|
Michelle estaba acabando de prepararse para el combate. Su atuendo y aspecto no eran los habituales para luchar, pero tampoco era un evento habitual. Vestía con un top de color azul eléctrico, bastante ajustado, con escote en forma de V, que dejaba ver la forma de unos pechos bien redondeados, firmes, probablemente de talla noventa. No cubría sin embargo el vientre, con abdominales definidas, aunque no tanto como para ganarle el apelativo de "musculosa". Atlética le sentaría mejor. En la parte inferior lucía unas mallas ajustadas que llegaban hasta mitad de la pantorrilla, del mismo color que el top. Ese era todo el atuendo. Ni calzado ni protecciones en las manos. Ni siquiera se había colocado vendajes en las muñecas, sin embargo llevaba las uñas pintadas de color rojo oscuro. Había más particularidades. Michelle llevaba algo de maquillaje, una capa fina para esconder algunas pecas, un poco de sombra de ojos, y los labios pintados de rosa suave. Nada estrafalario, solo curioso dadas las circunstancias.
También era curioso encontrarse con una luchadora tan bella. Rubia natural, de esas cuyas cejas apenas pueden verse salvo cuando estas a unos pocos centímetros. Aún así se teñía para tener la melena aún más rubia, de color muy claro. El pelo se le rizaba un poco, pero en ese momento lo llevaba recogido en una larga cola que caía desde la coronilla hasta mitad de la espalda. No debía molestarle ni cubrirle los ojos, dos preciosos ojos azules, un tanto alargados, que hacían las delicias de quien pudiese pararse a contemplarlos. Estaban enmarcados en un rostro casi angelical, con las mejillas un poco redondeadas que de algún modo encajaban con una cara angulosa. Tenía la piel morena, lo cual era normal, siempre entrenaba en la playa, a primera hora de la mañana, cuando no podían molestarla… ni disfrutar de sus sensuales formas, pues muchos habrían pagado por ver su trasero, también firme, respingón de buen tamaño, aunque menos espectacular que los pechos. Era una mujer cerca de la treintena, joven y fuerte. Un placer para los ojos.
No, desde luego no tenía aspecto de luchadora, tampoco de profesora de primaria, sin embargo era ambas cosas.
Mientras estiraba, escuchó pasos, tacones, a su espalda. No le hizo falta darse la vuelta para saber que se trataba de Gail, su amiga de toda la vida. Ambas tenían la misma edad, veintimuchos. Allí acababan las similitudes físicas. Mientras que Michelle medía algo más de metro setenta, Gail era varios centímetros más bajita. En el barrio solían bromear llamándola la "negra más blanca de la ciudad", y le hacía justicia, pues su piel resultaba bastante clara para ser una mujer de color. Era más voluptuosa que Michelle, con senos más grandes (si bien un poco caídos) , caderas más anchas, y posaderas más redondeadas. Su constitución no era atlética, pero aunque no estuviese tan en forma, no le sobraba un solo kilo. La clase de mujer que tan solo necesitaba cuidarse un poco para estar perfecta. Llevaba el pelo liso, como siempre, con la raya en medio, cayendo hacia la espalda desde ambos lados del rostro sin cubrir sus facciones. Los labios, pintados de rojo oscuro, eran carnosos, sensuales. Los ojos, no muy grandes, de color marrón oscuro, casi negro. Cara redondeada, femenina, con el ceño un poco fruncido por la preocupación.
Exigían cierta etiqueta para entrar, incluso a los acompañantes de luchadores y luchadoras. Gail lucía un vestido ceñido de tirantes, negro con algunos adornos bordados en rojo. La falda llegaba a la mitad del muslo, permitiendo exhibir unas piernas bonitas cubiertas con medias de color oscuro, enganchadas a un liguero negro que, por el momento, permanecía oculto a la vista. Remataba el conjunto con zapatos de tacón y algo de maquillaje.
-Alégrate un poco, o al menos disimula mejor.- Así la recibió Michelle. - Siempre te preocupas antes de un combate. ¿te has ocupado de las apuestas?
