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Jill aparcó el coche como siempre, a unas manzanas del almacén. Llevaba haciendo esto durante casi dos meses ya. Cada jueves sin falta. Le había costado mucho conseguir un confidente dentro de la triada. La mafia china no aceptaba a ningún desconocido. Siempre que un agente intentaba infiltrarse, o bien le ignoraban impidiéndole penetrar en la organización, o bien desaparecía del mapa.
Desde que la habían asignado a la brigada de crimen organizado, Jill decidió buscar otro camino. Si no iban a conseguir un infiltrado, debían conseguir a alguien de dentro. Muchos habían tildado el plan de imposible, pero ella se había esforzado. Solo necesitaba buscar alguien que desease abandonar y no pudiese, o alguien arrepentido de sus actos. Cada mafia tenía unas cuantas personas así.
Tras revisar cientos de expedientes había conseguido resultados. Una chica joven a la que usaban como contable. Su familia murió tiempo atrás en una guerra de bandas. La triada había matado a su amante por dudas sobre su lealtad. Aún así ella no podía irse. Jill había necesitado meses para ablandarla hasta que al fin consiguió "unirla a la causa". Gracias a ella ya habían desbaratado un par de golpes importantes. Por supuesto eso había asustado a la confidente, pero al final había accedido a acudir como cada Jueves.
Jill caminó rápidamente por las calles. Era una mujer hermosa aunque no explosiva. La clase de joven con el encanto de "la vecina de al lado". Tenía el pelo castaño oscuro, peinado con raya en medio para caer, dejando ver ambas mejillas, hasta unos centímetros debajo de los hombros. Tenía la piel un tanto bronceada de forma natural, y media poco menos de metro setentaicinco. Su figura era agraciada sin excesos. Talla ochentaicinco tanto de pecho como de cadera. Sus pechos, aunque de tamaño medio, eran firmes, redondos. Del tamaño justo para dar un porte elegante.
Su rostro seguía la misma tónica. Bella, pero con el aspecto de una mujer real, no una de esas muñequitas del cine. Sin duda tenía una sonrisa muy bonita. Los ojos de color miel encajaban a la perfección con el resto del conjunto.
Llevaba un poco de maquillaje, nada vistoso. Pintaba los labios de color claro, para destacar propio. Después de todo no pretendía llamar la atención. Estaba trabajando. Tampoco podía parecer una policía. Vestía con pantalones vaqueros, un tanto ajustados para realzar el trasero. En la cintura un cinturón de color marrón acabado en una hebilla circular, grande, de color plata. La camiseta de tirantes era de color gris oscuro, sin dejar mucho escote. Dejaba a la vista parte del abdomen aunque sin llegar al ombligo. Como hacía calor no llevaba más abrigo. Calzaba botas de tacón también marrones.
No podía llevar la pistola o la placa a plena vista, por eso utilizaba un bolso negro al que estaba poco acostumbrada.
Llegó al almacén sin sobresaltos. Debía llevar años desocupado, lo cual le había venido bien hasta entonces. Subió las escaleras. Mei tenía que esperar en el único despacho del edificio.
Al abrir la puerta se encontró algo inesperado. Había pocos muebles allí dentro. La mesa de un viejo escritorio, la silla que debió pertenecer al supervisor, y un par de estanterías vacías excepto por años de polvo. Eso ya lo conocía, pero había elementos nuevos. Varios cubos de agua apilados en una de las paredes laterales. Aunque era raro apenas se percató de ello porque Mei estaba allí, sentada en la silla del escritorio. Tenía la garganta abierta de oreja a oreja. Sus ojos estaban abiertos, pero ya no veían nada. Tenía el vestido completamente manchado de rojo por la sangre que ya no manaba de la herida. La habitación estaba demasiado limpia, debía haber muerto en otro lugar y luego la habían llevado allí. A su lado, en pie, un oriental vestido con pantalones negros y camisa azul oscuro. Tenía frente a sí un maletín cerrado. Al otro lado, con un traje caro, estaba Shang, el "presunto" jefe de la triada. Un hombre con algo más de cincuenta años, elegante, de mirada cruel, con unos pocos kilos de más. El más joven, por el contrario, lucía en mucha mejor forma.
