Los dos amantes se revolcaban apasionadamente en la cama. Se suponía que no iban a pasar demasiado tiempo allí. Iban con prisa. Mark acababa de robar junto a sus chicos uno de los furgones blindados. No cualquier furgón blindado. De hecho se parecía más a una furgoneta, pero aparte de ir blindada llevaba varios matones dentro. Todos bien armados. Lo normal cuando trataba con la mafia. Arriesgado, si, pero un golpe redondo. La recaudación de todos sus negocios. Prostitución, casinos, drogas. Prácticamente un millón por cabeza. Debía haber abandonado la ciudad cómo sus compañeros. Ocultarse un par de meses antes de encontrarse todos para repartir el botín. No había sido así, pero pocos podrían culparle.
Léa era auxiliar de vuelo. Oficialmente ya nadie las llamaba azafatas. Una mujer realmente preciosa. Medía alrededor de metro setenta, tal vez un poco más. A sus treinta y pocos años parecía una modelo, o lo parecería de no tener semejantes curvas. Casi noventa de cadera, firme y redonda. Tan solo un par de centímetros por encima de sesenta en el estómago. Noventa de pecho, eso decía al comprar ropa, pero siempre parecía llevar una talla menos. Ya que no era la típica mujer escuálida, sus senos no parecían desmedidos. Un poco caídos, sí, pero mantenían una forma bonita, con areolas grandes de color rosado oscuro y pezones que no sobresalían demasiado. La piel estaba solo un poco bronceada.
De cara también era excepcionalmente bella. Tenía el cabello castaño oscuro, algo más claro en las puntas. Descendía en pequeñas hondas hasta mitad de los omoplatos. Aunque no era cabello rizado, tenía bastante volumen. Por delante el lado derecho caía rodeando el rostro, pero por el izquierdo tapaba parte de la frente y el ojo. Desde luego algo tan perfecto se debía a una mezcla de genética y horas en el salón de belleza. Llevaba mucho tiempo conseguir el peinado, pero sin lugar a dudas el resultado merecía la pena. Tenía los ojos ligeramente hundidos, de color azul grisáceo. Por encima, las cejas angulosas y finas. En cuanto a los labios, tenían forma de corazón arriba y eran gruesos por abajo. En algún momento de la noche los había pintado de rojo claro, aunque como llevaban horas y horas besándose, ya quedaba poco maquillaje. Era una mujer de rostro redondeado, sin embargo la mandíbula se iba estrechando poco a poco hasta la barbilla.
Léa montaba a Mark. Ni sabía cuántas veces lo había hecho ya durante la noche. Subía y bajaba mientras echaba la cara atrás. Ahora muy despacio. Mark reprimía la tentación de agarrar los pechos. Sin duda disfrutaría haciéndolo, pero se perdería el espectáculo de verlos botando. El movimiento era tan hipnótico que apartar los ojos habría sido imposible para cualquiera con gusto por las mujeres. Aún así le daba buen uso a las manos. Se ayudaba para cambiar el ritmo, desesperado por acelerar. Hacía que Léa subiese y bajase más rápido, coordinándolo con su propio movimiento de caderas. Sin embargo ella era quien llevaba las riendas. Cuando notaba que él necesitaba ir más rápido, Léa hacía justo lo contrario.
Ambos gemían a la vez. Léa se inclinó hacia delante para besar a su amante primero en el cuello, luego en la mejilla. Al final en los labios. Mark aprovechó para rodearla con los brazos. Acarició el culo con fuerza, prácticamente estrujándolo. Era su momento. Dio la vuelta tumbándola a ella de espaldas en el colchón. Léa le envolvió con las piernas. Las embestidas de él ganaron velocidad y fuerza. Ella no pudo evitar apretar con fuerza la espalda de su amante. Cuando llegó su orgasmo, arañó con las uñas, perfectamente pintadas de rojo, la piel por encima de los omoplatos. Mark gruñó con una mezcla de dolor y placer, pero no se detuvo. Continuó bombeando cada vez más rápido, sin dejar de besar a aquella diosa en ningún momento. Se movían de forma tan enérgica que la melena de Léa le empezaba a tapar el rostro. Él la apartó suavemente. Así pudo mirarla a los ojos en el momento del climax. Siguió moviéndose unos segundos más. Acabó rendido. Se tumbó junto a su amante. Ambos compartieron un largo beso. Tal vez podrían repetir en unos minutos.