-¿Apuestas? - respondió entre enfadada y preocupada. - Es mejor que lo dejes ahora, Michelle.
La rubia se giró para ver el rostro de su amiga. A Gail nunca le había gustado verla combatir. A pesar de la necesidad, había estado en contra de todo esto desde el principio. En aquel momento era distinto, aún peor. No se encontró con una simple mirada de desaprobación. En esa ocasión había miedo.
-No vas a empezar otra vez con eso, ¿verdad?, ya lo hemos hablado.
-No lo entiendes - interrumpió Gail algo exasperada. - He ido a apostar, cómo acordamos. ¿Sabes qué me he encontrado?, ¡No se puede apostar por ti! - Michelle se mostró extrañada, pero dejó hablar a su amiga. - Permiten apostar cuanto tardarás antes de rendirte, cuantos golpes le darás antes de quedar fuera de combate, cuantos huesos va a romperte. He apostado que aguantas más de cinco minutos, porque es lo más parecido a la victoria que había, y lo pagan cien a uno. ¡Cien a uno! - Intentó razonar una última vez. - Michelle, déjalo. Aún estamos a tiempo.
La rubia negó tajante con la cabeza. Dio unos saltitos para acabar de calentar, e intentó sonreír de forma tranquilizadora.
-Ya nos han pagado. No aceptarán que nos vayamos sin más. Además, sabes por qué estamos haciendo esto.
Michelle y Gail no se habían criado en el mejor barrio de la ciudad. La gente malvivía para poder llegar a fin de mes. Los jóvenes dejaban el instituto intentando llevar algo de dinero a casa. Gail se esforzó mucho para conseguir una beca y pudo compaginar algunos trabajos de poca importancia con los estudios. Michelle, hija de un gran campeón, había luchado como semiprofesional además de unos pocos trabajos esporádicos como modelo. Nada importante en ninguno de los dos casos, solo en el ámbito local.
Las dos podían haber elegido otros destinos, pero se quedaron en el lugar que las vio crecer. Gail, además de su trabajo, había conseguido fundar una pequeña fundación para mantener a adolescentes y jóvenes lejos de la calle. No era mucho, tan solo había conseguido alquilar un pabellón, conseguir algunas canastas, unos cuantos libros… apenas lo justo. Michelle había comenzado a impartir clases en el colegio en que ella misma fue alumna años atrás, y por las tardes ayudaba también en la fundación.
Aunque fuese duro, habían conseguido sacarlo adelante hasta la última inspección del ayuntamiento. El pabellón necesitaba reformas importantes para mantenerse en píe, o lo derribarían. Nadie en el barrio podía reunir tanto dinero, aunque lo habían intentado. Fue entonces cuando Michelle decidió volver a luchar. No tenía patrocinadores para hacerlo como profesional. Habría tardado años en empezar a ganar dinero, y eso a pesar de su calidad. Cuando dejó los círculos semi profesionales no contaba una sola derrota.
Ambas conocían el barrio lo suficiente para haber escuchado hablar de ciertos combates clandestinos. Algunos elementos de la alta sociedad (de su ciudad y de otras) se juntaban en recintos privados para organizar veladas de lucha menos restrictiva que los círculos oficiales. Fue Gail quien pensó apostar por Michelle cuanto habían conseguido recaudar, y eso que detestaba la idea. El plan funcionó a la perfección.