La joven detective tardó unos instantes en reaccionar. Se había quedado mirando horrorizada a su antigua confidente. Siempre supo que esto podía ocurrir. Había borrado esa posibilidad de la mente hasta el mismo instante en que vio el cadáver. Aquella mujer había muerto porque ella le había prometido una vía de escape.
De pronto se forzó a recordar. El entrenamiento y los instintos de policía tomaron el control. Con velocidad admirable abrió el bolso. Cuando los dos hombres quisieron darse cuenta, ya estaba encañonándoles con el arma.
-¡De rodillas! - gritó firmemente. - ¡Estáis detenidos, hijos de puta!
El desconocido ni siquiera se inmuto. Shang sonrió
-Detective Jill Argent. La más joven en llegar a la unidad de crimen organizado.
-¡He dicho de rodillas!-
Jill no estaba para tonterías en ese momento. Disparó. La bala pasó a pocos centímetros de Shang. La impresión hizo que el mafioso se apartase un poco, sobresaltado.
En ese instante el resto de hombres de las triadas, escondidos hasta entonces, se movilizó. Entraron por la puerta trasera, a la carrera. El primero, un tipo ágil, entró por la misma puerta que Jill segundos atrás. Durante unos momentos los dos quedaron mirándose. La detective aún apuntaba a Shang, pero vio el táser en las manos del recien llegado. Este dudó, pero al ver que la pistola apuntaba en otra dirección, decidió entrar en acción. Se abalanzó hacia la joven tratando de derribarla. Jill se giró rápidamente mientras disparaba, ambas acciones en un solo movimiento. Su agresor cayó al suelo mortalmente herido. Ella volvió a apuntar a Shang, pero ya estaban entrando más miembros de las triadas. Un par por la puerta tras el escritorio, otro por la misma que el anterior. Sus armas eran similares a las del anterior. Llevaban táser bien de mano o bien de pistola, o porras eléctricas.
La detective comprendió. No tenía tiempo para negociar ni hablar. Habría querido disparar a Shang en ese mismo instante, entre ceja y ceja. No podía permitirse perder el tiempo o la bala.
Corrió hacia la puerta más cercana disparando un par de veces. Derribó al que estaba delante mientras el de atrás se tiraba al suelo asustado. La chica salió corriendo como alma que lleva el diablo. En la escalera se encontró con más sicarios. Detrás de ella escuchaba los gritos de más aún. Debía haber por lo menos una veintena. Disparó ciegamente para seguir bajando. Abatió a otro más que al caer hizo rodar a sus compañeros. Alguno saltó por la barandilla para evitar ser aplastado. Los que tenía delante, ya en el piso de abajo, buscaron cobertura para evitar los siguientes disparos.
Jill siguió corriendo directa a la puerta de entrada. Al escuchar gritos a su espalda, cada vez más cerca, dio la vuelta, apretando el gatillo un par de veces más. Siguió corriendo, ya solo faltaban cinco o seis metros hasta la salida.
