría bien si ahora pudiese responderlos.
Rebecca no tenía ningún problema al seguirlos. Podían ser buenos conductores, pero además de ser mejor, contaba con un coche más adecuado para una persecución urbana. Aún así se iba recriminando sus errores. Había dejado el teléfono atrás y no tenía ninguna radio en este vehículo. Perseguía a al menos tres hombres, armados. Habría sido más apropiado dejarlo, pero eso significaba abandonar la única pista. Aceptable en otras circunstancias. En estas… por lo que sabía ellos tenían a Emma en algún sitio, Debía arriesgarse.
No consiguieron quitársela de encima en ningún momento. Incluso intentó alguna maniobra para frenarlos. La diferencia de peso entre ambos vehículos la hizo inútil. Acabaron llegando a un almacén de las afueras rodeado de almacenes abandonados. Los tipos salieron del coche mientras Rebecca hacía lo mismo.
-¡Alto!
No contaba con que le hicieran caso, lo cual le dio tiempo para cubrirse con el coche cuando se giraron disparando. Asomó para disparar justo antes de que entrasen por una pequeña puerta lateral. Los dos primeros lo consiguieron. El tercero, que ya estaba herido en el hombro, cayó abatido por un certero disparo de la detective.
Rebecca siguió a los demás al interior.
Lauryn escuchó la puerta del piso abriéndose. Debían tener todas las llaves. No pensó que las llevasen encima a cada instante, serían demasiado incómodas, pero no tenía tiempo para plantearse algo tan trivial.
El hombre entró con la pistola por delante. No había nada fuera de lugar, pero debía asegurarse. Revisó habitación por habitación hasta llegar al dormitorio. El único sitio para esconderse allí dentro era el armario. Lo abrió de golpe. Al hacerlo recibió una rociada de espray de pimienta directamente en los ojos. Lo siguiente que notó fue una patada en la entrepierna y, finalmente algo duro golpeándole por detrás de la cabeza.
Lauryn soltó los restos de la lámpara y recogió la pistola. No era ni mucho menos una gran tiradora, detestaba las armas, pero sabía cómo usarlas a un nivel bastante básico.
Sabía que no podía bajar. Habría más seguridad en las salidas y los demás seguirían registrando piso a piso. Podía volver a subir. Lacroix no se quedaría incomunicado. Si podía llamar a la policía tal vez tendría alguna oportunidad de salir de allí.
Rebecca entró en el almacén apuntando. La recibieron con unos cuantos disparos que la obligaron a rodar hacia delante para cubrirse en una columna. Asomó para disparar un par de veces más. Justo entonces escuchó pasos a su derecha. Otros tres tipos llegaban desde allí, y no perdieron tiempo antes de abrir fuego. Rebecca disparó antes de moverse a otra columna. Esta vez no abatió ninguno. Ya era consciente de la situación en la que se había metido. No iba a recibir refuerzos. El camino a la única salida que conocía estaba bloqueado.
Lauryn entró sin preámbulos en el despacho de Lacroix. Apuntaba con una sola mano. El abogado no se lo esperaba. Tan solo reaccionó clavando más aún la espalda en el asiento.
-No me hagas disparar.