Michelle era una combatiente excelente. Ninguna otra mujer que se presentase podía igualarla. Pronto la fama de la rubia creció tanto entre aquellos ricachones, que alguno sugirió enfrentarla a hombres, pesos ligeros. Algo así sería impensable fuera de los combates clandestinos. Dentro era una gran oportunidad porque pagaban bien. Desoyendo las advertencias de Gail, había combatido una vez tras otra. Sus rivales se confiaban y no tenían demasiada técnica, solo agresividad. Atacaban a la cara una vez tras otra mientras ella revoloteaba como un pajarillo a sus alrededores, golpeando piernas, estómagos, riñones, y cualquier punto doloroso. Aunque se había llevado un par de buenos sustos, seguía invicta. Fue entonces cuando recibió esta última oferta. Un millón por un solo combate. Con ese dinero podría pagar la reforma completa, incluso ampliar el pabellón. Mientras Michelle se emocionaba pensando en ello, Gail se asustaba. Aunque no fuese luchadora estaba al tanto del mundillo, sobretodo de los combates clandestinos. El rival sería Oni. No se sabía demasiado de él, ni siquiera su edad. Combatía llevando una máscara de porcelana blanca con una gran nariz alargada. Había sido campeón de artes marciales mixtas tiempo atrás, hasta que dejaron de contratarle por lesionar gravemente a sus rivales en cada combate. Desde entonces peleaba por todo el país para "gente selecta". Todo un circuito tan lucrativo como los oficiales, pero mucho más brutal. No es que Oni siguiese invicto, es que en ocasiones luchaba en cuatro o cinco combates consecutivos la misma noche. No hacía distinción entre hombres o mujeres. En esa misma velada, mientras Michelle aún se estaba cambiando, Oni había participado en tres de los seis combates ya disputados. Gail desconocía los resultados porque a los acompañantes no se les permitía salir hasta unos minutos antes del combate de su luchador, pero aquel hombre le daba miedo, y no era el único motivo para tenerlo.
Los organizadores debían mantener el anonimato. En cada velada habían sido cuidadosos, pero en esta última rozaban la paranoia más absurda. Las habían recogido en furgoneta a las afueras de la ciudad. Les habían vendado los ojos. Tras horas dando vueltas habían llegado al edificio. Un edificio que parecía destinado solo a espectáculos de esa índole. Nada de un almacén abandonado ni más mansiones con un ring en el jardín. Era un pabellón deportivo con instalaciones modernas, con circuito cerrado de televisión e inhibidores de móviles. El ring era una jaula octogonal, amplia, con varios juegos de cámaras en el techo que retransmitían la imagen a una serie de pantallas gigantes que permitían ver a todos los espectadores.
Las malas sensaciones no acababan allí. El organizador, Smiley, no le gustaba. Era un tipo de apariencia normal, unos cuarenta años, y con el don de la palabra. Recordaba claramente a un mafioso. ¿Acaso no era razonable que esto lo organizase la mafia? Siempre iba acompañado de dos guardaespaldas enormes, ex soldados rusos según se decía. Aunque era un tipo amable. Había ofrecido a Gail ver el combate en el palco, junto a él.
-Ya, ¿y qué le digo a tu hermana cuando tenga que llevarla a verte al hospital?
Michelle frunció el ceño. Gail la conocía demasiado bien. Sabía atacar donde iba a hacer daño. Daba igual, la decisión estaba tomada.
-Que voy a poder pagarle la universidad
Su hermana, Bárbara, no tenía el mismo talento para luchar (aunque también era hábil), pero era incluso más hermosa que ella, así que también conseguía algunos trabajos como modelo. Incluso podría intentarlo a un nivel más profesional, pero no le interesaba.
-Michelle, en serio, ese tipo me da escalofríos.
-Te preocupas demasiado. A estas alturas, y todavía hace esa antigualla de karate. Pero tranquilízate, si las cosas van mal - dio varias palmadas en su propio muslo - me rindo y ya está. ¿Contenta?
Gail se encontraba a varios kilómetros de estar contenta, pero acabó resignándose. Si su amiga iba a luchar, no debía desconcentrarla.
La morena llegó al palco junto a Smiley, quien le esperaba vestido con un smoking negro y pajarita a juego. Los guardaespaldas la dejaron pasar mientras se deleitaban con ella. Lamentaron no tener que registrarla a fondo. Gail no ocultaba demasiado su nerviosismo, y las cosas no mejoraron al escuchar la falsamente cálida voz del anfitrión.
-Está preciosa esta noche.