Notó algo clavarse en la espalda. Dos agujas. Uno de sus perseguidores armado con pistola táser se había acercado lo suficiente para disparar. La corriente sacudió todo el cuerpo de Jill que, a causa de las convulsiones, perdió tanto el equilibrio como el arma. Cayó al suelo de rodillas. Trastabilló para levantarse y seguir corriendo. Otro perseguidor consiguió alcanzarla colocando la porra eléctrica a la altura de los riñones. Jill volvió a caer al suelo agitándose sin control. Extendió la mano hacia delante. Tan solo le faltaba un par de metros para alcanzar el pomo de la puerta. Sin conseguir levantarse del todo, gateó un poco. El resto de sicarios la alcanzaron. Uno la agarró del pie, tirando de ella para interrumpir su avance. Jill milagrosamente consiguió reaccionar lanzando una coz con la otra pierna. A pesar de la poca precisión, el tacón se clavó en el hombro de quien la sujetaba. Ya era tarde. Los demás comenzaron a darle nuevas descargas con sus táser y porras eléctricas. Al principio, a pesar de caer al suelo, aún intentó arrastrarse cuando las convulsiones se lo permitían. Tenía el rostro lleno de lágrimas. Los vaqueros mostraban una mancha más oscura extendiéndose por el interior de ambos muslos. Con las descargas los esfínteres de Jill habían perdido todo control. Finalmente fue incapaz de realizar ningún esfuerzo coherente. Su cuerpo se sacudía, vibraba con fuerza. Los músculos ardían por tanto esfuerzo voluntario. La detective sabía que, a diferencia de lo visto en películas, un táser no dejaba inconsciente a la víctima, simplemente resultaba tan desagradable que pocos tenían ganas de recibir una segunda descarga. Ella se había rendido a la tercera o la cuarta, pero los hombres seguían asaltándola una vez tras otra.
Pararon tras lo que para la detective fue una eternidad. Dos de ellos la levantaron por las axilas. No se tenía en pie así que la llevaron a rastras hasta las escaleras. Dejó unas pocas manchas de orina donde había estado tumbada. Apenas unas pocas gotas. Los vaqueros habían retenido el resto. Para subirla al despacho, otros dos la agarraron de las piernas. Jill pataleó un par de ocasiones a la vez que intentaba soltarse los brazos, pero fueron movimientos erráticos, sin fuerzas.
De nuevo frente a Shang y el otro tipo. Los dos sujetándola por las axilas la levantaron un poco más para hacerla mirar al líder de las triadas. Un tercero la agarró por el pelo para mantener la cabeza más o menos recta.
-Antes me has interrumpido, Jill.
La detective, llena de desprecio, escupió a su interlocutor. Este sacó un pañuelo para limpiarse el rostro. No se mostró enfadado, tan solo siguió hablando.
-Intentaba reconocer tus méritos. Por ejemplo, tu amiga Mei.
La señaló con la mano derecha. Jill casi había olvidado la muerte de la pobre chica. Nuevas lágrimas brotaron de sus ojos. También reunió ganas de volver a forcejear. Estaba exhausta. Fue incapaz de representar problema alguno para sus captores.
-No solo has interrumpido nuestras operaciones. Me has obligado a buscar una nueva contable. Pero eso no me duele. Deberían darte una medalla. El problema real, sigue siendo ella.
De nuevo señaló el cadáver de Mei.
-Entiendo que tu puedes pensar en los años de vida que le has arrebatado. Yo pienso en la traición. Esa zorra trabajaba para mí, y me ha traicionado. Comprenderás que matarla era inevitable. Todos deben conocer el precio de la traición.
Jill escuchaba, pero no la iban a hacer sentir aún más culpable. Sabía de su parte de responsabilidad en esto. También sabía quien había dado la orden de matarla. Sin importar el enfoque de aquel maníaco, era el culpable.
-Pero eso no me basta. También tengo que mandar un mensaje. Si no lo hago, antes o después alguien volverá a intentar tentar a… los más desgraciados entre mis filas. Alguien querrá imitarte.
Jill apenas comenzaba a entender el horror tras esas palabras cuando la tumbaron de espaldas contra la mesa. Dos más la agarraron de los brazos mientras otros dos sujetaban una pierna cada uno. Los esfuerzos de la joven se renovaron. Seguía teniendo pocas fuerzas, las invertía completamente en intentar soltarse.
