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Aline descorrió los cerrojos y levantó la tapa. No dio muestras de gran sorpresa, pero un escalofrío la recorrió por todo su ser.
Había una fusta roja y una azul. También había un látigo de cordones con nudos y otro de cadenillas muy finas.
Se atrevió a mirar al Maestro, mientras éste hacía lo mismo con ella y bebía un largo sorbo de licor. Cuando dejó la copa, dio una palmada y una de las sirvientas acudió presta a la llamada. A una indicación suya, retiró la capa de Aline, quedando ésta desnuda ante sus miradas.
La sirvienta se retiró con la capa, mostrando la total desnudez de sus partes traseras. Tenía marcas recientes de látigo en las nalgas y los muslos. Aline pensó que aquello debía ser un infierno para todas las sirvientas. Consiguió fijarse en la otra y se dio cuenta de que estaba marcada de la misma manera que su compañera.
Observó cómo, aquellas dos hembras se acercaban a ella y cogiéndola por los brazos la conducían hasta una plataforma poco elevada, haciéndola extender los brazos y aprisionando sus muñecas con sendos grilletes, que colgaban de un par de cadenas ancladas en el techo.
El Maestro no se había movido de su asiento, lo cual parecía significar que aquellas dos jovencitas se encargarían de atormentar a Aline.
Una de ella se acercó hasta el Maestro y recogió las dos fustas que le entregaba, diciendo en voz alta :
- Que sea azotada desde las axilas hasta las caderas en ambos flancos. Quiero el máximo rigor en los azotes, hasta que mande parar el castigo. Proceded.
Aline estaba mas asustada que de costumbre y su respiración era entrecortada.
Cuando las dos jóvenes estuvieron situadas, procedieron a descargar las fustas con todas sus fuerzas. Aline sintió dos desgarros abrasadores que la hicieron rugir de dolor.
Los azotes iban cayendo con todo rigor. El ruido sordo de los cueros al chocar contra la piel, se confundían con los gritos de Aline.
Era un castigo terrible y sádico. Aline, se encontraba al borde de la histeria. Los dolores eran tan profundos que no podía soportarlos.
Después de 50 latigazos en cada flanco, el Maestro paró el castigo y Aline fue desatada y obligada a dirigirse hacia él.
Tan sólo se limitó a palpar las marcas, lo que produjo unas sensaciones escalofríantes. Entonces la pidió el que le sirviera de beber y que volviera con las jóvenes para el siguiente castigo.
Aline se encontraba muy mal y sus manos temblaban, cuando le servía la copa. Dio media vuelta y con paso poco seguro se acercó a sus torturadoras. De nuevo fue atada, lo que agradeció internamente, pues estaba a punto de dejarse caer. Quedó ligeramente colgada por las muñecas.
Una de las jóvenes la desabrochó el portaligas y la bajó lentamente las medias, hasta dejarla totalmente desnuda.
Todo el cuerpo de Aline estaba surcado de sudor. La otra joven se había apropiado del látigo de cadenillas y esperaba la sentencia del Maestro, que dijo :
- Aséstala 100 latigazos desde el cuello a los muslos, pero solamente en su parte trasera. Incide principalmente en las nalgas y procura que no se desmaye. Procede.
Aline se sintió en el infierno ante la crudeza de aquel tipo de látigo. Era lo mas doloroso que había sentido, pero cuando llegó a sus nalgas, unos fuertes temblores se apoderaron de todo su ser. Los azotes eran contundentes y cada uno de ellos dejaba 3 marcas violáceas, pero no se aplicaban con la misma velocidad que las fustas, a fin de que Aline no perdiera el conocimiento.
Después de aquel infernal castigo, Aline colgaba totalmente de las cadenas. Había dejado de llorar hacía ya rato, tan sólo sus convulsiones, el sudor y sus jadeos hacían patente el tormento.
De nuevo fue desatada, cayendo en la tarima sin fuerzas. La hicieron ponerse en pie, a base de azotes y dirigirse hacia el Maestro, que la contempló durante unos minutos y al final dijo :
- Aline, estoy empezando a calmarme un poco del feo de esta tarde. Convendrás conmigo en que era necesario todo ésto. Pero, ahora que me doy cuenta, ¿qué hacemos con tus pechos?.