Mark debería haber abandonado la ciudad hacía horas. Mientras miraba a aquella espectacular mujer era difícil hacerse a la idea, pero tenía que salir ya. Volverían a verse dentro de un par de meses, en la Francia natal de Lea. Solo desearía haber podido prolongar aquello un poco más. Le costó encaminarse a la ducha. Léa seguía durmiendo cubierta únicamente con una sábana blanca. Se encontraba tan a gusto que no se percató en Mark entrando en el cuarto de baño, ni escuchó la ducha encenderse.
Pasó un rato dormida. Le despertó la puerta. Se abrió repentinamente. Ella siguió sin percatarse del sonido de la ducha. Se levantó, quedando de rodillas en la cama, sujetando la sábana con ambas manos. Aún sonreía. Pensó que Mark debía haber salido a por algo de comer o de beber. Durante la noche habían acabado con varias botellas de champagne. Quienes entraron no eran Mark. Tres hombres grandes, trajeados, con cara de pocos amigos. El cuarto era quien llevaba el traje más caro, también era el más bajito de todos, lo cual le dejaba en la estatura normal para un hombre de su edad, alrededor de cuarenta.
-¿Quiénes s…?
No acabó de preguntar. El más bajito, el líder, desenfundó una pistola con la que apuntó a Léa directamente al rostro. La joven quedó helada. Ni siquiera siguió hablando. Apretó con fuerza la sábana e intentó echarse un poco para atrás. Nunca la habían apuntado con un arma. De hecho jamás había visto un arma antes.
Los hombres escucharon la ducha antes que Léa. Ella se dio cuenta justo cuando empezaron a andar. En ese pequeño instante olvidó las armas.
-¡Mark!
El líder la abofeteó, haciéndole un corte en el labio inferior. Los demás entraron corriendo en el cuarto de baño. Se escucharon ruidos de pelea. Después sacaron a Mark sosteniéndole por las axilas. Léa iba a volver a gritar. Bastó un gesto del líder, amagando un segundo bofetón. Ella se echó para atrás evitando el golpe que no llegó.
-Silencio.
Lo siguiente que supo Léa fue que le colocaban una bolsa de basura negra en la cabeza. También intentaban levantarla. Ella se resistió e intentó agarrar la sábana a la vez. No consiguió ninguna de las dos cosas. Como no se calmaba recibió un buen puñetazo en el estómago. Desde luego ni lo esperaba ni estaba preparada. Se desmayó casi al instante.
Léa despertó ya sin la bolsa en la cabeza. Estaba sentada en una silla con las manos atadas por delante, aunque no estaba atada a la propia silla. En frente, a pocos metros, Mark estaba sentado. Él si se encontraba atado a la silla. Tenía los rastros de una buena paliza.
-Por fin despierta la bella durmiente.
Era el líder quien hablaba. Léa miró de un lado a otro, asustada. Estaban en otro lugar. Una especie de almacén abandonado. Se asustó. Preguntó qué ocurría, pidió auxilio. Solo consiguió carcajadas. Léa no era tonta. Sabía a qué se dedicaba Mark. En parte era lo que la había atraído. La típica fantasía del chico malo. En su caso había sido real. La fantasía jamás contemplaba el momento en que la mafia decidía intentar recuperar su parte.
-Esto va así, encanto. Aquí tu amiguito nos ha robado una buena tajada. No la debe tener encima, pero sabe donde se reunirán los suyos. Lo malo es que no nos lo quiere decir. Por suerte vas a ayudarnos.
Léa no comprendía qué querían decir.
-¿Qué?