El otro oriental, el que estaba junto al cadáver de Mei, se movió por primera vez. Mientras los demás sicarios sostenían a la detective, él abrió su maletín. Sacó una pequeña cuchilla, poco más grande que una hoja de afeitar. Jill no se fijó hasta tenerlo al lado. Desde entonces no quitó los ojos de encima. Pensaba que iban a degollarla allí mismo. Por primera vez se quedó helada de miedo. El hombre, con unos cuantos cortes expertos, arrancó la camiseta de tirantes sin hacer un solo rasguño en la piel de Jill. El sujetador blanco siguió después. Alguno de los sicarios silbó o bromeó ante la vista de los pechos ahora desnudos. Romper los vaqueros resultó algo más complicado. La tela era más dura. Fue necesario hacerlos girones para desprenderlos del cuerpo. Se tomó unos segundos antes de atacar las braguitas, blancas, manchadas por los efectos de tantas descargas eléctricas. En lugar de cortarlas decidió arrancarlas en unos cuantos tirones. Jill tan solo tenía una fina línea de vello púbico en el monte de Venus.
Decidieron dejar las botas puestas.
Mientras tanto, Shang se había quitado los pantalones y estaba acabando de colocarse un preservativo.
Cuando el tipo de la cuchilla se apartó, los demás aprovecharon para abrir las piernas de Jill, dejando fácil acceso al sexo de la joven. Al darse cuenta, ella comenzó a resistirse de nuevo. Trató de cerrar las piernas, de retorcerse, de soltar los brazos. Cualquier cosa.
Shang se colocó entre las piernas. No la penetró de inmediato. Antes masajeó despacio, casi con cariño, los pechos de Jill. Ella gritaba.
-¡Cerdo!
Volvió a escupirle. Desde luego estaba lejos de sentir el más mínimo placer. Pensar en ese hombre manoseando sus partes íntimas era casi peor que las descargas. Estuvieron poco rato así. Shang fue introduciendo el pene poco a poco. Jill negaba con la cabeza desesperadamente. Sin duda había tenido amantes mejor dotados, más jóvenes, pero la única lubricación disponible en aquel momento consistía en los restos de su propia orina.
Shang la violó lentamente. Carecía de interés por el bienestar de la chica. Tan solo intentaba aguantar lo más posible. En su posición podía tener muchas muchachas jóvenes. Ninguna como Jill. Disfrutó viendo el rostro de la mujer torciéndose a cada nueva penetración. Observarla negando con la cabeza. Ver el suave balanceo de los firmes pechos de la detective. Contemplar la tensión en cada músculo mientras trataba de liberarse o expulsarle. A pesar de sus mejores esfuerzos, pronto se vio acelerando el ritmo y llenando el preservativo de semen.
Se dejó caer hacia delante. Los rostros de ambos quedaron a la par. Shang aprovechó para lamerle el cuello y el rostro aunque Jill tratase de apartarse. Ser violada la había impactado, aunque no estaba en shock. Intentó quitárselo de encima una vez más.
Cuando Shang se retiró, el tipo que la había desnudado volvió a acercarse. Dio un par de órdenes en su idioma. Quienes la sujetaban maniobraron para dejarla boca abajo sobre la mesa, con el trasero asomando y las piernas colgando hasta el suelo. Sus músculos comenzaban a recobrar las fuerzas, así que costó inmovilizarla. Dos tuvieron que sujetarle los brazos mientras dos más empujaban los hombros contra la mesa. Escuchó al oriental escupir y después sintió sus dedos restregando saliva por la entrada del ano.
-¡¿Qué haces?!- ni siquiera sabía si entendía su idioma. -¡No! ¡Eso no cabrón!
Volvió a retorcerse e intentó patalear hacia atrás. El oriental se situó entre ambas piernas, demasiado cerca para que las pataditas doliesen de verdad.
-Os encerrarán a todos por esto.
Ni suplicaba ni negociaba. Eso excitaba más al oriental que, tras extender algo de saliva también en su pene, comenzaba a introducir el miembro por la entrada trasera de la detective.
Jill se propuso no gritar. Sacudió la cabeza de lado a lado. Cerró ambos puños con fuerza. Incluso cerraba los dedos de los pies dentro de las botas. Aguantó mientras el falo se abría paso a pequeños y violentos golpes. Al final falló. Levantó la cabeza gritando de dolor. Jamás había probado el sexo anal anteriormente. Esa era una forma horrible de empezar.