Aline, bajó la mirada mientras él gritó :
- Venid una de vosotras. Azótala los pechos sin piedad, hasta que yo crea conveniente. Utiliza las cadenillas. Y tú Aline, mantente de rodillas y con los brazos en cruz.
Aline se colocó en la postura elegida y predilecta del Maestro y soportó los latigazos sobre sus senos. Azotes que la hicieron aullar de dolor, mientras el Maestro reía los gestos y exclamaciones de ella.
Después de unos 15 azotes, paró el castigo y la palpó los pechos, retorciéndola los pezones con saña, mientras Aline rugía de dolor, envuelta en estertores de lo mas violentos, pero sin haber bajado sus brazos un solo instante.
Entonces el Maestro, dijo :
- Vosotras dos, retiraos y dejadnos a solas. Ella se encargará de poner orden en la estancia.
Cuando quedaron a solas, el Maestro la encomendó :
- Aline, recoge las fustas y los látigos. Límpialos y guárdalos en su estuche. Luego friega la plataforma y los alrededores de este sofá. Te estaré observando y si descubro que trabajas mal, yo, personalmente te volveré a azotar. Ahora, trabaja.
Aline, se apresuró a acatar las órdenes del Maestro y cogiendo un cubo y una balleta, se puso a fregar la plataforma. Sentía frenéticos espasmos, producidos por los dolores que padecía.
El Maestro la miraba admirado por su voluntad y se dijo para sí mismo, que era necesario volverla a maltratar.
Aline, terminó de fregar la plataforma y se aproximó al Maestro portando las dos fustas que habían quedado en la plataforma. Dejó el cubo a un lado y se dispuso a limpiar con verdadero mimo aquel odioso material que la había atormentado.
Guardó las fustas y la cadenilla en el estuche y lo cerró. Y sin decir palabra alguna, se dispuso a fregar los alrededores del sillón en el que permanecía el Maestro. Este, tuvo la delicadeza de subir sus pies sobre la banqueta que tenía ante sí, por lo que Aline, pudo terminar la tarea, sin tener que pedir permiso.
Cuando terminó, recogió todos los enseres y se plantó ante el Maestro, quien la indicó el que se mantuviera de rodillas y con los brazos en cruz, hasta que el decidiera lo contrario.
Al cabo de 15 interminables minutos, el Maestro plantó los pies en el suelo y la obligó a incorporarse, tras hacerla bajar los brazos.
Aline, a una indicación del Maestro, se colocó toda la ropa que había traído y se situó frente a él.
Se encaminaron juntos hacia la habitación del Maestro. Aline llevaba los licores y el estuche, mientras él la seguía.
Ascendieron las escaleras y recorrieron el largo pasillo, hasta llegar a sus aposentos.
Cuando entraron en la habitación, Aline dejó los licores sobre una mesita preparada al efecto y el estuche lo depositó en una vitrina.
El Maestro, la quitó la capa y la condujo hasta los pies de la cama. Engarzó sus muñecas a los grilletes que portaban unas cadenas colgadas del techo y tras tensar ligeramente las cadenas, la abandonó para asearse ligeramente.
Aline, pudo contemplarse en el enorme espejo que había a la cabecera de la cama. Se sintió incómoda al visualizar todas las barbaridades cometidas sobre su cuerpo.
El Maestro regresó a los pocos minutos y la dio unos cachetes en las nalgas. Se dirigió a la cama y se metió en ella estirándose de gusto y placer.
La corta noche fue un tormento aumentado para la pobre Aline.
Cuando amaneció, colgaba de las muñecas desvanecida.
El Maestro al despertar, la descubrió en esta pose que le hizo sonreir. Pensó que la mejor forma de activarla era a base de azotes, por lo que se dirigió a la vitrina y cogió una fusta espinosa y se situó cerca de ella.