Ella sonrió por compromiso justo antes de sentarse en la cómoda butaca que le permitía mirar directamente al ring o a una de las pantallas gigantes. Justo en el centro del ring, una jaula de forma cuadrada, se encontraba Oni, un hombre asiático, bastante alto para su raza, vestido con unos pantalones blancos deshilachados, sin camisa, con el pelo largo y blanco, y la famosa máscara cubriendo el rostro. Un hombre fornido, musculoso sin excesos. Estaba sentado sobre sus talones. La gente lo animaba. Para Gail era una novedad, normalmente animaban a Michelle en cuanto sabían que iba a combatir. Precisamente la rubia estaba entrando en la Jaula en ese mismo instante.
Michelle recorrió el pasillo hasta la jaula sin prestar mucha atención a las obscenidades que le gritaba el público mayoritariamente masculino. Se planto frente a Oni mientras este se levantaba. El luchador le lanzó tal mirada lasciva que ella se sintió desnuda durante unos momentos. También intentó ignorarlo. Estaba acostumbrada a esas reacciones en los hombres.
A su espalda cerraron la puerta con candado. Ya no había marcha atrás, pero se sentía capaz de al menos plantarle cara. No sería el primero en llevarse una buena sorpresa con ella. Solo un par de metros separaban a ambos. Nada más. Ni árbitros ni ningún otro objeto. Tan solo había algunas cámaras en el techo para grabar toda la acción sin perder detalle. La gente no dejaba de gritar animando a Oni. Todos en el público eran gente bastante adinerada, la mayoría hombres. Seguro que había más de un mafioso entre ellos. Michelle les ignoró. Ni siquiera buscó con la vista a Gail. Esperó dando saltitos mientras Oni permanecía inmóvil. Finalmente sonó la campana.
La rubia atacó primero. Corrió directa hacia su rival que la recibió únicamente adoptando una guardia baja mientras flexionaba un poco las piernas. Michelle lanzó una patada contra el lateral de la rodilla. No impactó. Oni levantó la pierna para lanzar su propia patada, frontal, contra el estómago de Michelle. La luchadora había recibido golpes en el pasado, pero con este sintió algo distinto. Una miserable patada con la pierna adelantada y casi pudo notar el pie hundiéndose en el vientre. Consiguió expulsar el aire justo antes, evitando desmayarse, y reaccionó a tiempo para retroceder esquivando así un directo. El golpe agitó su melena rubia, pero le permitió lanzar un par de puñetazos al pecho. El primero impactó limpiamente. El segundo fue bloqueado con fuerza. A diferencia de otros oponentes, el oriental no había puesto su brazo en medio del golpe, había desviado la trayectoria con el antebrazo moviendo con él a Michelle que dejó el costado expuesto. Un fuerte puñetazo cerca del riñón fue el castigo. Sintiendo el peligro, la rubia rodó hacia delante saliendo así del radio de alcance enemigo.
El primer lance no había sido nada favorable. Dos golpes así mermaban mucho las fuerzas, ella lo sabía. En combates profesionales habría pausas entre cada asalto. Nada así iba a llegar en una lucha ilegal. Seguirían pegándose hasta que uno de los dos perdiese. Tenía que encontrar la forma de superar la defensa de su enemigo.
Oni no la dejó pensar. En esta ocasión se lanzó al ataque. Michelle se agachó para esquivar un primer puñetazo a la cabeza. Oni giró sobre sí mismo lanzando una especie de coz que Michelle evitó dando un paso hacia un lado. La rubia aprovechó para lanzar una serie de puñetazos rápidos contra el costado del oriental. Consiguió conectar un par e intentó una patada circular hacia la cabeza que Oni evitó con un paso hacia atrás.
Gail se levantó de la butaca al contemplar los primeros golpes de su compañera. Era la única en el público que lo hacía, pero gritó para darle ánimos. Eso no afectó en nada a los demás. Seguían prefiriendo ver a Oni llevándose la victoria.