-¡Voy a matarte! - consiguió articular entre gritos y llantos. - ¡Hijo de puta, voy a matarte!
Shang se echó a reír. Caminó hasta la silla donde se encontraba el cadáver de Mei. Con un gesto de la mano, uno de los sicarios agarró la mujer muerta por el pelo para tirarla al suelo. Shang ocupó el asiento para quedar a unos pocos centímetros de Jill.
-Este caballero es Chen. No forma parte de mi organización. Es, como vosotros lo llamaríais, un agente libre. Ha venido junto a sus chicos desde Hong Kong. No lo tenéis fichado.
Chen siguió a lo suyo. La conversación carecía de interés comparada con violar el virginal trasero de la detective. Puso ambas manos en las caderas de la mujer para empezar a bombear con fuerza. Dentro y fuera, con sacudidas rápidas y violentas. Las nalgas se agitaban con cada nueva embestida. Chen tenía mucho más brío que su actual jefe. Al principio a él también le dolía un poco, pero apretó los dientes mientras el ano se iba delatando (y desgarrando).
-También es un artista. Por eso lo he traído. Pero ahora no te preocupes. Ya llegará el momento. Mientras tanto diviértete.
Chen acabó corriéndose en las entrañas de su víctima. Acarició con delicadeza la espalda, la espina dorsal. Luego se separó. Jill pensó que, fuesen cuales fuesen los planes de esos bastardos, le había llegado la ahora. No iba a ser tan fácil. Uno de los sicarios sustituyó a Chen. No perdió el tiempo antes de penetrarla vaginalmente. Cuando acabó, eyaculando también en su interior, llegó otro más.
Uno tras otro fueron turnándose con ella. Todos tenían sus propias preferencias. Algunos hacían a sus compañeros voltearla de nuevo para verle los pechos. Otros la preferían boca abajo. Se corrían dentro o fuera según les apeteciese. Uno de ellos se encaramó a la mesa para follarle las tetas. Quizás no eran demasiado grandes, pero bastaban para algo así. Otro trató de metérsela en la boca. Apunto estuvo de llevarse un buen mordisco, porque Jill siguió resistiéndose a cada instante. El más raro, o impaciente, envolvió su pene con el pelo de la mujer mientras la estaban violando. Se masturbó hasta correrse en el rostro de la detective. Ninguno de los sicarios lo encontró extraño, debían haberlo visto antes.
Cuando todos habían acabado, el semen se escurría de la vagina y el ano de Jill. Los pechos, el abdomen, las nalgas, y parte del pelo también se encontraban manchados con la sustancia. Ella tenía la mirada perdida. Daba algunos tirones para intentar soltarse, porque aún la sujetaban, pero ya era solo por reflejo. Apenas se dio cuenta cuando le ataron ambas manos con una cuerda que luego pasaron por las vigas del techo. Así les resultó sencillo levantarla hasta dejar los pies colgando en el aire. Al sostener todo el peso en los brazos, aparte de sufrir mucho dolor en los hombros, los pechos se reafirmaban aún más. Tardó antes de comenzar a patalear, como si su mente se reiniciase ante los nuevos estímulos. Claro que patalear era cuanto podía hacer. Shang re posicionó la silla para quedar frente a ella otra vez. Recibió un nuevo escupitajo que, de nuevo, se limpió cuidadosamente con el pañuelo.
-Como te decía antes, Chen es un artista.
-¡Y tu eres un hijo de puta!
Shang no quería que le interrumpiesen ahora. Gesticulo para que uno de los sicarios se pusiese en acción. Este recogió las bragas de la detective e intentó metérselas en la boca. No lo tuvo fácil. Se llevó un par de patadas en el estómago. Fue necesario que otros sujetasen las piernas y uno más la obligase a abrir la boca. Luego necesitaron mejorar la mordaza para evitar que las escupiese, y tenía motivos para hacerlo, a nadie le gusta saborear su propia ropa interior, mucho menos manchada de orina. Utilizaron una de las medias de Mei. Así Shang pudo continuar hablando.