Sin más contemplaciones, la descargó azotes muy rápidos, consiguiendo reanimarla, totalmente aterrada, al cuarto azote. Aún así, la asestó otros 20 azotes más.
Cuando terminó se acercó a ella y la dijo :
- Aline, hueles mal. Parece que se te han olvidado mis enseñanzas. Pronto te castigaré por ésto. Ahora, vendrán a aplicarte el bálsamo especial y luego te bañarás. Mientras, voy a desayunar.
Aline volvió a quedar sola, sumida en una tristeza amarga.
A los pocos minutos apareció una sirvienta que la aplicó el bálsamo especial, según las indicaciones del amo, tras haberla desnudado del todo.
Aline, tuvo que soportar aquellos escozores terribles, hasta que las marcas comenzaron a desaparecer y con ellas aquella sensación.
Luego fue desatada y conducida al baño. Se sumergió en el agua y se adormiló placenteramente. Tuvo la suerte de despertarse a tiempo y terminar de asearse y secarse. Se dirigió de nuevo al dormitorio y aguardó la presencia del Maestro.
Este, no tardó en aparecer. Aline al verle entrar, se postró de rodillas y elevó sus brazos, aguardando órdenes.
El Maestro, sonrió complacido al verla y la dijo :
- Me encanta verte de nuevo. Hueles bien y estás muy apetecible. He dispuesto para el día de hoy, una excursión al campo. Irás tan desnuda como estás ahora y prepárate para ser sometida por las dos sirvientas que nos acompañarán. Tú, te encargarás de llevar el estuche.
Salieron de la habitación y bajaron al hall. Aline portaba el estuche, mientras que las dos sirvientas, una llevaba una cesta de comida y la otra una bolsa con mantas y productos de higiene.
Recorrieron un largo camino y por fin el Maestro decidió instalarse en un paraje solitario y a la vez muy hermoso y agradable.
Indicó a las jóvenes el que colocaran todo lo necesario y después que atendieran sus órdenes, mientras descansaba un par de horas.
Cuando todo estuvo dispuesto, las reunió a las tres y dijo :
- Deseo que hagáis correr a esta perezosa. Debéis conseguir que sus pechos se agiten constantemente, mientras trota. Si la tenéis que zurrar, hacedlo. Pero debo encontrarla exhausta cuando despierte de mi siesta. No debe parar de correr en momento alguno. Ahora coged las fustas y situaros al otro lado de la explanada con esta pécora.
Aline, se dejó conducir por aquellas dos mujeres, al extremo opuesto de la explanada. Por el camino la fueron indicando el recorrido que debía hacer y además el que se ajustara en todo momento a las necesidades del amo.
Aline, asintió y comenzó a trotar lentamente. Como sus pechos habían crecido algo en los últimos meses y además se habían vencido debido a los excesos y al látigo, principalmente, a cada paso ascendían y descendían voluptuosos. De esa manera se evitó azotes innecesarios, cosa que por otra parte el Maestro ya había previsto.
De cualquier forma, aquellas jóvenes encontraron justificaciones para asestarla numerosos latigazos, cada vez que pasaba por el lado de alguna de ellas, o bien si corrían a su lado.
Cuando pasaron las dos horas, Aline estaba empapada en sudor y totalmente agotada. Tenía ligeras marcas de látigo en su espalda y alguna en los pechos y nalgas, pero eran poco significativas.
El Maestro las mandó llamar y las tres volvieron a la carrera, hasta llegar a su presencia. Indicó a Aline el que se tumbara en la manta junto a él y a las otras jóvenes que fueran a corretear hasta que el las llamara.
Las jóvenes se apresuraron a obedecer, mientras Aline se echaba bocarriba en la manta. Se dejó palpar y poseer por él incontables veces, mientras las otras hembras parecían a punto del agotamiento total.
Aline, a pesar de extenuación se había sentido dichosa al poder mantener en su interior el pene de aquel hombre que tan mal la había tratado.
Cuando lo creyó conveniente, las llamó y les indicó el que prepararan algo de comer.
La comida transcurrió tranquila para los cuatro. Luego dormitaron hasta que la tarde anunció su huida. El Maestro decidió que era el momento de volver a la casa.