Michelle volvió a atacar con una serie de rápidos puñetazos y patadas. Ninguno llegó a impactar correctamente. Todos eran bloqueados o esquivados sistemáticamente. Además, cada bloqueo la hacía descolocarse. Necesitaba reaccionar rápido para no recibir un contra golpe. Lo importante era que poco a poco estaba consiguiendo hacer retroceder más y más a su adversario. Solo necesitaba conectar un gran golpe, uno demoledor, y esto habría acabado. No podía prolongarlo, tan solo había recibido dos impactos, pero ya le faltaba la respiración. Debía acabar con el monstruo cuanto antes. No lo conseguiría con puñetazos mal conectados, pero cualquier patada era repelida con una facilidad insultante. Fue cuando puso a trabajar toda su inmensa agilidad. Teniendo a Oni con la espalda cerca de la verja, saltó contra esta levantándose más de un metro sobre el suelo, pasando por al lado del oriental. Apoyó la pierna derecha en la propia verja para tomar fuerza y lanzarla contra el rostro de su enemigo. La patada impactó de lleno en mitad de la mejilla. Rompió parte de la máscara. Oni trastabilló hacia atrás hasta chocar de espaldas contra la verja. El público enmudeció.
-¡Vamos Michelle! - escuchó la voz de Gail gritando desde arriba - ¡Ya lo tienes!
Envalentonada, Michelle atacó de frente para rematar la faena. Lanzó un puñetazo directo a la mandíbula inferior, justo donde había roto la máscara. Si impactaba allí se acabó, sería un KO directo. Oni reaccionó como un demonio. Se echó lo justo hacia un lado avanzando un poco. Apartó el puño con la mano izquierda mientras con la derecha agarraba la espalda de la mujer, tirando con fuerza hacia sí mismo. Lanzó la rodilla que se clavó dolorosamente en el vientre. El público volvió a estallar en vítores.
Michelle no quedó inconsciente sin saber ella misma cómo aguantaba. Intentó reponerse, bloquear el siguiente puñetazo, pero la fuerza fue tal que, incluso poniendo la mano en medio, no pudo evitar la llegada del golpe a la primera costilla flotante. Quedó entera de milagro. Gail seguía gritando, pero ya no eran vítores.
Michelle intentó reaccionar lanzando un puño rápido, un directo, con la izquierda. El oriental agarró la muñeca nuevamente con la izquierda, tirando hacia sí mismo de ella. Abrió la mano derecha mientras la levantaba para después lanzarla hacia abajo. Alcanzó de lleno la clavícula del hombro izquierdo. El chasquido de la rotura resonó en todo el estadio hasta que el grito de dolor de Michelle tomó su lugar. La mujer cayó de rodillas al suelo. De fondo escuchaba a Gail entre los gritos de euforia del público
-¡Ríndete!
Tenía razón. Ya no podía combatir. Dio varias palmadas en el suelo. El combate había terminado. Los marcadores mostraban la cuenta de golpes de Michelle, extraordinariamente elevados. Ella iba a levantarse cuando Oni la agarró del pelo y la estrelló de frente contra la verja. Allí, mientras empujaba el cuerpo de su rival derrotada hacia la verja, lanzó un par de golpes más, ahora al hígado, ignorando las palmadas de rendición y los gritos de dolor.
-¡Ya ha acabado!, ¡Tienes que pararlo!
Gail se giró hacia Smiley, preocupada, mientras gritaba. Quedó muda de golpe. Inmóvil. El anfitrión había bajado la cremallera de su pantalón y masturbaba lentamente un pene de tamaño medio. Uno de los guardaespaldas la apuntaba a ella con un revólver.
-¿Qué hacéis?, ¡La va a matar!
-Ahora es cuando empieza el espectáculo, encanto.
Chasqueó los dedos. En ese momento el guardaespaldas desarmado se acercó hacia Gail. Ella intentó retroceder. No tenía a donde. Su espalda ya estaba contra el bordillo del palco. Pensó en defenderse cuando el gorila la agarró por el brazo. Desistió cuando escucho el sonido de una pistola amartillándose. Durante unos instantes no pudo mirar otra cosa que el cañón del arma. Solo salió de su trance cuando notó un golpe por detrás de la pierna, forzándola a caer de rodillas a pocos centímetros del pene ya completamente erecto de Smiley.