-No es un artista cualquiera.
El líder continuó como si no le hubiesen interrumpido
-Es un experto en lo que nosotros llamamos "lingchi". Una forma de ejecución que empleaban nuestros emperadores.
"Ejecución". Esa palabra dio fuerzas renovadas a Jill para revolverse furiosamente. Gritó a través de la mordaza. Nadie entendió sus palabras.
-Se aplicaba sobretodo para la traición. Muy indicada en tu caso. No nos has traicionado, pero has hecho que otra nos traicione. Es justo que seas tú quien pague, ¿no crees?
Evidentemente la víctima no estaba de acuerdo. Nadie iba a pedirle su opinión.
-Y tienes que enviar un mensaje, ¿recuerdas? Pues tú eres el mensaje. Todo el mundo sabrá lo que te he hecho, pero nadie tendrá pruebas contra mí. Cuando uno de tus compañeros pretenda venir a por mí de nuevo, se acordará de ti.
Tras las últimas palabras chasqueó los dedos.
Chen había estado preparándose sin atender demasiado a la conversación. Tenía una dura tarea por delante. Tenía el maletín abierto. En el interior había toda una colección de cuchillos bien afilados.
Jill daba patadas a quien se acercarse. Alguna llevaba tanta fuerza que solo le quedaba puesta una de las dos botas.
Chen escogió un cuchillo alargado, grueso. Se acercó desde atrás y sujetó con fuerza una de las dos piernas. Con un movimiento certero, cortó los tendones de la corva. La sangre salpicó alrededor mientras la joven gritaba. Cuando Chen soltó la pierna, Jill ya no podía dar patadas. Podía mover la cadera, incluso podía mover los pies, pero la articulación intermedia era completamente inútil. Por eso intentó defenderse aún mejor cuando Chen agarró la otra pierna, pero fue completamente inútil.
Chen fue a cambiar de hoja. Uno de sus sicarios, su ayudante, cogió el primer cubo de agua. Mojó una esponja dentro y la pasó por las heridas. Jill gritó nuevamente. El agua estaba bien mezclada con sal, consiguiendo crear gran escozor, como si la estuviesen quemando, en la herida.
Chen volvió. Jill negaba con la cabeza, parcialmente cegada con sus propias lágrimas. Temblaba aterrada como jamás pensó ser capaz de hacerlo.
Los cortes comenzaron de nuevo. Chen eligió expertamente lugares que no causaban heridas mortales, pero reunían gran cantidad de nervios. Pronto las piernas estaban cubiertas de pequeñas rayas rojas tanto por delante como por detrás. Dejó el interior de los muslos para el final. Al acabar fue a cambiar de hoja nuevamente. El ayudante volvió a "limpiar" las heridas.
Jill se maldecía por no perder el conocimiento. El sufrimiento era atroz, inimaginable hasta hacía solo unos minutos. Pensó que la violación era lo peor que podía ocurrirle. En ese instante casi ni la recordaba.
La sangre se deslizaba por las piernas creando un pequeño charco debajo de ella. La bota que quedaba se estaba volviendo roja poco a poco.
Con la nueva cuchilla, Chen atacó el abdomen. Todos los cortes superficiales. Era una zona complicada. No quería desangrarla demasiado rápido ni tocar por accidente ningún órgano. Aunque el "lingche" originalmente incluía amputaciones y arrancar trozos de carne poco a poco, Chen no era un purista. Le gustaba conservar el cuerpo intacto en la medida de lo posible, especialmente con jóvenes hermosas como Jill.