Regresaron tranquilos, aunque las mujeres estaban casi agotadas.
Cuando llegaron a la casa, el Maestro despidió a las sirvientas, mientras se dirigía con Aline a sus aposentos. Nada más entrar, la preguntó :
- Deseas, que te cure esas pequeñas marcas o sigues con ellas.
- Puedo seguir con ellas, salvo que os moleste verme así.
- Nada mas lejos de mi ánimo. Sirve unas bebidas para los dos y ven a la terraza conmigo. ¡Ah!, tráeme de paso una fusta, la que mas miedo te cause.
Aline, preparó las bebidas y acto seguido se puso a buscar una fusta que la aterrara el verla. Sabía que iba a ser para ella. Miró en la vitrina y descubrió una de aspecto terrible. Era muy fina y tenía unas bolitas espinosas en la punta. Sin pensarlo más, la cogió y la colocó bajo su axila izquierda, para poder coger las dos bebidas. Y con todo el conjunto se dirigió hasta donde la esperaba el Maestro.
Dejó las copas en la mesa y le entregó la fusta por el mango. El Maestro sonrió y dijo :
- Aline, hacía mucho tiempo que no utilizaba esta fusta. Me trae recuerdos gratos y te lo agradezco. Ahora, siéntate cerca de mí y disfrutemos de este rato de calma.
Hablaron de cosas intrascendentes, mientras el Maestro la rozaba los pezones con las bolitas. Aline por su parte, le dejaba hacer sin inmutarse y conseguía responder a las preguntas, a pesar de las odiosas sensaciones que sentía.
Cuando la noche cayó, el Maestro la dijo :
- Aline, es hora de cenar. ¿Querrás acompañarme?.
Aline asintió y ambos entraron en la casa. El Maestro la indicó el que se bañara y se perfumara. Debía bajar al salón con un portaligas, medias y zapatos de color rosa que encontraría en su cuarto.
Se bañó y acicaló convenientemente. Luego entró en el dormitorio y localizó aquellas prendas. Se las puso y fue a mirarse al espejo. Se vio altamente provocativa, pero a la vez hermosa y apetecible. Bajó al salón en donde la esperaba el Maestro. Pudo observar como asentía con un gesto y se sentó cerca de él a una indicación suya.
La cena fue servida de inmediato. Comieron lenta y apaciblemente, aunque en las pausas entre plato y plato, el Maestro la incordiara con sus manos o bien, con la fusta. Pero no llegó a darla mas de 2 golpes consecutivos, por lo que Aline estaba en la gloria.
La cena duró algo mas de 2 horas. La conversación era poco interesante y el Maestro dio muestras de sueño, entonces la cogió de la mano y tras levantarse de la mesa, la preguntó :
- Aline, estoy algo cansado y me voy a dormir. ¿Qué prefieres, pasar la noche atada a las cadena, después de que te haya dado 50 latigazos, o bien, dormir en un cuarto después de haber sido azotada por una de las sirvientas?.
- Maestro, prefiero estar cerca de Ud.
- Entonces, sígueme. Te azotaré cuando estés encadenada.
Llegaron a la habitación y Aline le pidió permiso para ir al aseo, cosa que le concedió.
Cuando regresó a la habitación, comenzaba a desnudarse, cuando el Maestro la dijo :
- No, Aline. Pasarás la noche así. Sólo te voy a azotar las nalgas, los costados y los pechos. ¡Por favor!, sitúate.
Aline obediente, se colocó entre las dos cadenas que descendían del techo a los pies de la cama y elevó sus brazos para que pudiera engarzarlos.
El Maestro, alzó la fusta y comenzó azotándola las nalgas. Aline procuró contenerse y no gritar, pero se contorsionaba ante las electrizantes sensaciones que producían aquellas malditas bolitas.
No había contado los golpes, pero sabía que debían estar en torno a los 40, por lo que dedujo, que iba a ser azotada mas de la cuenta. El Maestro, dejó de atormentar sus nalgas, para pasar a zonas tan sensibles como la anterior.