-Siempre me han gustado los espectáculos interactivos.
Ninguno de los dos matones rió ante el chiste de su jefe. Tenían sentido del humor, incluso se habían reído las veinte primeras veces al escucharlo. Ya estaban un poco cansados de la broma. Por otro lado, disfrutaron viendo a Gail, inmóvil, con lágrimas formándose en los ojos. El maquillaje había empezado a correrse del rostro. Sabía qué esperaban de ella. No parecía dispuesta. Suplicaba, hablaba de devolver el dinero si dejaban a ambas irse. Ignoraba los beneficios que Michelle estaba consiguiendo involuntariamente para Smiley.
-Vamos, con unos labios como los tuyos, seguro que te han pedido esto alguna vez. ¡Coño!, seguro que eres una experta chupando pollas.
La morena aún no se movía. Uno de los dos guardaespaldas tomó cartas en el asunto. La agarró por la cabeza y la mandíbula inferior, obligándola a meterse todo el miembro en la boca.
-Haz que me guste. Recuerda que podemos mataros a las dos en cualquier momento.
Ese último recordatorio surtió efecto. Gail comenzó a moverse por sí misma. Había hecho algo así antes, lo cual no lo volvía más fácil ni apetecible. Luchó contra sí misma para evitar pegar un buen mordisco. En lugar de eso fue esmerándose más progresivamente. Empezó a acariciar el glande con la lengua, apretar suavemente, utilizar las manos para masturbarle muy despacio. Ella no lo iba a disfrutar. Se sentía sucia, humillada. Era su única salida. Dar placer a aquel indeseable mientras él miraba en la pantalla gigante como Oni destrozaba a su amiga entre vítores y burlas.
Michelle no sabía si habría podido mantenerse en pie de no estarla sujetando Oni contra la reja. Había recibido golpes en el hígado, los riñones, y la parte baja de las costillas. El rostro seguía intacto. Su enemigo había sido muy cuidadoso al evitarlo. Querían ver su cara angelical retorcida de dolor, pero no magullada ni ensangrentada. Era demasiado hermosa para echarla a perder así.
Al principio esperaba que alguien abriese la jaula para sacarla de allí, o para detener a Oni. Nada de eso había ocurrido. Ahora las piernas le temblaban, era incapaz de mover el brazo izquierdo, y le asustaba mostrar resistencia con el derecho. Eso último cambió un poco cuando notó las manos de aquel monstruo agarrar el top para arrancarlo a tirones. La tela se resquebrajo aunque Michelle tratase primero de golpear a su agresor y después de sujetar la prenda. Aún quedaba el sujetador deportivo también del mismo azul eléctrico. La rubia trató de agitarse, de buscar fuerzas renovadas. Ni siquiera aplazó lo inevitable. Pronto tenía dos pechos firmes, de pezones marrón claro, al aire. Podían apreciarse claramente las marcas del bikini mientras tomaba el sol, pues ambos senos estaban mucho más blanquecinos, sin broncear. El público rugió enloquecido mientras ella trataba de cubrirse con el brazo bueno. Oni aprovechó para arrancar también a tirones los shorts. Michelle trató de agarrar desesperadamente las braguitas azules. Al menos debía mantener su sexo a cubierto. Lo defendió con tanta garra que Oni no consiguió retirarlas. Por eso la agarró nuevamente de la cabellera, tiró hacia atrás, y la estampó de frente contra la verja, aplastando ambos pechos contra el metal. Repitió la operación seis veces hasta que la luchadora, derrotada, dejó de agarrar su ropa íntima. Permitió que se las quitase mientras se agarró al metal, cerrando los ojos. Creía estar preparándose para lo que venía. Se equivocó. Sintió las manos apartando ambos cachetes del culo, dejando el ano al descubierto. Volvió a intentar sacudirse al oriental de encima. Demasiado tarde. Oni requirió de varios empujones para penetrarla completamente. Usó tanta fuerza y ella estaba tan poco preparada, que necesitó apretar los dientes para soportar el dolor, para seguir adelante. Mereció la pena. Su miembro jamás había estado en un lugar más estrecho, más preparado para darle placer involuntario.