A cada nueva cuchillada conseguía arranchar nuevos gritos. La mantenía en el umbral de dolor justo para que la agonía no la causase desmayarse. Cortó a lo largo de casi todo el torso, evitando los pechos, pero centrándose en las axilas a cambio. Parecía increíble lo doloroso que resultaba cada corte en esa zona. Después llegaba el agua con sal. Jill pensaba que ya no se podía sufrir más. Comenzaba a sentirse mareada por la pérdida de sangre. Había vomitado alguna vez, pero la mordaza le había impedido expulsarlo correctamente, forzándola a volver a tragar parte para evitar ahogarse. Miraba la puerta fantaseando con refuerzos en el último momento, aunque sabía que no llegarían. Nadie les había avisado.
La nueva arma era un bisturí. Tal vez para afinar, comenzó haciendo pequeños cortes en los pechos. En algunos puntos clavó la punta como si fuese un punzón. Jill negaba con la cabeza, incapaz de ver la tortura sobre sus pobres pechos. El ayudante de Chen cambió eso. La obligó a mirar cuando, con mucha parsimonia, pasó el bisturí justo por mitad del pezón derecho, dividiéndolo en dos. Las sacudidas fueron tan fuertes como cuando la estaban electrocutando. Cuando remitieron las convulsiones, Chen seccionó del mismo modo el segundo pezón. La reacción fue similar, y se incremento cuando el ayudante mojó las heridas con sal.
Aunque cada corte era casi insignificante por sí mismo, entre todos ya estaban consiguiendo quitarle la vida. Demasiado lento.
Chen volvió a atacar las axilas, pero esta vez repitió la maniobra de las corvas, cortando los ligamentos. Al cargar todo el peso sobre los brazos, Jill casi sintió que se los estaban arrancando de cuajo, aunque siguieron allí. Después hizo lo mismo entre los bíceps y los antebrazos, inmovilizándola casi por completo.
Finalmente volvió a empuñar el bisturí. Llevó la mano izquierda a la vagina de su víctima. Desde lejos parecía estarla masturbando, pero solo hacía un reconocimiento. Ante la mirada horrorizada de la detective, comenzó a realizar pequeñas incisiones en los labios externos. Habría querido cortarla también por dentro, pero resultaba muy complicado. Por eso se conformó con seccionar el clítoris como había hecho con los pezones.
Jill, que creía no poder experimentar más dolor, miro hacia el techo mientras gritaba a través de la mordaza como un animal mortalmente herido. Después Chen se separó dejando a su ayudante quitar la mordaza de la joven. Shang volvió a plantarse delante mientras Chen llevaba otro cuchillo, el primero, a la garganta de la joven.
-¿Duele?
Jill asintió despacio.
-¿Quieres que acabe?
Jill volvió a asentir.
-Sabes que para acabar, tenemos que matarte, ¿verdad?
Jill abrió los ojos como platos. Dejó caer la cabeza unos segundos. No quería morir, pero no soportaba más el dolor. Asintió.
-Quiero oírtelo decir
Jill trató de respirar hondo.
-Ha… hazlo.
Shang negó con la cabeza.
-¿Qué haga qué?
-Mátame.
La muchacha ya no podía llorar más.
-Por favor, mátame.
Shang chasqueó los dedos nuevamente. Jill cerró los ojos. De pronto sintió la cuerda soltarse y notó golpear contra el suelo. Abrió los ojos para ver como la tumbaban boca arriba.
-¿Qué?
Shang se echó a reír.
-Solo quería oírte suplicar. Vas a morir desangrada como un animal.
-¡No!, ¡No por favor!
Chen y su ayudante vaciaron los cubos de agua con sal sobre ella. Jill arqueó la espalda mientras gritaba nuevamente. El agua no limpió demasiado la sangre, porque seguía manando. Tan solo ensució el suelo.
El resto de sicarios rodearon a la mujer, pene en mano, y comenzaron a masturbarse. Todos eyacularon sobre ella al menos una vez.
Al terminar metieron los cadáveres de sus camaradas en bolsas de plástico y se marcharon. Jill seguía viva. No podía levantarse ni moverse. Aunque hubiese podido mover las extremidades, ya no tenía fuerzas para hacerlo. Permaneció allí, sola, llorando y pidiendo auxilio, hasta exhalar su último aliento.