Cuando el 4º azote la incidió en los costados, sus resoplidos dieron lugar a un pequeño grito, que aumentó en intensidad y duración. Las marcas que dejaba la fusta eran tenues, pero las sensaciones eran peores que las de las cadenillas. Ante los gritos que lanzaba, el Maestro paró el castigo y la dijo :
- Aline, ya me he cansado con tus gritos. O te callas o mañana te bajo al sótano para que seas sometida a tormento.
Aline cesó sus gritos de inmediato, pero no dejó de jadear y colvulsionarse ante cada nuevo golpe. Cuando el Maestro cesó de atormentar sus costados, se situó ante ella y ésto la produjo un sobresalto, que involuntariamente la obligó a exclamar :
- Maestro, ya os habéis pasado de los 50 azotes. ¡Por favor!, perdonadme los pechos.
- Observo, que no aprendiste bien las lecciones. ¡No hay problema!, se volverán a repetir. Ahora te azotaré los pechos, hasta hartarme. Y mañana, personalmente, te bajaré a uno de los sótanos para que seas sometida a todo tipo de escarnio.
Aline, quedó llorosa y angustiada. Mientras recibía los terribles azotes, le imploraba gracia, mientras sus lágrimas caían vertiginosas por los vestigios de la rabia del látigo.
Cuando el Maestro, lo creyó oportuno, cesó el castigo y la dejó llorando y con todo su cuerpo en continuas convulsiones.
Se acostó sin inmutarse del padecimiento de su pupila. Y se durmió rápidamente, mientras la joven seguía agitándose y resoplando en sus sensaciones. Aline hizo un esfuerzo y bajó el nivel sonoro de sus gemidos para no molestarle.
Al amanecer, el Maestro encontró a Aline colgando de las cadenas. Se aseguró que estaba bien y la flageló durante 5 minutos con la misma fusta, hasta que los gritos de su pupila alcanzaron el nivel de la noche pasada.
Después de los azotes, se acercó a su cara y la espetó :
- Voy a desayunar. Daré aviso para que te pongan el bálsamo normal. Cuando suba, iremos a visitar tu lugar de tormento. Y haré elogios de tus debilidades. A ellos les encanta.
Se fue, dejándola completamente angustiada. Al cabo de unos minutos, apareció una de las sirvientas. La quitó el resto de ropa y la esparció el bálsamo. Y sin más abandonó la habitación.
Aline pudo comprobar en el espejo que tenía frente a sí, como las pequeñas marcas desaparecían de su cuerpo con gran velocidad.
Al cabo de unos 15 minutos, apareció el Maestro. La desató y la condujo al baño.
Cuando Aline apareció en la habitación, el Maestro se limitó a atarla las manos a la espalda y entonces la comentó :
- Ha llegado tu hora. Serás escarmentada por todas tus faltas. Ahora camina y nada de flaquezas. Quiero tu mirada altiva y espero que ellos se sobrepasen contigo.
Aline alzó su mirada y nada dijo. Se dejó empujar por el Maestro en todo instante. Descendieron hasta el 4º sótano. Nada mas entrar, el hedor que despedía aquel antro la echó para atrás. No se le permitió y entonces pudo ver a 3 varones casi completamente desnudos. Tan sólo portaban un minúsculo tanga, lo que hacía la visión más patética, debido a sus brillantes musculaturas.
El Maestro, la entregó como si fuera una criminal y les rogó el que fuera salvajemente tratada. Dichas estas palabras varias manos asieron los brazos de Aline y medio la arrastraron hasta su nuevo enclave.
Aline, se debatía e intentaba zafarse de las manos de sus torturadores, aunque sabía que todo era inútil. Fue conducida hasta una pilastra, en donde fue atada por las muñecas a una argolla. La hicieron beber un líquido, que tenía la propiedad de que la víctima no perdiera el sentido. A continuación, la ataron una soga al cuello y éste a la misma argolla que las muñecas, por lo que quedó indefensa y mostrándoles sus partes posteriores.
Los primeros tormentos comenzó a encajarlos con bastante crudeza, ya que comenzaron por flagelarla los muslos y las nalgas.