Michelle abrió los ojos como platos. Negó con la cabeza.
-¡NOOOO!-
Gritó al sentir la penetración. Golpeó un par de veces el costado de su violador, luego trató de apartarlo. Nada sirvió. Al final volvió a apretar la reja intentando soportar el dolor. La humillación era inevitable. Decenas de desconocidos estaban viéndola desnuda. Estaban viendo sus pechos casi perfectos apretarse y quedar libres contra el metal. Su vagina perfectamente depilada. Escuchaban sus gritos de dolor. Lo que no escucharon fue una sola súplica. Llantos si, protestas también. Insultos, amenazas, más gritos de dolor. Eso fue todo, y fue mucho, pero no se rebajó a suplicar, aunque le hubiese gustado hacerlo.
Gail se retiró para escupir el semen que Smiley acababa de verter en su boca. El muy bastardo había aguantado más de lo que ella esperaba.
-¡Ya está!. ¿Ahora nos dejarás ir?
Smiley, mientras se reponía, hizo un gesto con la cabeza a sus dos secuaces. Lejos de soltarla, uno volvió a apuntar con el arma mientras el otro fue a su espalda, buscando la cremallera del vestido, y comenzó a bajarla con sumo cuidado. Gail se dejó, ¿qué otra cosa podía hacer? Ni siquiera se atrevió a cubrirse cuando quedó en ropa interior, con lencería de encaje negra, liguero, medias, y los zapatos.
-Hacedla mirar.
Los matones obedecieron. Llevaron a Gail hasta el bordillo del palco, obligándola a sostenerse con las manos mientras se inclinaba hacia delante. Ahogó un grito cuando vio a su amiga siendo brutalmente sodomizada. Muchos de los espectadores habían comenzado a masturbarse mirando el espectáculo. Gail quiso cerrar los ojos. Así los mantuvo hasta que, tras apartar las bragas hacia un lado, uno de los dos matones la penetró desde atrás. Estaba mucho mejor dotado que su jefe, la penetración fue dolorosa. El hecho de moverse cómo un bárbaro o un animal en celo tampoco ayudó. El sujetar hizo parte del trabajo manteniendo firmes aquellos grandes pechos, aunque no evitaban completamente el balanceo por la brutal penetración. El violador agarró con una mano la cadera y con otra el hombro, para empujar con más fuerza. El pelo se había alborotado mientras Gail cerraba los ojos. Apretaba los dientes confiando en que todo terminase pronto.
Oni aceleró progresivamente el ritmo. Al final parecía una ametralladora. Acabó corriéndose en el mismo ano. El semen resbaló entre los muslos de Michelle junto a un poco de sangre. El oriental no la dejó caer. Reunió toda su disciplina para mantenerla atrapada contra la verja mientras tomaba un respiro. Michelle hizo un par de amagos de defensa. Llevaba rato sin fuerzas. De no ser por su violador, caería al suelo. Seguiría su instinto de encogerse en posición fetal. Trataría de olvidar el dolor, los rostros depravados que no habían dejado de mirarla con lujuria mientras se masturbaban, disfrutando del castigo que ella estaba recibiendo. Nada de eso. Se la obligó a mantenerse en pie hasta que notó a Oni agachándose a sus espaldas. Después sintió la mano subiendo entre ambos muslos hasta llegar a la entrada de la vagina. No imaginó lo que iba a ocurrir hasta que fue tarde. El oriental comenzó a intentar la mano entera. Primero unos dedos, luego los otros. Michelle trataba de agarrarle con el brazo sano, pero el dolor era tal que sus intentos no pasaban de erráticos. Peor fue cuando, tras completar la penetración, cerró el puño en el interior. Después ascendió con fuerza, como si estuviese lanzando un gancho hacia arriba.