Le agarraron un dedo, el meñique de la izquierda. Tiraron hacia atrás con fuerza hasta romperlo. Léa, que jamás se había enfrentado a nada parecido, gritó. Dijo algo en francés que ninguno de los allí presentes entendió.
-¡Déjala!
El grito de Mark no sirvió de nada. Simplemente agarraron el siguiente dedo. No les dejó proseguir. Fue el momento en que les contó todo. El líder hizo un par de llamadas.
-¿No es mejor así? Lo malo es que nos has robado, chico. Eso no ha estado bien. Pero has tenido cojones, muchos cojones. Te vamos a dar un pequeño espectáculo.
Entre dos de los matones levantaron a Léa de la silla. La llevaron hasta Mark y la hicieron arrodillarse delante. Ella seguía llorando, dolorida. Así opuso menos resistencia.
-Chúpasela
Léa miró al líder sorprendida.
-¿Qué?
Dio una patada justo por debajo del cuello a la mujer. La hizo caer de espaldas al suelo. Allí la golpearon un poco más entre los otros tres. Con una señal, el líder les hizo detenerse. Léa se mostraba con algunos moratones y arañazos en todo el torso. Había pedido que parasen, suplicado incluso. Aún así habían acabado la pequeña paliza.
-Cada vez que te niegues, te vamos a pegar. Es un castigo, ¿lo entiendes?
Ella asintió muy rápido con la cabeza
-Pues empieza a chupársela.
Léa se incorporó cómo pudo. El pecho le dolía muchísimo. Se acercó de rodillas hasta Mark. Él no estaba erecto. Léa no preguntó. Comenzó a lamer el miembro, suavemente. Trató de olvidar la situación en que estaban. Se concentró en dar placer. La hacía sentir sucia por saber el espectáculo que estaba dando a esos malnacidos. Ni siquiera era capaz de mirar a los ojos a su amante. A pesar de todo continuó. Le llevó un rato conseguir una nueva erección de Mark, mucho más de lo habitual. No usaba las manos, tan solo la boca. Cuando finalmente la tuvo preparada, se la metió completamente entre los labios y empezó a bombear. Siguió así, a un ritmo cada vez más rápido, hasta que notó el orgasmo de Mark aproximándose.
-Trágate hasta la última gota.
Léa detestaba hacerlo, pero no iba a volver a protestar. Cuando finalmente Mark se corrió en su boca, ella realizó el mejor esfuerzo posible por tragárselo todo. Ni siquiera se atrevió a sacar el pene de la boca cuando este comenzaba a ponerse flácido. Entonces escuchó un disparo. Se sobresaltó e intentó levantarse torpemente, cayendo de bruces al suelo. Mark estaba reclinado hacia atrás. No le podía ver la frente, pero salía humo, y por detrás de la silla goteaba sangre. Tardó en comprender que lo habían matado. Gritó entre aterrada y desesperada. En su estado solo acertaba a hablar en francés.
El líder dio una patada a Mark para tirarlo de la silla. Mientras tanto otros dos cogieron a Léa. El tercero cortó las ataduras de las manos para atarlas una segunda vez, en esa ocasión por la espalda. Con algo de esfuerzo la pusieron de pie sobre la silla que ocupaba antes. Uno de ellos utilizó la otra silla para subir a su lado. Léa no se había fijado antes, pero desde el principio caía una soga justo en el lugar donde ella se encontraba. Reconoció el nudo de una horca. Intentó alejarse, pero la sujetaban con fuerza. El que estaba subido en la silla tuvo que abofetear un poco a Léa para conseguir meter la cabeza en el nudo. Luego le sacó el pelo y apretó con tanta fuerza que Léa creyó estar asfixiándose ya. Por fortuna o por desgracia no era así.
Apartaron la otra silla, dejándola en alto unos instantes. Léa les suplicó en francés. No le hicieron caso. Tras concentrarse tanto como era capaz, consiguió hablar con ellos.
-¡No!, por favor. No diré nada.