Aline saltaba a cada azote que recibía. Casi no podía gritar, debido a la tensión de las ataduras, pero sus espasmos hacían patente sus sufrimientos. Aquellos seres parecía que quisieran destrozarla, pues no dejaban de azotar aquellas zonas con un sadismo desmesurado. Desde el látigo hasta las cadenillas, todo era usado contra ella.
Después de más de 100 azotes, la soltaron el cuello y las muñecas y la condujeron a rastras hasta unas cadenas que colgaban del techo. Aquella estancia era la más asquerosa de cuantas tenía la mansión. El suelo era de arena y la humedad se respiraba en el ambiente. Además los olores a orines, combinado con los olores de los braseros, hacían casi insoportable la estancia en aquel lugar.
Aquellos 3 hombres parecían estar acostumbrados a aquel ambiente y Aline era la víctima. Realmente aquel hedor no la molestaba, tan sólo estaba pendiente de los tormentos que la infligieran.
Después de que fuera tensada convenientemente, se armaron de látigos y cadenillas. Procedieron de modo poco natural, ya que no avisaron el primer golpe. Aline se debatió entre gritos y contorsiones, cada vez que los cueros y las cadenillas se estrellaban en su piel.
La marcaron completamente los pechos, costados, vientre y muslos. Aline sentía un profundo dolor en todo el cuerpo, pero no se desvanecía por muy rudos que fueran los ataques.
Fue desatada, después de más de 120 azotes y arrastrada de nuevo por la arena, hasta llegar a un potro de tormento, en donde fue atada bocarriba y tensada sádicamente.
En este aparato, la realizaron punzamientos y quemaduras menores, tanto en sus pechos como en las axilas, vientre y vagina.
De nuevo fue desatada y arrastrada a otro lugar de la sala. Fue introducida en un cilindro enrejado, que hicieron rodar sobre ascuas y cenizas, distribuidas previamente.
Con el mismo aparato la hicieron rodar, lentamente, sobre un lecho de cardos silvestres. Repitieron este paseo 10 veces.
Los gritos de Aline se habían hecho histéricos, sobre todo a partir de las brasas, pero ahora en los cardos, cuando las púas se clavaban en sus pechos lentamente, eran ensordecedores y dramáticos.
Aline fue liberada del cilindro y conducida hasta una especie de urna gigantesca. Había toda clase de asquerosos bichos. Antes de introducirla en la misma la rociaron con un líquido que hacía el que aquellos seres se volvieran locos y picotearan o corrieran con mayor energía.
La introdujeron en la urna, pero dejándola la cabeza fuera, mientras que sus manos y pies eran anclados en las dos paredes de la urna.
Mientras los animales hacían su función se dedicaron a jugar una partida de naipes. De vez en cuando miraban a la joven y se reían de los gestos y la agonía que reflejaba todo su ser.
Así la tuvieron durante una hora. Al término de la misma, la liberaron de aquel infierno para conducirla a otro mas agresivo.
Aline, no podía dar crédito a sus vivencias. Jamás había experimentado tan maléficas sensaciones.
Fue llevada de nuevo a las cadenas, pero esta vez la colgaron por los tobillos, con las piernas muy separadas y la dejaron en esta postura por espacio de 10 minutos.
Cuando regresaron a ella, estaban armados con látigos de cuerdas enceradas y con nudos cada 3 pulgadas y un nudo mayor en el extremo de cada cuerda.
La escarmentaron la vagina, con rigurosos azotes.
Aline, sintió las mordeduras de las cuerdas en su interior, ya que al estar muy abierta en la postura que la mantenían, los nudos se introducían con toda facilidad, causándola vivísimos dolores.
Después de asestarla unos 50 latigazos en dicha zona, la desataron y la condujeron hasta el potro. Allí fue atada como la vez anterior, pero esta vez se limitaron a azotarla con los látigos de nudos, tanto los pechos, como el vientre y los muslos.
Después de unos 100 azotes, apareció el Maestro. Ordenó parar el castigo y que la desataran.
Aline, no se sostenía en pie, por lo que fue arrastrada a presencia del Maestro.