Michelle quedó inmóvil. Gritó como si la estuviesen matando. Realmente sentía que la estaban partiendo en dos. Al final se quedó sin voz. La boca seguía abierta, casi desencajada. Desde luego Michelle no era virgen, pero jamás había imaginado una penetración tan brutal. Se meó encima a causa del dolor. La orina vino bien para, junto a la sangre, lubricar un poco su sexo. Alivió más bien poco. En algún momento acabó por perder el sentido.
Gail solo había abierto los ojos cuando los gritos alcanzaron sus máximas cotas. Entonces ella sí había suplicado. Por sí misma, por su amiga. Haría cualquier cosa si alejaban a Oni de Michelle. El trío la ignoró. Su segundo violador de la noche sacó el pene antes de eyacular, mandando varios chorros directamente sobre la espalda. Gail cayó de rodillas nuevamente. Se dio la vuelta para evitar ver la tortura de su mejor amiga. Quedó así de frente al matón de la pistola, que la enfundó para acercarse a ella. El otro sacó una automática, más pequeña pero igual de amenazante. El nuevo agresor no perdió tiempo arrancando el sujetador de encaje. Las tetas de Gail eran grandes, un poco menos firmes que las de su amiga, con los pezones del color del chocolate. A todos les gustó el panorama. El tipo que antes portaba el revólver fue mucho menos ceremonioso. La tiró al suelo, se tumbó encima, la forzó a abrirse de piernas, y comenzó a violarla nuevamente. Cuando Gail intentaba cerrar los ojos, él retorcía los pezones solo para oírla gritar. Continuó con velocidad hasta encontrarse cerca del éxtasis. Sacó el pene de la vagina, se arrodillo frente al cuerpo tumbado de la mujer, y comenzó a eyacular en los pechos y el rostro.
Smiley se acercó a ella, erecto de nuevo. Gail alzó las manos
-No. No puedo más. - tenía la vagina irritada además de dolorida. - Al menos dame un respiro.
Smiley sacó su propia pistola, con silenciador. Gail no tuvo tiempo de volver a suplicar. El líder del grupo disparó en la frente de la morena, desparramando sesos y sangre por la parte trasera del cráneo, en el suelo. Murió al instante.
Smiley se arrodillo entre ambas piernas. Las levantó para apoyarlas en sus hombros. Luego la penetró analmente. Ya no hubo quejas ni gritos. El cuerpo, salvo por algún espasmo, se dejaba llevar sin resistencia. En esta segunda vez, Smiley no tardó mucho.
Michelle despertó. Seguía pegada de frente a la verja. Estaba llena de rasguños creados por la fricción de los pechos y el abdomen contra el metal. Sangraba por la vagina, ahora deformada mientras trataba de volver a su forma y tamaño habituales. El público vitoreaba más que antes. Sabía que tenía a Oni detrás, solo que no se atrevía a mirar. Por eso la pilló de sorpresa cuando la hoja de una catana atravesó su estómago. No había visto el centro del techo abrirse para descolgar el arma atada a una cadena, ni a Oni cogerla y acercarse a ella. El público sí, por eso aplaudían extasiados, muchos de ellos eyaculando por cuarta o quinta vez. Las piernas cedieron y fue a caer al suelo, pero la espada se enganchó con la verja, sosteniéndola con el torso pegado al metal mientras la piernas ya colgaban sin vida. Escupió sangre mientras la agonía más intensa se apoderaba de ella.
En todas las pantallas, frente a la foto de Michelle antes del combate, había un anuncio. Comenzaban a aceptar una nueva apuesta. ¿Cuánto tardaría Michelle antes de morir? Ella no supo cuanto tiempo transcurrió hasta exhalar el último aliento, pero conoció la agonía a cada instante. Ahora sí intentó suplicar. La voz era un simple susurro que nadie escuchó, tan solo la vieron mover los labios.
Mientras Michelle moría, Oni tuvo tiempo de masturbarse una última vez, aprovechando para limpiarse en el cabello de su víctima. Permaneció en la jaula hasta el último instante, viendo a la mujer retorcerse, llorar, y sufrir sacudidas involuntarias que agrandaban más la herida. Otra victoria para el demonio de oriente.