-¿No dirás nada? - respondió el líder. - Pero eso ya lo vamos a conseguir matándote. ¿Qué más sacamos nosotros?
-Yo… tengo algo de dinero.
-Nos pagan bastante bien. Seguro que, si lo piensas, se te ocurre algo mejor.
Léa quedó en silencio. Estaba claro lo que ese hombre insinuaba. Ella no podía aceptarlo. Disfrutaba del sexo como la que más, pero no así. No se tenía por una furcia cualquiera. Sin embargo… miró arriba. Iban a matarla. No quería morir.
-Lo haré con vosotros.
-¿Qué harás?
-Me acostaré con vosotros.
-¿Acostarte?, ¿cómo niños pequeños que duermen juntos para no tener pesadillas?
-Sexo, tendré sexo con vosotros.
-Ah. Quieres decir que dejarás que te follemos
-Si. Si. Folladme.
-¿El coño, el culo, la boca, y las tetas?
Léa calló de nuevo. Nunca había tenido sexo anal. Tampoco le atraía la idea de meterse en la boca el asqueroso miembro de ninguno de esos asesinos. Ni ninguna otra cosa. No quería hacerlo. Volvió a llorar.
-Si
-Dilo claramente.
-Folladme el coño, el culo, la boca, y las tetas
-¿Todos a la vez?
-Si. Por favor. Folladme todos a la vez. Os gustará.
-Entonces, ¿eres una puta?
-¡Si! - ya lloraba tanto que era difícil entenderla. - Soy una puta. Soy una puta. Por favor, ¡no me matéis!
-Shhh, tranquila. - Dijo él. - Me has convencido.
Léa no sabía si sonreír o no. Había hecho el trato más asqueroso del mundo. Iba a dejarse violar por todos esos hombres. Los asesinos de Mark. Aún así, iba a vivir.
El líder le dio una patada a la silla. Los pies de Léa dejaron de tener apoyo. Descendió unos diez o doce centímetros antes de que la soga detuviese la caída. Desde ese instante no pudo respirar. La cabeza se inclinó al lado contrario del nudo, forzándola a ver el horizonte torcido. Intentó apoyarse en algo, solo que no había nada. Movía los pies casi como si corriese en el aire. Intentaba soltar las manos, retorciéndolas por la espalda para intentar llevarlas al cuello. Habló sin sonido. Solo se escapaba algo similar a un silbido o a una flauta rota. Todo su cuerpo se agitaba. El pecho se hinchaba tratando de capturar aire, consiguiendo un movimiento aún más hipnótico para sus magníficas tetas.
Tenía miedo. Tardó en entender que no era la habitación la que giraba de un lado a otro, sino ella. El cuello le dolía y escocía. Buscó con la mirada a sus asesinos. No los vio. Ya iban camino de la puerta. Tan solo vio el cadáver de Mark en el suelo. Ella iba a acabar igual. Volvió a intentar gritar con todas sus fuerzas. Consiguió hacerse aún más daño.
Sin darse cuenta la lengua había ido asomando entre los labios. El cuerpo intentaba hacer más espacio para que entrase el aire. Claro estaba, no iba a funcionar. Sentía cada vez menos fuerzas. Las patadas al aire fueron dejando lugar a tímidos movimientos erráticos con las piernas. Ya no tenía fuerza en los brazos para seguir intentando levantar las manos. Sufría pequeños espasmos aquí y allá mientras veía cada vez peor. Primero puntitos blancos, luego todo se iba oscureciendo. Notó entonces su propia orina. Se estaba meando. Por algún motivo aquello le pareció otra tragedia. Al estar desnuda, la orina caía en un pequeño arco frente a ella. Pensó que eso sería lo último que supiesen sus seres queridos de ella. Que apareció desnuda, muerta tras haberse meado encima, en un almacén abandonado. Sufrió un pequeño resurgimiento de sus propias fuerzas. Pataleó unas veces más e intentó soltar las manos de nuevo. Finalmente volvió a quedarse quieta. Aún tardó algunos segundos más en morir, pero fue incapaz de seguir moviéndose.
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