Este, la ayudó a ponerse en pie y la acompañó hasta su estancia. Aline sufrió lo indecible con las escaleras. Había perdido la noción del espacio y era incapaz de articular los pies.
Consiguieron llegar, tras duras penalidades y con la ayuda de dos sirvientas.
La noche transcurrió llena de horribles pesadillas para Aline. Las sirvientas se fueron relevando durante las horas que estuvo inconsciente, a fin de asistirla.
Cuando despertó, se encontró sola en la habitación. No sabía quien era ni que hacía allí.
Tardó mas de 2 días en recuperarse. El Maestro la atendió personalmente en todo momento o estuvo enterado de sus progresiones.
Cuando fue consciente de quien era y que hacía allí, fue el Maestro quien la interrogó y la situó en su lugar, preguntándola :
- Aline, has visto lo que pasa por desobedecerme. A partir de ahora te conducirás con mejor concentración. De lo contrario volveré a enviarte a ese lugar.
Aline, se quedó aterrorizada al escuchar la amenaza. Y se prometió a sí misma, enmendarse y aceptar los castigos sin incumplir los mandatos de su Maestro.
Pasaron unos días tranquilos. El Maestro de vez en cuando la ponía a prueba. Pero Aline, siempre conseguía salir airosa de la misma, a pesar de que los azotes fueran agobiantes. Simplemente, le pertenecía. El lo sabía y hacía de ella lo que quería. Era como si la tuviera hipnotizada.
Y llegó el día en que regresaba André. El Maestro acompañó hasta la posta a Aline, para recibir a André.
Aline, salió disparada cuando vio a André. Le abrazó y le besó apasionadamente. André quedó algo perplejo ante semejante recibimiento, pero muy agradecido a la vez.
Saludó al Maestro y le pidió informes de Aline. Este, le respondió que podía confiar en ella plenamente, ya que era una mujer en toda regla y que en los últimos días se afanaba en ser mas coherente con el mundo que la había tocado vivir.
André sonrió a Aline y tras pasarla el brazo por el hombro, los tres se encaminaron hasta la casa de André.
Cuando se hubieron acomodado, Aline les sirvió refrescos y algún aperitivo.
André, la envió a dar un paseo, ya que debía hablar con el Maestro de asuntos de negocios.
Cuando vieron pasear a Aline por la explanada, se rieron y entonces el Maestro le relató todo lo sucedido. André se sintió gozoso y le dijo al Maestro :
- Creo que ésta es la mujer que me conviene. ¿Qué te parece?.
- Estoy de acuerdo contigo totalmente. Debes empezar a tratarla bien y darla el amor que necesita. Yo siempre estaré presente en su pensamiento, y para nosotros, será un secreto entre los dos.
André al fin se decidió y una buena noche en la que paseaban por el parque, la hizo la propuesta de matrimonio.
Aline, se quedó estupefacta al oír semejante proposición. Pero un gozo interno se apoderó de ella y dio el sí, sin la mas mínima duda.
Dos meses mas tarde, se casaban ante numerosos testigos e invitados.
La luna de miel, fue realmente de miel. Y en toda la campiña no se comentaba otra cosa que la maravillosa sensación que esparcía aquella pareja.
Los meses pasaron y Aline, tuvo el primer vástago de la estirpe. La felicidad era completa en la pareja. A tanto habían llegado en sus relaciones de amor, que André y Aline, se habían cambiado a otra de las mansiones del Barón.
El Maestro, les había visitado en varias ocasiones, pero cuando se decidieron a cambiar de residencia, les perdió de vista para siempre.
Habían pasado 7 años de su unión y ya contaban con 2 varones y una hembra, a la que habían puesto por nombre Angélica.
André había cambiado tanto, que ya era irreconocible para sus amigos, aunque seguían respetándole todos y el les correspondía en la misma medida.
Aline y André, se beneficiaron del amor que floreció en sus corazones y por tal motivo, fueron felices y pudieron hacer frente, desde un panorama distinto al que habían empezado, a sus hijos y todas las dichas de la familia.